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El golfo de Agbayar

Resulta obvio que es una locura cruzar el golfo de Agbayar una vez ha empezado el invierno. Con excepción del estrecho de Gynt, tal vez sea la travesía más peligrosa del reino de Romander. Esto se debe a las continuas tormentas procedentes del norte, que invariablemente azotan la bahía a principios de invierno, y que quedan atrapadas entre Ostander y Nayar. Estos temporales golpean la bahía, como intentando plantar cara a la siguiente tormenta del norte.

Otro factor determinante es el corto y traicionero oleaje, sin ninguna clase de ritmo entre la sucesión de crestas y senos. Únicamente pueden resistir su arremetida barcos robustos, con una quilla construida por expertos y casco de madera de basel.

Trygbald, científico universal y escriba de Gran Melisa, en una ocasión calculó que, de los cuarenta y seis días del principio del invierno, treinta y cuatro se caracterizaban por violentas tormentas. El intervalo de tiempo más prolongado entre tormentas era de tres días; el más breve, una hora.

El mismo Trygbald intentó además realizar un cálculo aproximado del número de marineros fallecidos cada año en naufragios en el golfo de Agbayar. Hasta el año 8987 la cifra se elevaba a más de doscientos cincuenta.

Todos los años a principios de invierno, desaparecen barcos en el golfo. A veces, los restos del naufragio emergen meses más tarde en las rocas calizas de Agbayar, la imponente costa rocosa de Delft o los acantilados de Krelsenberg. Pero tampoco resulta extraño que no quede ni rastro de un barco desaparecido, hecho añicos entre dos tormentas.

«El monstruo de Agbayar ha abierto de nuevo sus fauces», comentan entonces los marinos, sentados cómodamente ante una jarra de cerveza del muelle o una taza de aguamiel en las acogedoras tabernas del puerto de Ostander o Gynt.

Y en silencio, agradecen al Señor de las Profundidades que, por esa vez, les haya perdonado.

ZENDEEL PARUYT DE TAYRIN,

prólogo de Historias del mar, hermanas de la tormenta

Mucho antes de que los primeros rayos de sol despuntaran sobre el horizonte, Wedgebolt ordenó a sus hombres largar amarras. Lethe abrió los ojos al escuchar el eco de las órdenes que profería el capitán a través de la cubierta y al notar el balanceo del barco mientras se separaba de la galera de dos puentes. Lethe miró hacia la litera de Matei, pero el mago estaba sentado ante él, leyendo su libro de cuentos como si nunca se hubiera ido. Entonces la sensación de la noche pasada no había sido un sueño. Sobre el armario, al lado de la litera de Matei, había una pequeña jaula triangular, en una de cuyas esquinas se acurrucaba una paloma.

—¡Matei! —gritó, alborozado, Lethe—. ¡Has vuelto!

El alto myster sonrió, pero Lethe percibió la palidez de su rostro y las oscuras bolsas que enmarcaban sus ojos, ojos que no sonreían a la vez que su boca y que miraban a Lethe de forma inexpresiva.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Lethe, alarmado.

Matei cerró los ojos y se restregó la frente. Se levantó y asió a Lethe por el hombro.

—Primero, fui a visitar a Llanfereit de Loh, un viejo amigo que vive en la isla de Warding. Sabe mucho de la magia incolora.

Así pues, Gyndwaene tenía razón.

Matei miró a través del ojo de buey hacia el cielo ligeramente nublado. Un pensamiento le hizo fruncir el ceño.

—Llanfereit tiene un papel importante en nuestra investigación. Debe resolver algunos asuntos, pero después él y su aprendiz se reunirán con nosotros, espero, que en las islas Espejo. Creo que esta noche deberíamos mantener una larga conversación, Lethe. Llanfereit puede darnos algunas pistas que arrojen nueva luz sobre la naturaleza de la magia incolora. Su punto de vista sobre este fenómeno es distinto al de la mayoría de nosotros y dice que puede demostrarlo con la ayuda de ciertos escritos antiguos.

Cerró los ojos.

—Mientras estaba allí, recibí un mensaje desconcertante —prosiguió. Tomó aire, y lentamente, casi en contra de su voluntad, abrió los ojos—. Las personas a quienes encargué buscar vestigios de magia incolora en los límites del mar de la Noche me enviaron una paloma mensajera. El mensaje era alarmante. Se ha producido una increíble e inesperada aceleración. La urgencia de ese mensaje me obligó a utilizar una clase de magia que cualquier alto myster intenta evitar durante toda su vida; una clase de magia que me situó entre dos mundos. Se trata de una magia en la que debe intervenir una segunda criatura.

