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Pit

La relación entre un myster (un maestro de la magia) y su aprendiz es especial, o por lo menos así debería ser. Ambos trabajan con la magia, pero también se podría decir que su relación está asimismo imbuida de magia en una considerable proporción. Afortunadamente, hay muchos ejemplos de colaboraciones tan estrechas que los límites se difuminan gradualmente. Entonces, surgen algunas cuestiones: «¿Quién es el aprendiz? ¿Quién es el maestro? ¿Se trata tan sólo del poder del maestro? ¿O acaso los incipientes poderes del aprendiz constituyen un poderoso activo?».

Ésas son buenas preguntas. Resulta significativo que sólo el maestro y el aprendiz conozcan las respuestas.

KLASMAN, medio myster de la isla Quebrada,

«El aprendiz», Los gremios de magos del siglo LXXXIV, capítulo 18

Antes de acostarse en su litera, exhausto a consecuencia de los esfuerzos por vencer la tormenta y la presencia mágica, Matei hizo una visita a Gaithnard. Hablaron largo y tendido.

Al día siguiente, Wedgebolt invitó a cenar en su camarote a Lethe, Gyndwaene, Gaithnard y Matei. Lethe sospechaba que Matei lo había organizado todo. Tomó asiento entre Matei y Gaithnard, que pese a no estar demasiado hablador, hizo un esfuerzo por ser agradable. Era tan tosco que Lethe, inevitablemente, sintió compasión por él. El recelo que antes había provocado en Lethe quedó atenuado por ese nuevo sentimiento.

Con la intención de fomentar sentimientos positivos hacia Gaithnard, Lethe le hizo una visita esa misma noche. El quymio estaba afilando la espada con una piedra. El camarote olía a cuero y acero. Gaithnard había arrojado la bolsa de cualquier manera en una esquina. Había un libro en una pequeña estantería: Réplicas y premisas de la historia del reino de Romander, rezaba el título. El autor era el famoso Trygbald de Gran Melisa. Una obra seria para un maestro de armas.

Lethe se sentó en el suelo al lado de Gaithnard. Observó los movimientos del hombre y cómo manipulaba el arma cuidadosamente, casi con ternura. Era una espada larga y fina, con una empuñadura de aspecto simple. El único adorno que presentaba el suave acero dorado eran dos pequeñas runas.

—Se llama Preter —dijo Gaithnard—. En Quym se la conoce como una primera espada. Ésa es la denominación que recibe la espada que nunca ha sido vencida en un duelo oficial. Hay dos primeras espadas en Quym. La otra se llama Espina y pertenece a Foot, un joven y destacado maestro de armas de la ciudad de Quym. Maté al hermano mayor de Foot en un duelo de honor. Foot juró que no descansaría hasta que Preter estuviera en su poder.

Lethe nunca había oído a Gaithnard pronunciar más de dos frases seguidas. Permaneció en silencio durante unos pocos instantes.

—¿Estás huyendo de él? —preguntó.

Gaithnard interrumpió su tarea y depositó la espada en el suelo. Miró fijamente la hoja. Con sumo cuidado, recorrió la superficie con el dedo, siguiendo el bucle de la runa de mayor tamaño. Empezó a hablar sin mirar a Lethe.

—Si de algo debo huir, es de mi pasado. He cometido muchos errores. Supe que el Och Pandaktera es un camino fatídico cuando ya era demasiado tarde. La ira y la venganza enturbian la mente. En general, los quymios apenas son algo más que animales que actúan basándose en su propio instinto. Se encuentran atrapados en una red de intrigas familiares. No tengo miedo de Foot ni de su desenfreno juvenil. Únicamente tengo miedo de mí mismo.

De repente, alzó el rostro. Se puso en pie como movido por un resorte. Frunció el ceño, furioso, y adelantó la barbilla de forma amenazadora.

—¿Cómo es posible? Nunca antes había hablado así. ¿Estás seguro de que no tienes poderes? ¿O acaso estás sonsacándome mis pensamientos con un hechizo?

Lethe se quedó tan perplejo que no pudo responder. Gaithnard se percató y se encorvó con desánimo.

—Lo siento, Lethe —dijo, avergonzado.

Ése no era el Gaithnard que conocía. Claro estaba que no conocía a ese hombre en absoluto, pero empezaba a tomar aprecio al mejor maestro de armas de Quym.

