Capítulo 1

CUANDO había caminado varios minutos, girado varias esquinas, y las distintas tensiones en su cuello y espalda (ahora podía pensar en palabras sin despertar imágenes histéricas en las pantallas de los cinco sentidos), orinó en medio de la calle, esperando que pasara alguien, y, con la cremallera del pantalón medio abierta y los dedos bajo su cinturón, caminó de nuevo y se preguntó a sí mismo: ¿Cuál es exactamente el problema de ver algún ocasional ojo carmesí, eh? Es decir: si alucino eso, ¿cómo puedo decir si todo lo demás es real? Quizá la mitad de la gente a la que veo no esté aquí…, como ese tipo que acaba de echar a correr. ¿Qué está haciendo en mi mundo? ¿Es algún fragmento de México, recreado por entre el humo y el cansancio? ¿Cómo sé que no hay un abismo delante mí que yo he alucinado como plano cemento? (La entrada del puente…, cuando salí la primera vez de él, estaba completamente cuarteada…, con trozos de cemento sueltos por todas partes…) ¿Achacarlo todo a un sueño? Cuando tenía diecisiete o dieciocho años dejé eso. ¡Cinco días!

Estoy de nuevo loco, pensó. Las lágrimas afloraron a sus ojos. Tragó saliva, con la garganta congestionada. No quiero estarlo. Estoy cansado, cansado y sexualmente excitado. Estoy tan cansado que no puedo sacarle sentido a nada de esto, y mi mente no funciona bien la mitad de las veces que lo intento. Tengo sed. Mi cabeza está llena con lanosidades que ningún café es capaz de aclarar. Y sin embargo desearía un poco. ¿Adónde voy, qué estoy haciendo, tambaleándome por este camposanto lleno de humo? No es el dolor; sólo que el dolor me mantiene avanzando.

Intentó relajar todos sus músculos y avanzó sin rumbo fijo de la acera al bordillo, la boca cada vez más y más seca. Bien, pensó, si duele, duele. Éste es el único dolor. De acuerdo (contempló la difuminada parte superior de las casas encima de los cables del tranvía): he elegido, aquí estoy.

¿Ir al monasterio? Sí, ahora, donde fuera que estuviese, mejor que nunca. ¿Paredes y edificios blancos? ¿Sílabas desprovistas de significado para murmurar? No había pasado nada que pudiera serlo. Las calles estaban sembradas con restos que llevaban allí meses, secos y sin olor: heces vueltas pálidas y quebradizas, restos osificados de frutas, viejos periódicos, en su momento húmedos y ahora crujientemente secos.

Rebuscó entre los pliegues de su conciencia esperando hallar tristeza: el cristal se había licuado a gredoso polvo.

¿…Cómo era ella?, pensó, y se sintió demasiado cansado para el pánico. Su nombre, ¿cuál era?

Lanya: y vio su corto pelo, sus verdes ojos, y ella no estaba allí.

Uno de los letreros de las calles estaba cubierto de suciedad y rascaduras; el otro era un marco vacío. Giró hacia una calle lateral debido a los latidos; durante unos segundos no pudo imaginar lo que había ocurrido…: una hilera de troncos de árboles en la estrecha acerca, cada uno dentro de una pequeña cerca de metal, había ardido hasta convertirse en carbonizadas estacas. Interrogándose, Chico echó a andar calle abajo, no lo bastante ancha para que pudieran pasar dos coches.

Denny estaba sentado en el guardabarros de un coche volcado, a caballo sobre un destrozado faro, tamborileando con dos dedos en el abollado borde. Chico se dirigió hacia él, preguntándose qué decir…

—¡Hey!, ¿cómo estás? —La sorpresa de Denny se convirtió en alegría—. ¿Qué estás haciendo aquí? —Dio un golpe con todos sus nudillos y se detuvo—. ¿Qué haces, eh?

—Sólo dando un paseo. Intentando que alguien me la chupe un poco. O algo así. Sólo que no hay nadie fuera.

—¿Oh? —Denny pareció desconcertado, y luego, ante la sorpresa de Chico, azarado. Deslizó tres veces un dedo por un cromado, luego alzó de nuevo la vista, con los labios prietos—. La parte de abajo del parque tiene maricas por todas partes, día y noche. ¿Conoces esa parte con los senderos?

—No.

—Bien, ahí están. —Denny deslizó de nuevo su dedo—. Si hubieras paseado por ahí esta noche, no hubieras tenido que buscar mucho.

—Estuve en casa de ese amigo —explicó Chico—. Pensé que él iba a encargarse, pero vino alguien y me echó. ¿Qué estás haciendo aquí fuera a esta hora de la mañana?

Denny hizo un signo con la cabeza hacia uno de los edificios sin pintar.

—Ahora estoy aquí. —Tras el sucio cristal de una ventana, el león de bronce parecía estar vigilando, atravesado por una estaca de metal. La pantalla había desaparecido. El portalámparas mostraba el casquillo de una bombilla rota.

Al otro lado de la calle, una cortina blanca se movió en una ventana casi tan sucia como la primera. Dos rostros negros se apretaron el uno contra el otro, hasta que Chico miró directamente hacia allí. La cortina cayó.

—¿Quieres que te la chupen un poco? Ven. —Denny, con tres dedos metidos en el borde del guardabarros, estaba mirando directamente hacia abajo—. Yo lo haré.

—¿Eh?

Cuando Denny ni se movió ni dijo nada más, Chico se echó a reír.

—Hey… —Subió a la acera, tamborileó con los dedos en imitación de Denny, luego volvió a bajar a la calzada—. ¿Estás bromeando…?

Denny alzó la vista.

—No.

—Ahora supón que te tomo la palabra y… —dijo Chico, intentando hacer un chiste; no salió. De modo que dijo—: ¿Quieres…? —Las cosas que hacían lo oscuro obvio dándole la vuelta dieron la vuelta.

—Sí. —Denny se rascó el pecho entre tintineantes cadenas—. Vamos, sácatela. Aquí mismo, jodido mamón de mierda. —Agitó la cabeza—. Lo haré aquí mismo. ¿Quieres que te demuestre que hablo en serio? ¿Aquí mismo?

Chico miró hacia la ventana con la cortina.

—Seguro, pero esos negros están mirando desde esa maldita ventana.

Denny dejó escapar el aliento.

—Ya te lo dije; ¿crees que me importa una mierda el que ellos sepan?

Lo que había empezado como una broma se estaba convirtiendo de pronto en algo incómodo, porque aunque todas las acciones eran predecibles, los sentimientos no lo eran.

—Hey, ¿sabes?, quizá sea mejor que dejemos esto…

Denny inclinó la cabeza y miró hacia un lado con una expresión concentrada…, la mirada, pensó Chico, de alguien en un juego que está intentando decidir si un movimiento largo tiempo contemplado y ahora efectuado era, después de todo, correcto.

