… y la Dama será reconocida por el Profeta. Gracias a él, el medio solsticio de la Dama quedará grabado en el tiempo después de nueve mil años. La Dama vendrá desde la isla más antigua y guiará a los Solitarios hacia una nueva era. El Señor de las Profundidades se manifestará y traerá una época de gran malestar.
Nueve Mil Palabras
El grupo llegó al pie de Kor Romat a media tarde. Allí había visto Lethe a la otra figura, el hombre que Mirada Rasuradora consideraba digno de confianza. Pero no había nadie entonces, y ningún lugar de aquel paisaje desnudo podía servir de escondrijo.
Iniciaron la ascensión hacia Kor Romat, un bloque de piedra gris de unos tres mil metros de altura, coronado por nieve sucia en la cumbre. El sendero era cada vez más estrecho y sinuoso; la pendiente, más pronunciada, y los muros rocosos se alzaban en ángulo recto a ambos lados del camino. Empezó a hacer más frío. Domre y Gyndwaene encabezaban la marcha, seguidos por Matei y Llanfereit. Artod conversaba con Gaithnard. Hablaban sobre maniobras de espada, amagos y el mantenimiento de otras armas. Pit y Lethe los seguían en silencio.
Todos se habían cubierto con las capas. A medida que se aproximaban a la cima, el camino se tornó tan inclinado y sinuoso que casi a cada momento parecía que iban a perder el equilibrio.
Siguieron avanzando con la ayuda de manos y pies. Cruzaron el límite de las nieves perpetuas. Lethe fue el último en subir penosamente la cuesta. Se había quedado atrás; Gyndwaene le esperaba. De repente, asustada, miró a un punto concreto a la espalda de Lethe. Éste se giró y se encontró cara a cara con un anciano. Lethe no podía imaginarse de dónde había salido. No había nada tras lo que pudiera haberse escondido. El anciano utilizaba una rama de encina a modo de bastón. Iba descalzo y ataviado con una toga raída.
Sin embargo, Lethe no era el objeto de su atención, sino Gyndwaene, que entonces parecía menos sorprendida que él.
—Así que Matei tenía razón —dijo simplemente Gyndwaene, aquiescente—. Es ésta la isla más antigua.
—Junto con la isla occidental —graznó la voz del anciano.
Avanzó hacia Gyndwaene y se arrodilló ante ella, lo que sorprendió a sus compañeros. Inclinó la cabeza con solemnidad y tocó sus pies con la punta de los dedos.
—El Profeta presenta sus respetos a la Dama del Alba, la más alta sacerdotisa de Yle em Arlivux —susurró.
Esas últimas palabras dejaron en la mente de Lethe una sensación de vacío y de vértigo. Silencio; la sencilla Gyndwaene de Dal Rynzel era una mujer importante.
El hombre se incorporó y retrocedió un par de pasos.
—La Dama, por fin, ha llegado —dijo en voz alta—. Es tarde, pero no demasiado tarde. Avanza por el camino del Profeta de los Nueve Mil Solsticios. Y como podéis ver, el Profeta ha estado esperando para mostrarle el camino que conduce a la Puerta de las Nueve Mil Arcadas. Así está esculpido en el tiempo. Así debe ser.
Los demás se aproximaron.
—¡Galle Rybonder! —exclamó Matei, casi con euforia.
El hombre se volvió hacia Matei.
—Bueno, bueno, un alto myster. Ha pasado mucho tiempo, Matei. ¿Fue en Aerges, o en V'ryn del Norte?
—V'ryn del Norte, Galle, hace quince años. ¿Estás aquí por Asayinda?
—Efectivamente, he venido por causa de la Dama, Matei. —Sus ojos refulgían—. El medio solsticio está próximo; el barco ya está listo en la bahía este de Romat. La Era del Alba está cerca. El dulse espera. Yle em Arlivux espera. Los Solitarios también están esperando.
—Pues bien —dijo Matei con voz calma—, sea. Gyndwaene, Asayinda, ella sabe. Le he contado casi todo lo que necesita saber. Tú puedes encargarte de contarle el resto.
