SECA LAMENTACIÓN

A cada uno duele el abismo salvado.

Por encima de Dios nubes desesperadas

y la ruina que huye de la perfección.

A cada uno duele su desciframiento.

Como un arco tendido

cada cuerpo defiende su indiferencia.

Los muertos viven su descanso,

¿no fue para la vida que murieron?

Pero ahora vivimos. Esto es exacto:

exactamente vive aquel que está leyendo

y sabe que le duele el abismo salvado.

Son los desposorios de la bella lectura con el hombre,

y algo impuro se desprende de todo esto.

Tú no crees más en la navegación de la mano

por una pecera donde se ha ahogado un pájaro.

¡Oh siniestra cabeza, cabeza poesía!,

¿podrías aún comunicarte con la mano y el pájaro?

Nuestra naturalidad en este acto es espantosa.

Fue nuestro pecado soñar con los ojos abiertos,

soñar que el aire tenía la forma de una lira.

¿Es posible aún esta cantidad de demencia?

Pero ¡oh risa!, ¿puede caer este fruto?

¿Puede siempre el deseo morder la pulpa?

a cada uno duele su dureza como a Dios la luz.

La afinada manera de Dios

que todos esperábamos desafinada

y la congoja de la inmóvil esfera siempre justa.

Ninguno podría levantar esta victoria sin alas.

Por fin sabemos la divina medida:

somos más astutos que la esfinge

—pestilente estatua de la piedad humana.

¿Conocía alguien el olor de la selva aturdida?

No preguntéis ya más:

cae aquel cuerpo como un ojo vaciado.

1941