—Tenemos que hallar algún lugar —dijo Chico—. Un portal, o dentro, o algo así. No quiero hacerlo aquí. —¿Quince?, pensó Chico. Está loco; este muchacho no está en sus cabales.

Denny bajó del guardabarros y se metió casi todos los dedos en los bolsillos de atrás de su pantalón.

—Ven conmigo.

Chico lo alcanzó en los no pintados escalones.

—¿Es ésta la casa de Pesadilla? —Apoyó la mano en el pequeño y cálido hombro de Denny.

Denny miró hacia atrás.

—Lo era. —Su chaqueta, mostrando la desgastada piel teñida con posterioridad, se agitó contra sus costillas—. Ahora estamos casi todos. Incluso Trece se ha mudado aquí. Por la forma en que van las cosas, uno pensaría que quiere hacer de esto su nuevo hogar.

Chico frunció el ceño.

—¿Qué… ocurrió con el antiguo?

Denny le devolvió el fruncimiento de ceño.

—Bueno, todo el mundo se mudó desde… —hizo un gesto con la cabeza—. Los chicos de la comuna se fueron todos al otro lado del parque. Dragón Lady trasladó su pandilla a este lado de Cumberland. Y Trece no podía seguir más en aquel maldito apartamento…, pero tú estuviste allí. —El ceño fruncido de Denny era una pregunta para Chico.

—¿Por qué…? —preguntó Chico, porque no podía proporcionar ninguna respuesta.

—El olor —dijo Denny— por un lado —y echó a andar escaleras arriba.

Chico le siguió.

—Oh, sí. Eso… —tenía sentido; pero no para todo el cambio y redisposición durante el tiempo que le había sido robado. La cinta de la realidad que había estado siguiendo había dado de alguna forma un vuelco. Seguía funcionando; él aún estaba allí. Pero en algún momento, mientras él parpadeaba, los días habían transcurrido y todo lo que estaba a la derecha se había deslizado a la izquierda: todo lo que había estado a la izquierda se hallaba ahora a la derecha—. Hey, la última vez que me viste, ¿cuánto tiempo llevaba yo con…?

—Chisss —dijo Denny—. Todo el mundo duerme. —Empujó la puerta—. Apuesto a que todavía no son las seis de la mañana.

Y, repentinamente, Chico no deseó una respuesta. En vez de ello preguntó en voz baja:

—Entonces, ¿qué hacías tú levantado?

—A veces me levanto muy pronto. —Denny sonrió por encima del hombro mientras Chico le seguía por el pasillo—. A veces duermo todo el día también. Aquí puedes hacerlo…, pero luego estoy levantado toda la noche.

Junto al zócalo del pasillo, una mata de negro pelo asomaba por el extremo de un saco de dormir. Tras una puerta abierta, sobre un canapé, un hombre desnudo, con toda su bronceada y pecosa espalda cubierta de vello rojo —era Jetadecobre— dormía con una chica muy rubia encajada entre su cuerpo y el respaldo. Chico pudo ver la sandalia de ella sobre el desnudo tobillo de él, las cuidadosamente dobladas vueltas de sus tejanos. Su brazo, blanco desde la manga de un chaquetón de marinero, se alzó sobre la desgarrada tapicería, luego cayó. Alguien en otra habitación dejó de roncar, carraspeó, tosió, guardó silencio.

Denny miró a su alrededor.

—¿Quieres hacerlo en el cuarto de baño?

—No. —Chico apretó el hombro de Denny con el talón de su mano—. ¡No quiero hacerlo en el cuarto de baño!

—Mientras Denny parpadeaba, curioso, la puerta del cuarto de baño al extremo del pasillo se abrió y Smokey salió por ella, adormilada, sin nada más que sus tejanos, con la cremallera aún abierta. Sin cubrirse ni saludar, pasó por su lado.

Reclinado contra el depósito de agua, Chico vio el maniquí manchado de pintura rodeado de cadenas…, antes de que la puerta se cerrara sobre él.

—Estoy aquí dentro.

Que era donde había sido trasladada la Harley.

—¿Cómo habéis conseguido hallar espacio para todos…? —preguntó Chico, dándose cuenta con la última palabra que tres de los bultos entre las palas (¿por qué palas?), tuberías, tablones y lonas eran gente en sacos de dormir.

Alguien había construido un altillo.

Tres escalones más arriba en la escalerilla, Denny miró por encima de su hombro.

—Sube.

Las botas de Denny llegaron al borde. Chico trepó. Las planchas (cedieron algo bajo sus manos y rodillas) estaban cubiertas con mantas. Del tamaño de una cama doble, la plataforma no tenía ni almohada ni colchón.

—Guardo toda mi mierda aquí arriba —explicó Denny, yendo hacia el fondo por encima de la arrugada tela. Junto a su mano izquierda había una brújula del ejército, una camisa verde (ribeteada de oro), recién planchada y envuelta en un plástico, una daga cuya empuñadura era un trozo de cuerno, y una caja de juegos en cuya parte exterior se veían los largos triángulos alternados del backgammon.

Chico se arrastró hacia delante atravesando la cortina color pardo militar y otra de un color verde más pálido fruncidas y sujetas por un cable eléctrico. En la ventana que se abría encima de la plataforma, una persiana moteada derramaba una luz parduzca sobre el conjunto. Colocó los pies debajo de su cuerpo para sentarse, y se dio cuenta de que su brazo estaba temblando.

—¿Cómo es que no tienes a media docena de personas durmiendo aquí arriba contigo?

—Les dije que se largaran todos a que les jodieran. —Las manos de Denny permanecían anudadas sobre sus rodillas.

Un póster zodiacal colgaba de la pared: Escorpio. Y otro de Koth, el Ángel Oscuro.

—Es bonito aquí arriba —susurró Chico. Sentía un nudo en la garganta. Estoy asustado de él, pensó. Y me gusta—. Quítate el resto de la ropa.

—¿Por qué?

Chico dejó escapar el aliento.

—Por nada. —Soltó con el pulgar el botón de arriba y bajó la cremallera—. Adelante. —Extrajo el pene y los testículos de la V de dientes de latón que los encerraba, y dejó que sus hombros se relajaran contra la madera contrachapada de la pared.

El techo no permitía a Denny ponerse en pie. Con la espalda encogida y las rodillas dobladas, el muchacho avanzó, balanceando los brazos como un delgado mono rubio. Y se dejó caer. Chico dobló la rodilla debajo de la mano de Denny. El pelo de Denny osciló hacia delante, rozó el estómago de Chico.

¡Su boca es fría!, pensó Chico, y apartó un poco bruscamente la mano. Luego se dio cuenta de que era tan sólo que los labios del muchacho estaban húmedos. El calor cubrió su engrosante pene. Dobló las rodillas y las clavó contra los delgados costados de Denny. Bajó la mano hasta su estómago, por entre el agitante pelo. La saliva en sus velludas ingles estaba ya fría.

