Tú, que has estado en la mesa seráfica del quirófano,
comiendo de tu cuerpo inmundo y de tu sangre impura,
estuviste muy cerca de la idea
que nos hacemos de los ángeles.
En esa tentativa del peligro supremo
pensaste en todos,
a todos viste tal y cual somos,
oscuros, tan oscuros,
mientras resplandecías
y de tu pecho brotaba el maná de la compasión.
Olga,
la grandeza es inalcanzable
en tanto que la compasión no nos golpee,
en tanto nos deje de avisar el supremo peligro.
Entonces, Olga,
las fuentes de la vida se abren
manando muerte,
se abren para inundar las fétidas cuadras
de nuestro cuerpo y limpiarnos beatíficas.
Entonces, Olga,
somos compasivos, tanto,
que otra Olga, yacente
bajo la anestesia, nos mira piadosa.
Los quiero, los quiero a todos —murmura—.
Yo, la que estoy de visita en los jardines eternos,
oigo las precisas palabras
ante la verdadera forma de las cosas.
Tú eras incorpórea, te deshacías de tu sucia posada,
y a nosotros nos hacías incorpóreos.
Gracias, Olga, por este presente.
Ahora volveremos a ser mortales,
ahora, lejos del país del loto perfumado,
nos queda la consolación
de haber estado en el quirófano.
1972