¿Qué más puedo decir de Xarden Lay Ypergion III, el hombre más poderoso de nuestro reino? ¿Qué es lo que hace que una persona llegue a ser nombrado desran? ¿Puede un hombre sensato ser el resultado de una infancia transcurrida al margen de las vidas de los pescadores de hielo del norte de Handera? ¿Acaso alguien que nunca ha visitado el mercado local del distrito de Jurgen en su propia ciudad, Romander, es capaz de tomar las decisiones más adecuadas para todos sus súbditos? ¡Por supuesto que no!
Dicho esto, ¿qué más podría añadir acerca de Xarden Lay Ypergion III? ¿Que el poder siempre corrompe? ¿O tal vez lo que sucede es que el poder se destruye a sí mismo? ¿Acaso el poder, a tan alto nivel, hace que el poseedor solitario de ese poder se vuelva paranoico? Todas las personas sensatas son conscientes de ello.
Entonces, ¿qué más puedo decir de Xarden Ypergion III? ¿Acaso no es cierto que todos los gobernantes autoritarios acaban convirtiéndose en caricaturas de sí mismos? Dejo abierta la respuesta para el lector, que debe tener en cuenta que todavía no hemos hablado del fenómeno de lady Isper.
AYRELKA DE DEEMSTER, Bloques del reino
Dotar estaba nervioso. Se dirigía hacia el salón del trono. Su alteza Xarden Lay Ypergion III, desran del reino insular de Romander, protector de por vida de Welle y eterno Primero y jefe regente de la ciudad de Romander, lo había hecho llamar. Dotar raramente se dejaba dominar por los nervios. Después de todo, era uno de los reguladores de primer orden, y se suponía que un primer regulador debía tener la capacidad de controlar sus emociones fueran cuales fueran las circunstancias. Los reguladores habían sido aleccionados para evitar cualquier demostración de emoción, puesto que se consideraba una muestra de debilidad.
Sus cejas, canas y estilizadas, semejantes a las de los demás reguladores, casi se tocaban. En su ancha frente se dibujaban algunas arrugas. Se detuvo un instante, se sacudió una imaginaria mota de polvo de su túnica azul y gris, y escudriñó el espacio que lo rodeaba. El menor cambio de expresión delataba una imperfección en las técnicas de control. Había pasado mucho tiempo desde que había tenido dificultades en relación con ese componente de su trabajo; pero también habían pasado más de seis años desde que el desran lo había convocado por última vez.
Le pareció escuchar sigilosos pasos detrás de él. Silenciosamente, dio media vuelta y lanzó un suspiro de alivio al comprobar que el vestíbulo de mármol estaba desierto. Se quitó el kalut, un birrete reforzado con una doble capa de cuero, y entornó sus ojos verdes hasta ver sólo a través de una rendija, como si le hubiese asaltado un repentino dolor de cabeza.
Al atravesar el largo corredor de Kryst Valaere, en el que resonaba el eco, murmuró para sí el ejercicio de serenidad que el maestro Kamp le había enseñado. A pesar del efecto tranquilizador, la sensación de desasosiego no desapareció; tan sólo había quedado oculta bajo la fina capa de la conciencia. Se dio cuenta de que, en realidad, no lo atemorizaba tanto el desran como su esposa. Los cambios de humor del desran resultaban hasta cierto punto predecibles, pero los de lady Isper no eran de tan fácil pronóstico. «El trono detrás del trono», decían de ella las habladurías de la corte. En calidad de primera mujer de las ocho que había desposado Ypergion, tenía más poder que cualquiera de sus consejeros, excepto tal vez Danker. Dotar sospechaba que incluso el desran sentía un profundo temor hacia su primera mujer.
Dotar no estaba casado; había hecho voto de celibato a la edad de doce años, como exigía su condición. Ningún regulador podía mantener relaciones íntimas. «Estás casado con tu juramento», solía decirle el maestro Kamp, de modo que Dotar no sabía lo que implicaba el compromiso con un hombre o una mujer. Pero a juzgar por el carácter de lady Isper, no sentía deseo alguno de mantener ningún tipo de relación personal.