—Eso está bien. Hazlo húmedo. —Sus dedos se cerraron sobre la base. Empujó hacia atrás el pelo de Denny, inclinándose bruscamente (y flaqueando) para ver las hundidas mejillas, la distendida boca. El pelo volvió a caer. Apretó la nuca de Denny. Una imagen del cadáver en el pozo del ascensor le hizo expulsar el aliento; deseó no haber pensado en él. Sintió una también sorprendente urgencia de apartar de un golpe la oscilante cabeza. Chico gruñó:

—Unn… —y luego, de nuevo—: Unn… —y tuvo que cerrar los ojos ante la sensación. Apretó su palma contra la cálida oreja. La cabeza de movió hacia arriba, y su pene se enfrió.

—¿Va bien? —preguntó Denny.

—Sí…

El calor volvió a caer como un anillo. El saco de su escroto se aflojó entre sus muslos, luego se arrugó cuando el escupitajo resbaló pierna abajo, dentro de sus pantalones. La agitante cabeza sacudió el brazo de Chico hasta el codo. Tendió la mano hacia el hombro de Denny. Denny apretó sus dedos contra el muslo de Chico, aflojó, dejó que tirara de él hasta reclinarse con su pecho contra el de Chico, un manojo de cadena y arrugada chaqueta entre ellos.

El rostro de Denny era duro y sorprendido.

—¿Qué quieres? —Todos los pequeños músculos de barbilla, mejilla y mandíbula eran visibles.

Chico acarició la espalda de Denny.

—Quiero que te quites el resto de tus jodidas ropas. —La piel de Denny estaba ardiendo y seca como el polvo.

Con su otra mano, Chico rebuscó entre los dos para mover hacia un lado su pene, atrapado entre acartonado dril.

Denny se echó hacia atrás, de rodillas, inspiró profundamente, y empezó a bajarse la cremallera de los pantalones. Chico pensó: no desea que yo toque su aparato. Algo parecido a la rabia se acumuló en su estómago.

Denny dijo, suave y roncamente

—Tú no tienes que quitarte los tuyos. —Se bajó los pantalones hasta más abajo de las rodillas, se detuvo para retirar puñados de cadenas del cuello.

Chico se rascó la barriga. Denny detuvo todo movimiento, sus ojos fijos en las ingles de Chico. Algo ocurrió en la garganta y en la boca de Chico que era fácil pensar que era miedo, que era más fácil pensar que era deseo.

El pene de Chico se endureció y se alzó de su muslo.

La garganta de Denny expulsó el poco aire que había intentado retener.

—Quítate los pantalones… —Chico comprobó rabia contra deseo. La comprobación lo único que consiguió fue derramar la rabia en su voz—. Vamos… —El deseo permaneció, un pesado ardor bajo su estómago.

Denny se sentó hacia atrás para quitarse las botas. En la de la derecha, la parte exterior del tacón estaba comido hasta el cuero. Se sacó la izquierda más rápidamente. Puñados de cadena cayeron en torno a su tobillo. El nódulo de hueso dividió tres tiras de una cuarta: un collar de castigo para perro, con varias vueltas. Denny se inclinó hacia atrás para acabar de quitarse los pantalones.

Chico contempló las manos de Denny, los pies de Denny, las ingles de Denny. Su propia espalda, contra la pared, estaba ligeramente envarada. Denny, cambiando la textura de sus movimientos, empezó ahora a doblar sus tejanos, sin mirar a Chico. Para aliviar sus hombros, Chico se sentó hacia delante. Luego tendió la mano y tiró de los tejanos de Denny, arrancándoselos de entre sus dedos y arrojándolos a un rincón, con las botas y las mantas. La expresión de Denny, mientras sus ojos intentaban mirar hacia otro lado que no fuera Chico, pasaron de la confusión a la beligerancia.

Chico sonrió, y la sonrisa se convirtió en una blanda risa para una casa llena de durmientes.

—Ven.

Denny se empujó hacia delante. Luego dijo con voz ronca:

—Es más bien curioso que yo me alucine ahora, ¿no? —La seca y caliente piel rozó la de Chico, se apretó contra la de Chico, con una mano entre sus hombros: fuerte con el talón, cuatro ligeras presiones y toda la longitud del pulgar. Chico bajó la vista al lugar donde las uñas orladas de negro entraban en contacto con su carne. Rodeó los hombros de Denny para cubrir los dedos del muchacho con los suyos. ¿De niño?, pensó. Y luego, con preocupación: ¿Por qué me ha traído este niño hasta aquí? Tensó ambos brazos contra la espalda de Denny: Denny estaba temblando.

—Hey… —Chico acarició las protuberancias óseas de la espina dorsal de Denny hasta donde la carne se engrosaba y se volvía blanda. Luego hacia arriba. Luego de nuevo hacia abajo—. Hey, para eso. ¿Qué te ocurre?

Denny seguía temblando.

—Nada.

Tengo miedo. Y quiero parar esto. ¡Mierda, no!

—Adelante, entonces. Intenta relajarte. —Chico se apartó un poco más de la pared, por encima de las apiladas mantas. Sujetando a Denny encima suyo, inició un movimiento de balanceo. Denny apartó el rostro, de modo que el lado del rostro de Chico se vio barrido de amarillo.

—Si vamos así de un lado para otro…

Una de las personas bajo el altillo alzó la cabeza. Y Denny dejó de respirar para contar tres; luego continuó:

—… no vamos a conseguir nada.

Sigue y haz lo que quieras pues, era rabia. Con la frase sin pronunciar en su boca, Chico se dio cuenta: soy doce años mayor que él. Dijo:

—Baja y chupa —lo cual, con el arrastrarse sobre su pecho y estómago y el creciente calor en sus ingles, supo que era excitación. Tendió las manos hacia el pelo y los hundidos hombros entre sus piernas. Con su pierna, hizo rodar a Denny de lado, empujando y empujando. Denny sujetó los muslos de Chico. Su trabajo era intenso y diligente, hasta que Denny, sin sujetarle ahora, estuvo martilleando cerca de la cadera de Chico.

—Así… —jadeó Chico, y soltó al muchacho. A un cuarto de camino hacia el orgasmo, Chico se inclinó ligeramente para apretar sus endurecidas ingles contra una cadera, un muslo, algo.

—Hey… —Respirando pesadamente, Denny se tendió de espaldas. Alzó su mano, con los nudillos brillantes, manchados de mucosidad blancuzca—. Creo que me he corrido. —Sonrió—. ¿Qué hago con esto?

—Cómetelo —dijo Chico—. ¿Qué haces normalmente?

—Sí. —Denny miró al techo y se llevó los nudillos a la boca, volvió la mano para lamer la palma.

Chico apoyó el brazo, húmedo por el esfuerzo, sobre el delgado y duro pecho de Denny, aún seco, y acarició la huesuda cadera. Denny se sacó dos dedos de la boca.

—¿Tú no te has corrido todavía?

—No.

