El habitante común del reino considera los ritos del Och Pandaktera incomprensibles, incluso ridículos. A sus ojos, se trata de una reliquia de la edad oscura. En consecuencia, piensan que el pueblo quymio está compuesto por gentes inconscientes, que confían demasiado en sus instintos y no lo suficiente en sus capacidades intelectuales.
Las restricciones impuestas sobre ambos maestros de armas, en forma de veinte movimientos de espada y estocadas o acometidas correctas, van en contra de cualquier reacción básica de la voluntad. Incluso en Quym, en las últimas décadas, ha surgido cierta resistencia contra las aparentemente inquebrantables leyes de la venganza por honor. Un grupo de jóvenes, dirigidos por Pandel de Durk, están intentando simplificar los ritos para integrar en ellos los reflejos. Afirman que eso beneficiaría la belleza y la pureza del combate, pero ni siquiera se cuestionan las raíces del ritual.
El Och Pandaktera ha demostrado su carácter sumamente conservador y pertinaz, al igual que los mismos habitantes de Quym, lo cual también es aplicable a los acuerdos establecidos en torno a los ritos.
TRYGBALD DE GRAN MELISA,
Réplicas y premisas de la historia del reino de Romander
Se oyó el ruido de los cascos de una cabalgadura. Los quymios, que acababan de reorganizarse, se detuvieron para mirar a su alrededor. La niebla hacía difícil descubrir de dónde procedía el sonido. Un semental negro, con dos personas en el lomo, apareció de pronto. Los quymios, de forma involuntaria, formaron en fila cuando el purasangre se aproximó al barco galopando. El caballo se detuvo muy cerca de los adoquines sobre los que descansaba Espina.
—¡Es Gaithnard! —exclamaron. Y a continuación, aún más desconcertados, dijeron—: Esa mujer… ¡es su madrastra, Adwyne!
Gaithnard desmontó justo al lado de Foot, ayudó a Adwyne a bajar del caballo y le tendió su daga en forma de dragón. Dio una palmada al semental en los cuartos traseros. El animal se encabritó y se alejó galopando en dirección al establo.
Gaithnard se plantó ante Foot y le ofreció una amplia sonrisa.
—Perdona que llegue un poco tarde, Foot. Me he entretenido.
Por un instante, Foot enmudeció. Acto seguido, avanzó el rostro, contraído por la ira, hasta estar muy cerca de Gaithnard.
—¡Traidor, despreciable ser humano! ¡Llegas con nueve años de retraso! Durante nueve años has estado temblando de miedo en otras islas. Has asesinado cobardemente a nuestros espías. Si pudiera decidir, aquí y ahora, que el Och Pandaktera no es válido en tu caso, porque deberías ser ejecutado como un asesino, apenas encontraría oposición entre los presentes.
Gaithnard le devolvió una mirada tranquila.
—¿Qué te detiene, Foot? Adelante, tómate la justicia que predicas, aunque sea cuestionable. Eso me liberaría de mi deber de pedirle a mi madrastra, que pronto será mi media madre, que actúe como mi segundo.
El discurso de Gaithnard, rebosante de confianza en sí mismo, surtió efecto. Foot retrocedió un paso y ladeó la cabeza. Sus ojos miraron alternativamente a Gaithnard y Adwyne, incrédulos.
—¿Tu segundo? ¿Tu madrastra te servirá de segundo?
—A menos que conozcas a alguien que pueda cumplir esa función por ella —repuso Gaithnard con una media sonrisa.
Se sentía extrañamente liberado. Durante nueve años, había evitado la venganza por honor, pero inevitablemente había llegado el día en el que por fin se decidiría aquella cuestión: las dos primeras espadas de Quym lucharían por el poder, y eso le hacía sentirse en paz. La alegría por volver a ver a Adwyne y el galopar salvaje del caballo le habían encendido la sangre. Como intoxicado, esquivó a su estupefacto contrincante y se dirigió hacia el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares.
—¡Lethe, mi espada! —gritó.
