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Ak Romat

Trygbald de Gran Melisa es uno de los científicos que ha estudiado la historia de las ruinas del palacio en la isla occidental y el complejo de templos de Ak Romat en la isla oriental. Sus dimensiones, la complicada estructura de los vestíbulos y la riqueza de detalles ponen en evidencia la autoría de un pueblo con una gran cultura. Es probable que únicamente las inscripciones (seriamente dañadas por la erosión) esculpidas en los muros de escritura de Ak Romat puedan proporcionarnos información definitiva sobre el origen del palacio y los templos.

Pero nadie hasta el momento ha sido capaz de descifrar las Inscripciones, ni siquiera Trygbald.

BASTYLAM DE UPLAN,

Los Secretos de la isla oriental

A la mañana siguiente, fue Artod quien le despertó.

—Debemos partir —dijo el maestro de armas, que se ciñó la espada y comprobó las armas de mano.

Lethe miró los Escritos, apesadumbrado; su lectura tendría que esperar. De repente, se dio cuenta de que se había quedado dormido sin ponerlos bajo recaudo. Los documentos yacían al lado del lecho, aparentemente intactos. Rápidamente los recogió, los enfundó con las cubiertas y los metió en la bolsa.

Artod, aparentemente, no se dio cuenta de nada; salió fuera. Lethe cogió su espada y su bolsa, y lo siguió.

Se encontraban cerca del paso, todavía próximos a la cabaña. No había viento y hacía mucho frío. Su aliento flotaba como el humo. A sus pies, una manta de niebla matutina cubría los valles. El mar debía encontrarse al otro lado del siguiente sistema montañoso. Un ligero olor a salitre confirmó sus sospechas. Ante ellos, el sol se alzaba por el horizonte y por encima de la niebla.

Domre reunió al grupo.

—Éste es el momento más peligroso de nuestro viaje —dijo—. Algunas partes del camino se han derrumbado en los últimos meses. Es una región peligrosa debido a los bandidos. Y eso por no mencionar a los lobos. Espero que no sea necesario.

Lethe recordó un sueño caótico en el que aparecían cabezas de lobo.

—Tú irás delante, yo cubriré la retaguardia —le dijo—. Adelante.

No transcurrió mucho tiempo antes de que tropezaran con un primer obstáculo en su camino: una roca, de la altura de una persona, impedía el paso. A un lado, se abría un abismo; por el otro, la roca se apoyaba en la ladera de la montaña.

Domre escaló hábilmente la roca, y los demás siguieron su ejemplo. Aquí y allá se habían derrumbado partes del camino, pero la gente y los animales ya habían buscado pasos alternativos. En mitad de la falda de la montaña había un tramo delicado; una avalancha de rocas había barrido la senda en una distancia de como mínimo cien metros. Además, había una sima de más de un metro de ancho. Domre afirmaba que aquella brecha no había estado allí antes. Domre cruzó primero para abrir camino a los demás. Todos consiguieron llegar al otro lado sin ningún percance.

Poco después, Lethe vio, en dos ocasiones, una silueta agazapada detrás de una colina, pero no apareció nadie. Artod le confirmó que su vista no le había engañado. Ambos maestros de armas fueron a investigar el lugar, pero sin éxito.

Un halcón montano de gran tamaño inspeccionó a la comitiva desde cierta distancia, sentado como un rey en su trono encima de una roca. La imagen evocó a Lethe su encuentro con Mirada Rasuradora. Se preguntó si volvería a ver al águila de nuevo.

La niebla de los valles empezó a desvanecerse. Muy por debajo de ellos, en una ladera a menor altura, podía distinguirse Ak Romat. El complejo ocupaba una extensión de, como mínimo, un kilómetro y medio por dos y medio. Estaba compuesto por un laberinto de paredes recubiertas de musgo y zarzas. Las paredes formaban una sucesión de entradas principales y restos de galerías, a su vez bisecadas por muros dobles cruzados de un metro de anchura por lo menos. En los extremos, los muros lucían ocho cúpulas en forma de campana, llamadas sillas, excelentemente conservadas. Restos de cúpulas similares eran visibles por todas las ruinas. El complejo, en su centro, antaño debía de haber albergado un vestíbulo de dimensiones impresionantes. Entonces, lo que quedaba de él era una estructura formada por cuatro altos muros, que abarcaban una superficie de doscientos metros cuadrados. Cada una de las paredes presentaba una abertura alta y estrecha. En medio del espacio central había un enorme pozo redondo de unos veinticinco metros de ancho.