—Sigue…, sigue y haz lo que quieras.

Sí, pensó Chico, era rabia. Se echó a reír.

—Cuando era pequeño —dijo Denny, y apretó el dorso de su mano contra su abierta boca—, estaban esos dos hermanos que eran los chicos más fuertes del vecindario. Yo quería ser como ellos. Y en una ocasión me dijeron que eran tan fuertes porque acostumbraban a tragar el uno la esperma del otro cuando se corrían. Entonces yo ni siquiera sabía de qué estaban hablando. Yo ni siquiera me había masturbado nunca, ¿sabes? —Denny se volvió para mirar a Chico—. Supongo que es proteínas o algo así. ¿Tú también lo haces?

Chico sacudió la cabeza.

—No.

—Entonces, ¿cómo lo sabías?

Chico se encogió de hombros.

—Simplemente parecías alguien que tal vez lo hiciera.

—¿Qué significa eso?

—No lo sé. —Chico apretó el tenso músculo bajo la sedosa piel del brazo de Denny—. Quizá sea porque eres fuerte. Como ellos decían. —Apoyó su pierna sobre la de Denny, luego se sentó bruscamente. Notó que su pelo rozaba el techo y se agachó un poco—. Te gusta, ¿eh?

Denny sonrió de nuevo, y sujetó el pene de Chico con su resbaladiza mano. Chico empezó a balancearse. Denny dijo:

—¿Te gustan las chicas?

Chico se sorprendió.

—Sí.

—¿Te gustaría follarte a una chica?

—¿Por qué no te limitas a abrir la boca? O date la vuelta, ¿eh?

—Espera un segundo. Déjame…

—Hey, mira, todo lo que tienes que… —Pero Denny se puso laboriosamente en pie. Chico se dejó empujar hacia atrás, irritado y curioso.

—Vuelvo en seguida —susurró Denny, dejándose caer por el borde del altillo. Chico suspiró y empujó la mano por entre sus piernas. Puede que yo esté loco, pensó, ¡pero éste está como un cencerro! Llevó su otra mano detrás del hombro y alisó una arruga de la manta. ¿Mirar por encima del borde…? No. Se quedó contemplando el techo que había rozado su cabeza. Los antiguos propietarios habían pintado las grietas sin masillarlas antes.

Entró gente en la habitación.

Ella dijo:

—¿Dónde?

Denny dijo:

—Ahí arriba, en mi cama. Sube.

La plataforma se agitó cuando alguien empezó a subir la escalerilla. Chico miró. Su rizado pelo, alborotado por el sueño, sus sorprendidos ojos, su sonriente boca se asomaron por el borde. Dijo:

—Hummm… —Luego rió quedamente, y luego—: Hola.

—Sube —urgió tras ella la voz de Denny.

Ella miró hacia abajo.

—Ahora voy. —Pasó por el borde y se arrastró hacia delante, los pechos oscilando, contra sus brazos hacia fuera, uno contra otro hacia dentro.

En una ocasión le había traído whisky a la bañera cuando se había manchado de la cabeza a los pies con sangre.

—¡Hey! —dijo Chico—, ¿cómo estás?

Ella sonrió de nuevo y se sentó con las piernas cruzadas, con una gran mata de vello oscuro en el triángulo de sus ingles.

Denny subió también y se apoyó en sus antebrazos, sonriendo.

Estoy siendo utilizado, pensó Chico. Para qué, no estoy seguro.

—¿Qué se supone que debemos hacer ahora? —preguntó.

—A él le gusta que le chupen la cosa —dijo Denny.

La muchacha se inclinó hacia adelante, con la punta de la lengua asomando entre sus dientes.

—¡Hey! —dijo Chico a Denny—. ¡Se supone que eras quien debía hacerlo!

La expresión de Denny se volvió momentáneamente vacía. Luego acabó de arrastrarse a la plataforma. La muchacha rió de nuevo, y de pronto cayó contra él.

—Hey… —Chico la sujetó, y mientras ella reía, él se rascó el hombro contra la pared y se dio un golpe en el codo. Ella no soltó su pene.

Denny intentó no reír y dijo:

—Vamos, ahora estáte quieto… —Se había deslizado hacia un rincón y se balanceaba, sujetándose las rodillas.

—Hey… —dijo de nuevo Chico, y apartó una bota (de Denny) de debajo de su hombro. Algo, en medio de la presión, cosquilleó contra su pecho. Bajó la vista. Ella tenía su rostro apretado contra él: eran sus pestañas abriéndose y cerrándose—. Hey —dijo por tercera vez, y sujetó su rizado pelo con las manos y tiró de su cabeza.

Ella sólo dijo:

—¡Ahhhh…!

Él la besó. Ella aferró sus hombros cerca del cuello y empujó con la lengua. Él se alzó con la mano izquierda, apretó la suavidad de su hombro con la derecha, de su pecho, de su vientre. Cuando empujó índice y medio contra los carnosos repliegues de su cono, ella alzó una rodilla, agitando muslo y pantorrilla. La entrada fue suave. Dentro, sus dedos hallaron una deslizante firmeza que lentamente se hizo más y más suave. Ella emitió un montón de pequeños ruidos, y su mano sobre su pene se volvió tan enloquecedora como plumas. Intentando (y consiguiéndolo) no extraer su lengua de la boca de ella, se movió en torno a ella, arrastrándose sobre sus anchas caderas, y se encajó entre ellas. Empujó de nuevo para situarse, y abrió los ojos para descubrir los de ella, muy abiertos, mirando a Denny. Pero se volvieron inmediatamente hacia él, y al mismo tiempo abrió las piernas y le rodeó con ellas como si fuesen ardientes almohadas. Él la penetró con pene y lengua, pero algo cambió de velocidad dentro de él; se movió lentamente, y empezó a construir a partir de esa lentitud. Curioso consigo mismo, alzó una oscilante mirada. Denny se había puesto de rodillas, el pene enhiesto, abriendo y cerrando ligeramente la boca…, murmurando cosas con voz demasiado baja para entenderlas.

Chico volvió de nuevo su rostro contra el de ella y se sintió momentáneamente rodeado por suavidad, humedad, calor. Bombeó, hacia dentro y hacia fuera, y eyaculó; un solo e intenso espasmo que la dejó a ella agitándose bajo él y chupando su boca, la zona dura entre sus aplastados pechos apretándose contra él. Sintió la violenta necesidad de liberarse de cualquier contacto físico, una cosa que no experimentaba desde hacía mucho tiempo en su adolescencia. Se apartó rodando de ella, sintiéndose estúpido, mientras ella contenía el aliento y el frío abofeteaba sus sudorosos muslos y estómago…, del mismo modo que sabía que había abofeteado los de ella. No era eso tampoco. De espaldas, se apartó de nuevo de ella; ella no protestó, pero se volvió para apretar su rostro contra él.

—Hey… —Alzó un brazo para deslizado debajo de la cabeza de ella—. Hey, ven aquí. —Con el otro, hizo un gesto a Denny.

