En este parque donde el sol forma llagas en la espalda
de los que pasean, no puede llegar el Juicio Final;
en este parque todo el mundo sabe una cosa, enorme y oscura,
que se comunican unos a otros con énfasis funeral.
Una cosa poderosa, pero qué bien huelen las rosas
junto a esos caballos donde palpita la noche;
la pata que aplasta un seno cae dulcemente sobre
el sombrero de la dama después del despeñamiento del coche.
Después del despeñamiento un seno sale a viajar
por el parque recto y terrible sin la menor cantidad de melancolía,
un seno a la altura de la mujer que fue su dueña
y de la callosa mano que en la sombra ferozmente lo oprimía.
Por allí ladraba un perro frente a una cáscara de plátano,
arrojada de tal modo y con aire tan gris
que era una cosa impresionante;
podría entristecerme, pero prefiero entregarme al amor
en virtud de ese gesto infinitesimal
que sería separar mi mano de su guante.
¿Dónde están los mejores cantos del amor, la arena en el paseo
de mi tío loco, las rápidas miradas de las señoras prestas a fallecer?
En ese momento entra rápidamente el sepulturero y dice a las señoras:
¿Querrían ustedes ver?
Las cocineras retroceden con sus cucharones en alto,
y el delantal, como una vela fenicia, exulta;
pasan el mar de las Antillas, salen al océano polar, un ave se echa a volar.
¡Qué horror! ¡Quedaron todas insepultas!
1944