La vuelta a casa de los no tan muertos
La señora del Roquedo de los Helechos y Kerrick Fallabrine tenían que hacer algo y pronto si no querían morir ahogados en las aguas frías y profundas del mar del Oso Blanco.
Hacía un momento que su embarcación, el sumergible inventado por el gnomo llamado capitán Neumo, había chocado contra la escarpada entrada del puerto del Roquedo de los Helechos y se había abierto una brecha en la proa metálica por la que entraba el agua a chorros con una fuerza increíble. Kerrick, apresado contra una serie de tubos y válvulas, sintió un dolor insoportable en la pierna derecha y comprendió que se la había roto. El agua se arremolinaba en torno a él, un torrente helado que ya le llegaba hasta la cintura. El aire se había llenado de un humo y un vapor asfixiantes y las sacudidas de la embarcación lo mareaban.
—¡A la escotilla! —gritó Neumo—. ¡Nos hundimos! El elfo trató de erguirse, pero todavía estaba atontado por la fuerza del choque. Tenía conciencia de que el agua fría ya le llegaba más arriba del vientre y de que los dos enanos gully chocaban el uno contra el otro cuando uno de ellos trataba de alcanzar la escalera que subía desde la cabina de control y el otro luchaba irracionalmente por huir hacia la sala de calderas situada en la popa. El primero logró abrirse camino hacia arriba y accionar la válvula, empujando a continuación la escotilla por la que se vio un atisbo de la luz del sol y entró una bienvenida ráfaga de aire fresco.
—¡Vamos! —lo conminó Moreen mientras sacudía la cabeza medio marcada aunque su voz sonaba firme. Se puso de pie esforzadamente y le tendió la mano—. ¡Levántate!
—¡Mi pierna! —protestó Kerrick débilmente mientras un estremecimiento de dolor le recorría el cuerpo. Ahora el agua ya le llegaba al pecho.
La jefa de los arktos cogió al elfo por debajo de los brazos. Ella no era corpulenta, y su fuerza sorprendió al elfo, que se sintió levantado y arrastrado hacia la base de la escalera. Neumo gritaba mientras atravesaba la pasarela en persecución del enano gully que había corrido hacia la popa. Kerrick se sacudió e intentó ponerse de pie, pero se le escapó un grito de agonía al retorcerse su pierna bajo el peso del cuerpo. Aferrándose a un peldaño de la escalera se colgó de él con los dientes apretados mientras trataba de mantenerse erguido.
—¡Tú primero! —dijo con voz áspera.
Moreen parecía dispuesta a discutir, lo cual no era raro en ella, pero después decidió al parecer que podía hacer más por él tirando desde arriba que empujando desde abajo. Subió hasta la mitad de la escalera de un solo impulso y luego extendió la mano para coger a Kerrick por el cuello de la camisa.
El elfo miró hacia arriba y vio al enano gully llamado Slyce que asomaba por la escotilla. Un chorro de agua se coló a continuación al barrer una ola el casco del barco. Moreen se sacudió el agua del pelo y acto seguido sujetó con más fuerza el cuello de Kerrick. Él se quejaba mientras ella tiraba y trataba al mismo tiempo de impulsarse hacia arriba, pataleando con su pierna sana mientras procuraba mantenerse sobre los fríos peldaños. Ahora el aire que entraba por la escotilla abierta era agradable y puro, y el elfo redobló sus esfuerzos por salir al exterior.
Aquel santuario bañado por el sol era esquivo y daba la impresión de alejarse cada vez más con cada segundo que pasaba.
Otro chorro de agua fría se introdujo por la abertura, tapando la luz del sol mientras el sumergible se hundía rápidamente bajo la superficie del mar. Moreen lanzó una maldición y la fuerza del agua le hizo soltar la camisa de Kerrick. Este se aferró al peldaño con una mano mientras se impulsaba hacia arriba con la otra haciendo fuerza contra la corriente.