Matei observó la paloma.

—Me refiero a una clase de magia que exige un alto precio, y que sólo debe emplearse en casos de extrema emergencia: la magia del tiempo doble.

Lethe no entendía demasiado bien lo que Matei quería decir, pero decidió no preguntar.

—Me he dado cuenta de que disponemos de mucho menos tiempo de lo que creíamos —murmuró Matei mientras tomaba asiento y agachaba la cabeza—. Siempre supuse que el avance de la magia incolora sería lento, que iría ganando terreno poco a poco. —Alzó la vista y se encontró con la mirada de Lethe—. Estaba equivocado. En los últimos días, la isla situada más al norte de las Rompientes Exteriores ha sido destruida por la magia incolora. Las dos personas que se dedicaban a investigarla consiguieron escapar en el último instante. La magia incolora la ha invadido y la ha destruido por completo, de norte a sur, de este a oeste. Toda forma de vida ha sido… succionada. En tan sólo tres días. Nunca hubiera imaginado esa posibilidad ni por un segundo.

Lethe se quedó lívido.

—¿Tres días? ¿Qué tamaño tenía V'ryn del Norte? ¿Qué significa eso respecto a las demás islas de la zona? ¿Cómo afecta eso al reino?

Matei alzó la barbilla. Una sonrisa apareció en su rostro y alivió en parte el cansancio que denotaba su aspecto.

—Has formulado las preguntas apropiadas, Lethe, me complace. Yo, sin embargo, sólo puedo ofrecerte unas cuantas respuestas. V'ryn del Norte era una isla pequeña. Si la magia incolora sigue extendiéndose al mismo ritmo, pasará como mínimo otro año antes de que afecte a otras islas habitadas, como por ejemplo Lime y Alto Serth. Pero desconfío de todo lo que tenga que ver con la magia incolora. No apostaría ni un speet a que el fenómeno siga evolucionando a ese ritmo.

Lethe observó al alto myster.

—¿Estuviste allí? —preguntó.

—Más o menos —dijo Matei con un gruñido, perdido en sus pensamientos.

—No te entiendo.

El mago le lanzó una mirada inquisitiva. Después sonrió.

—La gran magia, o la magia del tiempo doble, es un privilegio de los altos mysters. —Entonces murmuró para sí mismo—: ¡Ja!, un privilegio, pero qué digo… —Después prosiguió en voz alta—: Forma parte de los rituales de iniciación que tienen lugar en la fortaleza natural del pico de Loh. Me permite, por ejemplo, visualizar prácticamente todo el reino sin tener que personarme. El grado de precisión, no obstante, es menor. Tiene algo que ver con un fenómeno que Karn denomina «titilaciones del tiempo».

La perspicaz mente de Lethe registró unas cuantas palabras. La fortaleza del pico de Loh, o Stormburg, siempre había estado envuelta de un halo de misterio en Loh. La mera mención del nombre de aquel edificio negro de granito, situado en la cumbre más alta al norte de la isla de Loh, servía para asustar a los niños: «Si no estás en casa a la hora de la cena, te llevaré a la fortaleza del pico de Loh». Durante siglos, esta amenaza también había contribuido a alimentar el miedo de los niños hacia los altos mysters.

Había quien afirmaba que los altos mysters se reunían allí en secreto, para hablar y hacer pruebas con nuevas formas de magia. El pico de Loh era un lugar de triste fama, un conjunto de rocas desnudas al que ningún navegante se atrevía a acercarse. Los transbordadores entre islas de los altos mysters eran los únicos que fondeaban allí, siempre protegidos por toda una serie de hechizos. Los fuertes y fríos temporales del norte y el noroeste azotaban la isla directamente al no encontrar obstáculo alguno a su paso, puesto que ninguna de las islas próximas conseguía disminuir la fuerza del viento.

Lethe se fijó además en la utilización, casi fortuita, del adverbio prácticamente. Matei podía observar casi todo el reino mediante la magia del tiempo doble. De forma implícita, eso significaba que no podía verlo todo. Lethe, inmediatamente, sintió curiosidad acerca de los lugares en los que la magia del tiempo doble no funcionaba. Decidió preguntárselo a Matei más tarde.

Por último, las «titilaciones del tiempo» le despertaron la curiosidad, pero eso también podía esperar.

