Desde el principio nos acompañó el logos. ¿Quién nos acompañará en el final? Extiende sábanas, y que el viento las mueva. Eso ha de ser el logos. Suspendidas entre el cielo y la tierra, obedecerán las leyes de la gravedad. Míralas caer hasta quedar inertes. Mi cerebro arde de ideas o de sueños. Un ómnibus me lleva por una escalera. Viajo solo, y alguien me dice: Estás muerto. Como estoy vivo, para salir del ómnibus, despierto. Refulge mi logos. Qué suavidad la suya. Me acaricia con sus plumas de luz; me pinta un paisaje, y en el paisaje un niño que me llama con su dedito. Soy yo, aprendiendo a decir «mamá». Pienso en una torre colmada de sordo-mudos y de ciegos. En ella trato de refugiarme. Apenas entro, se desploma. Se convierte en una colmena de furiosas abejas. Mi logos entonces, con un golpecito en la sien, instaura el silencio y la negrura.
He comprendido.
1976