8

El Remorhaz

Kerrick se estremeció, víctima de una sensación de asco que no podía compararse con nada que hubiera sentido hasta entonces. Jamás había visto un monstruo como aquel que les cortaba el Paso de la Escarpa, ni siquiera había imaginado que algo tan horroroso pudiera existir, salvo, tal vez, en las profundidades del océano, donde ni siquiera los dioses osaban mirar. Encontrar una criatura tan grotesca aquí, a la sombra del Muro de Hielo, parecía como una negación de la vida misma, de todas las leyes de la naturaleza.

Thedric Drake, un hombre valiente, un jefe firme y sensato, había desaparecido para siempre ante el primer ataque del monstruo. Una docena más de montañeses yacía en el suelo donde la bestia los había derribado, algunos muertos, otros retorciéndose de dolor, llevándose las manos a sus miembros maltrechos, tratando de taponar una herida o de sostener las entrañas que el monstruo les había arrancado con su fuerza demoledora. Barq Undiente, al que la bestia había arrojado a un lado en su primera arremetida, había conseguido ponerse de pie y apartarse tambaleante.

Pero al parecer, la criatura no había hecho más que empezar. El elfo observaba cómo cargaba otra vez, aplastando a los hombres que iban a la cabeza de la columna con sus múltiples pies, devorando aquí y allá con esas horribles y letales mandíbulas. Los hombres no podían hacer nada. Todos a una se volvieron y salieron corriendo del desfiladero abierto en la cresta de la cadena, tropezando y cayendo, andando a cuatro patas en un frenético intento de escapar.

Algunos los consiguieron, otros no. La monstruosa cabeza se disparaba hacia adelante una y otra vez, atrapando en cada intento a algún desdichado. Muchas de las víctimas desaparecían de un solo bocado, engullidas por el mismo destino fatal que había corrido Thedric Drake; otras eran cruelmente mutiladas o comidas sólo en parte, hasta que el suelo a la entrada del paso quedó sembrado de miembros cercenados y empapados en sangre.

Kerrick se volvió, tras haberse olvidado momentáneamente de la horda de thanoi que esperaban formados en un semicírculo amenazador y silencioso. No le habría sorprendido que se hubieran lanzado al ataque aprovechándose de la desgracia de los humanos, pero los hombres morsa parecían satisfechos con observar y esperar. Habían estado esperando todo el tiempo.

—¿Por qué no? —musitó Bruni que, al parecer, había tomado nota de lo mismo—. Esos colmilludos bastardos no sufrirán más bajas. Y, en nombre de Chislev ¿qué podemos hacer contra esa cosa?

Buena pregunta. El monstruo tenía un cuerpo segmentado de quince metros o más de largo; la verdad es que la cola no se veía, quedaba oculta entre las rocas de las que había salido.

—¡Debemos tratar de atacarla! —dijo Moreen—. ¡Tiene que tener algún punto vulnerable!

—Estoy de acuerdo —dijo Kerrick, echando otra mirada al amenazante grupo de los thanoi.

—¡Vamos! —gruñó Bruni.

Había dejado a un lado su pesado fardo y ya sacaba de su funda de cuero el Hacha de Gonnas. El metal relumbró a la pálida luz del día con un brillo intenso. Tan sólo el mango tenía casi dos metros de largo, y la hoja era del tamaño de un tonel.

La mujer arktos sostuvo el arma con las dos manos y se puso en marcha hacia la boca del desfiladero flanqueada por Moreen y Kerrick. Barq Undiente, sangrando por varias heridas, se unió a ellos, e incluso la anciana Dinekki los seguía cojeando. Otros de la partida formaban un apretado grupo en la retaguardia bajo las órdenes de Ratón, golpeando sus armas y cantando para mostrar una fuerza capaz de mantener alejados a los thanoi.

Más montañeses se unieron al pequeño grupo de avanzada, hasta que ya eran tres o cuatro docenas de combatientes los que cargaban.

