… y por supuesto, existe un fenómeno nefasto conocido como «el poder». Su gloriosa alteza, ese poder está saturado de magystería negra. He experimentado con ella para servirle. Mejor dicho, he dejado que otros experimenten con ella, debido a su peligrosidad. Los resultados no dejan lugar a dudas. Es por esta razón por la que los Solitarios advierten sobre esta modalidad oscura de control mental. La naturaleza de este poder entra en conflicto con las propias convicciones. Aquel que controle ese poder será capaz de sacar a la luz todos los pensamientos, incluso los más privados. No es necesario insistir en la terrible amenaza que esto supone, su gloriosa alteza.
Amenazas al reino,
recopilado por METTEN SHORT, consejero del desran
Ervenal Gyn Dayreit, año 8263
Durante unos segundos, a Gaithnard se le nubló la vista.
—¡Incorrecto! —exclamó Angest, que intentó entrar en el círculo en el que se celebraba el combate.
Foot, bramando de frustración, se abalanzó entonces sobre su oponente. Desesperado, Gaithnard retrocedió trastabillando cuatro o cinco pasos, resbaló sobre los adoquines mojados, dio una voltereta y aterrizó con un golpe sobre una de las antorchas.
—¡El traidor traicionado! —gritó alguien.
Todos los asistentes vociferaban, rugían, maldecían y vitoreaban. Matei, Lethe y el resto de la tripulación se aferraban al pasamanos con un gesto de impotencia. Angest seguía gritando «¡incorrecto!», pero Foot embistió a Gaithnard, blandiendo la espada con ambas manos por encima de la cabeza.
—¡El truco de Henne!
La voz aguda de Adwyne atravesó el bullicio. De nuevo, Gaithnard se quedó boquiabierto. Recordaba que la mujer a menudo le había explicado la historia de la milagrosa salvación de Henne en un duelo de honor. Había utilizado un truco, no demasiado honorable para un maestro de armas; pero Gaithnard no perdió tiempo en ese tipo de consideraciones. Se sobrepuso al dolor, enderezó el torso y se apoyó sobre el codo del brazo herido. Con un esfuerzo supremo, tanteó con la mano hacia atrás y consiguió alcanzar la empuñadura de Preter. Necesitó de toda su fuerza para levantar la espada con una mano y dirigir la punta hacia Foot. Con un grito que parecía condensar todas las emociones y las últimas fuerzas que le quedaban, lanzó a Preter hacia el adversario.
La primera y más antigua espada se abrió camino a través del vientre de Foot hasta la empuñadura, justo por debajo del corazón. La hoja, sangrienta, sobresalió por la espalda. Foot profirió un grito entrecortado. Inmediatamente, las piernas le fallaron. La sangre salía a chorros de la herida del vientre mientras su corazón latía por última vez. Un hilillo de sangre manaba de la comisura de los labios. Se desplomó hacia adelante lentamente, con la mirada atónita; la cabeza golpeó los adoquines y aterrizó en una postura grotesca. Espina se deslizó de sus manos y cayó repicando en el suelo en dirección a Gaithnard. Éste, en un último esfuerzo, se echó a un lado rodando para esquivarla. Espina le pasó rozando la cabeza y se estrelló contra una antorcha.
Angest se inclinó sobre Gaithnard.
—Och Pandaktera, se ha hecho la justicia de la sangre —susurró el maestro de armas, como dictaban las leyes de la venganza por honor. Acto seguido, quedó inconsciente.
Angest se incorporó lentamente en medio del repentino silencio.
—Sangre por sangre —dijo con voz suave—. Como dicta la ley. Nuevamente, se ha hecho la justicia de la sangre. El honor de Gaithnard de los Erzyriem ha quedado intacto. Preter es la primera espada. La familia de los Vartyos tiene derecho a un nuevo Och Pandaktera. De este modo, continúa el ciclo de la vida, como una rueda imparable.
