El jardín lunar
—Es difícil creer que un lugar como este pueda existir debajo de un mundo de hielo y de nieve —dijo Moreen, incapaz de apartar la vista de las maravillas que la rodeaban.
Ella, Kerrick, Bruni y Barq habían bajado por la senda en suave pendiente hasta el fondo del Jardín Lunar, y ahora caminaban, arrobados, entre los grupos de hongos gigantes, junto al cauce de piedra de un caudaloso río. El resto de los guerreros venían detrás, y todos ellos se iban deteniendo cada tanto para mirar con asombro este enorme jardín iluminado.
A una sugerencia de Kerrick, los combatientes se rezagaron quedando al abrigo de una pequeña gruta mientras los cuatro compañeros avanzaban explorando.
—Este Jardín Lunar es enorme, yo diría que tiene varios kilómetros cuadrados —aventuró el elfo—. Veo pasillos que se abren a ambos lados, al menos media docena de ellos. Quién sabe adónde llevarán.
Moreen asintió. Estaba pensando en todo el alimento que representaban esas setas, que se parecían mucho por el pie y por el sombrero a las que eran tan comunes en los huertos y prados del límite del glaciar. Crecían prácticamente de la noche a la mañana durante los días templados de primavera, y durante tres o cuatro meses las recogían y las incorporaban a la dieta de los arktos. Su gente incluso las secaba para almacenarlas y consumirlas en los meses fríos.
¡Pero aquí! Imaginó que una sola de estas setas arbóreas habría servido de sustento para todo el Roquedo de los Helechos durante varios días.
—No me extraña que puedan mantener a toda una ciudad bajo tierra Deben cultivar este lugar y usarlo como reserva alimentaria a lo largo de todo el año.
—Si esto es una granja —dijo Bruni alzando una mano a modo de advertencia—, ¿no creéis que podríamos tropezarnos con algún agricultor?
—Buena observación —reconoció Barq, ocultándose a la sombra de un grupo particularmente denso de setas gigantes—. Tal vez nos estén vigilando ahora mismo.
—Es posible —dijo Kerrick—, pero no creo que sea así. He estado observando los alrededores y, al menos en este extremo del Jardín Lunar, no veo ni la menor señal de actividad agrícola. Da la impresión de que todo esto crece aquí de forma silvestre.
—Es tan grande que tal vez no tengan necesidad de llegar hasta aquí para recolectar lo que necesitan —especuló Moreen—. Después de todo, debemos suponer que la ciudad está en algún lugar más allá del extremo de esta caverna ¿no os parece?
—Tiene que estar en esa dirección —coincidió el elfo, señalando un punto con seguridad—. Todavía no hemos avanzado lo suficiente desde el Muro de Hielo para haber llegado a la montaña de Winterheim. Estoy seguro de que estamos bajo tierra, puede que debajo del Muro de Hielo, pero en algún lugar entre el paso y la ciudad.
—Bueno, vamos por el buen camino —declaró la jefa de los arktos—. Sólo tenemos que seguir avanzando.
—¿Qué tal va tu cara? —preguntó Bruni dirigiéndose a Barq mientras seguían andando—. ¿Te duelen todavía las magulladuras?
El fornido guerrero se llevó la mano a la nariz tocándosela con cuidado, luego negó con la cabeza.
—Los ungüentos de la anciana funcionan bien. Incluso ya puedo respirar con la boca cerrada.
—Es el poder de Chislev Montaraz —señaló Moreen—. Dinekki goza hace tiempo del favor de nuestra diosa.
—Tal vez deberíamos buscar un lugar donde descansar ya que estamos todavía en la parte silvestre del Jardín Lunar —dijo Kerrick—. Puede que sea nuestra mejor oportunidad de reunir fuerzas y tener comida en abundancia antes de intentar la entrada a la propia Winterheim.
—Buena idea —dijo Moreen. Se volvió hacia Kerrick y Bruni—. Aquella parece una gruta acogedora y está apartada de la caverna principal. Creo ver una cascada y tal vez sea lo suficientemente grande para que podamos dormir todos un poco sobre terreno blando.