Lethe hizo descender a Preter por la borda con la ayuda de un cabo. Gaithnard la desató y caminó hacia Espina. Con sumo cuidado colocó la punta de Preter enfrentada a la de la otra espada. A continuación, se puso en pie y miró a los quymios. La mayoría le devolvieron una mirada airada.
—Estoy listo —anunció Gaithnard—. ¿Quién será el juez de sangre?
—Me han pedido que haga este servicio —respondió una voz familiar, oculta por la niebla.
La silueta de un cuerpo encorvado se hizo de pronto visible.
—¡Angest! —exclamó Matei, con un dejo de incredulidad.
El medio myster se situó entre Gaithnard y Foot.
—Soy yo, Matei. Alguien tiene que hacerlo, ¿por qué no yo? Se trata de una función oficial; soy imparcial. De hecho, me siento honrado. Raramente se designa para este cometido a un extranjero, por lo que lo considero como una señal de la confianza que me he ganado durante estos años en Quym.
Angest se volvió hacia Gaithnard y Foot.
—Sangre por sangre. En la cadena de vínculos honorarios, en la que todas las familias de Quym participan con su propia sangre, y en virtud de mi función como juez de sangre, establezco los ritos del Och Pandaktera ante la familia de los Vartyos, representada por cuarenta y cinco de sus miembros, y ante la familia de Erzyriem, representada por su último superviviente, Gaithnard. El último eslabón de la cadena del Och Pandaktera fue Pralent, el hermano mayor de Foot, víctima de la venganza de Gaithnard. Gaithnard tiene ahora la deuda de su sangre. —Angest alzó la vista—. ¿Quién será el segundo de Foot?
—Yo.
Otra sorpresa; el tabernero de La Gentil Dueña dio un paso adelante.
—Denterl, posadero de La Gentil Dueña —confirmó Angest—. ¿Hay alguien que se oponga a que actúe como segundo?
Nadie habló.
—¿Quién será el segundo de Gaithnard?
—Yo —dijo Adwyne con la voz un tanto crispada.
—Adwyne, de la granja de las Dunas Blancas —anunció Angest de forma solemne—. ¿Alguien se opone a que actúe como segundo?
Hubo un murmullo entre la multitud, pero ni una sola alma expresó una objeción.
—Entonces, dejemos que los segundos lleven a cabo su cometido, de acuerdo con las leyes del Och Pandaktera. Que ocupen sus puestos. Los ritos deben comenzar.
Denterl y Adwyne se aproximaron a Espina y a Preter, respectivamente, y tomaron posición inmediatamente detrás de las empuñaduras.
—La venganza por honor se ejecutará de acuerdo con las leyes del Och Pandaktera. Cualquier quymio, hombre o mujer, podrá tomar la sangre de aquel que infrinja las leyes durante los ritos.
Se oyeron murmullos de aprobación. Los parientes de Foot y demás espectadores formaron un amplio semicírculo en torno a Gaithnard, Foot, sus segundos y Angest. La tensión podía palparse en el aire casi como la niebla, que parecía retirarse en previsión del inminente duelo. Lethe dio un suave codazo a Matei.
—¿Los contrincantes en este duelo pueden llevar más de una arma?
—No, que yo sepa —respondió Matei.
—Foot lleva una pequeña daga oculta en la manga izquierda.
—¿Cómo…?
Matei permaneció en silencio y lanzó a Lethe una perturbadora mirada. Después, inspeccionó a Foot.
—Confía en la fuerza y la experiencia de Gaithnard —dijo—. Si tú la has visto, probablemente él también reconocerá el peligro.
—No la he visto; no, exactamente —respondió Lethe—. Lo deduzco por sus movimientos. Alguien que lleva un puñal o una daga flexiona repetidamente el dedo meñique y el anular de forma involuntaria. Además, el brazo derecho parece estar rígido; lo mantiene inclinado hacia abajo. Ésa es la postura típica de una persona que lleva una arma en la muñeca. La manga de Foot es demasiado estrecha para esconder un puñal. El mango de una daga de gran tamaño tampoco cabría, así que debe de ser pequeña.