—¡Que Kradok le envíe sus maldiciones! ¡Es imposible herirla! —gruñó Barq—. ¡Descargué el hacha con todas mis fuerzas sobre la coraza del pecho y el arma rebotó como si hubiera golpeado en roca!

—Eso es porque tu arma, por sólida que sea, es de acero frío —dijo Dinekki, que se las ingeniaba para mantener el coraje de los fuertes guerreros—. Se trata de una bestia salida de los oscuros confines de las llanuras y, como tal, sólo pueden herirla los metales trabajados en forjas consagradas por los dioses.

—Mi hoja fue forjada en los antiguos fuegos élficos —explicó Kerrick con expresión sombría—. La probaré contra el monstruo.

—Esta hacha es un talismán de los inmortales, aunque se haya fabricado en nombre de un dios ogro —declaró Bruni—. Que esos dioses vuelvan su filo contra el monstruo.

Barq miró a la mujer y al elfo con expresión de respeto reticente.

—Bueno, atacaré con vosotros. ¡Aunque no pueda herir a esa cosa, por lo menos la molestaré un poco!

A medida que se acercaban a la boca del desfiladero se iba engrosando más el número de los que los acompañaban. El monstruo parecía aplacado, pero sus ojos saltones y facetados estaban alerta, y producían reflejos cambiantes mientras examinaba a la fuerza que se aproximaba. Lentamente fue levantando del suelo las patas anteriores, elevándose siete, nueve metros en el aire. Las horripilantes mandíbulas, manchadas de sangre y de restos de ropa y carne de sus víctimas, se abrieron.

—¿Sentís el calor que despide? —observó sorprendida la jefa de los arktos.

También Kerrick notó el calor en su cara, una sensación como la que se percibe al acercarse a un gran montón de carbón encendido.

—Es un remorhaz, un gusano polar —dijo Dinekki en un susurro—. Una criatura legendaria. Jamás pensé que me toparía con una. Cuidaos de esas corazas del lomo. Pueden producir quemaduras si os acercáis.

—Entonces, apuntemos al vientre —dijo Kerrick—, y a golpear con fuerza.

Los atacantes, unos cuarenta, cargaron al unísono. Una vez más el monstruo echó la cabeza hacia adelante y un corpulento montañés que estaba al lado de Kerrick gritó al ver las abiertas mandíbulas que descendían sobre él. El sonido quedó inmediatamente amortiguado cuando el elfo apuntó hacia el flanco, y metió la punta de su espada a través de las corazas que protegían los flancos del monstruo. El elfo tuvo que hacer uso de toda su fuerza para arrancar el arma cuando la criatura se retorció para evitarlo.

Cuando la bestia retrocedió, las botas del infortunado guerrero quedaron tiradas en el suelo, y Kerrick estuvo a punto de vomitar al ver que las piernas del hombre todavía estaban en su interior. Volvió al ataque, lanzando una estocada al lugar en que el vientre había quedado al descubierto. Una vez más logró penetrar la superficie escamosa, pero no pudo profundizar mucho debido al enorme tamaño de la bestia. También Barq atacó con su hacha, pero su acero corriente no produjo mucho daño al animal a pesar de que consiguió romper una de las corazas.

Bruni tuvo algo más de éxito: el Hacha de Gonnas despedía fuego al acercarse al monstruo por el otro lado, y con un potente golpe le cercenó una de las patas. La criatura se encogió y se volvió contra ella, pero la mujer consiguió esquivar las mandíbulas describiendo círculos en el aire con su arma.

Kerrick y los demás seguían atacando sin dar cuartel al enemigo, lanzando estocadas, cortando e incluso lanzando invectivas hasta que el monstruo dejó a Bruni para zamparse otra víctima. Esta vez le tocó a un valiente guerrero arktos que desapareció entre sus fauces.