—Lethe —dijo Matei en un tono de voz que denotaba cansancio—, no sé qué hacer. ¿Debo pedir ayuda? ¿Debería informar a los demás altos mysters? ¿Debo avisar al desran? Hay algo dentro de mí que rechaza de plano la idea. La magia incolora está prohibida. Nadie desea verse involucrado. Ni siquiera la amenaza tangible de que una de las islas del reino sucumba a la pulverización parece ser suficiente.

Se irguió y empezó a dar vueltas por el camarote con evidente nerviosismo. Por primera vez, Lethe percibió la sombra de la duda en el alto myster. Curiosamente, ese hecho fomentaba la confianza en sí mismo. Su mente empezó a buscar respuestas a las preguntas de Matei.

—¿En quién puedes confiar para hablar de la magia incolora? —preguntó.

Matei detuvo su deambular. Una sonrisa sincera y liberadora iluminó su rostro.

—¡Naturalmente! Ésa es la única respuesta correcta. Ésa es la pregunta que contiene todas las respuestas. Gracias, muchacho. Confío en Karn; ahí radica la solución. Karn es a un tiempo el alto myster más anciano y uno de los principales consejeros del desran. Él puede aprovechar su posición, por ambas partes, o ninguna. Dejaré la decisión en sus manos.

Tropezó con la jaula de madera, extrajo la paloma mensajera y se la colocó sobre el hombro derecho. El ave permaneció sobre él, tranquila. Con una caligrafía minúscula, Matei escribió un mensaje en un trozo de papel, lo enrolló y lo introdujo en una pequeña funda, que cerró para atarla a la pata de la paloma. Sus labios casi rozaron la cabeza del animal mientras le susurraba frases ininteligibles. Entonces, abrió el ojo de buey para dejar a la paloma en libertad. Ésta todavía permaneció entre sus manos durante unos instantes antes de levantar el vuelo.

Lethe observó cómo se alejaba la paloma. Su silueta se recortaba en el telón de fondo del impenetrable cielo negro; se avecinaba otra tormenta.

—¿Todavía debemos dirigirnos a las islas Espejo? —preguntó Lethe—. ¿No sería mejor ir directamente a las Rompientes Exteriores?

Matei negó enérgicamente con la cabeza.

—Créeme, la clave principal se esconde en las islas Espejo. No estaba seguro, pero Gyndwaene me lo ha confirmado, aunque ni ella misma lo sabe. —Las comisuras de sus labios se alzaron en una sonrisa—. Sin embargo, la he convencido para que regrese a las islas Espejo. Se dirigía hacia Ynystel, como bien sabes. Se trata de una travesía peligrosa en esta época del año; especialmente, si el capitán no es Wedgebolt.

Lethe se preguntaba si debería compartir con Matei su sueño. Decidió esperar.

—¡Ah! —dijo repentinamente—. ¿Perdiste tu daga en forma de dragón?

Matei rebuscó por debajo de la túnica e inmediatamente se quedó lívido. Se remangó la túnica; la vaina de hueso había desaparecido.

—Hankor la encontró y se la apropió —dijo Lethe—. Él y su padre se quedaron en el puerto de Ostander. Debí pedírsela cuando nos separamos.

Matei negó con la cabeza.

—Fui un estúpido al perderla, Lethe —rezongó—. Ahora no puedo hacer nada; ella volverá a encontrarme.

A Lethe le sorprendió ese comentario, pero antes de que pudiera preguntar, el mago lo tomó por los hombros.

—Vamos a cubierta. Wedgebolt ha estado preocupado durante demasiado tiempo —dijo.

Wedgebolt intentó disimular su alegría por el regreso de Matei y aparentó estar malhumorado. Deambulaba alrededor del mástil del foque; movió una boya del ancla y cambió de lugar los cabos de amarre apilados. Ni siquiera miró a Matei.

—¿Dónde estabas? —preguntó de mala manera—. Casi nos estrellamos contra las rocas del cabo Shard.

Matei no respondió. Prefirió dejar que Wedgebolt refunfuñara. Su mal humor se esfumó rápidamente. Señaló las nubes negras que se iban acumulando ante la proa.

—El crudo viento invernal está al acecho. El descenso de las temperaturas vendrá acompañado de una tormenta que preferiría esquivar. Pero Matei debe ir a las islas Espejo, así que, de momento, haremos como si la tormenta no existiera. Navegaremos hacia el peligro acongojados, pero lo haremos, porque el alto myster no tolerará ningún retraso.