Los condujo siguiendo la orilla de un rápido torrente. Allí cerca, el suelo desnivelado de la caverna ascendía formando un barranco de unos tres o cuatro metros, una cornisa que podía servir muy bien para ocultarlos. El claro era pequeño pero llano, y una capa de mullido musgo cubría el suelo.
—Parece un buen lugar —confirmó Kerrick—. Hay espacio suficiente para que todos podamos estirarnos a nuestras anchas, montar un campamento mantenernos ocultos.
—Voy a mirar un poco los alrededores —dijo Barq Undiente—. Sólo para asegurarme de que no tengamos vecinos.
—Ten cuidado de no tropezar con nadie —le advirtió Moreen.
—No creo que eso sea posible —dijo el montañés con un resoplido.
Cruzó el riachuelo por encima de unas piedras lisas y secas dando muestras de una agilidad sorprendente para su tamaño. Dio tres pasos y se perdió entre los pies de las setas arbóreas del cercano huerto.
En cuestión de minutos, las dos mujeres arktos y el elfo habían descargado sus bultos y se habían quitado las pesadas botas. Moreen se sentó y disfrutó de la sensación de hundir los pies en el agua. Cerca de ella, Kerrick encontró una poza de agua bastante templada en la que se lavó rápidamente las manos, los pies, la cara y el pelo.
Mientras tanto, se encargó a Bruni la misión de desandar el camino hasta donde habían quedado los demás. Iba relajando sus anchos hombros, estirándose aliviada al haberse liberado de la pesada carga. Así se encaminó hacia la entrada en la que Ratón esperaba con el resto de los hombres.
Kerrick se puso cómodo, echándose de espaldas y cerrando los ojos, mientras Moreen, tras haberse refrescado y reanimado pero sin ganas de echarse todavía, se dedicaba a caminar por la orilla del torrente. Trepó a una alta roca que había junto a la pequeña cascada donde el agua se desbordaba por encima de la orilla.
Se paró en seco al percibir un movimiento a escasa distancia: alguien que caminaba junto al río. Agachándose, reconoció los hombros redondeados y el gran tamaño de un ogro macho. La criatura, que llevaba un pesado látigo, se paró de repente y puso los brazos en jarras.
—¡Ya está bien, Tookie, sal ahora mismo! —gritó con voz ronca.
Moreen se quedó boquiabierta al ver a una joven humana que salía repentinamente de entre los hongos, apenas a tres metros de donde ella estaba. Los ojos de la muchacha miraron un instante con expresión de pánico a Moreen, que todavía se encontraba fuera del campo visual del ogro. La jovencita se volvió hacia el ogro y Moreen dejó de verla, pero la señora del Roquedo de los Helechos pudo oírla con claridad cuando habló.
—Sí, amo Harmlor. ¿Qué queréis de mí?
Moreen retrocedió hasta apoyarse contra el pie de una seta gigante. El corazón le latía muy deprisa. No podía ver a la niña, pero sabía que ella la había visto. ¿Le revelaría la presencia de intrusos al ogro portador del látigo? No era posible saberlo.
Volviendo hacia la gruta, Moreen se deslizó por las piedras del empinado terraplén y fue a caer en el prado cerca de donde descansaba su compañero elfo.
—¡Kerrick! ¡Despierta! —le susurró agitada, arrodillándose junto a él y sacudiéndolo.
Avezado en estas lides, él se despertó sin emitir el menor sonido de alarma y rápidamente echó mano de su espada.
Moreen vio a Bruni a cierta distancia, donde al parecer la mujerona había hecho un alto para lavarse, y le hizo señas alarmada. Bruni acudió rápidamente.
—¿Qué sucede? —susurró al encontrarse cerca de sus compañeros.
—Ahí arriba hay un ogro y una joven humana, una esclava. Ella me vio antes de que el ogro la llamara.
El elfo ya había empezado a subir esgrimiendo la espada con la diestra. A escasos pasos de la cima se quedó paralizado. La jefa de los arktos miró más allá y quedó atónita.
El ogro que había visto momentos antes estaba allí, mirándolos desde lo alto con una sonrisa maligna. La jovencita estaba a su lado, él la tenía cogida con su enorme manaza y ella trataba de soltarse. En la otra mano, el ogro sostenía el látigo en posición relajada, pero alerta.
