EL DELIRANTE

De la muerte los beneficios

y de la vida de los sacrificios,

inútiles, ignotos designios.

Como el león la desconfianza se acerca

pasando junto a la perfección de la hora,

amarrando desvelos que nos hacen morir de risa.

La tarde puede deshacerse sin ruido

como una lluvia de insensateces

molidas por la noche sepulcral.

Aquí, sostenido apenas por el momento lejano,

entre tantas mortandades categóricas,

acaso surge un recuerdo,

pero el gusano que roe el ojo del tiempo

multiplica el olvido en este infierno.

La pétrea compostura de su estupor,

el ruido de sus costillas machacadas

—suplicando sin que se le escuche—

lo precipita dentro de sus tripas.

Separa, adivina,

no puedes volver a tu secreto.

Dame el reposo, y si no puedes,

dame lo peor.

No me dejes solo en la tarde,

entre minutos alcoholizados.

Delirio empieza y delirio acaba,

sin que mucosidad ni respiro abran sus compuertas.

¡Qué rato largo es el delirio!

Que el delirio se imponga,

sólo en el delirio puede perderse el delirio.

Que no cese ese ruido delirante.

Ven, acércate, entenebrece y alcoholiza

lo que vive sobrio entre perfecciones.

Delira hasta meterlo en tu nariz,

y huelas sólo delirio.

El delirio te requiere

para chuparte hasta el último hueso.

1961