Este helado cristal de la persona
entre Furias cayendo se divierte.
Solemniza los apagados cirios el sueño de su risa
y los dientes que inician el destino.
A un viento de cadáveres
el borde de su túnica interroga:
Es la aplomada pluma de las Furias
la que en la frente de los dioses bate,
más allá de la piel, en sordo vuelo,
solicitando el río envenenado.
Necesito las Furias
—flor de ira ladrando entre las tumbas.
Cruel Narciso,
necesito las Furias desatadas.
Hasta ahora he asistido a los santuarios
con rodillas de perro ajusticiado,
con un golpe de sangre entre los labios,
vestido de cadáveres.
Y tú, perro que velas,
si en noche de caricias
bajas al agua y su rumor trenzado
para beber de la ternura agria,
a las Furias te entrego destripado.
¡Oh, tu remordimiento como un sapo!
Solicito las Furias
que por la noche olvidan
la feroz existencia del recuerdo
y este remordimiento de morirnos
con la cuerda de mimbre del pecado.
Más que una salvación administrada,
quiero vuestro engrasado vuelo, Furias,
cautas miradas sobre mansos brutos,
amarilla locura fulminando
las refinadas artes del fiel perro
y su lengua que lame las miradas.
No he conocido, Furias, el secreto
del pez alegre sin modestia alzada,
ni el envés de las hojas soñolientas,
ni aún los sistros de sones iniciados.
Nada tengo sabido, alegres Furias:
esas islas por aguas ataviadas
donde hombres sombríos y suntuosos
furiosamente sobre dioses ríen.
Esas islas y luz furiosa unidas
pasan con ramas y consagraciones
reclinadas en tenues soledades.
Todo es conocimiento, alegres Furias.
Soy el garzón de las melancolías
distribuyendo aires amarillos.
Amor, amor, vende tu roja pluma,
pero el remordimiento como un sapo,
pero el perro que lame las miradas,
pero las rodillas del santuario,
pero el aire amarillo entre las manos,
pero la salvación administrada,
pero el cadáver de la soledad,
pero el ojo podrido del espejo,
pero la lengua del envenenado,
pero el conocimiento sollozando.
Acaso, Furias, ¿vendéis sangrientas plumas?
Pero después del goce lo gozado,
pero después del agua la frescura,
pero después del sueño las visiones,
pero después del inocente la inocencia,
pero después del perfumado espejo
perfumados cadáveres sonando,
pero después de las combinaciones
los números sumando los cadáveres,
pero después del dios comunicado
siempre el conocimiento sollozando.
¿No es así, Furias mías?
¿No es que el río divido cayendo entre vosotras?
¿No es que el garzón de las melancolías
odia furiosamente esas islas de las consagraciones?
Una amarilla rabia,
una amarilla tela,
un amarillo espejo,
una amarilla lluvia,
es todo cuanto queda,
alegres Furias.
1941