¿Despiadados? ¿Calculadores y crueles? ¿Totalmente carentes de sentimientos humanos? Cierto, se atribuyen muchos de estos calificativos a los reguladores, en su mayoría no demasiado halagüeños. Un regulador debe ser consecuente; eso es un hecho. Ellos, o ellas, puesto que también hay reguladoras, juran lealtad al trono, juramento que mantienen durante toda su vida. Cualquier posible objeción personal ante una misión invariablemente queda al margen. Cualquier orden directa o indirecta del desran se ejecuta con eficacia. Han sido entrenados por maestros, reguladores demasiado ancianos para seguir en activo. El asesinato es algo común. Un regulador conoce cientos de métodos para asesinar a una persona. Un primer regulador ha debido hacer uso de todos ellos en una u otra ocasión.
Se dice que los mejores reguladores cuentan con algunos poderes mágicos. No se sabe a ciencia cierta si esto es verdad. Después de todo, un regulador casi siempre lleva a cabo su trabajo de forma invisible, con discreción. Puede parecer magia, aunque en realidad resulte ser, si profundizamos un poco, una habilidad sin parangón.
AGRIBENT DE VALT
La corte del desran, libro sexto. Los reguladores
El primer regulador Dotar de Wintergait decidió consultar con el maestro Kamp inmediatamente, tras su audiencia con el desran. La reacción del anciano le sorprendió. A regañadientes, casi en contra de su voluntad, el viejo Kamp proporcionó a Dotar la información necesaria sobre Lethe, el alto myster Matei y su último viaje en el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares.
—No te lleves únicamente tu sable, tu daga en forma de dragón, tu puñal, tu soga estranguladora y tus ampollas de veneno, amigo mío —dijo Kamp, por último—. Ésta es la misión de tu vida. Es, además, el mayor desafío en tu carrera como regulador. Te dispones a introducirte en una red de intrigas y engaños. Los más altos poderes querrán inmiscuirse en este asunto, puesto que está en juego la existencia del reino, así como la supervivencia de su alteza el desran. Ármate de sentido común. A la hora de tomar decisiones, recuerda que te enseñé a eliminar cualquier clase de emoción, y que a veces también es necesaria una visión más amplia. Escucha cualquier información, i la que tengas acceso. Escucha el poder de tu razonamiento y actúa con la habilidad del mejor regulador del regente, que es quien eres. Pero, en última instancia, escucha a tu corazón.
Dotar observó a su maestro, atónito.
—Lo único que debo hacer es eliminar al muchacho, ¿no es así?
El anciano le lanzó una mirada que denotaba conocimiento y cierta decepción. Sacudió la cabeza y asió la muñeca de Dotar.
—Confía en mí, amigo mío, como siempre has hecho. Tu misión puede parecer simple, pero hay muchas razones para creer que es más complicada de lo que aparenta. Actúa cuando tengas la certeza de que debes actuar; pero si en algún momento tu corazón alberga alguna duda, reflexiona antes de hacerlo.
Cuando un poco más tarde, Dotar pareció vacilar al dirigirse a la puerta y despedirse de Kamp, este último añadió:
El corazón es más preciso que la mente, Dotar, aunque a veces no lo parezca.
Mientras caminaba por el vestíbulo hacia las dependencias del gremio, Dotar se percató de que Kamp nunca lo había llamado antes por su nombre. Al principio, se había dirigido a él como «mi joven amigo» y, posteriormente, como «mi amigo».
El anciano, a buen seguro, hubiera deseado seguir hablando, pero lo constreñía su juramento. ¿Acaso Kamp estaba en desacuerdo con la naturaleza de su misión? Le daba la impresión de que el maestro Kamp había querido mantener la distancia al usar su nombre. ¿Mantener la distancia? ¿O acaso se estaba despidiendo? Dotar detuvo sus pasos como si hubiera tropezado con un muro. Deseaba volver, pero sabía que el maestro Kamp no lo recibiría en sus estancias de las dependencias del gremio por segunda vez. El rostro del anciano apareció en el ojo de su mente. No podía deshacerse de la sensación de que ésa sería la última vez que vería al maestro.
