Tan, tan, tin, ton, tun, tran, tren, trin, tron, trun.
Para que la representación comience es preciso
que el Príncipe Fuminaro Konoye
se convierta en:
un fósforo,
un caballo,
un telón de boca
un sable,
un veneno,
un antepasado.
Príncipe: ¿está de acuerdo? ¿Conviene usted?
El príncipe lleva su mano izquierda a su talón derecho,
pone su mano derecha en su última vértebra cervical,
los ojos en las plantas de sus pies,
dirige su lengua al tope de sus cabellos ralos,
hunde el pulgar en su antebrazo marmóreo,
coloca el cuello en su ombligo,
y dice sí silbantemente.
Fuii, fuii, fuii…
Se acerca, entorchado, un enano norteamericano.
Príncipe: ¿tiene algo que declarar?
El príncipe, rayadamente como una cebra, contesta:
Ustedes no podrán comprar mi muerte.
Acto seguido el príncipe vuelve a su anterior posición,
y los jueces asumen la extraña figura del príncipe.
La representación se interrumpe breves instantes,
esos breves instantes que ellos requieren para salir
del magnífico entrabamiento que es el príncipe Fuminaro Konoye.
La primera escena es la del fósforo.
Será un bello modo de deleitar la sangre de un príncipe,
un fósforo terrible para alumbrar su cara
y para conversar en la hora del azufre.
El príncipe dice:
Agradezco esta preferencia en esta hora extrema.
El fósforo dice:
Frotémonos, príncipe, para que se haga la luz,
frotémonos, príncipe, para que las tinieblas sean,
deje que me raye en sus riñones con llama azulada,
mientras como arroz verde regado con orines,
déjeme, príncipe, futuro de tinieblas, futuro de animal indiferente,
cancillería dormida, déjeme rascar sus pulmones,
yo puedo introducir una mariposa en su sangre,
puedo sacar un fosfoaminolípido de su vejiga,
déjeme, príncipe Fuminaro Konoye,
Fuminaro con una flor en la mano,
con un imperio en la boca,
con un fuminaro en los labios,
con un konoye en la calle,
déjeme, graciosamente le suplico,
rayarme en su sonrisa asiática.
El príncipe responde:
Yo soy la caja, yo soy el plano,
yo soy el espacio cuadrado,
yo soy la cuarta dimensión,
tóqueme, huélame, gústeme:
soy todo lo que puede ser una caja.
Imperiosamente le digo: míreme, soy una caja.
Nadie podría juzgarme.
Mis jueces concluirían:
Imposible que el príncipe Fuminaro Konoye, Criminal de Guerra, pueda ser
juzgado bajo la forma de una caja.
Grandes risas, estentóreas risas, risas a cataratas, risas apocalípticas,
risas fosfóricas, risas hirvientes dicen:
Pero el príncipe Fuminaro Konoye no se ha presentado bajo la forma de una caja,
el príncipe es una caja en sí mismo.
Caja Fuminaro Konoye,
inclínate para ser rayado,
visiblemente de gigantesca estatura, con grandes flores en la crin del caballo
y flores diminutas en el yelmo,
con cuarta dimensión,
con grandes chorros de azufre por canales de alabastro,
y con tan magnífica sequedad que el Príncipe-Caja
seca el llanto de su pueblo en la hora suprema.
Déjame rayarte, raya, rayadamente como tu leopardo pintado,
déjate rayar Caja, déjate Konoye en la calle
bajo una lluvia de metralla,
ya en la raya, con restallantes bayas,
seguido por diez mil ayas,
de la democracia metido en sus mallas,
déjame rayarte caja de tu mortaja,
¡Oh, Fuminaro Konoye, con un fuminaro en la mano!
Arden entonces en mil pavesas todas las postales de colores del sagrado Fujiyama,
Adiós, Caja inflamada,
que te sea leve tu eterno paseo a caballo.
Ahora se va a representar entre el telón echado y la parte saliente del escenario.
