En estos páramos,
en estos sombríos lugares de estupro,
junto a estas damas corroídas con el cáncer de la indiferencia
—damas muertas que ni siquiera podrían
atravesar la línea del horizonte—, yo vivo.
En estas guaridas de lobas ululantes,
con los pechos fláccidos,
en estas guaridas donde no pasa una hiena ni un pájaro,
en las que sus dientes desafían la belleza del cuerpo,
guaridas entregadas a colmillos que se destacan sobre un rojo feroz,
damas putrefactas que temen a la muerte,
despojadas del canto y de las túnicas de la memoria,
junto a ellas yo vivo.
Ellas, las bestias de zapatos acolchados que oigo con terror,
pisadas que pueden aturdir el ritmo del mundo,
aldeanas sin un brazado de yerba,
garras afelpadas,
con la taza de café y girando melancólicamente,
los ojos embotonados mirándose los riñones
entre telas empapadas en sangre,
chocando con las últimas costillas de sus aventuras nocturnas,
junto a estas damas yo vivo.
Yo vivo junto a ellas, día a día,
aguardando el ángel que venga a llamarme,
el ángel todo sulfurado,
sin pies, sin cabeza, sin alas,
bajo el sol —disco murmurador, asombro cálido, mi padre—,
mientras la luna sepulta en sus lagos de horror
estos paisajes de una lenta expiación.
1945