Sacudió la cabeza deliberadamente y salió fuera. No había tiempo para sentimientos. Debía preparar muchas cosas. Pretendía desplegar una red de espías alrededor de las islas Espejo en un plazo máximo de dos o tres días.
Lo consiguió con la ayuda de palomas mensajeras y gracias a algunos osados pescadores, que, a pesar de los primeros temporales del invierno, se hicieron a la mar en calidad de mensajeros hacia las islas vecinas; eso sí, con los bolsillos ampliamente cargados de speets.
Esperó en sus habitaciones, austeramente decoradas y situadas en el ala reservada al gremio; una de ellas era un pequeño dormitorio independiente. Reflexionó acerca de las posibles estrategias y tomó notas en su diario. Al día siguiente, rebuscó en su surtido guardarropa y preparó dos bolsas llenas de objetos útiles para disfrazarse. Después, las llevó al Dragón Negro de Fang, la galera de un solo palo que le había sido asignada.
Al tercer día, alguien apareció de improviso en su puerta, embozado bajo un largo manto de color negro; tenía visita. La figura miró furtivamente a derecha e izquierda. El rostro del visitante quedaba oculto tras un kapult, una capucha larga y puntiaguda. Haciendo alarde de una aparente tranquilidad, cerró la puerta. Dotar se levantó de su asiento. Los dedos meñique y anular de su mano derecha descansaban sobre el cierre del puñal. La izquierda se cerró en un puño, de modo que el discreto anillo de apuñalamiento apuntaba un dardo venenoso hacia el extraño.
Con un gesto rápido, el hombre se descubrió. Se trataba de Marakis, el heredero al trono.
—Hola, Dotar —saludó.
Aunque su rostro mostraba una sonrisa infantil, Dotar no se dejaría engañar esa vez; Marakis tenía buenas razones para estar allí. Las sospechas del regulador quedaban confirmadas; el heredero había desempeñado un papel importante todo ese tiempo, pero por qué.
Marakis se dio cuenta de que Dotar había leído sus pensamientos, y la sonrisa se esfumó. La mirada de sus ojos marrones se intensificó y las delgadas cejas casi llegaron a tocarse.
—Debemos hablar.
Durante un segundo, el regulador clavó la mirada en el muchacho. Sus dedos se apartaron del frío acero del puñal. Señaló el sofá.
—Tomad asiento, su joven alteza. ¿Puedo ofreceros algo? ¿Fruta, vino, aguamiel?
Marakis negó con la cabeza y tomó asiento.
—Preferiría que me llamases Marakis. No me siento alteza todavía, si es que algún día llego a serlo.
Dotar levantó una de sus blancas cejas. Semejante comentario le parecía extraño.
—Tu juramento no sólo te compromete con mi padre —dijo Marakis.
Dotar inclinó la cabeza.
—Todo lo que voy a decir debe quedar entre nosotros —dijo Marakis—. En caso de que llegue a saberse que me he reunido contigo, mi vida estará en peligro, Dotar, a pesar de mi posición en la corte y mi…
Dotar alzó una mano y miró a su alrededor. «Un minuto», pensó. Entonces, tomó una decisión y se incorporó resueltamente de su asiento.
—Demos un paseo.
Marakis lo observó con asombro, pero lo siguió.
Poco después, caminaban por los jardines de palacio, reconfortados por el agradable sol invernal.
—Las dependencias de los reguladores están interconectadas por una red de tuberías de granito —dijo Dotar—. Alguien podría oírnos. Normalmente, sólo se trataría de otro regulador, y todo quedaría dentro del gremio, pero prefiero no correr el riesgo. ¿Y si el desran nos estuviera vigilando?
Marakis observó a Dotar con curiosidad.
—¿Presupones que lo que te voy a decir va en contra de los intereses de mi padre? —dijo.
Dotar se encogió de hombros. Llegaron a los límites del bosque imperial. Al acercarse a ellos, un coro invisible de pájaros empezó a cantar. Dotar se sentó sobre un tronco caído.
—Aquí podemos hablar en privado.