Matei miró a Lethe, sinceramente sorprendido. Estaba impresionado por los poderes de observación del muchacho. Iba a decir algo cuando la voz de Angest retumbó con claridad por toda la bahía.
—¡Och Pandaktera!
—¡Och Pandaktera! —respondieron al unísono decenas de gargantas.
Gaithnard y Foot se dirigieron hacia sus segundos, que se agacharon para recoger las espadas.
Angest tomó posición justo en el lugar en que ambas espadas se tocaban.
—La primera espada, Preter, forjada por Vyktel de Tinandel Alto en 8312. La más antigua primera espada de Quym.
Adwyne alzó la espada por la empuñadura con gesto solemne.
—Preter por la sangre del honor —anunció rotundamente mientras apoyaba el arma por la punta—. En manos de Gaithnard, último de los Erzyriem. Espada y mano son una sola cosa en los ritos del Och Pandaktera.
Se dirigió hacia Gaithnard resuelta, dando grandes zancadas, y le tendió la espada. Eludió sus ojos. Gaithnard sabía que no quería desconcentrarlo. Esto le animó a iniciar el ritual de interiorización, mientras Denterl realizaba las acciones pertinentes para entregar Espina a Foot. Finalmente, los dos maestros de armas se colocaron uno frente al otro.
Un inesperado recuerdo planeó sobre el torbellino de pensamientos que era la mente de Gaithnard. ¿Cuándo había sostenido a Preter en sus manos por primera vez? ¿Cuánto tiempo hacía de eso? Más de diecinueve años; entonces, le había parecido rígida, pesada, rebelde. Había temido perder su primer duelo en la embestida inicial. Sin embargo, una vez empezada la lucha, espada y mano se habían fundido para convertirse en una sola cosa. La empuñadura, que en un primer momento había sentido terriblemente fría, se había adaptado al calor de su mano. De repente, se habían armonizado. Había intuido cómo reaccionaría la hoja ante el más leve movimiento de la muñeca. Había percibido de modo infalible la dirección que tomaría el filo. Después de algunos duelos, era capaz de controlar la punta de la espada con tal precisión que el margen de error era menor que la fracción de una pulgada.
Angest entregó a cada uno de los segundos un pequeño tambor y un palo. Denterl y Adwyne se colocaron uno frente a la otra, e iniciaron un ritmo monótono.
—Los cuatro puntos cardinales —invocó Angest.
Al compás de los ritmos hipnotizantes, en perfecta sincronía y con una elegancia que fascinaba a los espectadores, Foot y Gaithnard alzaron las espadas directamente hacia el cielo, apuntando al norte, de nuevo al cielo, después al este, y por último al sur y al oeste.
—Norte por norte —dijo Angest, y las puntas de ambas espadas trazaron un círculo completo.
»Perforar y golpear. —La voz de Angest parecía entonces un ruido de fondo. Incluso los que estaban a bordo del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares cayeron bajo el embrujo de los ritos.
Gaithnard y Foot apuntaron hacia adelante con las espadas, flexionando levemente la rodilla derecha y retrasando la pierna izquierda; por último, apoyaron la mano izquierda sobre la cadera. Después, cambiaron las espadas de mano y, adoptando la posición de firmes, apuntaron con la hoja directamente al rostro del adversario.
—¡Krana! —exclamaron simultáneamente mientras las espadas se lanzaban a un fugaz ataque a un oponente imaginario.
Realizaron otros dieciocho movimientos similares, desde el más simple al más increíblemente sofisticado. Parecía imposible que uno de los dos maestros de armas no sobreviviera al duelo inminente; tal era su compenetración.
De repente, el repique de los tambores quedó interrumpido.