La embarcación se hundía. Neumo los había traído hasta aquí, pero había sido incapaz de maniobrar entre los pilotes de piedra que marcaban la bocana del puerto del Roquedo de los Helechos. En lugar de eso había traído la desgracia sobre su barco y tal vez incluso sobre sí mismo. Kerrick intentó ver a través del agua esperando una señal del gnomo o de Divid, el otro enano gully, pero lo único que vio fueron remolinos de espuma. Una vez más sintió el contacto de la mano de Moreen en su hombro y gruñó ante la evidencia de que ella estaba todavía dentro del casco de acero. No podía permitir que muriera, especialmente tan cerca de su casa.
Con decisión, empezó a trepar, permitiendo que ella lo ayudara, poniendo todas sus fuerzas en la lucha contra el agua que se colaba hacia el interior. Ya estaban cerca de la escotilla, pero la pierna rota suponía un peso muerto, y la fuerza de la corriente, demasiado fuerte. El mar helado lo rodeaba, pero ya no veía a la mujer por encima de su cabeza. Su única esperanza era que hubiera logrado escapar.
El elfo, que había sido marino durante ocho décadas de su vida, siempre se había enfrentado a las emergencias náuticas con gran entereza y había sobrevivido a muchas de ellas. Creía que esta vez también lo conseguiría. Un atisbo de racionalidad que aún conservaba le decía que no tenía más que mantenerse en el peldaño hasta que el agua llenara el recinto y entonces podría salir nadando por la escotilla sin necesidad de luchar contra la presión del agua entrante. Tristemente, las oportunidades para el gnomo y el otro enano gully que estaban en el interior del casco no eran muy buenas. El agua los tenía apresados mucho más abajo y dudaba de que pudieran salir.
No podía hacer nada por ellos. Se quedó aferrado al peldaño y contuvo la respiración, sintiendo durante un minuto más la corriente del agua hasta que se detuvo. Se abstuvo de esfuerzos inútiles y se limitó a mantener el aire en los pulmones. Cuando soltó la escalera, la fuerza de flotación de su cuerpo lo impulsó hacia arriba hacia el círculo abierto de la escotilla. Miró hacia arriba, hacia la luz del día, y vio que ya no estaba tan terriblemente lejos. Empezó a nadar.
Otra vez sintió el dolor lacerante en la pierna, una agonía que no le permitía patalear. El pánico empezó a apoderarse de él. Braceaba con todas sus fuerzas y trataba de patalear con la pierna buena, pero subía muy, muy lentamente.
Una mano cogió la suya. Supo que Moreen se había sumergido y este hecho le comunicó una extraña sensación de paz. Ella tiró de él, que se dejó llevar. Tras llegar a la superficie y aspirar una bocanada de aire vio un barco, un barco de vela, y supo que ambos habían conseguido sobrevivir al largo viaje de regreso. ¿O acaso la muerte era un sueno maravilloso?
Un momento más y sintió que unas manos fuertes tiraban de sus brazos y, a continuación, la sensación familiar de una cubierta debajo de su cuerpo al desplomarse sobre la tablazón de madera. Vio gente a su alrededor, entre otros, un rostro redondo y familiar bajo una mata de pelo negro: Ratón. Pero ¿qué estaba haciendo aquí? Finalmente lo venció una sensación de paz, de calor y de silencio.
Moreen Guardabahía estaba tendida sobre la cubierta, demasiado exhausta para toser siquiera. Ese agotamiento a punto estuvo de ser su perdición, ya que su respiración era un borboteo del agua que contenían sus pulmones y una oscuridad pacificadora empezaba a cubrir la visión de su único ojo. El parche que cubría su cuenca vacía se lo había llevado el mar, y la sal le quemaba en la cicatriz.