Gaithnard volvió a sentarse y asió la espada. Dirigió la mirada hacia la cintura de Lethe.

—¿Has dejado tu espada en el camarote?

Lethe asintió.

—Guárdala bien —dijo Gaithnard enérgicamente—. Es una arma poderosa. Sería fatal que alguien te la robara.

—¿Por qué es tan importante? ¿Lo sabes?

—Tan sólo es una arma antigua —dijo Gaithnard, pensativo—. Quizá sea la espada más antigua de la que tengo conocimiento. Antes solían llamarla Tyn Arrax, y ha sido esgrimida por manos elevadas, pero también por otras infames.

Gaithnard hablaba de las armas como si de seres vivos se tratara. Súbitamente, el quymio se puso en pie.

—Voy a acostarme. Un día te explicaré la historia de Rax. Al parecer, según los planes de Matei, dispondremos de tiempo más que suficiente.

Lethe se levantó, decepcionado, y abandonó el camarote tras una breve despedida.

El Astuta Cuchilla de los Nueve Mares había perdido mucho tiempo. La ausencia del trinquete era una desventaja, y además se habían visto obligados a rectificar el rumbo, zigzagueando continuamente, para resistir el fuerte viento del noroeste. Esto era especialmente difícil porque los arreglos provisionales efectuados en los cabos de las velas y la jarcia del mástil principal entorpecían las maniobras.

—Deberíamos comprobar también el estado de la quilla —dijo Wedgebolt a Matei, refunfuñando—. Semejantes temporales debilitan las juntas. Pero entonces llegaríamos a Haramat demasiado tarde, alto myster, de modo que esa reparación queda aplazada.

A última hora de la tarde del tercer día, cuando el viento amainó y las nubes se retiraban por el horizonte, ante la proa de la que había sido la orgullosa carabela de Wedgebolt, apareció el contorno de Quym. Dos cumbres montañosas dominaban la isla.

—Kyrk Tinandel al sur, y al norte Quymtop, la mayor elevación de la isla —dijo Gaithnard, asomándose por la borda entre Lethe y Matei.

Lethe señaló hacia un grupo de casas que se veían en la cara sur de la isla, construidas en la ladera de Kyrk Tinandel.

—La ciudad de Tinandel —dijo Gaithnard, y profirió una carcajada desdeñosa—. Habría sido más acertado considerarla una aldea; tiene menos de quinientos habitantes, y la mitad de la población se traslada a Tinandel Alto durante el invierno para refugiarse de las tormentas. —Señaló un grupo de casas que quedaban parcialmente ocultas tras los árboles, construidas en forma de V y a medio camino de la larga falda de Kyrk Tinandel—. He pedido a Wedgebolt que fondee aquí, puesto que me siento más seguro que en el norte.

—Aun así, deberías permanecer a bordo —dijo Matei—. Llevamos retraso. No nos conviene sufrir más demoras a causa de un posible enfrentamiento entre tú y aquellos que van en tu busca.

Gaithnard asintió.

—No quiero causar problemas, pero las posibilidades de que mi adversario me esté esperando en Quym son mínimas.

Una ave de color blanco plata y grandes dimensiones se acercaba hacia ellos desde el norte batiendo sus enormes alas. Daba la impresión de que el animal se dirigía directamente hacia el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares. A Lethe le llamó la atención una especie de giba que sobresalía del lomo del ave. Le indicó la presencia del ave a Matei, el cual reaccionó con entusiasmo.

—¡Ah! Ahí llegan Llanfereit y su aprendiz.

Lethe y Gaithnard miraron extrañados al mago. Mientras, Matei se giró e hizo señas a Mano Firme.

—Despejad la cubierta —exclamó, señalando hacia el ave que se aproximaba a toda velocidad—. Va a aterrizar.

Mano Firme dio las órdenes pertinentes. Algunos miembros de la tripulación se apresuraron para retirar los toneles de aceite, trincados en cubierta con algunos cabos de amarre. Wedgebolt se acercó para ver lo que sucedía. Lanzó una mirada inquisitiva a Mano Firme. El timonel se encogió de hombros y apuntó con el dedo a Matei.

—Todo en orden, Wedgebolt —gritó Matei, señalando el ave—. Van a embarcar dos pasajeros más.

