DESCANSA, DESCANSA

A César Bermúdez

Dilacerado, desunido, roto,

no puedes más, y yo siempre puedo.

Si das al tiempo una oportunidad, una sola,

sembrará ortigas en tu sangre.

Ahora, en la vasta extensión de esa pradera,

van cayendo uno a uno los recuerdos inmortales.

Una leona ayuntándose con un río

de estrellas negras. Por él navegan

los seres que nada esperan

en este mundo ni en el otro.

Nadie recuerda ya la forma

en que el sol se asomaba,

sólo la negrura en la cara.

Vamos donde nada existe,

vamos, tierra dorada,

de copas fúnebres

y cascos de caballos sin relincho,

vamos, a una velocidad fantástica,

hacia los arrozales de ese hombre

cuya gorra amarilla es como una declaración de amor.

¡Ay! Pero un ay que haga explotar

las cuatro paredes de ti mismo,

un ay capaz de engendrar

la sonrisa en tus labios marchitos

y puedas encaminarte hacia el templo de champán,

forrado de martas zibelinas y duendes verdes.

¿Cómo…? ¿Pero cómo? Si lo supieras…

Como se puede en la vida para poder en la nada.

Más tarde, entre tendales de gasa y abruptas confesiones,

el cómo de tu vida reirá a carcajadas.

No, no te dejo, no te suelto, no te desato.

Como un perro tendrás que… ¿Aceptar?

Entre melocotones podridos y un guante caído de la mano

de la vieja dama, el cómo te dará un lanzazo.

Labial, palatalfricativa, gutural sonora,

sueña con tu lengua, sueña que es un misterio,

y morarás en esas alturas de focas desoladas.

La nieve empieza o va a empezar a caer, a caer

como el cadáver morado de un vigésimo piso.

Dale a tu lengua, hazla bífida, de serpiente,

acérala, tiémplala en la ortodoncia de tus dientes.

Menos y más, en la lengua, es el crucificado que esperamos.

Cuenta y narra, relata y expon los sortilegios

de la evidencia de una lengua en la palma de la mano.

Impetuoso relata hasta desintegrarte

en la dorada bruma de los días de tu dispersión.

La noche entra, dama enlutada y prostituta,

de coitos tan negros como sus telas.

Sus orgasmos traspasan la piel de los rinocerontes.

Allá, donde yo pongo el dedo, ¿no lo ves?

Allá es quien tiende la vista,

ese amigo lejano que te roe el corazón

cuando en las mañanas te lavas la boca.

En el allá que conoces nada hay que sembrar.

Unos cuantos insultos y unas medias rotas.

¿Cuándo? ¿Cuándo? En el mismo instante

en que lo piensas, todos los cuando

se alejan, vagones de un ferrocarril infinito,

trepidando, desolados, mordiendo el polvo.

Y tú en la estación del olvido, parado como una garza real,

gritas cuándo, cuándo, y la voz se te hace excremento.

De qué entraña maldita a la recíproca unidad del latido

vas explorando ese camino incrustado entre muertos

al alcance de la mano.

Pero la loba de la casa amarilla

te entrega sus colmillos para que la devores:

ahora comienza el aquelarre de lo insustancial.

Río de agua sin agua, de palabras sin palabras,

inextinguible sed que aspira a convertirse en agua helada

y derramarse entre los vericuetos de tus vísceras.

Insustancialmente docto en un saber purulento,

letras semejantes a albaricoques hendidos por la espada,

irás a ocupar el infierno de los mudos.

¿Ángel caído? No, estercolero entrando en la gracia,

mística sangre pasada por diez millones de hectolitros

de asombro, verdeando en los girasoles del no ser.

La muy ilustre tonta se mece en una cuna de odio.

Se lamenta del hígado que le cuelga entre los senos.

Cuando en ese tren ilusorio

se sumerja entre las ruedas veloces,

determinará para todos el peso exacto del amor.

Allá y el cuándo entretanto se alejan y atruenan el espacio con voces de piojos.

Han hurgado en las cabezas

y se echan a dormir en una cuna de tripas,

emocionados por haber entrevisto un reflejo de la vida.

blandamente, acolchados,

algodón en rama, vientre deshilachado,

mineral fundido y goce obtuso, van a recoger a lo sumo

un grano de olvido en la suela de tus zapatos.

Todo se esfuma, obnubila y expande

en un gigantesco crustáceo tirado en esa playa de esqueletos.

Déjalo, no lo toques.

Sigue tu camino hacia la concha que resbala

en una espléndida mañana y decapítala.

La sangre de su cuello brota como una liberación anticipada.

Pasa un trineo conducido por un caballero astuto.

Suban, suban —dice, y todos suben.

Cómo, cuándo, allá pasan.

La madrépora se va mudando en mariposa,

y todos caen abruptamente en la nada.

Hasta mañana, amor mío.

1975