Entró en la galería principal que conducía al salón del trono. Ante él, todavía a cien pasos de distancia, podía ver las puertas macizas de la sala, con incrustaciones de oro y tyrkant verde. Flanqueaban la puerta dos guardias nayareen con sus coloridos uniformes ceremoniales, adornados por bandas cruzadas y espadas puramente ornamentales. Observaron cómo se acercaba el regulador. Involuntariamente, Dotar aminoró el paso. Como otras tantas veces, percibió un sentimiento de rechazo, tal vez incluso se trataba de odio. El gremio de los reguladores no era lo que se dice excesivamente apreciado, ni fuera ni dentro de palacio. Eran considerados criminales que llevaban a cabo trabajos sucios al amparo de la oscuridad.
La gente sólo conocía los resultados de su labor: los cuerpos sin vida de los enemigos, o supuestos enemigos, del reino. No tenían la menor idea de los muchos y refinados placeres del cargo de regulador. Dotar se enorgullecía en secreto de su conocimiento de miles de venenos, y de sus efectos ventajosos, o sus inconvenientes, en ciertas misiones. Era famoso por su habilidad con el puñal, incluso entre los miembros del gremio y colegas de profesión. Su lealtad al trono era incondicional, a toda prueba. Sintió cómo las fibras y los músculos de su ágil cuerpo se contraían, y supo que los guardas no supondrían ninguna amenaza, en caso de que tuviera que hacerles frente. Ni siquiera tendría que hacer uso de la daga en forma de dragón, el puñal o la soga estranguladora. Repasó mentalmente la ejecución de una serie de maniobras que pertenecían a las técnicas para defender una fortaleza; podría aplicarlas en caso necesario a los dos nayareen. Disfrutaba con ello: era una experiencia casi física. Estaba seguro de que no vacilaría. El maestro Kamp estaría orgulloso de él.
Sus pensamientos, de ese modo hilvanados, volvían a familiarizarlo con todos los elementos de su poder en estado latente. La tranquilidad regresó a su interior. Había llegado el momento de volver a poner a prueba sus habilidades.
Uno de los guardias se interpuso en su camino y cruzó ante él la alabarda para cortarle el paso. Con un gesto de la mano y los párpados medio cerrados, Dotar les indicó, denotando frío desprecio, que debían abrirle las puertas.
—El primer regulador, Dotar de Wintergait, ha sido llamado por su alteza Ypergion —dijo con rotundidad.
El guardia miró fijamente a Dotar. A continuación, se volvió y golpeó la hoja cuatro veces. Pasaron unos cuantos minutos antes de que la puerta se abriera.
Normalmente, el salón del trono estaba atestado de consejeros, cortesanos y sirvientes. Pero cuando la puerta se cerró detrás de Dotar, éste tan sólo vio a tres personas en la enorme sala, cuya capacidad era suficiente para albergar un millar. Las paredes estaban decoradas con retratos de todos los desrans, dispuestos en dos hileras. La bóveda del techo, que se elevaba más de treinta metros por encima de su cabeza, se apoyaba en doce pilares dorados. En el centro de la sala, sobre una tarima redonda, ocupaban sus asientos Ypergion y lady Isper.
A pesar del temor que le infundía lady Isper, Dotar miró en primer lugar al desran. Ypergion era un hombre alto, de tez pálida, pómulos salientes y barba negra puntiaguda. Todos esos rasgos pasaban casi inadvertidos bajo la fuerte presencia de los ojos del desran. Dotar no podía recordar ni una sola ocasión en la que la mirada de Ypergion hubiera denotado descanso. Sus ojos negros brillaban a cualquier hora del día, como si el monarca constantemente tuviera que demostrar su ira ante el mundo. Sus ojos bastaban para inspirar miedo y respeto a los miembros de la corte, que sentían que debían estar continuamente en guardia. Ypergion llevaba un largo antiopus de color púrpura, la toga de los reyes, ribeteada con la piel plateada de un bonter. Era la primera vez que Dotar veía al monarca sin corona. En su lugar, Ypergion lucía un casquete gris que cubría su calva y que permitía la disposición caótica del resto de sus cabellos entrecanos.