Durante las horas siguientes, Marakis habló y Dotar escuchó, aunque le hizo alguna pregunta ocasionalmente. El rostro del regulador se mantuvo inexpresivo, pero detrás de esa máscara sucedían muchas más cosas de las que Dotar hubiera imaginado nunca. Ante sus ojos, Marakis dejó de ser un niño mimado para convertirse en un joven tremendamente inteligente, con una aguda visión sobre la vida en la corte. También cambió su visión respecto a Xarden Lay Ypergion, lady Isper y muchos otros. La opinión personal de Dotar sobre ellos sufrió una metamorfosis.
Finalmente, se incorporó.
—Es mejor que regrese solo —dijo Dotar—. No deben vernos juntos. —Tras unos instantes de vacilación, añadió—: Marakis, sabes que tu padre me ha encomendado una misión. No puedo…
Marakis alzó su mano.
—Hemos hablado, Dotar. Te he contado lo que deseaba que supieras. Me has escuchado. He compartido mis conocimientos contigo; ni más, ni menos. Ahora voy a dar un paseo por el bosque.
Dio media vuelta y desapareció entre los árboles. Dotar lo observó mientras se alejaba.
Pasaron cinco días antes de que contara con alguna pista acerca de quién era el muchacho. Uno de sus espías, un prometedor aprendiz de regulador, de nombre Steyn, envió una paloma mensajera con un breve mensaje desde Delft: «Dos hombres conocen el paradero del muchacho. Diríjase a Gynt tan pronto como le sea posible. S».
Dotar no vaciló ni un solo instante, y dio la orden de zarpar al Dragón Negro de Fang, a pesar de que se avecinaba una tormenta; de ese modo evitaría al consejero Danker, a cuyos oídos había llegado la noticia de que Dotar todavía no había abandonado la ciudad de Romander.
El capitán Gambarol Spart de Nayar, del Dragón Negro de Fang, decidió costear el lado sur de las islas Skerry, al suroeste de la isla de Romander, mientras fuera posible. Aprovechó la costa sur de cada una de las islas como un puente para cruzar reducidas áreas de mar abierto, pero finalmente se vio obligado a exponer su elegante navío a los violentos temporales del mar de Romander. Muchos marinos habían encontrado allí la muerte. Pero Gambarol Spart no sólo era un avezado navegante; además, tenía suerte. La tormenta amainó ligeramente y se desplazó hacia el nordeste. Gambarol Spart ordenó desplegar cada centímetro de vela, a pesar del fuerte viento. La galera se deslizó a través de las olas como un cuchillo.
Dotar, ataviado con un largo manto negro y un casquete bordado en oro, permaneció de pie como una estatua al lado del capitán, que se hizo cargo del timón personalmente durante toda la travesía. No cruzaron una sola palabra. El regulador no era un marino, pero no se dejó sorprender por un solo movimiento. Su mano, que descansaba sobre un sable de gran tamaño, tampoco se movió ni un milímetro.
Cuando el viento volvió a soplar con fuerza dos días más tarde, el navío ya había dejado atrás la costa de las islas Hygarrath, al norte de Delft. Antes de que estallara la tormenta al mediodía, se encontraban navegando a sotavento de Raäven, la isla situada más al norte, en dirección a Gynt, la ciudad más importante de Delft.
El Dragón Negro de Fang amarró en el muelle del mercado de Gynt bastante antes del ocaso. Las estilizadas torres de cristal brillaban al sol, que seguía sin ceder terreno ante las nubes que se estaban cerrando en todas direcciones. Gynt era el resultado de una combinación de refinamiento y tenacidad, al igual que los habitantes de la ciudad y de todo Delft; por lo menos, tal era su reputación. La ciudad había sido erigida sobre tres colinas. Todos los edificios importantes, así como las famosas torres de cristal alrededor del palacio del Venado del Guardián de la isla Styndek Korëm Xey, se encontraban en la colina central, llamada, lógicamente, la montaña de Cristal. Justo detrás de la cima de la colina se hallaba la basílica de Delft, desde la cual, el más alto sacerdote Egamin Wayrant dirigía su fundación. La torre de la basílica era la más alta del reino, aparte de las tres del palacio de Kryst Valaere, en la ciudad de Romander, y las torres de Yle em Arlivux. El alto sacerdote se encontraba ausente; la bandera púrpura de la fundación había sido arriada. Desde el punto más elevado, la robusta fortaleza de madera de Temfest Antiguo, se dominaba la ciudad y el estrecho de Gynt.