Denny estiró sus piernas hacia atrás y se deslizó en dirección a ellos. Chico lo sujetó por el hombro. Denny se tendió, apoyó una pierna sobre la de Chico, con su pene a poca distancia de la cadera de Chico.

—No te has corrido, ¿verdad? —preguntó Chico a la muchacha.

—Hum —dijo ella, sorprendida, y le parpadeó. Él tiró de Denny, sin mirarle—. Yo le he lanzado mi descarga, pero tu amiga aún no ha tenido la suya. Haz algo al respecto.

—¿Uh? —Notó que Denny se apoyaba sobre un codo.

Chico lamió la nariz de ella. Ella le miró de reojo.

—Quiero ver cómo le sacas mi esperma de su cono y te la comes —lo cual era evidentemente imposible. ¡A eso es a lo que estoy acostumbrado! Deseaba observar el rostro de ella; tenía los ojos entrecerrados, resplandecientes rendijas entre las pestañas. Su labio superior rozó y rozó el inferior. El cuello de Denny era dos duras franjas con un valle entre ellas. Chico tiró de él hacia delante.

—Vamos, hazlo.

Denny gruñó su protesta. La muchacha, de pronto, pareció sorprendida.

Chico clavó su mano en el cuello de Denny, a tiempo de ver el miedo debajo de la protesta.

—Vamos, jodido mamón. ¡O te parto la cabeza!

Denny tragó saliva y bajó el rostro.

Chico cerró los dedos en el amarillo pelo, empujó la oscilante cabeza y la volvió a empujar, menos fuerte de lo que pensó que debería.

—Oh… —dijo ella una vez, y agitó su pierna. La miró: seguía manteniendo su expresión sorprendida. A unos pocos centímetros de su rostro, la interrogó con los ojos (ella no respondió), la besó suavemente, más fuerte, hasta que al final ella cerró los ojos, con fuerza, y empezó a jadear. Notó su mano tocar y evitar la suya en el pelo de Denny, así que lo soltó (pero siguió apretando su pierna contra la espalda del muchacho) mientras la besaba. Acarició su fláccido y largo pecho, colgando sobre sus costillas. Una robusta muchacha de… ¿diecisiete años? ¿Dieciocho? Mayor que Denny; aún una niña. Su suave lengua se aplastó contra la dura de él. Se mantuvo apartado de ella, tocándola solamente con mano y boca. En una ocasión sus manos tropezaron con el arqueado vientre de él, volvieron al pelo de Denny, y oyó al muchacho jadear. Denny estaba arqueándose en las arrugadas mantas mientras su cabeza se agitaba y hurgaba.

—Unn… —dijo ella—. Unn… Unnn… Unn… —Luego lanzó un gritito y se aferró a él.

Chico se dejó caer sobre ella, abrazando las blanduras de sus costados entre sus manos y codos.

—Quita tu jodida rodilla de mi cabeza —dijo Denny.

Ella recorrió la espalda de Chico ascendiendo con la punta de sus dedos, y suspiró, y endureció las manos en su ascenso.

Denny se liberó de sus piernas y se dejó caer contra Chico.

—¿Qué tal te ha ido, cara chorreante? —Chico rodeó a Denny con un brazo. El muchacho enterró su barbilla, ya fría, en el hombro de Chico—. ¿Le haces esto a todo el mundo que se deja caer por aquí pidiendo una chupada por la mañana?

—Fue idea de ella —dijo Denny.

Ella dejó escapar una risita y dijo:

—¡No es cierto!

Chico notó las ingles del muchacho apretadas contra su cadera.

—Denny aún tiene una erección —le dijo a la muchacha—. ¿Quieres cogerlo por tu cuenta y darle un repaso?

Ella alzó la cabeza y rió de nuevo.

—Seguro. Pero él no querrá.

Chico se volvió hacia Denny.

—¿No te gusta joder? —Estaba sediento. Pero no puedes pedir algo de beber hasta luego…

—Supongo que no —dijo Denny—. Quiero decir que no voy a mantenerla… —Se miró el pene, con una repentina gravedad adolescente—. ¿Lo ves? —Estaba empezando a deshincharse.

—Esta lengua seguro que la mantiene, ¿no? —dijo Chico. La muchacha acarició el lado de su rodilla con la de ella.

Chico le devolvió la caricia, avanzó la mano por entre las piernas de Denny.

—Hey, ¿qué estás…?

—¡Huau! —dijo Chico—. Ya está arriba de nuevo. Vamos, quiero verte probarlo.

La muchacha rodó sobre su espalda.

—No funcionará.

—Tú cállate.

—Creo que debería. —Ella cruzó los brazos debajo de sus pechos—. Pero no deja de decir que es gay.

—¿Por qué no me dejas? —dijo Denny.

—Tengo una mano llena de tu aparato. —Movió los dedos, y el vello púbico de Denny cosquilleó el círculo de nudillo, índice y pulgar—. Ya vuelve a estar dura.

—¿Denny? —dijo la muchacha, y descruzó los brazos.

Envuelto en el anillo de la mano de Chico, el pene de Denny se tambaleó ligeramente, pero no cedió.

—No te preocupes —dijo Chico—. No la voy a soltar.

—Mierda —dijo Denny, y se irguió sobre un codo—. De acuerdo, pero no va a funcionar. —La rodilla de Denny golpeó el estómago de Chico.

—Uhhh…

Las manos de Denny aterrizaron en el pecho de Chico.

—¡Hey, la soltaste!

—¿De veras? Sigue estando dura. ¿Estás seguro de que esto es lo único que te preocupa? —Chico se sentó erguido y apoyó una mano en la cadera de Denny, y acarició las nalgas del muchacho con la otra, movió su mano entre ellas, hasta el vello y la fláccida piel del escroto. La piel de Denny seguía estando tan seca como el ladrillo. La suya y la de la muchacha (un suave muslo estaba extendido debajo de su pantorrilla) estaban húmedas. Ella se agitó y emitió un sonido que podía ser un gemido; podía ser una risa reprimida; incluso una protesta.

Chico apoyó una mano en el vientre de ella, apretó un dedo contra un carnoso repliegue. Agitó la mano en mitad de su vello y coreó su gemido con su voz.

Un músculo en el muslo de Denny se agitó contra la muñeca de Chico. Los testículos yacían en su palma. Chico acarició la parte inferior del pene con los dedos.

—¿Te gusta esto? —Sujetó el pene, hizo ascender la mano para cubrir el circuncidado glande, la descendió, y la carne siguió su movimiento rígida como una esponja seca—. Sólo piensas en el resto de mi eyaculación encerrada aún ahí dentro, ésa que aún no has recibido contra tu rostro. No la perderás…, ¡seguro! —Mientras, su otra mano, con el tercer y cuarto dedo abiertos, seguía apretando, y ella gimió, completamente empapada—. Adelante…

Denny se inclinó. El músculo en su muslo se agitó hasta que su rodilla se deslizó sobre la manta.