Wedgebolt observó con el ceño fruncido cómo el ave se acercaba, y sacudió la cabeza.

—¡Magos! —exclamó—. Cuando crees que por fin puedes estar tranquilo, traen más problemas. Como bien sabes, tendrán que pagar su pasaje.

Matei aceptó el comentario con una sonrisa. Entretanto, algunos marineros se habían aproximado, curiosos.

El ave, que parecía un cuervo gigante, voló realizando un semicírculo sobre el barco para acercarse por el lado de babor. Podía distinguirse una diminuta silueta sentada justo detrás de la enorme cabeza. El ave, con sus brillantes y rasgados ojos amarillos, calculó la distancia. Ya sobre cubierta, agitó una vez las alas para detener el vuelo y quedó como suspendida en el aire. Lethe percibió los remolinos que las grandes alas provocaron en el aire. Las robustas patas de color gris se posaron suavemente sobre cubierta con un ruido sordo. La pequeña figura, sin duda el aprendiz de Llanfereit, arrojó a cubierta dos pesadas bolsas; después, con gran agilidad, descendió de un salto y se alejó unos cuantos pasos del ave.

—¡Una muchacha! —murmuró Lethe, sorprendido.

Matei, que se encontraba justo ante él, miró por encima de su hombro.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó, con idéntica sorpresa.

Lethe se encogió de hombros.

Efectivamente, el aprendiz ofrecía más bien el aspecto de un joven esbelto, de pequeña estatura, ojos risueños y cabellos rebeldes y encrespados de color rubio ceniza; llevaba un basto jubón y pantalones anchos hasta media pierna.

El ave empezó a cambiar de aspecto lentamente. Un brillante resplandor dorado envolvió su cuerpo, de manera que resultaba imposible mirar directamente el proceso de metamorfosis. De manera simultánea, pudo percibirse un desagradable olor a quemado, y se escuchó un silbido que, por un instante, le recordó a Lethe la presencia del monstruo que había emergido del golfo de Agbayar unos días antes.

Cuando el resplandor se esfumó, ante ellos apareció la figura de un hombre, tan alto como un árbol. Era el hechizo más impresionante que Lethe había presenciado, aun después de haber visto cómo Matei apaciguaba una tormenta. Llanfereit llevaba una túnica de color gris oscuro que casi rozaba el suelo. Bajo el forma de color rojo oscuro, asomaban unos cabellos grises y rizados, que se prolongaban hasta confundirse con la barba. Su rostro no denotaba ninguna edad, algo que Lethe ya había visto antes. Si le hubieran dicho que tenía treinta años, Lethe no habría dudado en creerlo, lo mismo que si alguien hubiera afirmado que tenía setenta. Había algo, sin embargo, que indicaba que el mago era mucho más viejo. Tal vez eran los ojos; bajo las espesas cejas blancas, destacaban unos ojos grises profundos, casi negros, con un resplandor amarillo que le recordaba a Lethe los ojos del pájaro. La nariz larga y ligeramente aguileña, las mejillas hundidas y la angulosa mandíbula enmarcaban los labios, que parecían curvarse en una fina sonrisa.

El aprendiz se situó al lado de su maestro. Apenas alcanzaba una tercera parte de la estatura del mago. Lethe observó cómo su fina mano rebuscaba por debajo de la túnica. Con sus claros ojos de color ámbar miró fugazmente a Lethe y esbozó una sonrisa. Algo aturdido, Lethe desvió la mirada para encontrarse con los ojos intrigados de Gaithnard. Se sonrojó. Nervioso, miró a lo lejos, hacia el perfil cada vez más evidente de Quym.

Matei avanzó hacia el hombre para abrazarlo. Éste se inclinó ligeramente, puesto que le sacaba más de una cabeza al alto myster. A continuación, el aprendiz saltó sobre Matei y, profiriendo gritos de júbilo, se colgó de su cuello.

—¡Matei! ¡Qué alegría volver a encontrarnos!

Al oír su voz, Lethe se preguntó cómo podía haber dudado de que se trataba de una muchacha.

El alto myster aceptó su entusiasmado saludo sonriendo afablemente. Le dio unas palmaditas en la espalda y la depositó en el suelo.

