Para Roberto Pérez,
en sus veintitrés años
Eternamente joven en su instante,
el joven pasea entre los lirios del camposanto,
y deja oír su tonada.
¡Oh, muertos! Estoy tan lleno de vida,
late en mi corazón, en mi frente.
Esplendo como un sol,
y tengo en la garganta un ruiseñor.
Se dispone a vivir, ¡oh, delicia!
El agua,
que no lava llagas en su piel,
la deja bruñida
como el escudo de Perseo.
Soy el mágico espejo
en que depositan sus sueños los amantes.
Cantadme himnos, alabanzas.
Soy un ensimismamiento para los sentidos,
y una fragancia para el alma.
El joven pasa desafiante.
Sol, luna, estrellas.
Yo soy la seducción. Vengan a adorarme.
1978