Dotar contempló el aspecto formidable de lady Isper, vestida con una vaporosa toga de terciopelo rojo. Estaba visiblemente envejecida. Las bolsas que enmarcaban los ojos de color verde amarillento eran más oscuras de lo que Dotar recordaba, y las arrugas del cuello se habían multiplicado. En lo más profundo de su ser, Dotar sintió que el miedo se apoderaba de él, pero consiguió corresponder a la fría mirada de la soberana sin desviar la suya. Empezó a contar las arrugas para distraerse, pero la mirada inquisitiva de lady Isper le hizo perder la cuenta.
La tercera persona era el hombre que había abierto la puerta del salón del trono, el consejero Danker, que se encontraba de pie, al lado de lady Isper. Su aspecto no hablaba demasiado en su favor: su figura demacrada, su rostro de rasgos uniformes y la cordialidad de sus ojos de color azul oscuro no permitían intuir su fuerte personalidad. Mucha gente había descubierto, para su desgracia, que había cometido un error de cálculo, error que algunos incluso habían pagado con su vida.
Ypergion, lady Isper y Danker: el Trium; ése era el nombre que recibía la profana trinidad. Dotar se preguntaba cuál de los tres era más peligroso. Tras realizar una respiración profunda tuvo el convencimiento de que cada uno de ellos tenía un poder inconmensurable. No obstante, él no tenía nada que temer, porque los gobernantes de Romander respetaban desde hacía siglos una ley consuetudinaria: inmunidad a cambio de lealtad. Nunca un regulador había incumplido su juramento, como tampoco se había dado el caso de que fuera condenado a muerte o encarcelado por el monarca a quien debía lealtad.
No cabía duda de que las tres personas más poderosas de Romander se encontraban allí reunidas. También pertenecían al selecto grupo de los que contaban con poder ilimitado entre sus atribuciones el alto myster Karn y el dulse de Arlivux. Pero Karn todavía estaba de camino hacia la ciudad de Romander a bordo de Los Tres Regentes de Loh, la nave insignia entre islas de los altos mysters, y hacía quince años que el dulse había visitado Kryst Valaere por última vez. Desde entonces, el más alto líder espiritual del reino se había retirado a su baluarte, en la región norte de Lan-Gyt.
Dotar se acercó al trono y se postró; simultáneamente hizo una reverencia con la cabeza.
—Su alteza, vuestro sirviente, Dotar, de Wintergait —dijo con voz suave—. Me habéis convocado; por eso, he venido.
Giró el rostro hacia lady Isper y repitió el saludo. A continuación, hizo también una reverencia a Danker. Ypergion se inclinó hacia adelante, asiendo los apoyabrazos del trono, para examinar al regulador como si de un insecto se tratara. La expresión de sus ojos había cambiado. Después, volvió a enderezarse.
—¡Ah, Dotar! Aquí estás. —Su voz estridente resonó en toda la estancia—. Levántate, puedes relajarte. Se trata de una reunión informal.
En toda su vida, Dotar no podría haberse imaginado comportándose de manera informal en presencia del desran o de lady Isper, así que permaneció en su lugar.
Ypergion miró brevemente a su esposa, lanzó un suspiro de cansancio y volvió a reclinarse en el trono.
—¿Te encargarás tú de este asunto, querida? —preguntó suavemente—. No estoy de humor. Me encuentro cansado. Tal vez me retire de nuevo a la torre de cristal durante un rato.
Lady Isper arqueó una ceja y miró a su marido como si éste le hubiera hecho una proposición indecente.
—Danker ha estudiado detalladamente el tema —respondió con voz grave y contundente—. Él se ocupará de presentar el caso al regulador.
Al decir esas palabras, su mirada se cruzó brevemente con la de Dotar. Éste sintió que un escalofrío le recorría la espalda, pero consiguió mirar al frente de nuevo, disimulando cualquier clase de expresión.
Danker tomó asiento en el amplio apoyabrazos de lady Isper y se aclaró la voz.
—De acuerdo —dijo—. Regulador, por supuesto, conoces a los altos mysters de Loh.
No era una pregunta, sino más bien una afirmación. Ciertamente, Dotar conocía a los siete poderosos magos, sabía más de ellos que cualquier otro regulador, y Danker estaba al corriente. Probablemente había sido el consejero quien le había recomendado.
