Si mal su duda se decora
en la apariencia del altar,
el espinazo puede alzar
una mano que se evapora.
No puede extender su mar
hasta la vértebra incolora.
Arrodillada se deplora
patéticamente impar.
El equilibrio es alzar
a la mano el pie, donde mora
un inapresable ahora
que ésta no podría tocar.
¡Ah! qué labio sabe renegar,
si bajo el paño rememora
toda la evanescente flora
de su paroxismo talar.
Concluye un amarillo azar
en la costilla creadora,
y vuelve, si la bestia azora
la naturalidad del amar.
Nadie intentaría negar
la fecundidad de la hora,
la hora como un barco se escora
en la monotonía del orar.
¡No! Que no concluya en altar
lo que es piel, mediodía, aurora…
A grandes pasos, cazadora,
se asoma la noche polar.
1951