Cuando el insecto volvió a retroceder, el elfo y los humanos tuvieron que rendirse a lo inevitable y se retiraron desordenadamente para ponerse fuera del alcance de las poderosas mandíbulas. El remorhaz trató de alcanzar a uno, pero se quedó corto. Esta vez sacó totalmente el cuerpo de su rocoso escondite, retorciendo su cola serpentina y lanzando piedras a diestro y siniestro. Kerrick sintió un acceso de pánico cuando la criatura cargó inesperadamente, ondulando el cuerpo al avanzar con todas las patas.

Moreen corrió a ponerse al lado del elfo y él mantuvo la posición, dándole ocasión de replegarse. Un montañés tropezó y cayó, lanzando un grito desgarrador cuando las enormes mandíbulas cortaron su cuerpo en dos. Una rápida mirada le bastó a Kerrick para comprobar que la bestia se disponía a atacar otra vez y corrió desesperadamente pasando junto a Dinekki. Se detuvo lleno de estupor al darse cuenta de que la frágil y anciana hechicera permanecía a pie firme plantándole cara al monstruo.

La mujer alzó una mano sarmentosa y pronunció las palabras de un conjuro que Kerrick ya había oído en otra ocasión.

—¡Chislev Montaraz, hija de la inundación, transforma la roca en barro!

A medida que el remorhaz avanzaba entre rugidos, el suelo de la ladera que tenía ante sí se iba oscureciendo y ablandando. Kerrick vio cómo un afloramiento rocoso se fundía como mantequilla puesta al sol, transformándose en barro. Las patas delanteras del monstruo alcanzaron el terreno cenagoso y se hundieron en él chapoteando y lanzando barro al aire en todas direcciones mientras trataba de librarse de la trampa. Obligado a detenerse por el hechizo, se replegó hacia atrás y elevó la parte delantera de su cuerpo en el aire, sacudiéndose el barro y contemplando a los humanos y al elfo con mirada fría y siniestra.

Sin embargo, en lugar de insistir en el ataque, el gusano polar emitió un chillido triunfal, lanzando una nube de humo sulfuroso. Varios objetos chamuscados e irreconocibles salieron de sus horribles fauces y fueron a caer entre las rocas. Aunque ennegrecidos por el fuego y humeando todavía, un par de ellos tenían todo el aspecto de restos humanos calcinados, y otro cayó con ruido metálico y rodó colina abajo hasta acabar a los pies de los guerreros supervivientes.

Barq Undiente, furioso, dio un puntapié al objeto chamuscado y lleno de hollín que, al darse la vuelta, reveló una forma cóncava.

—Es el casco de Thedric Drake —dijo con voz ronca—. Medio fundido por el calor infernal…, y ahora es todo lo que queda del valiente thane. —Apretó con tanta fuerza el mango de su hacha que sus nudillos se pusieron blancos mientras miraba lleno de odio al monstruo. Kerrick se preguntó si la ira no lo impulsaría a cometer un acto suicida, pero el fornido guerrero, con un esfuerzo visible, consiguió controlar sus emociones.

—Los colmilludos siguen manteniendo la distancia —informó Ratón, acercándose hasta donde estaban Kerrick y Moreen estudiando a su monstruoso enemigo.

—No me sorprende —replicó Kerrick.

—¿Esperarán ahora a que muramos de inanición —preguntó Moreen con amargura—, o es que alguien tiene una idea mejor?

A Kerrick algo le andaba rondando la cabeza, una idea que no conseguía concretar. ¿Qué había dicho Coralino en la breve conversación que habían mantenido encima de la muralla del Roquedo? Necesitarían beber algo fuerte para superar la Escarpa, pero ¿qué tendría que ver aquello?

De golpe lo entendió todo.

—¡La chimenea! —soltó de repente ante las miradas consternadas de sus compañeros.

—¿Qué? —preguntó Moreen con tono irritado.

—El warqat. Llevamos una buena cantidad entre todos nosotros, ¿no es verdad?

La jefa de los arktos descolgó de su hombro el pellejo y se lo ofreció a Kerrick.

—Aquí tienes. Si has vaciado el tuyo, puedes beber del mío para animarte.

Los ojos de Dinekki se encendieron por la excitación.

—La chimenea, ¿fue eso lo que dijiste? —repitió.