—A pesar de que se han producido algunas revueltas, de haber sufrido una auténtica guerra y de las reiteradas quejas de las islas situadas más allá de Romander, el reino ha existido durante nueve mil años. La alianza del poder y la autoridad del desran, junto con los poderes de los mysters de Loh, han garantizado un período de estabilidad que se ha prolongado durante siglos. Todo este tiempo, los altos mysters han ofrecido su apoyo incondicional al desran. Pero la historia nos demuestra que un alto myster no siempre actúa de acuerdo con los deseos de su soberano. Tenemos el ejemplo de Raïelf, que en su día…
—¿No puedes ser más directo? —le espetó lady Isper—. No es necesario entrar en detalles.
Danker la miró pacientemente, sin dejarse impresionar lo más mínimo por su arrebato.
—Estoy intentando situar la misión de Dotar en un contexto histórico, señora —dijo el consejero tranquilamente—. Puede ser relevante para su elección, y también para nuestra decisión.
—Tonterías —dijo entre dientes lady Isper—. Necesitamos librarnos de unos cuantos traidores, ni más ni menos.
Danker alzó el mentón y miró a Dotar de reojo.
—Sin embargo, insisto en añadir cierta perspectiva —respondió con rotundidad—. Si no deseáis escuchar mis palabras, tal vez prefiráis esperar en otro lugar hasta que finalice mi exposición, señora.
Dotar contuvo la respiración. Nunca había pensado que alguien pudiera dirigirse a lady Isper con tanto descaro. Observó la reacción de la mujer, expectante, pero la dama hizo un gesto a Danker con la mano.
—Sea, si es absolutamente necesario… —murmuró.
Danker asintió como si no hubiera esperado otra cosa.
—Prosigamos, Dotar. Un alto myster no siempre actúa de acuerdo con los deseos de su soberano. A los hechos históricos me remito. Si podemos confiar en lo que cuentan las leyendas, el primer caso que se conoce de un alto myster que infringió las normas fue Randole de Cerjin, el eremita y mago dotado de dos voces que siguió su propia iniciativa y llegó incluso a enfrentarse al reino. No se sabe cuál fue su paradero. Según la leyenda, desapareció sin dejar rastro. Manter, de Aerges, el historiador del reino, dice haber encontrado indicios de que Randole se ahogó en la zona norte del mar de la Noche, cerca de las Rompientes Exteriores.
»Pero Raïelf es el ejemplo más evidente. En secreto, y contra los deseos del desran de su tiempo, experimentó con la magia incolora, lo cual finalmente le costó la vida en el año 8197. Con el fin de garantizar que nunca volvería a suceder nada semejante, el desran Quelt Hadergan el Viejo prohibió a todos los mysters y altos mysters la investigación de la magia incolora. Su hijo, Quelt Hadergan el Joven, levantó la prohibición, pero desde entonces ningún hombre, myster o alto myster, ha tenido la osadía de estudiar la magia incolora. Era un acuerdo tácito; una ley implícita, si lo prefieres.
Dotar asintió. Estaba al corriente de esa parte de la historia.
—Sin embargo, recientemente esa ley no escrita ha sido infringida —continuó Danker.
Esa información sorprendió a Dotar, pero no dijo nada. Danker se incorporó y observó brevemente a Ypergion y lady Isper.
—En sí mismo, este hecho no sería tan terrible —prosiguió, meditabundo—, si no fuera porque el infractor es un alto myster.
Dotar miró brevemente a lady Isper y a Ypergion, y fijó de nuevo la vista en Danker.
—Tengo la impresión de que no esperabas esta noticia —dijo Danker con una sonrisa.
«Contrólate, Dotar. Debes dominarte; eres un primer regulador».
Dotar sintió cómo los otros tres lo observaban en busca de alguna señal de emoción. Pensó en el maestro Kamp y dejó que el ejercicio de serenidad fluyera a través de su mente. Tenía la mirada casi vacía.
Danker se volvió hacia lady Isper.
—¿Qué creéis, señora? ¿Está preparado el primer regulador para llevar a cabo esta misión tan delicada?
Lady Isper frunció el ceño.
