Su modo oscuro impulsa la demencia.
La morada llovizna allá en la risa.
Tú ordenabas, sabías. La eminencia
siempre morada sobre tu camisa.
Mirada por tus ojos: tú sabías
el golpe que de pronto canoniza.
Obispo o perro, lento se desliza:
nadie sabe qué altar o qué jauría.
Después la testa sobre el terciopelo
pone su melodía en lo que avisa
a la bestia extendida. No desciende
el tiempo de la música, el desvelo
sonoro de la tela. Su camisa
testifica el desastre. Ella comprende.
1945