Al entrar en el complejo, fue como si hubieran entrado en un mundo de silencio. Lethe había experimentado ese fenómeno con anterioridad, cerca de las ruinas del pico de Loh. «El silencio de los siglos», en palabras del myster Jen. El fuerte olor de la tierra, mezclado con el aire salado, flotaba como una nube invisible sobre el complejo. Matei y Domre los guiaron a través de una maraña de pasillos hasta el espacio central. Artod y Domre dejaron caer sus bolsas y se instalaron cómodamente. Matei, Llanfereit y Pit se dispusieron a explorar. Se asomaron al borde del pozo.

Lethe sintió vértigo al mirar hacia el fondo. Escudriñó la oscuridad. Era como si el silencio estuviera concentrado allí. El olor a tierra se mezclaba con la fetidez de la podredumbre. Lethe, de repente, sintió que una criatura los observaba desde las tinieblas. Se le erizaron los pelos de la nuca. Retrocedió arrastrando los pies.

—Dicen que el Señor de las Profundidades se manifestó aquí una vez, hace miles de años —dijo Llanfereit.

El mago sostenía el forma de color granate en una mano, mientras con la otra intentaba poner orden en sus rebeldes cabellos. Sus ojos de color gris oscuro parecían penetrar la oscuridad, como si estuviera viendo algo vedado para Lethe.

—Los isleños afirman que el espíritu del Señor de las Profundidades sigue aquí —prosiguió Llanfereit—. Cada medio solsticio, decenas de Solitarios parten en peregrinaje hacia Ak Romat.

La capa de color gris oscuro se le agitó movida por una ligera brisa. Se asomó al borde peligrosamente, con toda su corpulencia. Por un momento, Lethe temió que el mago cayera en picado. Pero éste mantuvo el equilibrio y le hizo una señal a Lethe.

Con cuidado, Lethe se inclinó sobre el borde. De nuevo, sólo pudo ver la oscuridad que allí reinaba desde hacía siglos, inmutable como las montañas.

—Observa —le susurró Llanfereit al oído.

El Enturbamiento de la Voluntad Primaria y la Fuerza Impalpable de las Caricias puso a Lethe en jaque. Era como si la voz del mago acelerase su mente. Y no sólo su mente; el color negro dejó de serlo para convertirse en una dimensión llena de formas geométricas y colores. En el centro, apareció una abertura que generó una grieta oscura como la tinta. De pronto, la grieta se esfumó. Los planos geométricos se desvanecieron, los colores se difuminaron por debajo de la superficie, negra como la noche.

El momento se congeló.

Lethe se estremeció. Apareció una ondulación en la impenetrable oscuridad. Una forma oscura se movía debajo de la superficie. El cuerpo de la criatura refulgía con una luz amarilla que emanaba de una fuente desconocida. En medio de esa luz tambaleante, durante un segundo, aparecieron dos grandes ojos rojos cuyas pupilas se veían salpicadas de manchas grises. Las pupilas redujeron el tamaño hasta parecer dos brasas incandescentes que prendieran el gris y el rojo de sus ojos.

¡Algo allí abajo lo estaba mirando!

Unos dedos fríos sondearon su mente. La enorme criatura que se escondía detrás de los ojos parecía a punto de hacerse con sus pensamientos. El hedor de la podredumbre saturó los orificios de su nariz.

Algo atravesó el espejo negro.

Un sonido estridente, de dos tonos, llegó hasta sus terminaciones nerviosas. ¡Rax, la espada que canta! Inconscientemente, agarró la empuñadura. De pronto, el sonido disonante quedó interrumpido.

—¡No! —exclamó Lethe, que al retroceder tropezó y se desplomó bruscamente en el suelo. Sus compañeros se apresuraron a socorrerlo.

—¿Has tenido una visión? —preguntó Matei, inclinándose sobre él.

Lethe lo miró con ojos vidriosos.

—Había… —pero su voz se quebró.

Miró hacia el pozo, aturdido. Llanfereit seguía allí, de espaldas a Lethe. Por detrás del mago, emergió un sombra, que se reflejó en las paredes del pozo. Un miedo mortal se apoderó de la mente de Lethe. Se incorporó y avanzó, frenético, hacia el mago.

—¡Mirad! —exclamó, y alargó la mano hacia la sombra.

Llanfereit se volvió hacia él. La sombra había desaparecido.

