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El discurso de la Dama

Una palabra para mis discípulos, para aumentar su grado de conciencia, incluso en la rutina diaria, aunque aparentemente esto parezca no tener importancia:

La atención es de la máxima importancia. En todo.

La diferencia entre existir o no se encuentra en los detalles.

Permitidme utilizar la lógica inversa, de la que hago uso tan a menudo, para recalcar su importancia: después de todo, la falta de atención les ha costado a muchos su propia vida.

La atención implica, en caso de que exista una solución para un problema, la existencia de muchas otras.

Probemos todas las alternativas.

Hagamos uso de todas ellas si es necesario.

Ésa es la atención que debe observar un mago.

GYGER DE HANDERA,

Palabras de Fatar Ym

—Solitarios, dulse, medio dulse y altos sacerdotes. —Así comenzó Asayinda, la Dama del Alba, su primer discurso ante los nueve mil Solitarios y los cinco altos sacerdotes—. Cada una de las Nueve Mil Palabras presenta un valor de nueve mil veces nueve mil, dice el Solipses, tercer volumen, palabra octava. ¿Debemos interpretar estas palabras literalmente? La respuesta, como casi siempre, no es obvia.

Su firme mirada abarcó a los nueve mil Solitarios, que parecían estar conteniendo la respiración mientras escuchaban. La voz procedente de su interior puso énfasis sin esfuerzo allí donde era necesario; incluso parecía controlar sus movimientos. Un alto myster hubiera creído que estaba combinando la Fuerza de las Caricias con el Enturbamiento de la Voluntad al dirigirse a su audiencia, pero la fuente de la que bebía hacía uso de otro tipo de fuerza.

—Una palabra —enderezó la espalda, alzó la barbilla y elevó el tono de su voz— es como un trueno. Una palabra es silencio, paz. Es nuestra guía durante el día y un faro por la noche. Una palabra no es sólo una nave para el pensamiento; como mínimo, no siempre. Hay palabras que tienen vida propia, como por ejemplo… —ladeó la cabeza, dirigiendo la mirada hacia el agua de la pila— la palabra profundidades.

El silencio había adquirido la consistencia de un edificio dentro de un edificio, de una tupida telaraña, de una alfombra imperial que envolviera cada palabra como una toga ligera. La voz forzó a los Solitarios a emprender el viaje con sus palabras.

—Las profundidades —repitió, esa vez en un susurro—. ¿Qué profundidades? ¿Las conocemos aun sin verlas? ¿Acaso hemos estado en ellas? ¿Hemos explorado alguna vez las profundidades de nuestra propia mente? ¿Hemos llegado al fondo del abismo de nuestros propios fracasos? ¿Acaso hemos pasado largas temporadas en las catacumbas de nuestro deseo?

Permaneció al lado del altar con las puntas de los dedos sobre la página por la que estaba abierto el libro de las Nueve Mil Palabras. Señaló la pila con la mano izquierda. Todos los ojos siguieron sus movimientos.

—El Señor de las Profundidades duerme apaciblemente en el vacío del mar. Su mente, que todo lo abarca, esperará hasta que lo despertemos. Nosotros. ¡Todos los Solitarios!

Volvió a elevar el tono de voz. Advirtió la mirada inquisitiva del dulse. Probablemente, intentaba descubrir adonde pretendía llegar Asayinda. Ésta vaciló, justo el tiempo suficiente para dar a entender a los Solitarios que las palabras que pronunciaría a continuación eran de la máxima importancia. Su voz quedó entonces reducida a un suspiro, como una brisa fugaz, y atravesó la Sala de los Arcos.

—Solitarios, el Señor de las Profundidades habla a través de mí.

Eso era cierto; por lo menos, ella suponía que la mente que estaba utilizando su laringe era el Señor de las Profundidades. Pero no se sentía completamente utilizada, puesto que la mente omnipresente le permitía aprobar cada palabra antes de pronunciarla. Asayinda era consciente, además, de la conmoción que causarían las frases que estaba a punto de decir.