—Y porque el capitán quiso aceptar mis treinta speets —le recordó Matei, en cierto modo inclemente.

Wedgebolt desoyó el comentario.

—Puede ser que necesitemos tu ayuda, mago. El golfo de Agbayar es implacable. Navegaremos en peores condiciones que las ya habituales en esta época del año. Tendremos que pasar justo al oeste de la madre de todos los temporales del norte, que azotará nuestra banda de estribor. He ordenado desviar el rumbo hacia el sur para estar en condiciones de navegar proa al oleaje más tarde y evitar así que nos estrellemos contra la costa de alguna de las islas.

Matei alzó la vista hacia las nubes que se congregaban en el cielo.

—Sólo en caso de emergencia, Wedgebolt. Ya lo sabes —dijo.

Lethe miró por encima del hombro. La costa de Ostander desaparecía de su vista por la popa. Al noroeste, empezaba a vislumbrarse la isla volcánica de Krelsenberg, al sur de Delft. Del cráter salía una fina columna de humo, que el fuerte viento se encargaba de dispersar por el cielo. Al oeste, el horizonte se desdibujaba en una oscuridad impenetrable, que avanzaba lentamente hacia el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares. Lethe estaba preocupado. Cuando se encontraban en el cabo Shard, ni un solo momento había considerado la posibilidad de que las cosas pudieran ir mal, pero entonces tenía sus dudas.

Wedgebolt cambió el rumbo hacia el sur y ordenó a sus hombres arriar la vela mayor para seguir navegando únicamente con el trinquete y el timón de viento. Ante sus ojos, muy pronto, apareció la silueta recortada de una de las islas.

—¡Los acantilados de roca caliza de Agbayar! —exclamó Matei por encima del viento, cada vez más fuerte—. La tumba de un famoso navegante.

El viento silbaba entre la jarcia. Las velas flameaban violentamente, pero Wedgebolt decidió no arriarlas todavía. A una de sus órdenes, Mano Firme rectificó el rumbo unos cuantos grados. Las velas dejaron de ondear. El Astuta Cuchilla de los Nueve Mares de nuevo se hizo con el viento y empezó a brincar hacia adelante.

Lethe sintió que un escalofrío le recorría la cadera y el muslo derecho, seguido de un doloroso hormigueo. Atónito, buscó la espada y la extrajo de la vaina. Se oyó un zumbido disonante. Matei le lanzó una mirada. Su mano derecha tomó la de Lethe y acercó los labios a uno de sus oídos.

—¡Estás en posesión de la espada! ¡La espada que canta! ¡Eres tú!

—¡¿Cómo?! —gritó Lethe, que creía no haber oído bien.

Matei lo liberó de su abrazo, miró en derredor y le hizo una señal para que volviera a envainar la espada.

—Más tarde, Lethe —dijo—. El hecho de que su hoja cante significa que muy cerca hay una fuerza poderosa, un poder oscuro. En primer lugar, debemos hacer frente a ese poder.

Lethe lo miró, estupefacto. Simultáneamente, sintió cómo una presencia crecía en su mente. Se trataba de una amenaza. Entonces, incluso podía oír las dos notas estridentes que emitía la espada dentro de la vaina. El sonido aumentó de volumen para finalizar en una aguda disonancia, que parecía una apremiante alarma.

De nuevo, el navío cambió de rumbo, hacia el noroeste. Las nubes sobrevolaban sus cabezas cada vez más de prisa. Por encima de ellas se percibía una apagada tonalidad amarillenta. Lethe no podía recordar haber visto nunca un cielo tan amenazador. Las nubes se desplazaron; era como si quisieran rodear el barco deliberadamente.

—¡Qué extraño! —dijo Matei, que desde la proa había seguido detenidamente el cambio de las condiciones atmosféricas.

Precedido por las primeras olas de la tormenta, un aguacero envolvió el navío como un gran ejército gris. La cortina de lluvia caía de forma torrencial. La proa del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares apuntó hacia el noroeste. Wedgebolt advirtió a Lethe y a Matei de que debían ponerse a cubierto; a la vez, se escuchó un fuerte y agudo silbido.

Matei, que había conseguido llegar junto a Lethe hasta la entrada del comedor, boquiabierto, dirigió su rostro hacia la dirección de donde provenía el sonido.

—¡Oh, no! —dijo, temblando—. ¡No puede ser!

—¿Qué sucede? —preguntó Lethe.

