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Cabo Shard

Hay muchos lugares a los que un patrón de barco sensato nunca iría. Por supuesto, todo el mundo evita el estrecho de Gynt en invierno, o pasar al norte del mar de la Noche y las Aguas Negras, el golfo de Agbayar y el cabo Shard, por mencionar alguno de los pasajes más peligrosos.

Los acantilados del cabo Shard están plagados de restos de naufragios cuyos patrones subestimaron la fuerza de los remolinos tan abundantes en las aguas que rodean al cabo. Cuando un temporal procedente del norte azota esos acantilados, no es conveniente rodear el cabo. Hay mejores maneras de arriesgar la vida.

MARTEN WATAREM DE DICHA DE VERANO,

De los temporales del norte y los hielos a la deriva, enciclopedia climatológica

La travesía desde la costa noroeste de Ribbe hasta la costa norte de Ostander no podía haber comenzado mejor. Wedgebolt llego incluso a afirmar que Matei, a pesar de haber desaparecido, estaba conteniendo las tormentas para ayudarles a llegar a buen puerto. Pero cuando un pálido buitre marino batió sus alas sobre el navío profiriendo un graznido, el supersticioso capitán se tornó pesimista.

—Malos presagios —dijo refunfuñando—. El viento es un juguete de las fuerzas del mal.

Lethe ayudaba a la tripulación siempre que le era posible, para pasar el tiempo. En ese momento, él y otros tres hombres trincaban nuevamente los toneles en cubierta. Algunos cabos se habían roto durante el temporal. Lethe volvió a mirar al capitán. ¿Estaría en lo cierto? ¿Acaso volvía a cambiar el tiempo?

Poco después, el cielo se oscureció y empezó a soplar un fortísimo viento del noroeste, que ululaba entre la jarcia y las velas. Prácticamente habían dejado atrás la costa norte de Ostander a última hora de la tarde del quinto día de navegación. La carabela se balanceaba sin sosiego, intentando mantener su rumbo original mientras crujían las planchas de madera de basel. Pero la intensidad cada vez mayor de las ráfagas hacían que el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares abatiese peligrosamente hacia la costa rocosa del cabo Shard.

El navío debía hacer continuas y trabajosas bordadas de babor a estribor y viceversa, con la pretensión de escapar de los remolinos que se formaban en las proximidades del cabo. La tripulación trabajaba sin descanso, intentando obedecer las órdenes que Wedgebolt y Mano Firme gritaban a través del viento. Las velas, izadas a la mitad o a un cuarto, fueron de nuevo arriadas. La escota de cangreja —el timón de viento, como Wedgebolt solía llamarlo—, a pesar de estar atada, se partió en dos con gran estrépito. La vela móvil auxiliar de proa daba latigazos a banda y banda. Las olas barrían la cubierta. Todos los hombres disponibles ayudaban a achicar el agua. Cuanta más agua entrase, menos gobierno tendría el barco, lo que aumentaba las probabilidades de estrellarse contra los peligrosos acantilados del cabo Shard, que se erigían como amenazadoras torres cada vez más altas. Ante la proa del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares, las aguas se arremolinaban sin control. Las espumosas crestas de las olas arremetían con virulencia contra las rocas de formas imprevisibles, con un restallido semejante al de un trueno.

—¡No lo conseguiremos! —gritó Kalyk, dirigiéndose a Wedgebolt y Mano Firme, que luchaban por mantener firme la rueda del timón.

El contramaestre se agarró fuertemente con ambas manos al pasamanos en el momento en que el barco chocó de costado con una ola de más de seis metros. Wedgebolt miró a su alrededor, y finalmente señaló hacia atrás.

—¡Retrocedamos, entonces! —gritó—. Timón de viento a estribor. De prisa, proa al suroeste. ¡Izad el foque a un cuarto! Intentaremos refugiarnos en la bahía de Borkarand.

Mano Firme y Wedgebolt empezaron a girar la rueda con todas sus fuerzas. Kalyk daba a gritos las órdenes a los hombres que se aferraban a la jarcia como insectos indefensos. El Astuta Cuchilla de los Nueve Mares escoró peligrosamente a estribor al atravesarse al viento; el foque se había izado a un cuarto con demasiada rapidez. La proa se clavó en el seno de una ola. El agua barrió completamente la cubierta. Lethe y los tres hombres se aferraron al pasamanos y, a duras penas, consiguieron salvarse. Kalyk perdió el equilibrio y salió despedido hacia la puerta del comedor, que se abrió de golpe. El contramaestre se agarró a la puerta como pudo.

Wedgebolt profirió un juramento; tenía el rostro rojo de ira, y los ojos casi se le salían de las órbitas. Abrió las piernas y, a pesar de que la cubierta estaba casi en posición vertical, permaneció de pie, sin perder el equilibrio. Alzó el mentón y amenazó con los puños al cielo.

—El diablo se lleve a todos los magos —gritó. Giró sobre sí mismo, enfurecido—. Cuarenta y cinco grados a babor, Mano Firme. Mantén el timón hasta que arriemos el foque a un cuarto.