—Yo sé —dijo Gyndwaene, tranquila—, pero eso no significa que sepa qué es lo que va a sucederme. Seré una alta sacerdotisa. Iré con el Profeta. Navegaré hacia mi destino. Hay algo que sí sé: mi destino es ineludible; por tanto, lo acepto.
Galle permaneció callado, con la mirada perdida en la distancia.
—Estoy lista —dijo Gyndwaene, que se despidió de sus compañeros y abrazó a Lethe en último lugar—. No hemos tenido tiempo de conocernos, Lethe; pero si todo va bien, volveremos a encontrarnos. Tal vez Matei tenga razón, y ambos desempeñemos un papel importante en la lucha que está a punto de comenzar. —Sonrió.
Lethe se sintió irreal, como si todo fuera un sueño. Ella tenía razón: apenas conocía a Gyndwaene. A él también le hubiera gustado pasar más tiempo con ella.
Al mismo tiempo, una palabra retumbaba dentro de su mente: ¡Arlivux! Esa palabra había provocado una revolución interna, pero no tenía la más mínima idea del motivo.
—Vamos, Dama del Alba —dijo Galle—. Debemos emprender la marcha.
Gyndwaene partió en compañía del anciano. Justo antes de quedar ocultos por un recodo del camino, dio media vuelta y alzó una mano. Después, desapareció junto con el Profeta. Lethe avanzó unos cuantos metros del camino en pos de ellos. Desde allí podía ver el sendero prácticamente en su totalidad, pero no quedaba rastro de persona alguna.
—Magia —murmuró.
—Según Galle, no se trata de magia —repuso Matei, quien se había aproximado hasta llegar a su lado.
Artod observaba a Lethe con extrañeza. El muchacho se sintió incómodo y se volvió hacia Domre y Gaithnard.
—Sigamos —dijo—. De lo contrario, caerá la noche antes de que lleguemos a la cabaña.
La oscuridad los envolvió en su manto gris en cuestión de segundos, justo cuando llegaban al punto más elevado del camino. El crepúsculo dejó paso a un océano de estrellas y a la pequeña hoz de la luna creciente, que todavía asomaba baja en oriente, en el firmamento. Un frío gélido se apoderó de ellos. Detrás de una curva pronunciada del camino vieron una cabaña medio derruida en la falda de la montaña. Una pequeña cascada se derramaba cerca de los muros y el borde del tejado. No había nadie más.
La cabaña tenía cuatro estancias provistas de cálidos lechos de paja. En uno de los armarios encontraron ocho antorchas y un poco de carne seca de venado. Lethe y Artod compartieron una habitación, pero el maestro de armas prefirió disfrutar del aire fresco durante un rato y ocuparse de las armas.
Matei tendió a Lethe un montón de documentos encuadernados en gruesas tapas de cuero.
—Lee esto, muchacho —dijo—. Si puedes, esta misma noche. Son copias de los Escritos de Randole de Cerjin. Sospecho que contienen informaciones importantes para nuestra misión, informaciones ocultas, puesto que Randole temía que la criatura, a la que él denomina el Oscuro del mar de la Noche, descubriera sus planes. Los Escritos datan del principio de nuestra era, pero fueron transcritos en varias ocasiones, para adaptarlos a un lenguaje mucho más comprensible. La última transcripción data del año 6396. El idioma utilizado en aquel entonces no siempre resulta fácil de entender.
»Llanfereit encontró los Escritos. Los tradujo y los copió de nuevo. ¡Toda una hazaña! Le llevó meses de trabajo, de reflexión y transcripción. Lamentablemente, faltan algunos fragmentos después de las primeras páginas. Una vez finalizada esta tarea, Llanfereit escondió los Escritos en la biblioteca imperial de Romander, detrás de unos cuantos volúmenes. Yo los encontré cuando realizaba mi estudio sobre la magia incolora. Fue una coincidencia, si es que las coincidencias existen. Según mis conocimientos, sólo hay estas copias y el original archivado en la biblioteca imperial. Cuídalas con mimo, y no permitas que ninguna otra persona tenga acceso a ellas. —Matei enfatizó sus últimas palabras con un dedo en alto.