—Permitamos que la pila siga siendo como un espejo. El Señor de las Profundidades nos conmina a dejarlo descansar hasta que él mismo decida volver a la vida. Todo a su debido tiempo. Mi llegada es el primer eslabón de una cadena de acontecimientos irreversibles. Ninguna clase de intervención humana debe alterar su curso.

El silencio sepulcral se extendió hasta las mentes. Miró con audacia directamente a los cinco altos sacerdotes. Sabía que sus palabras, aunque provinieran del mismísimo Señor de las Profundidades, constituían una provocación.

Sintió los ojos de Egamin Wayrant y Dark clavados en ella; sus rostros estaban rojos como la grana de ira. Pero ninguno de los dos tuvo la oportunidad de replicar. La votación prevista en la sacristía quedaba anulada, puesto que, a todos los efectos, el Señor de las Profundidades había hecho saber a los Solitarios sus deseos. ¡No habría invocación!

Atónita, Asayinda comprendió que dos de las más altas autoridades eclesiásticas no creían en el Señor de las Profundidades.

Se volvió hacia el dulse e hizo espacio en su mente para la voz de su pensamiento.

Genial —fue todo lo que dijo, pero Asayinda todavía veía y podía sentir la duda y la inseguridad en el dulse.

Es mi voz, pero las palabras provienen del Señor de las Profundidades —respondió a la pregunta tácita del dulse.

Percibió el asombro procedente de la mente del dulse, así como un atisbo de optimismo.

Es tu voz; por tanto, son tus palabras. No, no me mal interpretes; te creo, y me complace que el Señor de las Profundidades se manifieste a través de ti, después de todos estos siglos de espera. Lo que quiero decir es que los Solitarios oyeron tu voz. Los altos sacerdotes han presenciado cómo arruinabas su votación, su plan para la invocación. Deben de estar furiosos, pero no pueden hacer nada, porque tendrían que hacer frente a la oposición de nueve mil Solitarios.

»La Dama del Alba no lleva siquiera un día en Yle em Arlivux —prosiguió—, y ya se ha hecho con el poder.

Una sonrisa se dibujaba en sus labios. Hizo una leve señal de aprobación y regresó a la sala.

—Regocijaos ahora por la llegada de la Dama. Regocijaos por mi regreso. Preparaos. El agua es la vida.

—El agua es la vida —sonó la respuesta multiplicada nueve mil veces.

—Su oscuridad infinita alberga a nuestro Soberano.

—El Señor de las Profundidades.

Asayinda asintió y dio un paso atrás. Después, dio media vuelta y abandonó la tarima.

Uchate condujo a Asayinda a las dependencias que le habían sido asignadas. Entretanto, Dark, el alto sacerdote de Ynystel, cuya sangre hervía de cólera, acorralaba al dulse en la sacristía.

—¿Qué es todo esto, Aernold? —espetó echándole los brazos al cuello—. ¿Debo creer que se trata de la Dama y que ha hablado por iniciativa propia?

El dulse no perdió la calma. Observó al sacerdote con expresión inmutable.

—Dark, te ruego que te comportes en consonancia con tu posición. Ella es la Dama. Esta mañana vi llegar un barco con el gallardete púrpura ondeando en el mástil. He podido experimentar su poder. Si ella afirma que el Señor de las Profundidades hablaba con su voz, no deberías atreverte a dudar de ello. ¿O tal vez debería poner en entredicho la fe de mis altos sacerdotes?

Dark retrocedió algunos pasos. En ese preciso instante, Egamin, Wayrant, Basra, Wendelmut y Ozar, el medio dulse, hicieron entrada en la sacristía.

—¿Acaso dudas de mi fe? —dijo Dark con un rugido. Se volvió y exclamó—: ¿Por qué no dices la verdad? Esto no puede ser real. El proceso legítimo de votación ha quedado anulado porque la Dama del Alba, que llega de forma imprevista, está en contra de nosotros.