Matei miró hacia el pozo.

—No hay nada, Lethe. Debe de haber sido una visión o una alucinación. —Se giró hacia Lethe—. Olvídalo. Tenemos mucho que hacer. Vamos a estudiar los muros de escritura; después de todo, para eso hemos venido.

Lethe intentó olvidar lo sucedido, pero la imagen de los ojos incandescentes estaba prendida en sus retinas.

—Trygbald, el famoso investigador de Gran Melisa —dijo Llanfereit al aproximarse al muro más cercano—, trazó un mapa con la ubicación de los muros de escritura. Yo he estudiado su obra, y con su ayuda intenté interpretar y traducir parte de los símbolos. Pero después de cinco o seis paredes me vi obligado a desistir porque no podía encontrar ninguna secuencia lógica en las Inscripciones.

—Parecía tratarse de palabras o conceptos independientes —añadió Pit—. De hecho, estábamos seguros de que nuestra traducción era correcta, o por lo menos bastante buena. Debería haber bastado para construir frases, pero el resultado no fue más que un galimatías. Puesto que no podíamos encontrar coherencia en las frases, nos fue imposible interpretar los conceptos ambiguos.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Lethe.

Matei respondió.

—Lo que Pit quiere decir es que hay palabras que pueden traducirse como «golpe», pero también podrían significar «parece golpear» o «chocar contra algo». La elección más lógica depende del resto de la frase. De esa manera se esconde el lenguaje en las palabras marcadas.

Llegaron al primer muro. Para su asombro, Lethe comprobó que muchas de las Inscripciones habían quedado borradas.

—No te inquietes —dijo Pit, siguiendo su mirada—. Podemos reconstruir la mayoría de las marcas mediante el examen de las diferencias en el color y la estructura del granito.

—Ocho muros. —Matei señaló a las demás paredes—. Inscripciones en ambos lados. Debemos copiarlas y, entre los cuatro, intentaremos descifrar las marcas y resolver el acertijo.

—¿Qué utilidad tienen las cúpulas en forma de campana? —preguntó Lethe.

—No lo sabemos —respondió Llanfereit—. Trygbald también las estudió, pero no pudo averiguar nada.

—¡Hum! —masculló Lethe. Observó, pensativo, la siguiente cúpula. Su cerebro llegó a la conclusión de que debían de tener algún sentido.

Se pusieron manos a la obra. Llanfereit y Lethe empezaron por una de las caras del muro, mientras Matei y Pit trabajaban en la cara opuesta.

Cuando dieron por finalizada la jornada, el sol ya empezaba a ocultarse tras las estribaciones de Kor Romat. Entonces, regresaron al lugar donde les esperaban Domre, Artod y Gaithnard.

—Hay una cabaña en el valle. Si nos damos prisa, podremos llegar a ella antes del anochecer —dijo Domre, que con los ojos entrecerrados, miró hacia el cielo, que se estaba cubriendo de nubes.

Ya había anochecido cuando pudieron ver los contornos de la cabaña. Una vez en el interior, Matei prendió una antorcha. Era un espacio amplio, sin ninguna división. Había cuatro lechos de paja, una tabla y cinco sillas.

Alguien había dejado antorchas para los posibles viajeros que necesitaran refugiarse en la cabaña. Matei encendió unas cuantas para disponerlas entre las vigas del techo, y desplegó sobre la mesa los pliegos de papel sobre los que habían copiado las Inscripciones. Pit extendió otro pergamino al lado de los demás, que contenía las diecinueve marcas ya descifradas y su significado.

—Presiento que no nos queda demasiado tiempo —dijo Matei, que acariciándose la barba, examinó los pergaminos—. Seguiremos trabajando toda la noche. Gaithnard y Artod harán turnos de vigilancia, puesto que éste no es un lugar seguro. Domre y Lethe pueden descansar.

—Preferiría permanecer despierto —replicó Lethe.

Matei frunció los labios.

—No sé si es prudente.

—Creo que puedo contribuir en algo.

Lethe habló con tanta suavidad que Matei no tuvo más remedio que asentir, ceñudo.

—De acuerdo, entonces —repuso el alto myster. Parecía sorprendido, como si se sintiera cuestionado.

Domre y Gaithnard prepararon un refrigerio de pan y carne de venado. Artod haría la primera guardia. Ya había ocupado su puesto fuera, cerca de la puerta.

Gaithnard y Domre se durmieron en seguida.