Lethe encendió otra antorcha y, tras un tentempié de pan y carne seca, abordó la lectura de los Escritos. La primera página contenía la introducción de un hombre llamado Wolphaer de la isla Blanca, del linaje de los Nibuüm.
Éstas son las palabras de Randole de Cerjin, magyster del imperio de Luü, durante el reinado de Laätilé Syl Jingus de MidLaest, también llamado el Espléndido, y durante los últimos días de los h'ranz, documentado en las islas situadas más al norte de las Fyres, de forma simultánea al gran malestar que se extendió por todo el imperio.
Estos Escritos están destinados a aquellos que deberán hacer frente al instigador de la decoloración nueve mil años después de su redacción. Fueron modificados y traducidos del ysphei en el año 2312 por lady Raila de Eyspen, del linaje de los Nibuüm, y modificados y traducidos al spans en el año 4927 por el escriba Zigor de Rak, del linaje de los Nibuüm, y de nuevo modificados en el año 6396 por este humilde servidor, Wolphaer de la isla Blanca, del linaje de los Nibuüm. Vuestro humilde servidor ha intentado sustituir las largas y complicadas estructuras sintácticas y el uso de un lenguaje superior por frases más cortas y claras, y palabras más llanas. Mi labor no siempre ha sido satisfactoria, debido a la naturaleza de los secretos contenidos en los Escritos, en ocasiones directamente relacionada con la estructura de las frases o el uso de las palabras. He intentado traducir estas estrofas con sumo cuidado, en un lenguaje comprensible.
Se presentan al lector los Escritos de las acciones del magyster que se llama a sí mismo Randole de Cerjin. Aunque documentados alrededor de principios de nuestra era, los Escritos se extienden a lo largo de nueve mil años. Su mensaje se deja llevar por las ráfagas de una tormenta casi eterna por encima de los mares del reino. En el laberinto de las profundidades, el poder de los h'ranz espera pacientemente el medio solsticio, que otorgará a la Dama el puesto que le corresponde, y los momentos decisivos que seguirán a la llegada de la Dama. Pero en las profundidades, el Oscuro del mar de la Noche aguarda el momento oportuno.
Han sido necesarios, en esta labor, muchos medio solsticios antes de que pudiera siquiera discernir los caminos a través del paisaje casi inmutable de los siglos. Puedo afirmar que esta tarea en absoluto ha sido envidiable: no sólo me ha exigido muchos años de dedicación, sino que además ha llegado a afectar mi salud. La complejidad de los cuatro caminos constantemente ha dificultado mi vida. Con el tiempo, conseguí conquistarlos y tomar toda una serie de decisiones. La primera de ellas fue sacar los Escritos a la superficie. Con este fin, me retiré a la isla situada más al norte de las Fyres, el archipiélago que delimita el reino por el norte, movido por razones que trataré exhaustivamente más adelante en estos Escritos. He tardado tres años en hacer un seguimiento de todos los acontecimientos relevantes de los últimos siglos. En la realización de esta tarea, recibí la ayuda de gentes y animales procedentes de todos los rincones del imperio, que compartieron conmigo sus historias.
Estos Escritos, que comprenden la primera de las pistas, hablan de los acontecimientos de la época del gran malestar durante las décadas anteriores a la era desránica. Fueron años de una confusión sin parangón, duras batallas y caos cada vez mayor, que llevaron al imperio en su totalidad al borde del abismo.
El lenguaje, todos los lenguajes, la cultura y distintas formas de vida, incluso los objetivos que las gentes se marcaron, en nueve mil años serán incomprensibles e insondables para aquellos que encuentren los Escritos. He asignado por tanto su custodia a una línea de escribas. Cuando llegue el momento, un escriba traducirá los Escritos en un lenguaje comprensible y aceptable para su época, con conceptos y metáforas entendedoras. Para cada escriba esta obra supondrá el trabajo de toda una vida. A mi entender, lo contenido en los Escritos, de este modo, podrá salvar el intervalo de nueve mil años, aunque debo admitir que he creado algunas «ayudas» adicionales. No obstante, soy plenamente consciente de todos los riesgos posibles que implica este soporte de conocimientos, que se extenderá durante nueve mil años.