—¿Qué tenemos aquí, ratas o ratones? —preguntó el ogro con una risotada. Apartó de un empujón a la niña, que cayó contra las piedras y empezó a llorar.
—¡Bastardo! —dijo Kerrick con desprecio lanzándole una estocada.
El ogro fue más rápido. El látigo silbo en el aire y se cerró sobre la mano de Kerrick. El elfo soltó la espada que fue a caer entre unas piedras.
—Ya basta —rugió el bruto—. Vosotros tres esperáis aquí mientras el viejo Harmlor vigila. Pronto vendrá ayuda y entonces veremos qué hacer con vosotros.
Bruni hizo un movimiento hacia un lado y el látigo volvió a restallar, cortando el aire delante de su cara.
—Ya basta, chica. Vaya, eres realmente grande ¿verdá?, también guapa, no un saco de huesos, como esas mozas humanas en general. Estarás cansá de estos esclavos tirillas.
Rio con una risa ofensiva, y Moreen sintió que su furia se desbordaba. Se lanzó hacia adelante, y cuando el látigo volvió a restallar miró al ogro con mirada desafiante. Señalando a la lloriqueante muchachita, dijo:
—Voy a ver si la pequeña está bien.
—¿Tookie? Está bien, pero adelante. Muévete lentamente.
La jefa de los arktos buscó entre las rocas y ayudó a la chica a ponerse en pie. La muchacha dio un grito al mover el brazo, y Moreen vio que lo tenía roto.
—Tengo algo que puede curarte —dijo Moreen.
—N—no me hagas daño —dijo Tookie entre sollozos. Miró hacia el ogro con los ojos agrandados por el miedo—. Él me hizo indicarle dónde estabas.
—No te haremos daño —respondió la mujer conduciendola hasta el morral donde tenía el ungüento de Dinekki—. Aquí está. Siéntate.
Moreen levantó la vista y notó que Harmlor la observaba divertido. También vio algo más, y tuvo que poner en juego toda su fuerza de voluntad para no mostrar ninguna reacción cuando apareció Barq Undiente avanzando decidido por detrás del corpulento ogro. El montañés esgrimía su hacha sujetándola con ambas manos y la levantó mientras se acercaba con pasos medidos, deliberados.
El roce de uno de sus pies lo delató, y en el último minuto el ogro se dio la vuelta y rugió. El látigo serpenteó, pero el montañés fue más rápido y embistió al ogro descargando con su hacha un golpe que alcanzó al ogro en plena cara y en el pecho.
Con un grito trepidante, el ogro cayó hacia atrás, precipitándose por el terraplén, y fue a caer torpemente sobre las rocas. Allí se debatía, tratando de incorporarse, mientras Kerrick buscaba su espada entre las piedras. Al mismo tiempo, Barq bajó de un salto y descargó otro hachazo desde su altura al tiempo que el elfo le clavaba la espada al ogro, que movió las piernas por última vez y murió.
—¡Lo habéis matado! —dijo Tookie con voz entrecortada—. ¡No podéis hacer eso!
—Tuvimos que hacerlo —dijo Moreen—, pero dije la verdad cuando te prometí que no te haríamos daño.
—¿Por qué?, ¿por qué no? ¿Qué queréis? —preguntó la trémula muchachita.
—Verás, queremos entrar en Winterheim —respondió la mujer—. Me pregunto si podrías ayudarnos.
Karyl Drago avanzaba pesada pero incansablemente por la extensa y sinuosa caverna. Hacía años que no recorría todo el camino a Winterheim, pero lo recordaba bien. Por suerte sólo había unos cuantos pasadizos alternativos, la mayor parte sin salida. Los comprobaba todos, por si los intrusos se hubieran escondido en ellos, y luego volvía a la caverna principal.
Encontró los restos de un campamento, espinas de muchos peces ciegos en el suelo de la caverna y cenizas ya frías de los fuegos que habían encendido. Al olfatear las espinas determinó que los restos de carne que seguían adheridos a ella no estaban descompuestos todavía. Sólo le llevaban un día o dos de ventaja.