—Su miembro y mis dos dedos en tu cono —dijo Chico—. Eso puede hacer que todo salga bien. ¡Hey, mira su erección!

La mano de ella descansaba fláccida: pequeños dedos sobre blancas palmas donde el sudor brillaba como mica. Los dedos se agitaron para cerrarse y no se cerraron, se agitaron para abrirse y no lo hicieron tampoco; ella acarició los hombros de Denny mientras su pálido pelo rizado colgaba en mechones sobre su rostro. Chico notó el temblor del muchacho, su pene deslizándose entre sus nudillos. Retiró su mano de entre ellos para mantener su propia erección. El cuerpo de Denny se aplastó sobre el más ancho de ella. Chico hurgó de nuevo entre ellos.

—Hey, muchacho…, ahí vamos. Te gusta, ¿eh? —Se inclinó hacia un lado para acariciar el brazo de ella, y notó que un músculo se tensaba en el hombro femenino—. A ti también te gusta, ¿eh? —Al séptimo u octavo movimiento, pudo mover de nuevo su dedo medio, hundido hasta el nudillo en ella junto a la bolsa del escroto de Denny que, tras mostrarse tan arrugado como era posible, era ahora liso y blando en su palma. Denny se arqueó para empujar. Su mano golpeó contra el hombro de Chico. Éste no pudo ver su rostro. Denny empujó de nuevo, y el contraempuje de ella bajo él hizo vibrar sus piernas. Estaban todos tan silenciosos, pensó, y contuvo el aliento; su propio pene estaba rígido y tenso y lo bastante duro como para dolerle. Retiró su mano de entre ellos y la relajó a su lado, se apretó contra ellos, su miembro a lo largo de la agitante hendidura entre los dos, un brazo cruzado sobre la espalda de Denny, el otro sobre la cabeza de ella. Denny no rompió el ritmo. Chico hociqueó entre sus rostros, intentando besar a la muchacha, pero ella no se volvió hacia él. La respiración de Denny era fuerte como el resoplido de un motor.

—Hey, jode toda esa mierda… —susurró Chico—. ¡Haz estallar este cono como una granada abierta, chupapollas! ¡Entiérralo en tu cono, puta! —Denny era un movimiento contra su cadera derecha; contra su izquierda, la cadera de ella empujaba y se retiraba debajo de Denny, alzándose y cayendo, alzándose y cayendo, alzándose y cayendo. De modo que movió su mano, haciéndola descender entre las nalgas de Denny; notó el primer sudor en el seco cuerpo. Denny empujó más fuerte. Ella había alzado su pierna al otro lado rodeando las caderas de él, y estaba jadeando. Chico reptó la mano subiendo por su tobillo, pensando, quizá no lo consiga, y la introdujo entre las piernas de Denny, bajándola unos pocos centímetros para poder abarcar, formando copa, sus testículos; Denny gruñó, y él estuvo a punto de apartar su mano, pero el gruñido se articuló:

—Sí… Así, eso está bien. Sigue…

Echó la mano hacia delante y ella, debajo, debajo, se estremeció de una forma que podía albergar una protesta. Denny empujó y empujó y empujó y empujó y empujó y dejó de empujar, mientras ella se corría, y dejó escapar todo el aire.

—Jesucristo… —murmuró contra el cuello de la muchacha. Sus nalgas se relajaron. Luego empezó a jadear.

Chico frotó su cuello, y Denny rió contra ella, alzó la cabeza para apartar su pelo del rostro de la muchacha. Ella también jadeaba.

—¿Hey? —Chico acarició su mejilla con los nudillos. Los ojos muy abiertos de la muchacha le miraron—. ¿Te corriste esta vez? —Empujó con la otra mano su pene hacia el muslo de ella—. Puedo hacerlo de nuevo.

Ella exhibió una incierta sonrisa.

—Estoy bien.

—¡Mierda! —Chico dejó caer la cabeza con un ladrido de risa—. Estoy cansado, esto es lo que me pasa. —Cerró los ojos, y un latido más tarde los oyó a los dos moverse. Sus ingles, aún congestionadas, le dolían. Apuesto a que despertaré con calambres bajo las pelotas, pensó, y no le importó.

Denny acarició su hombro, lo sacudió un poco. Así que rodó de vuelta contra ellos. Denny emitió otro sonido como un suspiro y abrazó a Chico fuertemente, y de pronto hundió su rostro en el cuello de Chico.

—¡Hey…! —Miró al muchacho, que estaba riendo entre jadeos como un cachorrillo (como ella, recordó, cuando cayó la primera vez sobre él). Descendió su mano por el duro costado de él hasta que sus nudillos tocaron el más blando de ella—. Duerme un poco. —Denny apartó su rostro, y Chico colocó su brazo bajo el cuello de ella (su pelo era mucho más rizado que el del muchacho, y su nuca estaba húmeda y muy caliente; la de él, húmeda y cada vez más fría), y se sintió lo bastante confortable como para dejarse derivar hacia el sueño. En su deriva, se dio cuenta de lo pesada que era la respiración de Denny, y escuchó la de ella. Era más lenta y parecía como mucho más lejana. Luego, al cabo de un tiempo que pudo ser de sueño, se hizo más rápida. Tendió la mano hacia ella, sólo la rozó, pensó: Una extraña, hey, y hermosa. Sus labios, cada vez más secos, se habían pegado el uno al otro. Se desgarraron con su aliento y la murmurada palabra: hermosa. Relajado, se dejó derivar de nuevo hacia el sueño.

Se despertó en medio de una irritación que se transformó inmediatamente en placer. Alguien estaba chupando su pene. Sonrió en la oscuridad de sus párpados, descendió tres niveles de pensamiento. ¿Lanya? No, aquella otra muchacha. Su mano tanteó el hueso debajo de un pelo suave, y tropezó con el duro y huesudo hombro. Denny gruñó.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Chico. Giró la cabeza hacia la izquierda, luego hacia la derecha, sobre la sucia manta, luego de nuevo, con los ojos abiertos. La muchacha se había ido.

Denny dijo:

—Estabas durmiendo todo el rato con esta maldita erección. Sólo estaba… —Chico cerró los dedos sobre el pelo de Denny y empujó su cabeza hacia abajo.

—Empezaste a hacer algo, y aún no lo has terminado.

Denny volvió a emplear la boca.

Chico movió un puño por la manta junto a su rostro, esperando captar aún el calor de ella. Un recuerdo fantasioso del rostro de Denny entre las piernas de ella y su pene metido entre ellos… Se alejó de la fantasía y siguió tendido, con la boca abierta, la cabeza echada hacia atrás, todos los músculos relajados; Denny tenía agarrados los testículos de Chico mientras chupaba; y aquello le hacía sentirse bien. Chico sujetó los costados del muchacho con sus piernas. Y eyaculó. Fue algo así como aceite caliente derramado sobre algodón (algodón en llamas; llamas, al lado del agua. Agua y cenizas y cenizas empapadas a través de él).

