ALOCUCIÓN CONTRA LOS NECRÓFILOS

De una vez y por todas: ¡a la mierda la muerte!

Mientras más me acerco a ella o ella a mí,

ni yo sé quién soy ni qué soy, le digo,

pero tú tampoco sabes quién ni qué eres.

El hombre te inventó o te dio nombre al menos,

tan sólo eso, que apenas si es algo,

una manera como tantas de infundir terror.

Pero conmigo eso no va, mi hermana.

Y menos, hacerle el juego a tus ritos.

Con los miles de millones de muertos

que conocemos, nuestra visión de ti

tendría que ser más bien risueña

o tan mecánica como la que ponemos

por ejemplo en el papel higiénico.

Si alguien osara en una noche

poblada de relámpagos, ululante el viento,

y todo el decorado de muerte chopiniana,

si alguien osara, digo, en medio de los suspiros,

coger al muerto por los cabellos

igual que a una peluca inservible,

y decir, con voz muy natural:

ya no es como nosotros, y aquí, señores,

no ha pasado nada, ¡y siga la fiesta!

De modo que en vista de la muerte,

de la muerte natural por supuesto,

mucha naturalidad, tanta

que hasta el muerto se vuelva natural,

tan natural que se entierre o se queme

sin derramar una lágrima.

Tenemos que reservarlas

para cuando nos duelan las muelas.

Y si digo la muerte natural

es porque las provocadas

por la mano del hombre contra otro,

no han de ser lloradas por muerte

sino por vida que la vida

no segó a su hora.

No practiquemos el culto de los muertos,

¿acaso podemos pedirles

que practiquen el culto de los vivos?

La comunicación se ha cortado:

ni nos hablan ni nos oyen.

Hablemos pues con los vivos,

hasta que podamos.

1974