Lo de menos:
que tú no me ames,
y lo de más:
que soy el que te ama.
Es mi hermosa ventaja, y no como piensan los bobos, mi triste ventaja.
Soy tu cosa,
el piano que estás tocando, y mientras tocas, te dices:
«Un piano es solo un piano».
Pero también, casi con amargura:
«¡Qué enamorado está de mí!».
Quisieras arañarme
—y comprendo tu rabia—:
no estás en disposición de acariciarme,
en tanto que yo,
con la soberanía del amor,
te acaricio con la mirada.
Y tu alma, como un vampiro, bebe la sangre de mi alma: cada gota es la copa del lento veneno que se administran los indiferentes. Roto, exangüe,
incorpóreo, expirante puedo decirte:
No me ames.
1967