—Sí. ¿Recuerdas el banquete? ¿Los vasos que tiramos a la chimenea?

—¡Y las llamaradas del warqat al encenderse! —añadió la hechicera.

—Mira el interior de este casco chamuscado. El interior de ese bicho tiene más calor que el carbón. Si conseguimos que beba un poco de warqat…

Kerrick se volvió a mirar al monstruo, que seguía observándolos desde su puesto en la boca del Paso de la Escarpa. Las numerosas heridas que le habían infligido los guerreros a costa de una veintena o más de bajas no eran más que arañazos sobre la superficie acorazada. Resultaba difícil imaginar que pudieran hacerle más daño por más que muchos hombres y mujeres estuvieran dispuestos a sacrificar sus vidas.

—Bueno, vale la pena intentarlo —dijo Moreen dejando a Kerrick muy satisfecho.

El gusano polar se retiró al extremo de su estrecho desfiladero y se enroscó en torno al montón de piedras. La bestia permaneció allí, quieta y silenciosa, pero sus ojos abultados nunca se cerraban ni pestañeaban, y a Moreen le parecía que los tenía fijos directamente sobre ella incluso estando de espaldas. Por lo menos el monstruo parecía satisfecho con permanecer allí, lo mismo que los thanoi que cerraban la retirada al grupo.

Todos estaban exhaustos después del descanso interrumpido de la noche anterior y del día de marcha y constante batallar. Pensando que su ataque siguiente tendría más oportunidades si los guerreros se encontraban más descansados, Moreen y Barq ordenaron establecer un campamento en la ladera de la montaña. Apostaron piquetes para vigilar a los colmilludos y otros más para controlar los movimientos del remorhaz, mientras un destacamento de arktos y montañeses se dedicaba a reunir todas las cantimploras y pellejos que contenían warqat. Naturalmente, Slyce se ofreció voluntario para esa tarea, pero educadamente lo relevaron de ese trabajo, con lo cual el enano gully se limitó a sentarse y observar con tristeza la maniobra de reunir todos los recipientes del potente licor en una pila cada vez más alta a la que no le permitían acercarse.

La jefa estaba por allí y vigilaba al monstruo, sin poder olvidar a los valientes a los que se había tragado durante la frenética batalla y a todos los que había herido gravemente o matado con sus poderosas mandíbulas, su cola restallante y sus garras lacerantes. ¿Tenían la menor oportunidad de vencerla? Musitó una plegaria a Chislev Montaraz y trató de convencerse de que sí la tenían.

—Ese elfo, puede ser muy listo —observó Dinekki interrumpiendo los pensamientos de Moreen.

La hechicera había llegado hasta ella sin que lo notara y ahora le cogió el mentón con sus dedos finos pero sorprendentemente fuertes. Sus ojos, de un azul acerado, se clavaron en los de la mujer más joven mientras chasqueaba la lengua con gesto de preocupación.

—No te tomes todo esto demasiado a pecho, muchacha —dijo con tono bondadoso—. Hemos perdido a buenos amigos, a personas valientes y auténticas, pero murieron haciendo lo que habían elegido. No tienes por qué cargar con el peso de sus muertes.

—Tal vez no sólo yo —dijo Moreen—, pero no puedo quitarme de la cabeza que vinieron porque yo tomé la decisión de venir.

—También ellos tomaron la decisión de venir. Si sigues pensando en eso, asumirás una carga demasiado pesada para una sola persona, sea esta hombre, mujer o incluso elfo.

Al mencionar a Kerrick, se volvió para mirar hacia él. Estaba supervisando la recogida del warqat, dando instrucciones sobre cómo colocar los recipientes en el suelo.

—¿Crees que esta idea va a funcionar? —preguntó Moreen.

Se le cayó el alma al suelo cuando Dinekki se encogió de hombros, evasiva.

—¿Quién sabe? Al menos él se puso a pensar y propuso un plan. Casi como si alguien se lo hubiera sugerido al oído.

—Sí. —La jefa no sabía qué pensar.