—Ven aquí.

Denny se tendió contra el pecho de Chico.

Chico acarició su espalda, seca como pergamino como antes. Deseó decir gracias, pero decidió que sería estúpido, así que en vez de ello dio un apretón en el hombro a Denny.

—Tu esperma sabe distinta de la mía —dijo Denny.

—¿Sí? —Chico cerró los ojos.

—Es más líquida, ¿sabes? Y hay más.

—Soy mayor que tú.

—Y es más amarga.

—¿Sabes? —dijo Chico—, eres un muchacho bastante curioso. ¿Dónde fue tu amiga?

—Se…

Alguien entró en la habitación, movió algo debajo de ellos, volvió a salir.

Chico miró por entre las mantas a una cabeza anónima perdiéndose en el umbral.

—… levantó hace un rato y salió fuera. —El puño de Denny se abrió en el hombro de Chico.

—Oh. ¿Hacéis esto muy a menudo?

—¿Eh?

—El llevaros a la gente a la cama todo el tiempo.

—No así.

—¿Así cómo?

—No sé. La mayor parte de las veces es idea suya. Es mi mejor amiga aquí.

Chico asintió, golpeando suavemente con su barbilla el cráneo de Denny.

—¿También es una escorpión?

—No. No es miembro. No como Filamento. O Dama de España. Sólo le gusta ir por ahí con ellos. —Cambió de conversación—. Me refiero a nosotros. A veces le traigo chicos. Siempre que ella me deje mirar. Un par de veces me he mezclado con los chicos, sólo un poco. Pero no como…, bueno, como lo hemos hecho nosotros.

—¿Te gusta mezclarte también con ella?

Denny se encogió de hombros.

—No lo sé. Supongo que sí. Pero nunca había hecho esto antes. Quiero decir, entrar en ella.

Chico se echó a reír.

—A veces ella me dice que debería hacerlo, pero nunca lo había hecho. Me resulta embarazoso, ¿sabes? No puedo mantener la erección. Quiero decir, antes.

—Oh. —Chico intentó no sonreír, aunque Denny no podía verlo.

—Puedo traerle chicos dos o tres veces por semana, a veces. Ella dice que no quiere ser la amiga de ningún tipo.

—¿Le gustan dos a la vez? Me ha dado esa impresión.

—Es probable. —Denny se agitó un poco—. Lo hacemos todo juntos, cualquier locura, ¿sabes? Si le digo a ella que haga algo realmente alocado, como subir a un viejo edificio donde quizá haya gente oculta con armas, lo hace. Encontramos todo tipo de cosas. En los viejos edificios. Hay montones de cosas por todas partes.

Chico cruzó los brazos sobre la espalda de Denny; la cálida boca rozó su pecho.

—Me gusta mirar mientras lo hace con los chicos —dijo Denny—. Cuando te la chupaba, ¿estabas pensando en ella?

—Te gustaría, ¿eh? No, no estaba pensando en ella. Quiero decir, sólo un poco, al principio.

—No me importa en qué estuvieras pensando —dijo Denny—. Crees saber mucho acerca de lo que me gusta, ¿eh?

Chico se encogió de hombros.

—Creo que me gustas. ¿Qué te parece esto? —Se relajó del encogimiento de hombros, empezó a reír—. Si quieres chuparla, hacer todo un acontecimiento de ello, no tengo nada que objetar. A partir de ahora vas a darte la vuelta y a echar a correr con expresión asustada y los ojos muy abiertos cada vez que nos veamos, ¿no? Pero me gustaría hacer el amor contigo, de tanto en tanto. Sólo contigo.

—¿Como si yo fuera una chica?

Chico suspiró.

—Ajá. Si quieres decirlo de este modo.

—Me gusta.

—Sabía que te gustaría. —Alborotó el pelo de la nuca de Denny con la mano.

—Cuando te masturbas, ¿te gusta hacerlo como lo hice yo?

—¿Eh?

—Ya sabes. Comerte tu esperma.

—Oh. No. La he probado un par de veces. Sí, demonios, creo que lo probé una o dos veces, sólo para ver.

—Yo lo hago siempre —dijo Denny con resolución—. ¿Cómo sabías que lo hacía?

—Simplemente conozco a otra gente que también lo hace, así que… Bueno. No lo sé.

—Oh.

—¿Va a volver ella? —preguntó Chico.

Denny se encogió de hombros.

—Oh —dijo de nuevo Chico, y pensó que había estado diciendo aquello mismo demasiadas veces. Así que cerró los ojos.

Escuchó a la gente que se movía por toda la casa, pensando que ya debía ser bien entrada la mañana. Algo —el codo de Denny— golpeó su sien, y se dio cuenta de que despertaba después de haberse dormido de nuevo.

Abrió los ojos y se sentó. Denny permanecía tendido, encogido, a su lado. Chico inspiró profundamente; notaba la cabeza pesada con los detritus del placer. Se frotó el hombro y le hormigueó, detuvo su mano en la cadena que cruzaba el vello de su pecho. Seguía aguantando: de un tiempo muy lejano, despertar y dormir y volver a despertar, recordó al rubio mexicano que le había sorprendido en la calle. Chico frunció el ceño y empezó a buscar sus ropas.

En primer lugar, tenía que ir al cuarto de baño. La cabeza le dolía un poco, y su boca tenía el sabor de gelatina insípida, sólida en torno a su lengua y dientes. Buscó sus pantalones, se agachó, apoyó una mano en las nalgas de Denny. Un rostro, pensó, surcado por una línea obstétrica. Mejillas, pensó, hundidas por el asombro. Si sigues por aquí, voy a desgarrarlo. Denny se frotó la nariz, probablemente estaba despierto, pero no se movió.

Chico tiró de sus pantalones, arrastró su chaqueta y su bota por encima del borde de la plataforma. La gente en los sacos de dormir seguía aún allí. Al inclinarse para ponerse la chaqueta, notó que le dolían los costados; se apoyó en la jamba para ponerse la bota, y por primera vez desde hacía tiempo deseó tener una segunda. (Una visión de sus propias manos dejando resbalar polvo entre ellas, el polvo convirtiéndose en agua.) Se dirigió al pasillo.

La persiana de color pardo y el calor en el altillo de Denny habían conjurado un falso verano.

El cielo más allá del sucio cristal de una ventana en la parte alta del pasillo era tormentoso. La puerta del cuarto de baño se abrió: no la chica de Trece, sino el propio Trece. Su largo pelo estaba enmarañado por el sueño.

—No me dijeron que estabas por aquí. —Trece hizo una profunda inclinación de cabeza, con la voz ronca por el cansancio—. No te he visto en un par de días.