—Tal vez sea más importante decidir si hay otro regulador más adecuado para llevar a buen término esta tarea —respondió elusivamente. Se levantó del trono con sorprendente facilidad, a pesar de las considerables proporciones de su cuerpo, y prosiguió—: La respuesta es no. El otro candidato, Tracter, está trabajando con un grupo del gremio en una compleja misión en Handera que le llevará algunos meses más. No podemos esperar tanto. Por otro lado, Dotar es un maestro del disfraz. Eso podría resultar muy útil para esta misión. Danker, informa a Dotar de todo lo necesario para que pueda entregarse a su cometido de inmediato.
—¿Cuál es vuestra opinión, alteza? —preguntó Danker a Ypergion.
El desran adelantó el labio inferior y apretó los párpados. Sus negras cejas casi se encontraron.
—No lo sé. Tal vez deberíamos conocer la opinión de Dotar.
Lady Isper se levantó de su asiento como movida por un resorte para hacer una dura intervención.
—El regulador es un instrumento. Su opinión no es importante. Hará lo que se le ordene.
Aunque pudiera parecer extraño, Dotar aceptó sin resistencia el comentario, que rozaba la negación de una existencia propia.
Pero lady Isper no había acabado.
—¿Acaso no te das cuenta de que tu vida, tu continuidad como desran del reino, está en juego?
Danker levantó un dedo en señal de advertencia.
—Señora, sería mejor no hablar de eso.
Lady Isper se encogió de hombros.
—¿He hablado demasiado, Danker? El regulador es perfectamente consciente de que esta misión es de la mayor relevancia. Ahora que sabe que la continuidad del trono está siendo amenazada, el trono al que juró ser leal durante toda su vida, se esforzará aún con mayor ahínco. Sólo quiero asegurarme de que todo queda claro, como debe ser. Únicamente estoy planteando la cuestión de si mi esposo y señor es consciente de que su vida se encuentra realmente en peligro.
Ypergion parpadeó; parecía no sentirse afectado.
—Me has convencido, esposa mía. Desde esa perspectiva, Dotar parece ser un… ¡hum!, un instrumento adecuado.
Lady Isper volvió a tomar asiento. Danker asintió, le hizo una señal a Dotar y puso la mano sobre el hombro del regulador.
—Cualquier misión asignada a un regulador es confidencial, Dotar —susurró—. Esta misión lo es especialmente. Aparte de nosotros cuatro, nadie deberá conocer tus futuros movimientos. Nosotros no te hemos ordenado nada; no sabemos nada de tu misión. En caso de que te hagan prisionero o tengas cualquier otro tipo de dificultades, no podrás acudir a nosotros. La persona que se cruce en tu camino y descubra lo más mínimo de tu cometido deberá ser eliminada.
Se hizo el silencio durante unos instantes.
—Esta misión —añadió Danker— también es distinta en otro sentido, que precisamente nos indica cuán importante es su éxito para el desran.
Danker interrumpió de nuevo su exposición. De repente, el desran y lady Isper también lo miraban, intrigados, con una mezcla de curiosidad y una especie de perverso placer.
—Si fracasas —prosiguió Danker en el mismo tono—, morirás. Podrás escoger si deseas quitarte tú mismo la vida, o si prefieres que lo haga uno de tus colegas del gremio.
Dotar —todo su ser— quería estar lejos de allí. El asunto no ofrecía buen aspecto. Se había quedado helado por dentro, pero por fuera parecía seguir impasible.
—No fracasaré, señor —dijo con voz firme—, pero si por alguna circunstancia la misión no tiene éxito, yo mismo me quitaré la vida.
Danker sonrió.
—Lo sabía, Dotar. Leal incluso más allá de la muerte. Tu reputación te precede.
Dotar se preguntaba si Danker sería el único de los tres dotado de cierta compasión, o si se trataba de la expresión de algo más perverso. Decidió que la segunda opción era la más probable.
—Ésta es tu misión, Dotar —dijo Danker, mirándolo fijamente—. Uno de los altos mysters ha salido de la isla de Loh en compañía de un muchacho. Si mi información es correcta, se dirigen hacia las islas Espejo. Después, puede ser que visiten las Rompientes Exteriores. Van en busca de vestigios de magia incolora.
—¿De qué alto myster se trata? —preguntó Dotar.
—Matei.
Dotar se permitió la licencia de arquear una ceja. Después de Karn, Matei era probablemente el más poderoso, a pesar de su edad. Era un oponente formidable. Habían llegado a conocerse en la corte del desran; incluso habían conversado.