Angest avanzó hacia Gaithnard y Foot, y les cogió la mano que les quedaba libre. Durante un segundo, Lethe vislumbró el acero. ¡Estaba en lo cierto! Foot escondía una daga en la manga. Pero Angest parecía no haberse dado cuenta. Alzó las manos de ambos hacia el cielo.
—El Och Pandaktera de nuevo ha caído sobre nosotros. El poder del honor es irrefutable. El resultado del duelo será irreversible. Correrá la sangre. Dos maestros de armas iniciaron los ritos, y dos maestros de armas los finalizarán: uno vivo, otro muerto. Porque el honor exige venganza. Sangre por sangre.
—¡Sangre por sangre! —corearon los quymios.
Angest les liberó las manos y se colocó entre Gaithnard y Foot.
—Sólo la espada, Gaithnard de los Erzyriem. Ninguna otra arma.
—Sólo la espada —refrendó Gaithnard suavemente.
Angest se giró hacia Foot.
—Sólo la espada, Foot de los Vartyos. Ninguna otra arma.
Lethe vio cómo los ojos brillantes de Foot se contraían por un instante, y cómo el dedo meñique y el anular se flexionaban de forma involuntaria.
—Sólo la espada —repitió Foot, bruscamente.
Angest se apartó unos cuantos pasos.
—Los primeros cinco movimientos de espada. ¡Que empiece el duelo!
Lethe creyó entender que ambos maestros de armas sólo podían hacer uso de los cinco primeros movimientos ensayados previamente.
Foot y Gaithnard calcularon cuidadosamente sus pasos mientras giraban uno en torno al otro. Sus sombras bailaban alrededor de la luz de la antorcha. Angest seguía sus movimientos a distancia segura y vigilaba estrechamente todas las maniobras. La tensión escaló hasta ser casi tangible.
Foot movió la muñeca de la mano con la que blandía la espada. Espina centelleó. Gaithnard se desplazó hacia un lado casi imperceptiblemente y esquivó el golpe con la hoja plana de Preter. El acero chocó contra el acero, y saltaron chispas. Una oleada de emoción invadió a la multitud.
De nuevo, Foot avanzó. Daba la impresión de que el quymio preparaba otro ataque; sin embargo, rápido como una centella, su cuerpo realizó una vuelta completa para asestar un golpe en diagonal a la altura de la cadera de Gaithnard. Apenas a un par de centímetros del jubón de Gaithnard, Preter rechazó el ataque. Simultáneamente, Gaithnard clavó el pie izquierdo, se inclinó hacia atrás, agachándose, y dio una estocada con la punta de Preter por debajo de la hoja de Espina, en dirección al muslo de Foot. En el último momento, Espina se desvió hacia la parte amenazada del cuerpo. Justo a tiempo, Foot eludió el golpe. Su jubón se había rasgado. Le centellearon los ojos.
Gaithnard salió del círculo imaginario que ambos habían dibujado a su alrededor. Foot se enderezó y retrocedió. Se desató un animado debate sobre la primera parte del combate.
—De seis a diez —anunció Angest inmediatamente después.
Los murmullos se interrumpieron. Gaithnard y Foot tomaron de nuevo posiciones y empezaron a caminar en círculo. Gaithnard se agachó y avanzó el pie derecho; un amago. Foot reaccionó y, asiendo la espada con ambas manos, apuntó con la hoja directamente al cuerpo del otro. Gaithnard, que parecía haberlo previsto, con un ágil movimiento de la muñeca blandió a Preter por debajo de Espina. La punta de la espada pasó silbando a menos de dos centímetros del suelo de adoquines; la estocada iba dirigida a la cadera izquierda de Foot. Éste reaccionó demasiado tarde. Preter le causó un corte profundo, y se retiró velozmente, lista para esquivar el contraataque. Pero Foot se había quedado paralizado. Una mancha oscura apareció en el jubón. Su rostro se retorció en una mueca, mezcla de dolor y de rabia. Foot salió del círculo con paso resuelto. Gaithnard se irguió.
—¿Ha sido un séptimo correcto? —preguntó Foot con voz estridente, tanteando el corte con la mano izquierda.