Adwyne cayó de hinojos al lado de Gaithnard y tomó la cabeza de éste entre sus manos. Angest avanzó hacia el cuerpo sin vida de Foot y lo colocó cuidadosamente de costado. Con idéntico cuidado, extrajo a Preter del vientre del joven; después, caminó hacia Gaithnard y con una reverencia dispuso el arma al lado del maestro de armas y su media madre. En ese preciso instante, Gaithnard gimió y abrió los ojos. Al ver el rostro turbado de Adwyne, sonrió.
—Media madre… —dijo. De nuevo cerró los ojos. No pudo ver cómo los ojos de ella se llenaban de lágrimas.
Mientras tanto, la plancha del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares ya descansaba en el suelo del muelle. Matei, Lethe y el contramaestre Kalyk se apresuraron hacia Gaithnard. Los tres hombres cargaron con él mientras Adwyne recogía la espada.
—Foot ha sido vencido por un traidor —dijo una voz procedente de la multitud—. El ritual de venganza ha sido infringido.
Se oyeron comentarios de aprobación. Algunos de los presentes penetraron en el círculo formado por la luz de las antorchas.
—No permitáis que huya el traidor.
—¡Marchaos! —gritaban sin palabras los ojos ardientes de Angest mientras Matei lo miraba atribulado—. ¡Huid, antes de que esto se convierta en un infierno!
El medio myster dio media vuelta y alzó una mano. Por un instante, los quymios sedientos de venganza se detuvieron.
—En calidad de imparcial juez de sangre, puesto que así fui designado, establezco que se ha hecho justicia. No ha habido traición. Se han producido algunos incidentes y maniobras de espada incorrectas, es cierto, pero siempre por parte de Foot.
Tras un momento de silencio, Hedgebold, el mayor de los Vartyos, gritó con la voz ahogada por la pena y la ira:
—¡El honor de Foot ha quedado mancillado! ¡Muerte a Gaithnard! ¡Muerte a los forasteros!
Lethe aún tuvo tiempo para preguntarse por qué la autoridad de Angest no era cuestionada. Aparentemente, un juez de sangre era imparcial y todos los presentes aceptaban ese hecho, incluso aunque la opinión que expresara no fuera de su agrado.
Adwyne fue la primera en subir; Preter ya estaba a bordo. Matei, Lethe y Kalyk habían conseguido arrastrar el pesado cuerpo de Gaithnard hasta la plancha. Sin embargo, eso no hubiera sido posible de no ser por una voz que se alzó repentinamente entre el tumulto.
—¡Fuego! ¡La Gentil Dueña está en llamas! ¡Ayuda!
Un resplandor rojizo tiñó el cielo hacia el oeste mientras los primeros rayos del sol iluminaban el horizonte.
Parte de la multitud dio media vuelta y corrió hacia la taberna, con Denterl a la cabeza. En el muelle quedaron solamente unas veinte personas, en su mayoría parientes de Foot.
Wedgebolt se acercó para ayudarlos y ocupó el puesto de Matei. El alto myster le susurró algo a Lethe al oído. A continuación, se volvió hacia los quymios y alzó ambas manos.
—El Och Pandaktera ha finalizado —exclamó—. Todo se ha desarrollado de acuerdo con las normas. Os doy una última oportunidad para que aceptéis el resultado y nos dejéis en paz.
—¡Muerte a los forasteros!
—¡Foot debe ser vengado!
Matei pudo comprobar que sus palabras no habían surtido ningún efecto.
—De prisa, Llan —farfulló para sí mismo entre dientes—. No puedo encargarme de esto yo solo, o me veré obligado a utilizar la gran magia de nuevo.
Lethe llegó corriendo hasta la pasarela con el báculo de Matei. El alto myster lo tomó y lo elevó ante sí.
—¡Koynirgist braevam Llobou! —exclamó.
