Si fijas bien tus ojos,
si los achicas
aún podrás avizorar
el sol de tu juventud.
¿Asombro? ¿Te acuerdas?
Ocupaba la mitad del cielo.
Podías mirarlo de frente.
¿Asombro? Si era tan natural.
Tenía un color, una danza,
tenía un deseo,
una facilidad extraordinaria,
te amaba.
Todo lo que a veces en mitad de tu edad,
corriendo en el tren
a lo largo del bosque en la mañana,
creíste imaginar en ti mismo.
Es en el corazón donde se alinean los viejos soles
pues de allí no se ha movido el tuyo.
He vivido alumbrado por un sol tan grande.
Oh, tú dices, ese sol.
Y sin embargo tu juventud fue desdichada.
No hay que ser rey de Jerusalem.
Cada vida se interroga,
cada vida se pregunta y cada vida espera.
Volvemos a hacer el viaje.
Cómo ver más, si todo es limitado.
Y nos pusimos a inventar las máquinas.
Llegaron destrozando el viejo suelo
poblando el viejo aire,
ondas, rayos, brillantes ojos.
Y he ahí que nuestro poder
se ha hecho terrible,
y también mi inquietud.
Soy tan inestable.
Busco, devengo,
no tengo edad verdadera
y a veces todo me divierte.
Ha vuelto la antigua guerra
y apenas si había cambiado.
La sangre humana sólo tiene un modo de manar,
la muerte sólo tiene un paso,
siempre idéntico,
para lanzarse sobre mí.
¿Ha variado su máscara?
El espacio se ha reducido.
¿Es mi alma más nueva?
No osaría decir que es mejor.
El más culpable
sigue siendo nuestro placer.
La desdicha, ¿necesitaría justificación?
Es la tierra en que crece nuestra ciudad.
Gozo, pureza, no te acerques.
Nuestra vanidad se muestra lastimosa.
Qué apuro el nuestro
¡y son tan viejos los escrúpulos…!
Sí, es con el gozo que temblamos,
y sin embargo,
suspendidos sobre el pesar universal,
tenemos los sentidos:
que nos devuelvan nuestra fruición.
1975