—Se trata del muchacho —dijo Danker—. Su nombre es Lethe Welmson. Lo llaman el No Mago. Es posible que no tengas tiempo de interceptarlos en las islas Espejo. Como ya te he dicho, lo más probable es que las Rompientes Exteriores sean su próxima escala. Nos gustaría que nunca llegaran a ese maldito archipiélago. En caso contrario, como mínimo, es absolutamente necesario impedir que lleguen a la ciudad de Romander, sea al precio que sea. El alto myster Matei es un hombre poderoso. Si eres capaz de evitar que prosiga con sus investigaciones sobre la magia incolora, no pondremos ninguna objeción. Aún más: lady Isper ha propuesto tu nombramiento como sucesor del maestro Kamp en caso de que lo consigas.
Los ojos de lady Isper buscaron los de Dotar. Éste no pudo apreciar ni un ápice de afectuosidad, sólo desinterés. El regulador volvió a arrodillarse e hizo una reverencia.
—Gracias, señora. No traicionaré vuestra confianza —murmuró.
No se produjo la más mínima reacción.
Danker dio media vuelta y se alejó de Dotar con las manos cruzadas detrás de la espalda, como si de repente hubiera perdido todo interés en el asunto.
—No conocemos la derrota exacta del navío —dijo, mirándolo por encima del hombro—. Hay seis posibles rutas de navegación para llegar a las islas Espejo. El maestro puede darte más detalles; es conveniente que le consultes, y él te preparará. Deberás partir en un plazo de cinco días. El Dragón Negro de Fang está atracado en el puerto. Es una pequeña pero robusta galera de un solo palo. El capitán Gambarol Spart, de Nayar, está a tu servicio. Te llevará a las islas Espejo o al puerto de Serth, a menos, por supuesto, que consideres la posibilidad de llevar a cabo tu misión en otro destino.
Lady Isper se levantó y miró inquisitivamente a Dotar.
—Lo conseguirás, regulador; debes conseguirlo, de lo contrario, morirás.
Su boca se curvó en un amago de sonrisa al pronunciar la última palabra. Entonces, se volvió hacia su esposo y le ofreció una mano cargada de anillos. Ypergion, con la mirada perdida, se dispuso a abandonar la sala. Se levantó apresuradamente, tomó la mano de la primera dama y besó el anillo real que adornaba su dedo corazón. El frufrú de la túnica precedía a lady Isper en su camino hacia la pequeña puerta que conducía a las dependencias reales, seguida de Ypergion, que la observaba, meditabundo.
Justo en aquel momento, la puerta se abrió sin previo aviso, y apareció un rostro sonriente debajo de una mata de cabellos oscuros y rizados. Marakis, el hijo de Ypergion y lady Isper, de quince años de edad, seguía comportándose como un niño de seis, aunque tenía el aspecto de un joven robusto. Dotar lo había visto anteriormente en las dependencias de los miembros de su gremio, en el ala este del palacio. Algunas veces actuaba como un adulto. En una ocasión, Dotar había llegado a pensar que tal vez Marakis era más inteligente de lo que aparentaba. Ése era otro de tales momentos. El muchacho lo observó fijamente con sus ojos marrones. De forma repentina, la mirada de Marakis adquirió un nuevo matiz. ¿Qué era lo que denotaba su mirada? ¿Miedo? ¿Terror? Dotar se preguntaba si el heredero no habría estado espiando tras la puerta.
Lady Isper ni siquiera parecía contemplar esa posibilidad. Con voz calmada, ordenó a su hijo que regresara a sus aposentos. Marakis asintió, y después miró fugazmente a Dotar. El muchacho arqueó sus finas cejas. De nuevo, Dotar tuvo la impresión de que tras la máscara de ingenuidad se escondía mucho más de lo que nadie podía imaginar.
—Puedes retirarte, Dotar —dijo Danker. Alzó un dedo para insistir—: Consulta con el maestro Kamp, él está al corriente de todo. Y asegúrate de zarpar en cinco días.
Dotar hizo las reverencias de rigor y lentamente se dirigió hacia la puerta arrastrando los pies. Con una mezcla de orgullo y alivio, salió del salón del trono y se precipitó hacia la galería principal.