Ambos aplicaron el peso de todo su cuerpo a la rueda. El capitán señaló furiosamente el foque para indicar que de nuevo debía ser arriado. Unos instantes después, el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares recobraba su posición. La maniobra volvió a iniciarse; esa vez, cada hombre ocupó su puesto, consciente de su función. Cuando el foque se llenó con el viento, el barco empezó a dar bandazos hacia adelante, en dirección a la bahía situada al sureste del cabo Shard.

Wedgebolt miró a su alrededor e hizo un gesto a Lethe. Su voz se abrió paso por encima de la tormenta y el chirriar del barco.

—¿Puedes hacer magia, muchacho, como tu señor?

Lethe negó con la cabeza.

Wedgebolt acercó su rostro al de Lethe y señaló la proa.

—Entonces, ve al bauprés —gritó—. Ánclate al mástil del timón de viento y avísame si ves un barco pirata fondeado en la bahía. ¡Ten cuidado! No quiero tener que decirle a tu señor que te perdí por el camino. ¡Apresúrate!

Guió a Lethe hasta el pasamanos y lo empujó hacia la proa. Lethe fue tambaleándose a lo largo de la barandilla hasta llegar a la parte delantera. Había estado antes en el bauprés, pero con el mar en calma. Había permanecido allí mirando fascinado el movimiento de las aguas por debajo de la nave. Le había parecido que el mar y el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares se complementaban en perfecta armonía. Pero el proceloso mar que entonces se encrespaba alrededor de la proa ya no jugaba en el mismo equipo; en ese momento, era el enemigo.

Paso a paso, Lethe llegó arrastrándose hasta el balcón de proa, un pequeño peldaño que se elevaba a la altura del timón de viento, a cuyo mástil se ancló mediante unos finos cabos de amarre. La espuma le salpicaba y el frío viento del noroeste azotaba su rostro. En pocos segundos quedó completamente empapado. El Astuta Cuchilla de los Nueve Mares estaba saturado de sal; podía incluso paladearla. Temblando de frío, se alzó el cuello de piel de lobo hasta la altura de los ojos y lo apretó fuertemente. Entonces, introdujo sus manos heladas en los manguitos de la túnica.

El Astuta Cuchilla de los Nueve Mares surcaba el grueso mar. En la bocana de la bahía, las olas chocaban unas con otras. Al atravesarse al viento para realizar la maniobra de entrada en la bahía, el barco se balanceó y cabeceó con tanta fuerza que la botavara del timón de viento se abalanzó hacia la proa. Lethe se sobresaltó, pero pudo esquivarla. La botavara le pasó rozando. Lanzó un suspiro de alivio cuando el navío dejó atrás dos lenguas de tierra y arribó al abrigo de unos acantilados. Wedgebolt había ordenado arriar el foque a un cuarto, y el barco se deslizaba suavemente hacia el interior de la bahía. Lethe avanzó todo lo que le permitieron los cabos a los que estaba amarrado para divisar lo más pronto posible cualquier barco que pudiera aproximarse. Su campo de visión no alcanzaba toda la bahía, pero no se veían otros barcos. Hizo un gesto a Wedgebolt y Mano Firme para indicarles que estaban a salvo.

—¡Filad el ancla! —gritó Wedgebolt cuando estuvieron al abrigo de un acantilado.

Cuando la cadena del ancla empezó a repiquetear en busca de un sólido tenedero bajo el agua, los hombres arriaron el trinquete. Extenuados y helados hasta los huesos, los miembros de la tripulación descendieron de la jarcia.

Wedgebolt furioso, avanzó a grandes zancadas hacia Lethe.

—Siempre lo he dicho —bramó—. Los caprichos de los altos mysters acabarán un día con nosotros. En lo que a mí respecta, tu señor Matei puede pasar el resto del invierno donde le venga en gana. Nosotros nos quedaremos en el puerto de Ostander.

Lethe observó al capitán tímidamente.

—¿Tengo yo la culpa?

La ira de Wedgebolt desapareció de pronto. Se acercó a Lethe y lo ayudó a desatarse. El capitán no era un hombre que se disculpase fácilmente. Lo más parecido a una disculpa era un amago de sonrisa.

—Tendremos que esperar hasta que el viento amaine —refunfuñó—. No creo que eso suceda hasta mañana. Entonces, rodearemos el cabo Shard y cruzaremos directamente hasta Delft. Quiero estar en el refugio de la bahía de Gynt mañana, antes del ocaso.

Todavía rezongando, se dirigió a su camarote.

Nuevamente, Wedgebolt tenía razón. El temporal rugió con furia toda la noche. El viento, que silbaba a través de la jarcia, mantuvo a Lethe en vela.

La tormenta empezó a amainar poco antes de que rompiera el alba. Cuando los primeros rayos del sol aparecieron sobre el horizonte, los marineros treparon a la jarcia, y Mano Firme ocupó su puesto tras la rueda. Se izaron todas las velas, y el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares abandonó la bahía de Borkarand. Todas estas maniobras se llevaron a cabo sin necesidad de una sola orden de Wedgebolt. El hombre menudo estaba en la puerta de su camarote, mesándose la barba; dejaba que sus pensamientos vagaran mientras escudriñaba el cielo.

—¿Qué es lo que te retiene, Matei? —masculló para sí mismo.