El recuerdo del hacha dorada le infundía una prisa cada vez mayor mientras seguía adelante. Aquel fuego. ¡Aquellas hermosas llamaradas! La imagen seguía fresca en su mente. La mujer humana que blandía el arma era un enigma. Había mostrado una furia y una determinación propias de una ogresa, y Karyl Drago no se sentía capaz de odiarla. Aunque ella y sus compañeros lo habían atacado y le habían impedido cumplir con su deber, ella sería merecedora de una atención especial, por supuesto, una vez que hubiera matado a los que iban con ella.
Los pensamientos del ogro no iban más allá, pero eran ardientes e ilusionantes. Encontraría el hacha, y entonces…, no sabía qué haría. ¿Adorarla tal vez? Eso parecía lo adecuado.
No era necesario que lo decidiera ahora. Se limitaba a seguir adelante, a lo largo de la caverna llena de vueltas y revueltas, y sabía que no tardaría mucho en llegar al jardín Lunar. La ciudad no estaba lejos de ese fértil huerto. Pero incluso ante la perspectiva de esas maravillas, sólo podía pensar en aquella fantástica hacha.
—Jamás vi a ninguna persona matar a un ogro —le dijo Tookie a Barq Undiente, quien respondió algo poco locuaz e ininteligible—. Pero sí he visto a los ogros matar personas. No me gusta verlo, pero sucede. Creo que el viejo Harmlor podría haberme matado cuando me empujó.
La muchachita se frotó el brazo que Moreen había cubierto generosamente con el ungüento de Dinekki.
—¡Ya ni siquiera me duele! ¿Es mágica esa pomada? ¡Jamás me había tocado algo mágico! Sólo he visto la magia que hace la reina, y me asusta mucho.
—Sí, esta es magia buena —dijo Moreen amablemente—. La hizo para nosotros una señora muy buena, una abuela de nuestra tribu. —Acarició el cabello negro de la niña y observó su piel oscura y sus ojos pardos y profundos—. Creo que también es tu tribu. Eres una niña arktos ¿no es cierto?
—No lo sé —respondió Tookie—. Supongo que soy una niña esclava.
—¿También son esclavos tu madre y tu padre? —preguntó Kerrick.
Tookie negó con la cabeza.
—Muertos, están muertos. Mi madre murió al nacer yo, y mi padre… —Sus ojos se llenaron de lágrimas, luego ladeó la cabeza y miró al elfo en actitud desafiante—. Lo mató un ogro.
—Lo siento —dijo Kerrick apoyando una mano sobre su hombro.
—¿Cómo es que tu oreja es tan grande? A esa me refiero. La otra parece que la hubieran cortado o algo así.
El elfo se sonrojó. Moreen sabía que se la había cortado su propio rey la noche que lo expulsó de Silvanesti. Le había cortado de un golpe de su espada la mitad de su característica oreja elfa. La jefa de los arktos ya ni siquiera reparaba en ella, pero de vez en cuando veía que Kerrick se la tocaba y su rostro se convertía en una máscara inescrutable.
—Fue cortada —replicó sin cambiar el tono de su voz—. La otra es larga porque así es como se supone que debe ser la oreja de un elfo.
—¿Eres un elfo? —Los ojos de Tookie se agrandaron—. Yo creía que los elfos daban miedo.
—Puedo dar miedo —dijo Kerrick haciendo una mueca que rápidamente se transformó en sonrisa—, pero tú me caes bien.
—Creo que tú también me caes bien a mí. Fuiste muy valiente al clavarle así la espada al ogro. —Se volvió hacia Barq, que todavía estaba limpiando la sangre del ogro de su hacha—. Y tú también. Si no hubieses matado al viejo Harmlor, todos vosotros os habríais visto en un buen lío.
La niña hizo una breve pausa y los miró a todos, uno por uno. Luego se volvió hacia Moreen.
—¿Sabes? Creo que todavía podéis veros en un buen lío. Se van a dar cuenta cuando Harmlor no vuelva a la guarnición.
—Sí, eso es lo que nosotros pensábamos. ¿Sabes si hay alguna manera de que podamos salir de aquí para que no nos encuentren cuando vengan a buscar a Harmlor?