—Séptimo correcto —respondió Angest, rotundamente.
Se oyeron algunos comentarios airados procedentes de la multitud, pero en seguida volvió a hacerse el silencio cuando Angest alzó la mano.
—De once a quince.
Denterl secó la herida de Foot y la cubrió con un trozo de tela.
Esa vez Foot sorprendió a Gaithnard con una veloz maniobra, que le provocó un doloroso corte en el brazo derecho.
Adwyne se ocupó de la herida.
—Debes ser más defensivo —le susurró—. Quizá este asalto sea más largo. Foot es famoso por su resistencia.
Gaithnard esquivó con habilidad los virulentos ataques de Foot en el cuarto asalto, durante el cual estuvieron permitidos los movimientos dieciséis a veinte, que consistían en intentos sofisticados de estocadas y acometidas.
En una ocasión, Lethe pudo ver cómo Foot flexionaba el dedo meñique y el anular de la mano izquierda, mientras ésta rozaba a Gaithnard por la espalda tras una violenta maniobra. Contuvo la respiración, pero por suerte no sucedió nada.
—Sólo maniobras de espada; nada de movimientos circulares —les advirtió Angest de nuevo.
El duelo dio un giro: ambos maestros de armas aumentaron el ritmo de los ataques. Las gotas de sudor brillaban sobre ambos cuerpos. Gaithnard sufrió una herida en el brazo izquierdo cuando Foot se abalanzó sobre él en una furiosa embestida; Gaithnard casi resbaló sobre los adoquines mojados. Todos pudieron ver que la estocada de Foot era incorrecta.
—Dieciséis incorrecto —anunció Angest.
Tras una breve pausa para atender las heridas, Foot tuvo que esquivar las acometidas de Gaithnard con la mano izquierda atada a la espalda durante todo un asalto.
Lethe se dio cuenta de que Gaithnard no estaba atacando con todas sus fuerzas. Tal vez el maestro de armas opinaba que un combate tan desigual era deshonroso.
Foot consiguió salir ileso del último asalto. Miró a Gaithnard con un amago de sonrisa triunfante.
—Ya estás cansado, anciano. Dentro de poco todo habrá acabado.
Pero se equivocaba. En los siguientes asaltos, estuvieron permitidas de nuevo todas las maniobras; los maestros de armas podían cambiar la espada de mano, y utilizar los brazos. Tanto Gaithnard como Foot estaban magullados, pero sus fuerzas seguían estando equilibradas.
Así pues, el combate continuó. El ardor juvenil y la flexibilidad de Foot quedaban contrarrestados por la experiencia y la tranquilidad de Gaithnard. Los espectadores estaban fascinados y absortos, a pesar de que ya era entrada la madrugada.
Lethe seguía de cerca los movimientos de la muñeca y los dedos de la mano izquierda de Foot, aunque éste todavía no se había atrevido a utilizar la daga. Lethe deseaba gritar y advertir a Gaithnard acerca del inminente peligro, pero era consciente de que eso iría en contra de los ritos. Semejante acción podría tener unas consecuencias desastrosas para Gaithnard.
—Las veinte maniobras de espada están permitidas, así como las creadas por vosotros —anunció Angest tras una nueva pausa—. Puede utilizarse todo el cuerpo, incluso la voz. Están prohibidos los movimientos circulares y salir del círculo que marcan las antorchas. El combate continuará hasta que Foot o Gaithnard consigan el Och Pandaktera.
Nuevamente, los maestros de armas se encontraron frente a frente y alzaron las espadas hacia el cielo.
—¡Och Pandaktera! —exclamaron al unísono.
—¡Och Pandaktera! —corearon los quymios.
Lethe reprimió el impulso de añadir su voz al vehemente griterío. En última instancia, correría la sangre, uno de los dos moriría; no había nada emocionante en todo aquello.
Angest hizo un nuevo llamamiento.
