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Laberinto (2)

El actor que sale a escena con antelación estropea el momento de la sorpresa.

Dicho popular de la isla de Gyt

La criatura buscaba desesperadamente un momento de descanso.

Tanteó a su alrededor; necesitaba una burbuja de silencio para ser capaz de pensar, pero el laberinto estaba repleto de chirridos enloquecedores, remolinos de pensamientos, una vorágine de dudas e imágenes desconcertantes, que la amalgama confusa de recuerdos habían despertado. La furiosa ira que súbitamente se había apoderado de la criatura, y que había desencadenado su feroz ataque sobre el objeto desconocido, había zarandeado el laberinto. Por todas partes se hizo el caos. La ira y la incomprensión se sucedían, entremezcladas.

La violencia con la que había atravesado el espejo obtuvo por respuesta un contraataque de idéntico calibre. En un primer momento, la criatura creyó que su arremetida tendría éxito. El objeto que había provocado su ira era un juguete indefenso sobre la superficie espumosa y arremolinada; una forma oscura y desvalida, con toda una serie de protuberancias sin sentido. De repente, sin embargo, una densa fuerza antagónica se había abalanzado sobre todo su ser, desatada por unas palabras claramente audibles por encima del ruido, palabras de un lenguaje que la criatura recordaba y podía entender. Los remolinos que habían agitado la superficie quedaron aplacados; la tormenta que antes había rugido por encima de la criatura había amainado. La criatura había tropezado con un muro oscuro como la noche. Fragmentos de dolor habían abierto brechas por todo el laberinto.

Simultáneamente, el objeto había desaparecido de la vista, como por arte de magia.

Como por arte de magia.

Una brizna del recuerdo de algo llamado «magia» atravesó centelleando su conciencia. Magia antigua, anterior al alzamiento. Su comprensión duró un instante; después, esa sensación se desvaneció entre el clamor que la rodeaba.

La criatura había intentado en vano rechazar el contraataque. Una furiosa ola había vuelto a sumergirla por debajo de la superficie. Parecía imposible que la fuerza opositora pudiera proceder de aquel nimio objeto. Sin embargo, no podía apreciarse ninguna otra cosa en las proximidades. La criatura deseaba reposo, para buscar en su mente la causa de su fracaso, para encontrar respuestas a las preguntas que no paraban de asediarla.

Muy lentamente fue disminuyendo la cacofonía que reinaba en el laberinto. Las voces que proferían gritos inarticulados pocos momentos antes se convirtieron en un lejano murmullo de fondo. Ése era el decorado de la burbuja de silencio en la que finalmente había penetrado la criatura.

Suspiró larga y profundamente.

Paz.

Durante un segundo, la mente de la criatura quedó en blanco. ¿Un segundo, o acaso toda una noche? No podía saberlo; tampoco le importaba. Era lo que deseaba. Había conseguido controlar el caos, recrear el orden en los rincones más recónditos del laberinto. Reconfortada, liberó su conciencia para flotar en la frontera entre el sueño y el despertar.

Sucedió sin previo aviso. Una voz como un trueno azotó cada rincón del laberinto. Era una voz ensordecedora, como un trueno.

«¡Aquí no, no en este lugar! ¡Hoy no, sino el día de la Dama!».

La voz retumbó mil veces con el eco de los corredores, los nichos y las estancias del laberinto, por detrás de la criatura, hasta convertirse en un débil susurro, un murmullo lejano, e imperceptiblemente penetrar en el reino del silencio.

Aquellas palabras contenían una reprimenda. Estaban empapadas de los recuerdos de los nichos aún por descubrir y las cavernosas galerías negras del corazón mismo del laberinto. Flotaban indefensas a lo largo de la corriente principal como hebras de algas marinas derivando hacia su conciencia.

Flotaba a través del espacio por encima de la superficie.

Una ondulación le recorrió el cuerpo. Disfrutaba del suave y lento batir de las alas, de una envergadura impresionante. Mantenía las alas quietas, sus propias alas, y se deslizaba de una capa de aire a otra, como si pudiera verlas. Sintió cómo le corría la sangre. El viento rozaba las escamas de su cuerpo. El panorama por debajo de la criatura iba cambiando lentamente. Donde antes había suaves praderas, entonces se alzaban cumbres marrones y grises. En lo más alto de las faldas de las montañas, pudo ver agujeros negros. Una vez había vivido allí. En algún lugar. Una palabra iba tomando forma en su mente: h'ranz.

Había algo familiar en ella. Había vivido dentro de esa palabra durante mucho tiempo. Era sinónimo de flexibilidad, ritmo y de pensamientos conectados con hechos, sin perjuicio de otros pensamientos paralelos. Buenas acciones, hazañas heroicas. El mundo había salido beneficiado.

Una cálida oleada de satisfacción bañó el laberinto.

Los recuerdos del éxtasis se intercalaban con sus pensamientos. Había pasado mucho tiempo. Demasiado. Y todavía una voz le pedía que tuviera paciencia.

Pero algo había cambiado. Tiempo atrás, el laberinto había tomado todas las decisiones. La criatura había contemplado todo de forma pasiva, se retiraba al mundo de los sueños, y volvía a mirar, hasta que el balanceo la mecía en un sueño más rápido y profundo. ¡Pero había recuperado el poder de decidir!

Todo requería su tiempo.

Esperaría hasta que llegase el momento adecuado.