—Ya sabes que su clan tiene un dios, lo mismo que el tuyo, muchacha —sugirió la hechicera—. Zivilyn Verdeárbol y Chislev Montaraz están cortadas por la misma tijera en muchos aspectos, ambas son diosas y sabias. Siempre ayudan a quien tiene fe y al que está dispuesto a trabajar para salvarse.

—Parece que ya han juntado todo el warqat. Abuela, confiemos en que nuestra fe sea auténtica y en que nuestros dioses nos acompañen.

Fue Barq Undiente el que sugirió la idea del «hombre warqat». Se trataba de una estructura hecha con los astiles de las lanzas y que se parecía a un humano porque al menos tenía dos brazos, dos piernas, un torso y un lugar reservado para la cabeza. No era una imagen que pudiera engañar a nadie que la examinara detenidamente, pero Kerrick confiaba en que el gusano polar no tuviese mucha capacidad para discriminar. De todos modos, no tenían otra idea mejor.

A esa estructura adosaron los hombres todos los recipientes de warqat que pudieron, formando con ellos varias capas encima del pecho y de los miembros y uniendo tres de ellos para formar una burda imitación de la cabeza. Cuando el primer intento se vino abajo por exceso de peso, hicieron otro, usando el doble de astiles de lanza como soporte y con otro miembro, a modo de pierna que salía de la parte trasera de aquella cosa y formaba una especie de trípode para mantenerla en pie. Durante todo ese tiempo mantuvieron al hombre warqat fuera de la vista del gusano polar.

Para distraer al monstruo, otros guerreros se acercaron más al remorhaz. Algunos lanzaron a la criatura flechas que ni siquiera notó y pesadas piedras. Un osado montañés empezó a trepar por una de las paredes del desfiladero con la intención de arrojar desde arriba piedras sobre el monstruo. Por desgracia, el remorhaz, que hasta entonces había contemplado con aparente indiferencia los esfuerzos del escalador, cuando este estaba a punto de coronar el acantilado se estiró cuan largo era y orientando hacia arriba sus mortíferas pinzas, las cerró encima del hombre que pataleaba con desesperación y lo desprendió de la pared. De repente lo soltó y lo dejó caer sobre el fondo rocoso donde quedó tirado junto al cuerpo serpentino de la bestia. Durante algunos minutos se oyeron sus desgarradores gritos hasta que el remorhaz le apoyó en el pecho una de sus poderosas patas y presionó lentamente hasta quitarle la vida.

Fue un grupo de tristes guerreros el que preparó por fin al hombre warqat para el sacrificio. Kerrick, Barq, Ratón y Bruni formaron una muralla defensiva delante de la figura, mientras que otra media docena de montañeses colocó la estructura sobre sus patas justo en el borde del terreno. Unos veinte más se desplegaron a ambos lados para que el grupo que avanzaba tuviera envergadura suficiente para que no se notara el engaño.

Moreen insistió en ir con ellos, pero Barq fue igualmente insistente y consiguió que se quedara.

—¿Quién se hará cargo de todos estos si fracasamos? —dijo con voz ronca—. ¡Vos sois la persona a la que siguen, la que debe sobrevivir! ¡Podéis mirar desde aquí atrás!

—¡Mi lugar está junto a los que vais a arriesgar vuestras vidas! —replicó—. ¡No aceptaré que nadie me imponga lo contrario!

Reconociendo la expresión obstinada de su mandíbula, Kerrick se acercó a ella y le habló en tono calmado.

—Nadie te está dando órdenes —dijo razonando con ella, con una mirada severa para atemperar la expresión furiosa de la mujer—, pero lo más sensato es que permanezcas en reserva, al menos durante el primer intento. Después de todo, si fracasamos alguien tendrá que organizar el siguiente intento, y esa tienes que ser tú.

Moreen lo miró con ojos llenos de furia y abrió la boca como dispuesta a rebatir sus argumentos, pero el elfo quedó sorprendido al ver que, con visible esfuerzo, la mujer apretaba los dientes y no respondía.