La muchachita asintió prestamente.
—Podría llevaros a los campos de esclavos —dijo frunciendo el entrecejo—, pero todos sabrían que sois extranjeros y alguien podría avisar a los ogros.
—Eso no nos valdría, y tampoco queremos meterte a ti en un lío.
La niña bajó la cabeza y fijó los ojos en el suelo.
—En realidad, yo ya estoy en un brete. Harmlor me estaba buscando. Se supone que yo no tengo que venir aquí por mi cuenta, pero, es que me gusta tanto el Jardín Lunar… Es el lugar del mundo que más me gusta. Los amos quieren que yo esté todo el día haciendo recados, y me mandan de aquí para allá, sobre todo al Centro de Acogida. Es tan aburrido. Yo quería venir aquí y andar por el bosque de setas.
El elfo se puso de rodillas al lado de Tookie y la miró a los ojos.
—¿Y qué me dices de ese Centro de Acogida? ¿Está en Winterheim?
—Sí, en el centro. Es a donde llevan a todos los esclavos en cuanto llegan aquí o cuando ya son demasiado viejos para trabajar. Tildy Trew es la jefa allí, y es muy buena.
—¿Crees que nos podrías llevar allí sin que tuviéramos que hablar con ogros por el camino? —preguntó Kerrick.
—Bueno, podría intentarlo. Hay un sendero que conduce desde el Jardín Lunar hasta la ciudad y pasa justo por el Centro de Acogida. Yo voy mucho allí, llevando mensajes. Si fuerais conmigo podría decir que sois esclavos, pero tendríais que esconder las armas y vuestras cosas.
—Podríamos hacerlo —dijo Moreen—. Hay más de los nuestros cerca de la entrada de la caverna. —La jefa de los arktos tuvo otra idea—. Estamos buscando a un nuevo esclavo, un hombre al que trajeron a Winterheim hace unas semanas.
Su nombre es Vendaval Barba de Ballena. ¿Lo has visto, o a cualquiera que pudiera ser él?
La muchachita se quedó pensando con expresión concentrada.
—No creo. No he visto que llegaran esclavos nuevos este verano, pero hay un montón de cosas que no veo, ya que vivo en el campo de esclavos del Laberinto.
—¿Es al Centro de Acogida adonde llevan a los nuevos esclavos? —insistió Moreen.
—Sí. Tildy Trew podría saber algo de ese Vendaval Ballena. ¿Queréis que vayamos a verla?
—Sí, en cuanto reunamos nuestras cosas —dijo Moreen—. Dime, ¿hay algún lugar donde podamos esconder nuestras armas?
—Claro. Venid conmigo al otro extremo del campo de esclavos, allí hay cestos que usamos para la cosecha. Podéis poner allí vuestras cosas y esconderlas muy bien. —Señaló el Hacha de Gonnas, cuya hoja envuelta sobresalía del morral de Bruni—. Aunque no sé yo si esa hacha…
—Bueno, llévanos allí —dijo Moreen—. Bruni irá a avisar a los demás. Pueden ocultarse en la gruta mientras tratamos de trazar nuestro plan. Tookie, ¿estás lista?
La muchachita asintió con gran dignidad y luego los observó con expresión seria mientras guardaban sus cosas, cargaban los bultos y se disponían a seguirla.
—¿No vais a esconder a Harmlor? —preguntó.
—Buena idea —dijo Barq con voz ronca. Tookie observó sin inmutarse mientras Bruni y Barq tiraban del cadáver hasta el fondo del rocoso terraplén donde lo ocultaron debajo de unas piedras.
—Por aquí —dijo la chiquilla—. Mejor seguidme dejando un espacio, ¿vale? Así podré avisaros si viene alguien y tenéis que esconderos.
—No es más que una niña. ¿Crees que podemos confiar en ella? —le susurró Kerrick a Moreen cuando empezaron a andar.
—Sí, creo que sí —dijo la mujer. Estaba impresionada, incluso admirada, por el valor natural de que hacía gala aquella niña desamparada que les mostraba el camino para salir del Jardín Lunar.