El suelo se abrió para dejar paso a unas llamaradas amarillentas que se elevaron con un rugido ante los quymios, que intentaban avanzar armados de palos y espadas. No era más que una ilusión, pero funcionó. Los atacantes retrocedieron gritando embravecidos. Pero al extinguirse las llamas, algunos de los jóvenes se precipitaron hacia la plancha de un salto, blandiendo sus espadas. Intentaron cortar el paso a Gaithnard, Wedgebolt, Lethe y Kalyk.
Matei suspiró e inició una complicada sucesión de gestos. Se oyó un rugido ensordecedor procedente del muelle; una bola de fuego se acercaba rodando hacia los atacantes. Estos se dispersaron.
—¡Llanfereit! —exclamó Matei, aliviado.
Pit, Llanfereit y otros cuatro miembros de la tripulación hicieron aparición. Habían llevado a cabo el plan de Pit para distraer la atención en el momento justo y regresaban mediante una maniobra de flanqueo para no arrollar a nadie.
Todos consiguieron subir a bordo antes de que los quymios pudieran reagruparse. Wedgebolt y Mano Firme retiraron la plancha mientras la tripulación soltaba amarras.
—¡Izad todo el trapo! —gritó Wedgebolt.
Los marineros treparon por la jarcia como una exhalación para obedecer las órdenes, y poco después el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares se alejaba de la ciudad de Tinandel navegando a toda vela. Sobre las edificaciones podía verse una nube de humo negro. Los enfurecidos familiares de Foot seguían en el muelle, amenazándolos con los puños.
—¡Roga dará muerte a Gaithnard! ¡De Roga será la venganza y el honor! —gritaron.
—Roga es el hermano de Foot —comentó Adwyne estoicamente—. El Och Pandaktera nunca tendrá fin.
Sacudió la cabeza y dio la espalda a la isla. Su menuda y encorvada figura por un momento parecía albergar todo el dolor causado por el ritual de venganza.
La columna de humo que se levantaba sobre la taberna fue lentamente cambiando de color hasta volverse blanca. Eso significaba que los quymios habían conseguido controlarla. Dos barcos de pesca estaban siendo preparados a toda prisa para salir a la caza del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares.
—Es inútil —dijo Wedgebolt, de pie en la proa junto a Gyndwaene y Lethe—. Mi nave es dos veces más rápida, incluso en su estado actual. —Acto seguido, desapareció en dirección a su camarote.
—Voy a intentar dormir un poco —dijo Gyndwaene mientras daba unas palmaditas a Lethe en el hombro—. Yo haría lo mismo si fuera tú. Pareces cansado.
Lethe asintió.
—Tienes razón.
Sin embargo, permaneció en cubierta más tiempo, obedeciendo a un impulso indeterminado. Cuando Quym era tan sólo una silueta recortada en la bruma a punto de disiparse, pudo ver un barco, procedente del este, que se acercaba al puerto. Era una galera con velas negras y sin ninguna marca. Un escalofrío le recorrió la espalda.
Avanzó hacia Mano Firme, que parecía estar pegado al timón. No podía recordar que lo hubiese visto separarse de él. Entonces estaba apoyado en el pequeño arcón contiguo a la rueda.
—Creía que el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares era el único barco que se hacía a la mar en esta época del año.
Mano Firme confirmó su idea. Sonrió y señaló con el pulgar por encima del hombro.
—Aparte de nuestros insensatos perseguidores de Quym, por supuesto.
—Acabo de ver una galera entrando en el puerto de Tinandel.
El timonel miró hacia atrás, pero la niebla todavía era demasiado densa.
—Las playas y las rocas del reino no están salpicadas de restos de naufragios por casualidad. Siempre habrá patrones temerarios —dijo suspirando.
—¿Eso mismo no es aplicable a nosotros?
—El capitán Wedgebolt sabe lo que hace —refunfuñó Mano Firme, a quien parecía haberle ofendido la pregunta—. No se puede decir lo mismo de la mayoría de los demás patrones.