—Muy bien —dijo finalmente—, y que todos los dioses velen por vosotros.

—Gracias, creo que lo están haciendo —fue la respuesta de Kerrick. Vio que la mujer tenía un miedo terrible de lo que les pudiera pasar y sintió una sorprendente y muy poco élfica congoja que notó como un nudo en la garganta—Eleva una plegaria —susurró, e inclinándose le dio un beso en la mejilla.

Los guerreros se volvieron a continuación hacia el gusano que no se había interesado especialmente en sus preparativos. Desplegándose por todo el frente visible, cargando en el centro del grupo con el hombre warqat, se pusieron en marcha. Al llegar a la extensión de terreno que con el conjuro de Dinekki se había transformado en lodo, Kerrick vio, sorprendido, que otra vez se había endurecido y recuperado su consistencia de piedra, aunque conservaba la superficie lisa en la que se había fundido el barro.

Avanzando por ese terreno, todos los guerreros llevaban sus armas preparadas y medían muy bien sus pasos, listos para combatir o para huir de acuerdo con lo que exigiera la situación. Se acercaban cada vez más, pero el monstruo seguía sin reaccionar. No obstante, Kerrick recordaba con toda crudeza la velocidad de rayo con que se movía la criatura, y temía que en cualquier momento se dispusiera a atacar.

Por fin se detuvieron, a no más de treinta metros del remorhaz. El elfo oyó signos de actividad a sus espaldas, sabía que los montañeses estarían preparando al hombre warqat.

—¡Listo! —susurró por fin uno de ellos.

Kerrick levantó la espada y dio un paso adelante. Los demás lo imitaron, blandiendo sus armas y lanzando gritos y maldiciones contra el monstruo. Algunos se agacharon para coger piedras y formar con ellas un parapeto irregular. Por fin el monstruo pareció salir de su indiferencia, levantó la horrorosa cabeza y los miró con aquellos ojos inexpresivos. El elfo, que lo observaba, vio que las innumerables patas se curvaban debajo del cuerpo segmentado y percibió la tensión creciente en los rígidos miembros. La sensación de calor fue creciendo al encenderse el fuego de la rabia en el interior del remorhaz.

Las mandíbulas se abrieron levemente y supo que había llegado el momento.

—¡Ahora! —gritó, apartándose del monstruo mientras miraba en derredor vigilando que el resto del grupo de avanzada no se demorara en responder a su orden. Todos, tanto arktos como montañeses, salieron corriendo hacia el grupo central de combatientes que esperaban más alejados.

Es decir, todos ellos menos el hombre warqat. El señuelo permaneció inmóvil en el lugar que habían dejado libre los guerreros, en desafío solitario al monstruo repentinamente enardecido.

El gusano polar se replegó alzándose sobre sus patas y emitiendo un silbido furioso. Kerrick miró hacia atrás y vio aquellas fauces abiertas como la entrada de una enorme cueva y el cuerpo ondulante que salía disparado del mismo modo que una flecha abandona el arco tensado. De un solo bocado, la criatura engulló la figura hecha de astiles y de pellejos y volvió a levantar la cabeza mientras se tragaba el anzuelo.

Durante un tiempo que pareció interminable, por lo menos dos segundos, dio la impresión de que no iba a suceder nada, pero entonces el elfo sintió el impacto de una poderosa aunque amortiguada explosión. La monstruosa boca se abrió dejando salir una enorme llamarada azul, y el gusano polar se hinchó, engordando visiblemente. El remorhaz se revolvió violentamente, haciendo caer con la cola algunas rocas de las paredes del desfiladero. Un aullido de furia y dolor indecibles salió de lo más hondo del enorme monstruo. También empezaron a salir llamas azules por las uniones de sus placas quitinosas, y una nube de humo asfixiante se extendió por todo el desfiladero.

Un instante después, el remorhaz yacía inerte, inmóvil, excepto por el humo acre que salía por los cortes y por ambos extremos de su cuerpo.

El monstruo estaba muerto.