Basra dio un paso adelante y logró interponerse con toda su corpulencia entre el dulse y Dark. Su rostro mostraba un incipiente rubor.

—El Señor de las Profundidades ha hablado a través de la voz de la Dama, Dark. Ha sido un gran momento para los Solitarios. Y lo mismo debería significar para nosotros, los altos sacerdotes. Tus palabras dan a entender que no es la verdadera Dama.

Dark lanzó una mirada colérica a los demás sacerdotes.

—Parece ser que Egamin y yo somos los únicos en objetar.

Durante un instante, pareció que reflexionaba. Acto seguido, se giró bruscamente.

—Acompáñame, Wayrant; esta compañía no me resulta agradable. Debemos hablar a solas. Iré contigo a Delft.

Ambos se dirigieron a la puerta.

—Esto no quedará así —fue la amenaza que profirió Dark por encima del hombro, al mismo tiempo que cerraba la puerta de un portazo.

Durante unos momentos, en la sacristía se hizo el silencio.

—Volverá —dijo Ozar en un tono de voz tan poco convincente que parecía más bien una pregunta.

El dulse negó lentamente con la cabeza.

—Tengo buenas razones para creer que no será así —dijo con aire de preocupación—. Ha llegado el momento de hablar seriamente. Se avecinan malos tiempos. Además de la llegada de la Dama del Alba, parece que hay algo más en camino. Por favor, tomad asiento.

Como si hubiera estado esperando ese momento, Uchate hizo aparición y se sentó al lado del dulse.

—En calidad de dulse, tengo acceso a las Notas Secretas de las Nueve Mil Palabras —empezó a decir Aernold—. Dichas notas mencionan un peligro que amenaza la totalidad del reino. Las Notas Secretas denominan a ese peligro la pulverización, pero nosotros lo conocemos con otro nombre.

El silencio duró esa vez un instante, interrumpido por la pregunta que formuló Basra.

—¿La magia incolora?

El dulse asintió. Se incorporó y apoyó las manos sobre la mesa.

—La llegada de la Dama coincide con la de la magia incolora. Todos los grandes sucesos de nuestra época se corresponden con otros. Pero ni la Dama ni la magia incolora son el núcleo, el eje central del tiempo, incluso aunque el desran esté en desacuerdo.

De nuevo, se hizo el silencio. La mente del dulse trabajaba a toda velocidad.

—La Dama y la pulverización son los hilos de una telaraña tejida durante siglos, pero en su centro habita una criatura distinta. Y esa criatura será el centro de atención cuando el caos reine en el reino.

Eran palabras lúgubres. Los tres altos sacerdotes y Uchate escuchaban al dulse cada vez más tensos.

—Necesitamos el apoyo de Dark y Egamin Wayrant para hacer frente a los inminentes ataques que sufrirá nuestra fe. Sin embargo, preveo que pueden convertirse en nuestros más acérrimos adversarios.

—¿Por qué no has impedido su marcha, entonces? —preguntó Wendelmut con voz suave.

—¿Acaso han hecho algo incorrecto? —replicó el dulse—. Únicamente discrepan de nuestra opinión. Sólo podemos mantenernos alerta. No, Wendelmut, no tengo el derecho de retenerlos contra su voluntad. Son altos sacerdotes.

—Cuéntanos más sobre el tiempo de agitación venidero —pidió Basra.

—Lo haré —dijo el dulse—, pero no en voz alta. Los cinco tenemos el poder de hablar con la mente, aunque no hayamos hecho uso de él durante muchos años. Compartiré con vosotros todo lo que deseéis saber. Tengo algunas misiones reservadas para vosotros, y para mí mismo. Hemos asistido al florecimiento de nuestra fe durante muchos años. El misterio del Señor de las Profundidades ha contribuido grandemente a su apogeo. Pues bien, el misterio ahora cobrará vida.

Sus oyentes quedaron perplejos, en silencio, un silencio que poco después adoptaría la forma del lenguaje de la mente.