Alguien la rodeó con unos brazos vigorosos y la apretó con fuerza aplastante. La reacción fue instantánea: arrojó una bocanada de agua salada sobre las planchas de madera y a continuación empezó a respirar con dificultad. Volvió a toser, una y otra vez y lentamente la oscuridad empezó a retirarse. Débilmente se puso de lado y al levantar la mirada vio a un joven con signos evidentes de preocupación en su rostro atezado.
—¿Ratón? —dijo con debilidad—. Estoy soñando.
—Soy yo —dijo su compañero de tribu, uno de los ayudantes más capaces de Moreen y amigo de toda la vida—. No trates de hablar. Limítate a respirar.
—¿Y Kerrick? —trató de preguntar sin hacer caso de su consejo y provocando otro acceso de ahogo y de tos.
—Bruni lo está atendiendo. Respira. Parece que el tipejo ese también está bien.
La jefa de los arktos volvió la cabeza y vio al elfo que yacía sobre la cubierta cerca de donde ella estaba, con la forma inconfundible de Bruni inclinada sobre él, enjugándole la frente con una toalla. Un poco más allá reconoció a Slyce, o al menos sus cuartos traseros, ya que el achaparrado náufrago estaba inclinado mirando a través de una escotilla y tenía la cabeza y el torso metidos en el agujero de la cubierta.
Las preguntas se arremolinaban en su mente: ¿qué barco era este?, ¿cómo era que estaba aquí, justo en la bocana de su puerto?
Desoyendo una vez más los consejos del joven, trató de sentarse. Se dio cuenta de que el velero tenía que ser de Ratón, el que él mismo había construido y al que había bautizado Marlin. Estaba casi listo para la botadura cuando ella y Kerrick partieron para Dracoheim. Ratón lo había sacado al mar y ahora reparaba en que tenía pasajeros, unos extraños a los que no conocía.
Vio dos hombres corpulentos, montañeses sin duda alguna, que la miraban desconfiados desde la proa de la embarcación. Uno de ellos era enorme, casi tanto como Bruni, y al morderse el labio inferior dejaba ver un diente de oro. El segundo era un hombre más viejo, con el pelo y la barba grises y una expresión indescifrable.
—¿Quiénes son esos? —preguntó Moreen a Ratón mientras él la ayudaba a llegar hasta un banco de la cabina del barco.
—El grandote es Barq Undiente; el otro, Thedric Drake. Son jefes montañeses y los recogí en la costa este para traerlos al Roquedo de los Helechos.
—¿Qué es lo que quieren?
—Quieren saber qué pasó con Vendaval Barba de Ballena. Es decir, que quieren que vuelva su rey —dijo el joven arktos con expresión sombría.
—Vendaval… —dijo Moreen débilmente volviendo a revivir el amargo recuerdo—. Fue capturado por el rey ogro. Los estaba entreteniendo para que Kerrick y yo pudiéramos llegar al castillo.
—¿Está en poder de los ogros? ¿Se lo han llevado a su plaza fuerte? —preguntó Ratón con expresión desolada.
Moreen asintió y luego señaló a los dos thanes.
—Diles… —empezó. Luego hizo una pausa porque volvió a tener otro acceso de tos. Aunque había empezado a hablar, no sabía muy bien lo que iba a decir.
—Diles que voy a traerlo de vuelta en cuanto pueda llegar a la costa y trazar un plan.
Kerrick miró en derredor y pronto se dio cuenta de que estaba en una de las habitaciones más bonitas de la parte alta de la fortaleza del Roquedo de los Helechos. Podía ver el sol de medianoche a través de las ventanas que daban al sur. Lo veía bajo y pálido sobre los distantes picos de la Cadena del Glaciar, las escabrosas montañas que se alzaban más allá de la Escarpa Dentada. Lo primero que pensó fue que estaba soñando, pero cuando trató de moverse en la mullida cama sintió una punzada en la pierna derecha y recordó todo el viaje de vuelta a la fortaleza, cómo habían salido por los pelos de la embarcación que se hundía y la milagrosa aparición de un velero sobre la superficie del mar.