Dotar bajó por la plancha, que había sido rápidamente dispuesta, con pasos apresurados y controlados a la vez. Steyn lo estaba esperando. Sin siquiera saludar a Dotar, se giró y lo guió a través de un laberinto de calles y callejones hacia una pequeña taberna. Una vez dentro, en una oscura esquina, Steyn presentó a Dotar al más joven de los dos hombres.
—Te presento a Hankor —susurró Steyn, que miró a su alrededor disimuladamente para asegurarse de que nadie estaba escuchándolo. Empujó al otro hombre hacia adelante hasta llegar a la altura del más joven—. Hankor y Baker, su padre, llegaron hace cuatro días procedentes del puerto de Ostander. Les encargué que fueran en busca del muchacho. No sólo lo encontraron, sino que han descubierto otras cosas interesantes.
Dotar se sentó, y los demás siguieron su ejemplo. Steyn pidió a la mesonera que trajera bebidas. Hankor, sudando profusamente y esquivando los ojos de Dotar, habló sobre el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares, el capitán Wedgebolt y sus insólitos pasajeros. Dotar escuchó en silencio. Ocasionalmente, Steyn hacía alguna pregunta.
—¿Cómo puedo saber que dices la verdad? —preguntó de repente Dotar, cuyas pupilas se redujeron de tamaño y captaron el parpadeo nervioso del ojo bueno de Hankor.
Hankor sintió cómo su cuerpo se tensaba bajo el jubón, y extrajo la daga en forma de dragón de Matei. Dotar acercó el rostro. Tomó el arma de manos de Hankor y deslizó un dedo a lo largo de las runas de la empuñadura.
—Bueno, bueno —murmuró, incorporándose rápidamente.
Hankor alargó la mano en un intento de recuperar la daga, pero la retiró súbitamente cuando Dotar le lanzó una mirada glacial, cargada de desprecio. El primer regulador introdujo el cuchillo en el cinto, se irguió e hizo una señal a Steyn.
—Esperad —dijo Hankor con voz temblorosa—. Hay algo más.
Los ojos verdes de Dotar miraron fugazmente al hombre bizco, el cual evitó la mirada nerviosamente.
—Bien, Hankor —murmuró, y se inclinó hacia él apoyando firmemente sus manos sobre la mesa. Acercó el rostro al del hombre sudoroso—. Qué extraño que no hayas dicho eso antes. Habla. —El regulador alzó sus cejas canosas con esa última afirmación.
Hankor parpadeó.
—Señor… Yo… El mago y la muchacha… —dijo tartamudeando.
Dotar volvió a sentarse sin desviar la mirada de Hankor, que recobró entonces la compostura.
—La muchacha que llevamos a bordo cuando nos dirigíamos a la isla Ancha mantuvo una conversación con el mago en el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares. Pude oírlos. Hablaban de asuntos inquietantes.
Hankor se inclinó hacia adelante y habló de forma que únicamente Dotar, que se echó hacia atrás de manera casi imperceptible, pudiera oírlo.
—Hablaban de la magia incolora, y sobre la Dama del Alba, la alta sacerdotisa tanto tiempo esperada de los Solitarios.
Dotar levantó una mano. Una extraña luz brillaba tras los espejos verde esmeralda de sus ojos.
—¡Silencio! —exclamó, como una orden, y se volvió hacia Steyn—. Prepara una sala en la que Hankor y yo podamos hablar a solas, Steyn.
El aprendiz de regulador bajó la cabeza y habló con la dueña. Poco después, la mujer subió las escaleras seguida de Dotar y Hankor, y los guió hasta una habitación.
No mucho después, Dotar abandonó la estancia. Ya en el bar, hizo señales a Steyn con los dedos de la mano izquierda y salió de la taberna apresuradamente.
Steyn condujo a Balter hacia la planta de arriba. Entraron en la habitación y vieron a Hankor sentado en una de las sillas, muy quieto, de espaldas a la puerta. En la mano izquierda sostenía una jarra de cerveza del muelle. El fuego del hogar se había consumido hacía rato.