Un poco más tarde se representará sobre el telón mismo, y al final será bajado el telón.
Dice el príncipe:
Les doy toda la razón,
les concedo que afírmen que soy príncipe,
y príncipe del Mikado,
que soy Fuminaro, que soy Konoye por los cuatro costados,
que soy Criminal y Criminal de Guerra,
que atenté contra la Democracia y contra el estado de Ojaio,
que no tuve el privilegio de padecer la poliomielitis,
que no medité la bomba atómica, que jamás vi el estado de Kansas,
os concedo, jueces, que soy todo esto,
pero os tengo que decir:
Soy un telón de boca.
Murmullos, toses enérgicas, arrullos y el volcán Sorullo,
cabezas de abundante pelo chocan contra cabezas calvas,
los jueces concluyen:
El príncipe Fuminaro Konoye no puede ser juzgado bajo la forma de un telón de boca.
Grandes risas, estentóreas risas, risas a cataratas, risas apocalípticas,
risas fosfóricas, risas hirvientes dicen:
Pero el príncipe Fuminaro Konoye Criminal de Guerra
no se presenta bajo la forma de un telón de boca,
el príncipe es un telón de boca en sí mismo,
un telón de boca que cae para ser alzado.
Es ahora precisamente,
ahora y no antes, no antes
cuando el príncipe leía en Oxford a Wilde,
en esos tiempos en que el príncipe se hurgaba la nariz,
tiempos en que Konoye en la calle no pensaba ni por asomo
visitar el estado de Kansas,
ni el tema de la bomba atómica meditaba,
es ahora que el príncipe Telón de Boca enseña sus faisanes pintados
en infinitos campos de arroz que jamás serán fotografiados.
Es curioso, pero no imposible, que él mismo sea la escena que
acaba su vida y la escena que va a comenzarla.
Ello es un resultado previsible de la infinita astucia
de un pueblo que no ha perdido sus manos.
He ahí el magnífico resultado:
abrir y cerrar la escena con la escena
que articula y desarticula su vida,
que cae como un faisán llameante
en medio del incontrolable movimiento de sus labios.
Príncipe Telón de Boca déjate alzar,
Telón-océano dibujado en un grano de arroz,
déjate levantar sin religiosidad,
como un perro nipón que no conoce la dignidad occidental
ni los siete pecados capitales.
Déjate, en la hora extrema, soplarte en los pulmones,
soplarte en la boca, soplarte en el ano.
Hínchate, abómbate, hazte bufido,
pompa de jabón, cadáver hinchado,
cuba de vino fermentado,
déjate alzar más allá del techo del teatro,
Príncipe Telón de Boca, estalla,
deja caer tus melancólicas partículas sobre Nagasaki absurda y atomizada.
¡Los sables, los sables!
¿Dónde se han metido los utileros?
Que traigan los sables para el acto del sable,
que traigan al príncipe,
al Fuminaro Konoye y Sable.
No, no puede haber descanso,
imposible descansar en la escena japonesa
—cuatrocientas horas de representación simultánea—.
Es ésta la comedia del Sable,
representada por el príncipe,
ahora transformado en sable curvo,
su cabeza es oro y rubíes,
oro y rubíes engarzados en irónicos ópalos.
Los jueces concluyen:
Enviaremos el sable como trofeo de guerra al Presidente norteamericano,
entiéndase bien que decimos el sable y no el príncipe Fuminaro Konoye y Sable.
El director de escena informa que el Sable es el príncipe, pero que el príncipe no es el sable.
Murmullos, murmullos, arrullos, toses enérgicas y el volcán Sorullo,
cabezas de abundante pelo chocan contra cabezas calvas.
El príncipe Fuminaro Konoye Criminal de Guerra no puede ser enviado
bajo forma de sable al Presidente norteamericano.
Grandes risas, estentóreas risas, risas a cataratas, risas apocalípticas,
risas hirvientes dicen:
El príncipe Fuminaro Konoye Criminal de Guerra
no se presenta bajo la forma de un sable,
el príncipe es un sable en sí mismo.