—Permitidme que os presente a Llanfereit, mago oficial de Warding —anunció—. Su llegada es una típica demostración de sus poderes mágicos; como siempre, impresionante. ¿Habéis tenido un buen viaje, Lian?

—¡Oh!, ya sabes lo que se siente con ese aspecto —dijo Llanfereit rezongando, mientras se encogía de hombros—. Mis músculos parecen de hierro oxidado, mis rodillas están agarrotadas y siento mi cabeza como un yunque golpeado por una gran maza.

—Y en el lugar de donde salen las alas, las puntas de las plumas siguen clavándose dolorosamente en la carne —añadió Matei, que profirió una carcajada.

—Exactamente —asintió Llanfereit con una sonrisa.

Matei se volvió hacia los demás.

—Mi amigo Llanfereit es único. En muchos aspectos, puede equipararse a cualquier alto myster. Incluso sabe algunos hechizos desconocidos para cualquiera de nosotros. Os preguntaréis por qué no es, pues, un alto myster. Pero ése es un secreto que únicamente él y yo compartimos, y así deberá seguir siendo por ahora.

Llanfereit hizo una ligera reverencia, con una sonrisa socarrona.

—Y ella es Pit, su curiosa discípula —prosiguió Matei. La muchacha, que no parecía tener más de catorce años, imitó a su maestro e hizo una reverencia—. Llanfereit y Pit nos acompañarán en nuestro viaje por distintas islas.

Lethe, de nuevo, pudo constatar que Matei tenía la mala costumbre de cambiar de planes sin previo aviso. Normalmente, la variación consistía sólo en una o dos palabras. En esa ocasión, la palabra distintas indicaba que las islas Espejo y V'ryn del Norte no serían los únicos destinos.

Llanfereit y Pit siguieron a Wedgebolt y Matei. La muchacha miró a Lethe fugazmente, de forma enigmática. Lethe la siguió con la mirada, perdido en sus pensamientos. Había algo en su modo de caminar que le recordaba a Herde. Inconscientemente, ese pensamiento le hizo sonrojarse. Gaithnard lo observaba desde lejos con socarronería.

—¿Qué pasa? —preguntó Lethe, ligeramente molesto—. ¿Qué miras?

Gaithnard se rió por lo bajo, pero no respondió. Después volvió a mirar hacia Quym. Lethe sacudió la cabeza y se alejó de él.

Entonces podía apreciar con más detalle Tinandel y sus alrededores. Deseaba preguntar a Gaithnard acerca de las numerosas casas de aspecto destartalado, y sobre un edificio bajo, de color blanco, algo apartado de las casas y medio escondido en una franja boscosa. Detrás, a cierta distancia, una torre de base cuadrada y achaparrada sobresalía entre los árboles. Pero Lethe todavía se sentía un tanto molesto.

Cuando el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares se encontraba en las proximidades del muelle, Gaithnard se dirigió hacia el camarote.

En silencio, Lethe observó el muelle, en el que una decena de barcas estaban amarradas. Había gente en el embarcadero, pero nadie pareció demostrar el más mínimo interés por el barco que se aproximaba. Únicamente cuando Wedgebolt ordenó arriar la vela mayor y Mano Firme puso proa al viento para reducir la velocidad, un hombre se acercó, procedente de un cobertizo. Dio instrucciones a Mano Firme para que atracara al lado de un barco de cabotaje. El timonel hizo la maniobra con suma habilidad. Poco después, se encontraban abarloados al barco, y el hombre subió a bordo de un salto.

—Soy Brynt, capitán de puerto de la ciudad de Tinandel —saludó en voz alta a Mano Firme—. ¿Dónde está el capitán?

Mano Firme señaló a Wedgebolt, que en ese momento descendía del castillo de proa acompañado de Matei y Llanfereit.

—El capitán Wedgebolt, del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares —anunció Mano Firme.

—¡Ah!, el famoso Wedgebolt, finalmente, echa amarras en Quym —dijo el capitán de puerto con una sonrisa—. Un gran honor para la ciudad de Tinandel.

Acto seguido, Wedgebolt inició las negociaciones sobre los derechos de puerto y los servicios de los carpinteros para las tareas de reparación.

Matei hizo señas a Lethe para que se acercara.