Matei se giró sobre sí mismo e intentó responder, pero entonces se oyó un bramido ensordecedor. El barco escoró violentamente, y la proa se clavó en el seno de una ola. Se escucharon gritos de pánico. Ante sus ojos se desplegaba un espectáculo apocalíptico. Las olas se abrieron. Una forma de color gris oscuro apareció justo delante de la proa del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares. La oscuridad y la lluvia hacían imposible determinar de qué se trataba. Durante unos segundos, Lethe creyó ver el contorno de un cuerpo negro y reluciente con grandes escamas. El monstruo levantó una enorme ola que avanzaba como un muro hacia la carabela. La proa acababa de elevarse cuando la muralla de agua se desmoronó sobre la nave, que crujió de forma alarmante. Lethe vio que los mástiles caían como ramas secas y arrastraban la jarcia del barco.

—¡Matei!

Una voz como un cañón —no la de Wedgebolt, sino la de Mano Firme— intentó alzarse por encima de la tormenta. Lethe miró hacia ambos lados, pero no había ni rastro del mago.

Sus dedos no pudieron seguir aferrándose a la jamba de la puerta. Una ola barrió la cubierta y lo arrastró bruscamente. De reojo pudo ver cómo la proa se hundía en el mar. Las aguas negras brincaron y se abalanzaron sobre él como un depredador.

Una sombra envolvió la escena. De nuevo se oyó el rugido, mucho más próximo, pero un aullido lo perforó, como si un cuchillo hubiese atravesado el cuerpo de un pez piedra. Lethe chocó contra algo. Ya no sabía si estaba boca arriba o boca abajo. La sombra, el mar y el barco, con sus violentas sacudidas, parecían una misma cosa. Sintió que se deslizaba sobre la cubierta. Desesperadamente, intentó localizar el pasamanos. El pánico se apoderó de cada fibra de su cuerpo y de su mente. Quería gritar, pero su garganta estaba petrificada. Se dio un fuerte golpe contra el costado del barco, salió despedido hacia atrás y aterrizó junto a un revoltijo de brazos que intentaban aferrarse a algo, una maraña de cabos y el cargamento con destino a Horamat, que ya no estaba trincado. Una sombra se aproximaba hacia él en su mente. Sintió una sensación de mareo. A su alrededor se hizo el silencio, mientras continuaba el tumulto más allá de su capacidad auditiva. El pánico se transformó en terror. Había llegado su hora; estaba seguro.

Como una visión momentánea, vio la figura de Matei en la cubierta de proa. La túnica del mago ondeaba furiosamente al viento, pero el alto myster parecía estar atornillado a la cubierta. Por encima del fragor de la tormenta, Lethe pudo oír la voz de Matei, que sonó como un fortísimo trueno.

—¡Khaoöre asfer asferu deiyimanur, Khaoöre dem!

El rugido ensordecedor se detuvo súbitamente; lo mismo sucedió con el aullido y todos los demás sonidos. El viento perdió intensidad de repente, como espantado por algo incluso más terrorífico.

El Astuta Cuchilla de los Nueve Mares emergió de entre las aguas, buscando y encontrando por fin el equilibrio.

Lethe incluso tuvo tiempo para preguntarse en qué idioma había pronunciado Matei el conjuro. Miró a su alrededor, estupefacto. El cielo seguía cubierto, pero la oscuridad y las sombras habían desaparecido. El viento no era entonces más que una fuerte brisa. A su lado, el contramaestre Kalyk seguía aferrado al pasamanos. Wedgebolt y Mano Firme casi habían llegado a la rueda del timón. La tripulación continuaba agarrada a la jarcia y las amarras adujadas. Era un milagro que hubieran salido ilesos. Sobre la cubierta reinaba el caos más absoluto. El mástil del trinquete se había partido y flotaba sobre las aguas como un enorme cadáver grotesco. La parte inferior de la vela mayor estaba rasgada y ondeaba al viento. Los toneles de aceite estaban desperdigados sobre la cubierta. Uno se había perforado, y el valioso aceite se estaba derramando. Lethe contó los toneles; cuatro habían desaparecido.

Lethe se palpó el cuerpo cuidadosamente y comprobó que no se había roto nada. Dos de los miembros de la tripulación no habían tenido tanta suerte. Uno de ellos se había roto un brazo; el otro tenía un corte profundo en la cabeza y había quedado inconsciente al golpearse contra el mástil de la vela mayor. Los demás hombres se ocuparon de ellos.

Lethe vio cómo Matei se dirigía hacia Wedgebolt y Mano Firme.