Chico entró en el cuarto de baño y, mientras orinaba, se esforzó en no pensar en cuándo había sido la última vez que había visto realmente a Trece. Apoyó el puño contra su dolorido costado y reflexionó: seguro que no es posible joder hasta morir. Se pasó la lengua por el amargor residual de los rincones de su boca, miró de reojo hacia la ventana. ¿Tormentoso?

Increíbles suspensiones en el seco aire, y se movió entre ellas, esquivando y/o haciendo estallar todos los agujeros. Aguardó algún precipitado brillante. Su orina chapoteó y calló. Se masajeó los fláccidos genitales, no con deseo, sino para suscitar alguna sensación. Notó humedad en los nudillos y bajó la vista, preguntándose si era orina o mucosidades residuales. El placer puede ser un asunto abrumador, pensó, y se abrochó los pantalones.

En el pasillo, se detuvo chupando sus salados dedos hasta que se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se preguntó por qué lo estaba haciendo, y recordó a Denny. Sonrió: un psicólogo le había calificado en una ocasión como una enloquecedora combinación de inestabilidad y obstinación.

Recorrió el pasillo sin verlo realmente, y abrió la puerta delantera. Retiró los dedos de su boca, reconoció el rizado pelo de ella, intentó adivinar sus mullidos hombros bajo la camiseta azul que llevaba ahora.

Ella bajó los escalones.

Curioso, se dirigió a la puerta. Si ella se vuelve, pensó, sus ojos serán rojos, ¿no?

Ella se detuvo junto al coche, curioseando algo con un dedo debajo del doblado borde del guardabarros, mirando con aire ausente hacia el final de la manzana; volvió la vista hacia él.

El ligero estremecimiento era todo anticipación.

Ella parpadeó unos sorprendidos ojos castaños hacia él, en un rostro que podía ser irritado.

—Hey —dijo él, y le sonrió desde arriba de los escalones, lo cual resultaba cada vez más difícil de hacer ante su inexpresivo parpadeo, excepto para expresar confusión. Expresando confusión, sonriendo, los bajó—. No me di cuenta de cuándo te ibas. —Hay algunas tormentas, pensó debajo del lacerado cielo, es más fácil caminar hacia ellas.

—Sí, claro —dijo ella mientras él bajaba los escalones—. Seguro que sí. —Sus dedos siguieron moviéndose junto al roto cristal del faro.

—Si no andas con cuidado, vas a cortarte…

—Hay algo curioso en ti —dijo ella, con una expresión de desagrado—. Eso fue extraño, o peculiar, o algo así.

—Mira —dijo él—, supongo que no vas a darme nombres. —Y se dio cuenta de que no sabía cuál era el de ella. Aquello lo lanzó a estrellarse contra su embrionaria irritación, hasta que estuvo mucho más cerca de ella de lo que deseaba estar: sus dedos, apretados contra su pierna, estaban intentando adoptar la misma posición que los de ella. Su rostro hizo una mueca, intentando imitar el de la muchacha.

—Cuando él estaba… estaba conmigo, todo fue entre él y tú. ¡Hubiera sido igual que yo no estuviera allí!

—Cuando yo estuve contigo, todo fue entre tú y él. Supongo que fue igual que si él hubiera estado bombeando mi carne. —Y sintió, mientras lo decía, que la comparación era injusta—. Él dice que tú eres su mejor amiga. ¿Es cierto? Él piensa que lo hace por ti, ¿tú piensas que lo haces por él? —Su rostro, tensándose después del de ella, registró tan intensamente una repentina tristeza dentro de él que necesitó un instante tras otro instante para darse cuenta de que la expresión de ella había cambiado.

—¡Acostumbraba a ser la persona más lista de mi clase! —dijo ella de pronto.

Él se preguntó por qué sus ojos estaban ardiendo hasta que vio las lágrimas en los de ella.

—¡Yo… acostumbraba a ser la persona más lista de mi clase! —Dejó caer su cabeza.

Él bajó también la suya, susurró:

—Hey… —y apoyó una mano (demasiado gentilmente, pensó) en su nuca, apoyó su frente contra la de ella.

—¿Por qué no te vas? —dijo ella con una triste y cansada irritación.

—De acuerdo. —Dio un breve apretón a su nuca, dejó escapar la débil risa de la retirada, y regresó escalones arriba (su palma estaba fría; la nuca de ella había sido cálida). A mitad de camino del pasillo, sin embargo, estaba frunciendo el ceño.

Cuando volvió a subir al altillo, Denny (entre los puños de Chico) se volvió y parpadeó y gruñó.

—Hey, tu chica ahí afuera está toda trastornada.

—¡Oh, mierda! —dijo Denny, y se sentó. Restregó las palmas de sus manos contra sus ojos, luego se dirigió hacia el borde de la plataforma.

Chico sujetó su no encadenado tobillo.

Denny volvió la vista.

—Vosotros, muchachos, ¿pasáis por un trauma así cada vez que jodéis?

—Es culpa mía —dijo Denny.

—Seguro —asintió Chico—. Vuelve aquí, ¿quieres?

—Será mejor que vaya. Sospecho que he estado hablando demasiado de ti. Sospecho que no le he estado hablando de otra cosa desde hace mucho tiempo.

—Lo cual me recuerda —dijo Chico— que también has estado hablando demasiado de esa dama en los almacenes con la escopeta de perdigones que realmente no servía para nada, ¿sabes?

Denny sonrió.

—He estado hablando de ti malditamente mucho más que eso —y desapareció por el borde de la plataforma.

Chico se tendió de espaldas, gruñó.

—Jodido… —y rodó sobre sí mismo, deseando que hubiera alguien más allí. Quizá, pensó, muy cansado, la traiga de vuelta. Denny, imaginó, regresaría. ¿La hubiera tocado realmente de no ser por él? (Reconoció los inicios de un tumulto de paranoides especulaciones; los reconoció tanto como el sueño que yacía al otro lado de ellos.) ¿La hubiera tocado en la calle? Si hubieran sido amantes, hubiera podido llegar a descubrir en un día, una semana, un mes, si eso era lo más adecuado que debía hacer. Infiernos, ¿tenía que haberle contado todo aquello a Denny? Estaba siendo usado; no le gustaba. Aquél no era el tipo de mierda que arrojas sobre alguien a quien acabas de arrastrar a la cama. ¿Amantes? Decidió que ella no le gustaba en absoluto. (Ella, entre los silenciosos otros, había dicho en una ocasión: «Adiós».) Por otra parte, él no hubiera debido estar hurgando en armarios emocionales como aquél. (Se volvió de nuevo sobre sí mismo, deseando que Lanya no hubiera desaparecido.) ¡Idiotas, estúpidos muchachos! ¿Por qué la había traído Denny? Finalmente decidió que la farisaica indignación era lo más fácil. Por primera vez en mucho tiempo fue consciente de la cadena que rodeaba su cuerpo. Tenía que tener cuidado que no se rompiera de nuevo, pensó…, sin estar realmente seguro de por qué tenía que temer que aquello ocurriera.