—Dentro de unos minutos, cuando Pit haya terminado de deshacer su equipaje, desembarcaremos. Wedgebolt y sus hombres se dedicarán de forma exclusiva a reparar el barco lo más rápido posible. Nosotros sólo estorbaríamos. Si encontramos alojamiento, pasaremos la noche en una posada; estas literas perjudican la espalda si no estás acostumbrado.

Poco después, Pit se reunió con ellos, y por fin, desembarcaron. Matei caminaba junto a Llanfereit, de manera que Lethe no pudo evitar acompañar a Pit. Lethe le sacaba una cabeza a la muchacha. Intentó mirar disimuladamente a la joven. Sólo las largas pestañas negras delataban su condición de mujer. De repente, ella lo miró y le guiñó un ojo. Lethe sintió que el rubor volvía a su rostro y desvió la mirada.

—Matei me ha hablado de ti —empezó a decir Pit.

—¿Ah, sí? —Lethe todavía no se atrevía a mirarla.

—Sí; parece ser que eres un hombre excepcional.

—Muchacho —corrigió Lethe; que de pronto se sintió lo suficientemente seguro para mirar a Pit.

—Un lohandés sin poderes mágicos; eso es algo especial. No eres el único en la historia de Loh, ¿lo sabías?

Lethe se detuvo. Pit le miró por encima de su hombro con asombro.

—¿Por qué te paras?

—¡Oh!, por nada; siempre pensé que era el único. Haces que suene como un título honorífico: el Sin Magia o el No Mago. Pero esa diferencia me ha hecho sentir muy desgraciado.

Pit, enseñando su perfecta dentadura, sonrió.

—¡Eso es absurdo! Yo también soy una excepción, ¿sabes? Precisamente el mío es el caso contrario. No nací en Loh, pero tengo poderes mágicos.

Lethe avanzó hasta llegar a su lado. Aumentaron el paso para seguir el ritmo de los demás. Lethe sintió un cosquilleo en su mente.

—¿Has sido tú? —preguntó, horrorizado.

—¿Cómo? —preguntó Pit—. ¿Qué quieres decir?

—Nada, nada.

Matei y Llanfereit se detuvieron frente a una pequeña taberna de fachada inclinada. «La Gentil Dueña», decía el desvaído letrero en el que aparecía representada una mujer tremendamente gruesa que, con una bandeja llena de jarras de cerveza, ofrecía una sonrisa a los clientes.

—¿Aquí? —dijo Matei, y Llanfereit asintió con un gesto.

Entraron en la taberna. No había ni rastro de la gruesa y gentil dueña. Tras el mostrador, un hombre escuálido, de espesas cejas negras, los miró con desconfianza. A excepción de un anciano con la mirada perdida por encima de una copa medio llena de vino, no había nadie más.

—¿Tienes habitaciones para cuatro personas, buen hombre? —preguntó Llanfereit.

El hombre se volvió para mirar el casillero con las llaves y los números de las habitaciones.

—Tengo tres habitaciones libres —dijo como refunfuñando, sin siquiera mirarlos—. En la parte trasera. No hay grandes vistas, pero las habitaciones están limpias y en perfecto estado.

Llanfereit miró a Pit y Lethe.

—Compartiréis una habitación. ¿Alguna objeción?

Antes de que Lethe pudiera protestar, el mago se giró hacia el tabernero.

—¿Cuál es el precio? —preguntó amablemente.

—Once speets la noche por las tres habitaciones —respondió, súbitamente más complaciente, aunque con un tono de voz indiferente.

Llanfereit y Matei dieron un paso adelante y se inclinaron sobre la barra.

—Once speets —repitió Matei, sonriendo a Llanfereit—. Es una suma considerable, incluso para un alto myster. ¿Qué opinas, Lian? ¿Crees que habrá algún descuento para magos?

—Por supuesto, te refieres a un descuento para magos y otro para altos mysters, ¿no es así? —le corrigió Llanfereit.

El mesonero se quedó lívido. Había leyendas sobre la venganza de los magos cuando creían que estaban siendo estafados.

—¡Oh, caballeros! —dijo con voz temblorosa—. Acabo de recordar que siempre hago un descuento de un speet a principios de invierno. El mismo descuento es aplicable a los magos. Tres speets menos; eso hace ocho speets.

Matei y Llanfereit lo miraron con afabilidad, pero al mismo tiempo de forma implacable. Llanfereit asió a Pit del hombro.