Príncipe, a fin de cortar sé cortado.
Entonces el príncipe Fuminaro Konoye y Sable
se mueve furiosamente, se curva, se mete en la nariz
la cabeza de oro y rubíes engarzados en irónicos ópalos:
tenias, lombrices, seudópodos, flagelos, tunicados,
sables, sablistas, sablazos de su nariz salen,
salen taumaturgos, cagliostros, nostradámuses,
raíles de punta sobre Hiroshima caen.
Déjate cortar, Konoye, déjate cercenar, Fuminaro,
déjate cortar para no ser enviado,
déjate cortar tus venas-sable,
tu pelo-sable, tu orine-sable,
Konoye en la calle desnudo bajo el sable,
Konoye en la cama con las sábanas desordenadas,
Konoye paseando en su sable por las calles
de Nagasaki absurda y atomizada.
Whisky and soda ofrecen los ujieres a los jueces,
los porteros del teatro imperial nipón ofrecen la Nada.
Va a comenzar el último Acto.
El Generalísimo en Jefe de las Fuerzas de Mar, Tierra y Aire
del ocupado Imperio del Sol Naciente, ordena:
Nos, en representación del Presidente norteamericano,
del presidente que espera ser por la poliomielitis visitado
a fin de erigir un Hospital Pro Poliomielíticos mayor que el erigido
por el otro Presidente por la Poliomielitis visitado,
decretamos:
Que el príncipe Fuminaro Konoye,
(del cual se ha venido diciendo insistentemente en los días actuales
que se ha convertido en una caja, en un caballo, en un telón de boca y en un sable;
más aún, que no es que se haya convertido sino que él mismo, es por sí mismo
y para sí mismo una caja, un caballo, un telón de boca y
un sable, y pretende insolentemente mediante un tormento más horrible que
el del palo y el de la gota de agua influir en el ánimo de nuestros jueces
repitiéndoles ad infinitum que el príncipe Fuminaro Konoye es una caja, un
caballo, un telón de boca y un sable) sea ahorcado por Criminal de Guerra y
por tener la osadía de pasear por las calles de la absurda y atomizada Nagasaki.
Ipso facto el teatro se viene abajo,
pero se viene abajo como los teatros japoneses
que no se vienen abajo sino hacia arriba;
muy diferentemente de los teatros occidentales,
los japoneses, hechos de ébano y laca,
no levantan nubes de polvo,
no sepultan a nadie entre sus escombros,
sólo caen de abajo hacia arriba
y reconozcamos que ya esto es bastante.
Ipsofacto los jueces concluyen:
Pero no bastante para ganar una guerra…
Ellos ganan la guerra y los japoneses desploman su teatro
lo desploman alzándolo hacia las nubes,
una interpretación muy asiática de la bomba atómica
mirada por el ojo supremo del arte.
Pues en este momento de caer hacia arriba,
el príncipe Fuminaro Konoye
se encuentra herméticamente encerrado en su cámara
leyendo atentamente el De Profundis de Oscar Wilde.
No hay que confundirse si el príncipe en esta hora suprema
subraya con lápiz rojo ciertos pasajes,
no hay que asombrarse si Fuminaro en la calle,
si Konoye en la cámara,
si el príncipe entre el Ser y la Nada,
persigue un poco lo espectacular de Occidente
con unos subrayados del De Profundis,
no hay que asombrarse si el príncipe exclama:
I have nothing to declare, except my death,
mi muerte en las calles de Nagasaki absurda y atomizada.
Estoy entre el Ser y la Nada,
estoy entre el veneno y mis antepasados.
Nada tengo que declarar, excepto mi Muerte.
Nada tengo que declarar en la calle,
con Konoye volatilizado y Fuminaro atomizado,
en esta cámara que se cae hacia arriba,
yo, Fuminaro Konoye,
girando plateadamente sin desesperación en la Nada.
1946