Mi hermana, en su trono del dolor,
echa hacia delante sus cabellos
para tapar la humillación de los días.
Cuando mi madre nos mostraba su retrato,
en la sonrisa de mi hermana
se reflejaba la esperanza de la salvación.
En esos días hermosos
ayudaba a bien morir.
Su sonrisa bañaba al moribundo,
y en los últimos fulgores
la cara de la muerte transfiguraba.
Ahora en su trono del dolor,
mi hermana es una muerta que sabe,
entre quejidos y palideces,
que nadie podría cambiar su cara.
1969