Para Ana María Muñoz
Querida, no dijiste que hoy es tu natalicio, y que soñaste subir
penosamente los escalones del templo del Dolor; tampoco
aseveraste que se te quemó el pastel de pollo. Ni siquiera te
pasa por la mente dónde irá a parar el humo de esa chimenea
que sobresale por entre árboles esqueléticos; ni que esta tarde
el aire te trae el recuerdo de otra vida; ni que yo, como un perro
desvalido, ladro al fantasma de mi desesperación.
Ana María,
esta divagación me ayuda a soportarme; como un niño
malcriado hundo el dedo en el helado de fresa, interrumpo la
conversación de los mayores, enumero en voz alta las verrugas
de mi madre…
Ana María,
ayúdame a salir de mí. Llévame por ese camino interminable a la
quietud de un esplendor permanente.
1973