Lo que vio a continuación fue a Ratón, sentado en una silla junto a la cama y mirándolo con expresión preocupada.
—¿Cómo está la pierna? —preguntó el marinero arktos.
El elfo parpadeó sorprendido, estirando el miembro que tenía una fea fractura cuando perdió la conciencia.
—No está mal —respondió—. ¿He estado inconsciente durante semanas o es que Dinekki tuvo algo que ver con esto?
—Sus conjuros curativos son los mejores de todo el límite del glaciar —dijo Ratón con una sonrisa—. Nos aseguró que estarías saltando por ahí mañana. No, no has estado inconsciente durante mucho tiempo. Os trajimos a ti, a Moreen y a aquel tipejo a tierra hace unas cuantas horas.
—El capitán Neumo desapareció, y Divid también —suspiró el elfo sintiendo tristeza y cansancio—. De todos modos, si tú no hubieras estado navegando en ese momento, no creo que ninguno de nosotros hubiera conseguido llegar a la costa.
Exhausto, Kerrick se reclinó sobre la almohada y cerró los ojos.
—¡Todavía no puedo creerlo! —dijo el joven arktos moviendo la cabeza sorprendido—. Pensaba que el mío era el único barco que había en el mar y de repente empezó a aparecer gente en el agua a uno y otro lado. Y entonces descubrí que erais la jefa, tú y ese pequeñajo. Dicho sea de paso ¿qué clase de persona es?
—Un enano gully —dijo Kerrick con una mueca—. No es la gente más agradable de Krynn, pero era un tripulante leal… y perdió a su mejor amigo.
—No parecía demasiado afectado por ello. Andaba robando pescado por el mercado del puerto unas cuantas horas después de llegar a tierra. Moreen tuvo que convencer al viejo Cutscale para que no lo tirara al agua. Creo que ahora está borracho…, consiguió llegar hasta el barril de cerveza del cocinero.
—Sí, así es Slyce —confirmó el elfo—. Me alegro de que tuviera el tino de subir cuando el barco empezó a hundirse.
—Vosotros… —prosiguió Ratón—, ¿cómo es que…? ¿Por qué veníais por debajo del agua? ¿Qué pasó con el Cutter?
Aquella palabra, el nombre de su amado barco estuvo a punto a romper el corazón de Kerrick. Miró a su amigo, posiblemente el único hombre en todo el límite del glaciar capaz de entender el profundo apego que tenía al barco que le había dejado su padre.
—Se hundió —explicó, tratando de dominar su angustia—. Accidentalmente chocamos con el mismo barco metálico que nos trajo hasta las puertas del Roquedo de los Helechos. Le abrió una vía en la proa y se hundió como una piedra.
—Todo tu oro ¿estaba a bordo? —dijo Ratón, recordando.
—Sí, ocho años de trabajo…, y no me importaría nada si pudiera recuperar mi barco.
—Era una belleza —coincidió el muchacho—, como un cisne, mientras que el pobre Marlin, en el mejor de los casos, es apenas un pato.
Kerrick volvió a cerrar los ojos. No tenía fuerzas para pensar en su futuro, y ahora, sin su barco, el curso de su vida parecía condenado a moverse por fuerzas y poderes que no podía controlar. Estaba en una tierra donde el sol desaparecía durante tres meses seguidos, donde témpanos como montañas surgían amenazantes en medio de las nieblas marinas, donde se había acostumbrado a sobrevivir a base de pan duro y warqat, fuerte y embriagante, de carne y pescado y poco más.
De haber estado de buen humor habría reconocido que el límite del glaciar le había deparado mucho más que eso. Tenía grandes amigos entre estas gentes leales, los arktos, y también entre los montañeses. Había días de verano de sol sin fin, vistas del mar y de los fiordos que explorar, lugares jamás hollados ni por los elfos ni por los humanos ni por los ogros. Por encima de todo, Kerrick Fallabrine era un marino, y el límite del glaciar, especialmente las costas de los mares del Oso Blanco y de Dracoheim, daban ocasiones de navegar insuperables en el mundo.