—¿Cómo fue la charla, hijo? —preguntó Balter, que asió el hombro de Hankor.
Hankor se inclinó lentamente hacia un lado. Tenía la cara amoratada, y los ojos estaban muy abiertos; el terror todavía se reflejaba en su rostro contrahecho como una tormenta cortada de raíz. La lengua, hinchada, salía de forma grotesca de su boca. En el cuello se apreciaba la marca oscura de una soga estranguladora. Balter profirió un grito y se giró hacia Steyn. El destello de un fino puñal se acercó hacia él y le atravesó el corazón. Balter observó con los ojos desorbitados la sangre que corría por la empuñadura.
—¿Qué es tan importante que… pueda valer… mi vida y la de… mi hijo? —preguntó.
No obtuvo respuesta.
La mirada apagada de Balter buscó la respuesta en los ojos del aprendiz de regulador. Impasible, Steyn esperó hasta que le llegó la muerte. Después, acompañó cuidadosamente el cadáver mientras caía al suelo, extrajo el puñal del cuerpo de Balter y empezó a limpiar la hoja concienzudamente. A continuación, se lavó las manos y abandonó la habitación sin mirar atrás. En el bar, hizo señas a la mesonera y le mostró la marca que tenía en el brazo izquierdo.
—Soy aprendiz de regulador de su alteza el desran. En la habitación número seis encontrará los cuerpos de dos traidores. Asegúrese de hacerlos desaparecer. Sea discreta; esas muertes deben quedar en secreto. En caso contrario, me veré obligado a volver.
La mesonera podía muy bien imaginarse lo que le sucedería en tal caso. Se quedó lívida como un cadáver y empezó a temblar.
—Tranquilícese, mujer —dijo Steyn, avanzando medio paso hacia ella—. Todo lo acontecido responde a las órdenes del desran. ¿Me comprende?
La mesonera asintió con la cabeza y se apresuró escaleras arriba.
Steyn tomó asiento en una mesa. Una hora más tarde, la mujer regresó al bar, y Steyn se levantó y le lanzó una mirada inquisitiva.
—Todo está arreglado —dijo entrecortadamente, aliviada por haber satisfecho los deseos del aprendiz.
—Bien —dijo Steyn—. Ahora tráeme una taza de aguamiel.
En el momento en que la mujer se inclinó para coger una copa, Steyn sacó un cuarto del speet del jubón. Con la otra mano, rebuscó en la bolsa y de un frasco del grosor de un dedo dejó caer una gota de un líquido amarillento sobre la moneda. Devolvió el frasco a la bolsa. Una fracción de segundo más tarde, la mujer se incorporó. Todo había sucedido en cuestión de tres segundos. Steyn podía haber resuelto la situación mucho antes, por supuesto, pero disfrutaba de la tensión y la soltura con que actuaba. Se sentía como un espectador de sus propias acciones. Reflexionó sobre todo lo que había hecho en las últimas horas y asintió con la cabeza, satisfecho. Una vez más, se había demostrado a sí mismo que podía controlar la tensión. A mayor presión, más resuelta era la acción; ése era el credo de Gamut, su maestro.
Cuando la mujer le llenó la copa, con una uña empujó la moneda hacia ella.
—En recompensa por tus esfuerzos.
La mujer asintió, agradecida, y tomó la moneda.
Steyn apuró la bebida tranquilamente, deseó a la mujer un buen día y abandonó la taberna. En cuestión de dos horas no quedaría un solo testigo. La mujer moriría de un ataque cardíaco; estaba seguro. Gymendragil, un solapado veneno, era eficaz en esos casos.
Para entonces, Dotar se dirigía hacia el este a bordo del Dragón Negro de Fang. El Astuta Cuchilla de los Nueve Mares les llevaba como mucho dos días de ventaja, y el navío del capitán Gambarol era más rápido.
Su mente estaba ideando un plan. Satisfecho consigo mismo, sopesó los pros y los contras, teniendo en cuenta los comentarios del maestro Kamp; finalmente, asintió.