¿Qué había sucedido? ¿Qué horror había emergido de las profundidades del golfo de Agbayar justo delante del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares para atacar al navío? Había sido una pesadilla. Los miembros de la tripulación comentaban lo sucedido, conmocionados. Matei, Wedgebolt y Mano Firme parecían estar hablando tranquilamente, pero Lethe pudo ver los gestos apaciguadores del alto myster.

¡Gyndwaene!

Se puso en pie de un salto y se precipitó hacia el camarote de la muchacha. Al abrir la puerta, la vio yacer boca abajo en medio de un caos de mobiliario astillado. Tenía una profunda brecha en la nuca, de la que manaba sangre profusamente. Embargado por una aterradora premonición, se arrodilló a su lado para girar su cuerpo con sumo cuidado.

Gyndwaene gimió y abrió los ojos.

—¡Gracias al Creador! —murmuró Lethe, aliviado.

Le vendó la herida. Durante la tormenta, o el ataque —Lethe todavía no sabía exactamente de qué se trataba—, se había golpeado la cabeza con la litera y había perdido el conocimiento.

Poco después, llegó Matei para comprobar su estado. Parecía estar exhausto. Su pálido rostro y las ojeras que enmarcaban sus ojos hablaban por sí solos. Lethe se preguntó si un único conjuro podía consumir hasta ese extremo la energía de un mago. No obstante, ya en Loh se había dado cuenta de que la magia no era en absoluto sencilla.

A pesar de la fatiga, Matei dedicó bastante tiempo a aplicar hierba de pizarra sobre la herida de Gyndwaene.

—Esta hierba contribuirá a curar la herida —dijo, y con delicadeza, masajeó la piel que rodeaba la herida.

»El barco está seriamente dañado —comentó mientras cubría la herida con un vendaje—. Están reflotando el mástil del trinquete, y los hombres están intentando reparar la jarcia lo mejor que pueden. Wedgebolt no desea regresar a la ciudad de Ostander porque el viento ha rolado hacia el este. Nos llevaría demasiado tiempo. Confía en llegar a Quym tras realizar estos arreglos provisionales. Una vez allí, el barco deberá ser reparado concienzudamente.

—Quym —repitió Lethe, meditabundo—. No creo que a Gaithnard le guste la idea.

Matei se volvió hacia él como si le hubiera picado una serpiente de espino.

—Gaithnard, ¿el maestro de armas de Quym? ¿Lo conoces? ¿Se encuentra aquí, a bordo?

Lethe asintió, y le contó por qué se había embarcado Gaithnard. No le sorprendía el hecho de que Matei le conociera.

—Bueno —murmuró Matei—, entonces ya no es necesario que siga buscando al sexto miembro para nuestro viaje.

Lethe quería preguntar algo, pero Matei le contuvo con un gesto.

—No es el momento de hacer preguntas, Lethe. Debemos hablar, los dos, a solas; pero también con Gyndwaene y Gaithnard. Podemos aprovechar para ello la estancia en Quym; de ese modo, dispondré de algo de tiempo para prepararme. Espero que Llanfereit y su aprendiz se encuentren allí. Debemos hablar sobre nuestra búsqueda y el poder maligno que amenaza al reino. Y ni siquiera he mencionado la espada que con tanto mimo guardas en una esquina del camarote. Tenemos muchas cosas de que hablar, aunque nos quede otro tanto en el tintero.

En el ojo de su mente, Lethe vio la tela en la que estaba envuelta Rax. La espada. Había pertenecido a su padre, y entonces tanto Gaithnard como Matei afirmaban que se trataba de una arma única y de gran relevancia. Le rondaban tantas preguntas por la cabeza; entre otras, ¿cómo los encontraría Llanfereit? ¿Cómo sabría aquel hombre adónde debía acudir? ¿Sabía que se dirigían hacia Quym? No obstante, formuló una cuestión en relación con otro asunto.

—¿Por qué debemos llevar a Gaithnard con nosotros? —preguntó sin poder ocultar su recelo.

Matei sonrió.

—Algunas personas pueden parecer sospechosas a primera vista, pero todo el mundo tiene dos caras. Sé que Gaithnard es un hombre hosco y testarudo; sin embargo, es absolutamente digno de confianza. Y no olvides que se trata de un maestro de armas. Tiene fama de ser el mejor de las islas orientales. Eso podría resultarnos muy útil.

No era ésa la respuesta que Lethe deseaba oír.