Al menos así era cuando las aguas no estaban heladas y compactas, barridas por ventiscas atroces y por vientos tan terribles que amenazaban con arrancar la carne de los huesos. Ese era el panorama del límite del glaciar que veía ahora ante sí, toda una vida de inviernos como esos. Moreen se habría marchado después de sesenta o setenta años…
Se paró en seco. Era una línea de pensamiento peligrosa en la que se había acostumbrado a no entrar jamás. Con la probabilidad de que su propia sangre de elfo le deparara cinco siglos de vida o más, era imprudente fomentar el apego a ningún ser humano. Había demostrado que era un compañero útil, incluso un buen aliado, para la jefa de los arktos, y ella a su vez había sido una aliada y una amiga para él. Hasta ahí llegaban las cosas: no podían pasar de allí.
Ni se le pasó por la cabeza la idea de culparla a ella de la pérdida de su barco y de su oro. Es cierto que la había acompañado a una misión que ella misma había planeado, una misión que nunca se hubiera llevado a cabo de no haber sido por la determinación de la mujer, por su fuerza de voluntad y su valor, pero él había ido de buena gana. Al menos así era como lo recordaba ahora.
—¿Y qué tal Moreen? ¿Está bien?
Ratón hizo una mueca y Kerrick sintió que el miedo lo atenazaba.
—¿Qué pasa? ¿Está herida?
—No, al menos todavía no.
—¿Qué pasa entonces?
—Tal vez recordéis a aquellos dos hombres que iban en mi barco. Eran thanes de los montañeses. Los traía aquí por mar para reunirse con una docena de sus paisanos que habían venido por tierra. Querían hablar con Moreen.
—¿Y?
—Ella les dijo que Vendaval Barba de Ballena había sido apresado por los ogros y que lo habían llevado a Winterheim como esclavo.
—Sí…, seguro que los habrá hecho muy desdichados enterarse de que su rey es prisionero del enemigo, pero no culparán de ello a Moreen ¿verdad?
—Bueno, tal vez no lo hayan dicho con esas palabras, pero Moreen parece sentirse culpable.
—¿Qué quieres decir? —preguntó el elfo cada vez más alarmado.
—Sólo que habló con los thanes en cuanto llegaron a tierra. Les dijo que tiene intención de ir a Winterheim, de introducirse en la fortaleza de los ogros y de sacar a Vendaval vivo de allí.
Kerrick se dejó caer en la cama, fijando los ojos en las vigas del techo manchadas por el humo. Al igual que Moreen, también él había presenciado la captura de Vendaval, y al igual que ella la lamentaba profundamente, pero habría concebido un plan de rescate tan descabellado. Ningún humano que hubiera sido llevado a Winterheim había, conseguido escapar de las garras de los ogros, no en la larga historia del límite del glaciar. Empezó a reírse por lo bajo y acabó a carcajadas.
—¿Estás bien? —preguntó Ratón, preocupado.
—Por supuesto —respondió el elfo—. Me pregunto si alguna vez habrá existido una jefa como Moreen Guardabahía.
—No lo creo —respondió el marinero arktos, dejando que una sonrisa iluminara su cara—. Por supuesto, yo voy a ir con ella —añadió.
—Sé que lo harás —dijo Kerrick—, y Bruni, naturalmente, y todos esos montañeses. ¡Vaya, si va a ser una partida de guerra con todas las de la ley, una marcha suicida hacia la gloria!
Ratón se encogió de hombros.
—No sé nada de eso. Tú debes quedarte, por supuesto, y recuperarte.
—¿Quedarme aquí? —dijo el elfo con un resoplido, y otra vez rompió a reír—. ¡No me perdería esto por nada del mundo!