—¡Muerte o una nueva venganza! —La mirada del medio myster se cruzó momentáneamente con la de Matei y Lethe. Sus ojos oscuros parecían reflejar una advertencia.
Lethe se dio cuenta de que si Foot pretendía utilizar la daga, lo haría muy pronto. Podía ser que todos lo vieran y que el ataque se considerase ilegal, pero Gaithnard ya estaría muerto para entonces. Buscó desesperadamente en su mente la manera de hacérselo saber a Gaithnard. Intentó atraer la atención de Adwyne mientras Gaithnard y Foot intercambiaban los primeros golpes violentos, pero la mujer sólo tenía ojos para el combate.
En un primer momento, Lethe había tenido la impresión de que los veinte movimientos de estocadas y acometidas agotarían el repertorio de maniobras de espada. Pero resultó que tanto Foot como Gaithnard sabían una serie interminable de variaciones sutiles. Las hojas de Preter y Espina chocaban una y otra vez, con más virulencia que nunca, aparentemente sin que ninguna de ellas quedara dañada. Foot profería gritos estridentes para poner aún más énfasis a sus ataques, y con frecuencia, daba una patada con el pie izquierdo con el fin de desconcentrar a Gaithnard. Pero Gaithnard esquivaba los golpes denodadamente y en silencio. Daba la impresión de que ambos estaban luchando con todas sus fuerzas. Foot asestaba violentos y peligrosos puntapiés e incluso llegó a utilizar su codo como arma en algunas ocasiones. Sin embargo, los ataques de Foot en su mayoría estaban condenados al fracaso desde el principio, puesto que Gaithnard preveía sus movimientos con mucha antelación. De ese modo, ahorraba energías y realizaba contraataques controlados, que inmediatamente ponían a Foot en serias dificultades.
¿Acaso Foot albergaba dudas respecto a la posibilidad de emplear la daga? ¿Tenía miedo de utilizarla? Lethe no creía que eso fuera posible.
Cuando la bruma dio paso a los primeros rayos del sol sobre el horizonte, ambos contrincantes seguían frente a frente, exhaustos y bañados en su propio sudor. La furia salvaje que antes había desfigurado el rostro de Foot desapareció por unos instantes. Durante una breve pausa, los dos hombres se sintieron inmersos en el ritual alucinógeno, conscientes de que uno y otro eran víctimas de las circunstancias. Espina y Preter apuntaban hacia el suelo de adoquines.
La superior capacidad de resistencia del maestro de armas más joven todavía no se había hecho patente.
Un fulgor salvaje en los ojos de Foot advirtió a Lethe.
El quymio saltó hacia adelante, hizo girar a Espina sobre su cabeza e inició una complicada maniobra: daba vueltas mientras flexionaba las rodillas. Gaithnard captó la intención de Foot y se echó rápidamente a un lado. Cuando todavía no había finalizado el giro, sin embargo, Foot se detuvo y se abalanzó sobre Gaithnard con todo su cuerpo. La mano izquierda aterrizó en la espalda de Gaithnard, oculta para la mayoría de los espectadores.
Lethe pudo apreciar cómo los dedos de Foot se crispaban para accionar el mecanismo de la daga. Durante un segundo, el delgado acero de la daga destelló a la luz de las antorchas.
Presa del pánico, Lethe envió mentalmente a Gaithnard un mensaje: «¡Su muñeca!».
Gaithnard percibió con el rabillo del ojo la extraña variación en los movimientos de Foot. Durante una décima de segundo, vio acercarse el peligro y se dejó caer a un lado. La rápida reacción de Gaithnard hizo que la daga reluciera bajo la luz de las antorchas. La puñalada que iba dirigida a la espalda penetró en el brazo izquierdo de Gaithnard. Inmediatamente, la sangre empezó a salir a borbotones de la profunda herida, y el brazo quedó como muerto. Se produjo un gran revuelo entre la multitud, que profería alternativamente gritos enfurecidos y exacerbados. Los quymios cerraron el círculo en torno a las antorchas.