La supervivencia o no de estos conocimientos dependerá de muchos factores. Yo, Randole de Cerjin, gracias a los hechizos a mi disposición, he protegido el contenido de los Escritos de la mirada del Oscuro. Incluso he llegado a emplear un hechizo que me susurró él mismo. He modificado la estructura de este hechizo en la medida de mis capacidades, con el fin de que esta pista también permanezca oculta para el Oscuro. He intentado además que los Escritos sean inaccesibles para la criatura responsable del ciclo de decoloración. Tan sólo para esta pista, he dispuesto una cadena de sucesos con el fin de garantizar que la naturaleza de las palabras alcanzará a aquellos que deberán enfrentarse al Oscuro, en el mar de la Noche, cuando llegue el momento. El lenguaje de estos Escritos es, por tanto, el de las precauciones. Su significado, que debe salvar un período de nueve mil años, está contenido en enigmas; incluso el Oscuro puede saberlo. La creación del linaje de los Nibuüm tiene idénticos objetivos. Sin embargo, tras haberlo consultado con mi compañero, he decidido crear otras pistas, de modo que la continuidad de nuestros conocimientos no dependa únicamente de estos Escritos, sino que también se arraigue en el corazón del tiempo: el ser humano.
El comentario final tanteó una puerta en la parte más recóndita de la mente de Lethe, una puerta tras la cual se encontraba el conocimiento. Pero, de momento, la puerta permanecía cerrada.
Empezaron a escocerle los ojos. Esto no se debía a la hora tardía o al cansancio, pero el lenguaje anticuado y de frases largas exigía una gran cantidad de energía, incluso aunque el contenido le fascinase.
Ante el ojo de su mente, se desplegó un edificio descomunal, que se extendía a lo largo de los siglos. Reflexionó sobre la naturaleza de las pistas que Randole había dispuesto. Escritos e Inscripciones. Ante él tenía parte de los Escritos. Y probablemente se hallaban en el camino correcto para encontrar las Inscripciones. Pero Randole había mencionado cuatro pistas. Si un mago se tomaba tantas molestias en transmitir un mensaje de forma tan circunspecta, debía de tratarse de un asunto de vida y muerte.
Encendió una antorcha e intentó seguir leyendo con todas sus fuerzas, pero poco después sintió que se le cerraban los ojos. Apagó la vela. Por la mañana, continuaría con la lectura.
Cerró los ojos, pero, curiosamente, no pudo conciliar el sueño. Apareció la imagen mental de su madre. Podía oír su suave voz y percibir la melancolía en sus ojos. Sintió nostalgia. Su mente vagó hacia su padre. Había descubierto algo sobre él, si Gaithnard estaba en lo cierto. Welm debía de haber sido maestro de armas en la isla de los Gatos. Tal vez ésa era la explicación de por qué Lethe no tenía poderes mágicos. Deseaba preguntarle a Gaithnard acerca de él, pero al mismo tiempo en su interior crecía la duda. Quizá, aunque inconscientemente, temía las posibles respuestas del quymio.
La marcha inesperada de Gyndwaene también le rondaba la cabeza, y casi sin darse cuenta, relacionó este hecho con lo que había leído en los Escritos. De repente, una pauta empezó a perfilarse en todo lo sucedido en las últimas semanas. Otras conclusiones acechaban su mente, pero estaba demasiado cansado. Por fin, se quedó dormido.
Alguien le llamó.
Abrió los ojos. Se encontraba en una torre con vistas a una costa rocosa. Una sombra se abalanzó sobre él. Estaba a punto de dar media vuelta cuando volvió a oír la voz. Como si se tratase de una señal, el tiempo se hizo más lento —estaba soñando, lo sabía—, y se detuvo. No pudo descubrir quién se encontraba tras él o quién le había llamado.
Después de un rato, el sueño desapareció de sus recuerdos como llevado por una ráfaga de viento y se desvaneció en un estado de duermevela agitado.