Casi asustado por su propia reacción, sonrió, soltó la rueda y dio unas palmaditas a Lethe en la espalda.
—Créeme, Lethe, Wedgebolt es el mejor. ¿Por qué crees que Matei lo eligió para este viaje? El número de violentos temporales a los que ha debido hacer frente no pueden contarse con los dedos de las manos. Si el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares pudiera hablar, permanecerías en cubierta más de diez meses, escuchando sus heroicas proezas.
—Te creo, Mano Firme.
Lethe decidió seguir el consejo de Gyndwaene y se dirigió a su camarote.
—¿Estás en posesión del poder?
Era menos que un susurro. Parecía la vaharada de una leve brisa. Lethe percibió un extraño cosquilleo en su mente adormilada. Abrió los ojos de golpe, se quedó sin respiración y se incorporó de un salto. Casi cayó de la litera debido a la brusquedad del movimiento.
Perplejo, comprobó que ya era de noche. ¿Tanto había dormido?
Un forma borrosa empezó a formarse en la oscuridad y ocupó la totalidad de su campo de visión. Al principio, refulgía en color púrpura, después en amarillo. El contorno se asemejaba a una red de pesca. El cosquilleo mental se interrumpió de manera brusca. Sintió cómo algo se deslizaba desde su mente. Simultáneamente, la forma se desvaneció.
El camarote estaba sumido en completa oscuridad. La respiración regular de Matei confirmaba que el mago seguía dormido. ¿Acaso lo había soñado? Inconscientemente, sacudió la cabeza. Lo que había escuchado y había visto no formaba parte de ningún sueño.
Intentó penetrar la oscuridad con el propósito de descubrir la procedencia exacta de la voz, que no era la misma que ya lo había visitado en un sueño anterior. ¿Se trataba de una alucinación? ¿Acaso su mente le estaba jugando una mala pasada?
De repente, el hilo de sus pensamientos se quebró.
¡Cómo podía ser tan tonto! Estaba literalmente tanteando la oscuridad, en busca del ente al que pertenecía la voz. Sin embargo, lo principal era el contenido del mensaje: «¿Estás en posesión del poder?».
El poder. ¿Acaso se refería al mismo poder del que le había hablado el myster Jen, su maestro en el Instirium? El poder era más antiguo que el reino. ¿De qué se trataba exactamente? Rebuscó en su memoria. Hacía miles de años, algunos altos mysters habían experimentado con ese poder; en secreto, puesto que, al igual que la magia incolora, el poder también era la fruta prohibida. Pero los conocimientos sobre ese poder habían quedado relegados en el olvido. El myster Jen había afirmado que nadie sabía con exactitud cómo funcionaba ese poder y cuáles eran sus consecuencias, o su utilidad. Tal vez Matei sabía algo, o Llanfereit, o quizá Pit podría contarle algunos detalles.
Su mente parecía a punto de estallar bajo una oleada de calor.
¡No, ni siquiera debía mencionarlo!
Sintió como si una ráfaga de viento de un temporal persiguiera sus pensamientos y asediara con furia todo su ser. Fuera lo que fuera, rugía desde la distancia, sibilante. Durante un solo instante, el resplandor impreciso de la red se dejó ver de nuevo. Después, volvió a reinar la oscuridad.
No estaba equivocado.
A su alrededor, había fuerzas reagrupándose. Por primera vez, empezaba a ser consciente de que era el centro de los acontecimientos que afectaban al reino. Se cuestionaba qué era lo que debía hacer: ¿debía advertir a Matei, o mantener el secreto? La voz le había advertido claramente. Tal vez debía esperar un poco.
Se acostó, preguntándose si sería capaz de seguir durmiendo. Algunos segundos más tarde, volvió a sumergirse en un sueño caótico que en un principio parecía no tener ninguna relevancia.