Un día que la mar estaba gruesa, tomé un barco con cien
espadachines. No encontré a la sirena enmudecida, y di vueltas
y vueltas con mi lira. El aire circulaba sin piedad.
Marinero, préstame tu pipa. No sabes cuánto añoro las
mañanas en que envuelto en un capote gris hacía volutas.
Bandazos van y vienen como peces. La ola salta, y me quedo
entre algas y corales.
No volveré a ser un niño absorto en el recuerdo de la
tempestad.
1954