—Éste es mi aprendiz, Pit. También tiene poderes, tal vez equiparables a los de un medio mago.

—Lo mismo es aplicable a Lethe, mi aprendiz —añadió Matei con voz suave.

El mesonero dio un paso atrás.

—Bien, dos medios magos, medio speet menos por cada uno; eso hace otro speet de descuento. ¿No se sienten afortunados, caballeros? Siete speets por tres habitaciones. ¿Cuántos días se quedan?

—Una o dos noches. ¿Supongo que podemos esperar sábanas y toallas limpias y fragantes?

El mesonero arrugó los labios.

—Mi esposa se encargará en seguida de todo. No les faltará nada. La cena se servirá en una hora.

Matei asintió.

—Después de cenar, iremos a buscar nuestro equipaje al barco. Por favor, tráiganos dos jarras de la mejor cerveza y dos copas de aguamiel.

El mesonero se inclinó haciendo una reverencia y se apresuró en obedecer las órdenes, mientras los nuevos clientes buscaban un sitio cerca de la única y mugrienta ventana. Lethe se percató de que el anciano los observaba, curioso. Éste, sin embargo, al verse sorprendido por Lethe, simuló que miraba a través de la ventana.

A Lethe no le apetecía compartir la habitación con Pit, pero no se atrevió a poner ninguna objeción. Matei y Llanfereit aprovecharon para ponerse al día de sus asuntos. Aparentemente, no deseaban que sus respectivos aprendices participaran en la conversación, ya que hablaban en una lengua extraña. De vez en cuando, Lethe captaba una palabra familiar, como Haramat, Ak Romat o V'ryn.

Pit lo observaba, divertida.

—Me pregunto qué edad tienes. ¿Puedo intentar adivinarla?

Lethe se encogió de hombros.

—Prueba —dijo.

Ella lo miró con detenimiento, y Lethe sintió de nuevo el rubor en su rostro. De pronto, se hizo evidente la presencia del mesonero, que le asestó un leve codazo. Inconscientemente, Lethe dio un suspiro de alivio y alzó la vista. Se encontró con el rostro de Matei. ¿Acaso no se dibujaba una sonrisa en los labios del alto myster? Ligeramente molesto, volvió a mirar hacia la mesa. ¿Qué le pasaba a todo el mundo? ¿Quizá creían que estaba enamorado de Pit, o algo parecido?

—Dieciséis —espetó Pit, pensativa, cuando se alejó el mesonero—. Tal vez quince.

Dio un sorbo de aguamiel y miró a Lethe por encima del borde de la copa; sus hermosos y afables ojos denotaban la existencia de una mente perspicaz. Lethe apuró su copa de aguamiel a grandes tragos.

—Dieciséis —confirmó, y recuperando el control sobre sí mismo, sonrió.

—¡Eh! ¡Puedes sonreír! —Pit rió de nuevo, se acercó a él y susurró—: Espero que sea divertido. Si no he entendido mal, según mi maestro, es posible que este viaje dure varios meses.

Lethe notó que volvía a ruborizarse.

—Lo mismo digo —contestó, y a continuación se puso en pie torpemente—. Debo ir… —Rápidamente se dio la vuelta para dirigirse a la letrina.

A su regreso, Matei le preguntó si no le importaba acompañar a Pit al barco para recoger el equipaje. Lethe, ligeramente ofendido, no pudo evitar mirar a Matei, y Pit se dio cuenta.

—Creo que te gusto —dijo de repente, cuando se hallaban a medio camino del muelle.

En un primer momento no supo qué responder. Entonces, se le ocurrió algo.

—¿Cuántos años tienes?

Una sombra cayó sobre la cara de Pit. Sus ojos ambarinos se apagaron repentinamente.

—No lo sé. Supongo que unos catorce. Probablemente soy huérfana. Mi maestro me encontró hace doce años en el bosque situado al norte de Tayrin, en Ribbe. Llegó justo a tiempo; estaba a punto de morir de inanición. No pudo hallar ninguna pista sobre mis padres.

Lethe se quedó sin habla.

Subieron a bordo del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares. Los hombres de Wedgebolt y algunos carpinteros quymios —unos individuos hoscos, de espesas cejas— trabajaban juntos para reparar el mástil de la vela mayor.