Para hablar de Zaida
hay que disparar una salva
de veintiún cañonazos en su honor,
porque un amor infortunado
la hizo alcanzar las cumbres del deshonor,
y la cambió en cosa
y perdió el don de pensar,
la maravilla de apiadarse de sí misma,
de asomarse a una ventana y decir:
Sí, soy yo, Zaida.
Por eso ella merece
el homenaje del estruendo vano,
la pólvora en salvas, y el humo.
¿A quién eligió el Amor
para hacerte amorosa?
¿O no fue engendro del Amor,
sino de ti, madre alacranada,
secreta ponzoña que tu corazón exige
para darse la muerte inmortal?
1972