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Gyndwaene

El conocimiento se ha sembrado por todo el reino como se esparcen las semillas en un campo. Hay bibliotecas en todas las islas y en todas las ciudades. Pero la mayoría de los libros, los tomos y los pergaminos acumulan polvo y telarañas. No es ésta una época de debates espirituales sobre las cuestiones de la vida.

AYRELKA DE DEEMSTER, Bloques del reino

En Haramat había pocos lugares en los que el visitante pudiera conseguir información sobre las demás islas del reino. Uno de ellos era la oficina de la capitanía de puerto, en la que se podía reservar un pasaje para Senda del Cabo, en la isla Carabela, para Pequeña Gema, en la isla de Fang, para Romander, o para la Ciudad del Norte, en la Pequeña Melisa, y cuyo responsable conocía bastante bien esas islas. Aparte de dicha oficina, sólo era posible consultar la Biblioteca del Regente, ubicada en un gran edificio de madera próximo al palacete del regente Hanno de Haramat.

Gyndwaene, que vivía con su padre en Dal Rynzel, le insinuó que deseaba ir a la isla occidental durante algunos meses para trabajar con un domador de caballos. Como única respuesta, su padre le había dirigido una mirada extraña y casi melancólica, y finalmente había asentido con la cabeza.

No le fue fácil conseguir acceso a la biblioteca. Normalmente, sólo los investigadores y los escribas autorizados podían entrar en ella. Le dijo al escriba del regente que estaba trabajando en un libro sobre la historia de las islas Espejo, e insinuó que pensaba realizar un análisis de los potenciales beneficios de una relación comercial con dichas islas. Finalmente se le concedió el permiso. Se le asignó, no obstante, un guía de nombre Spadat y cuya curiosidad no tenía límites.

Gyndwaene le indicó que buscaba referencias a «la isla más antigua» y «la Puerta de las Nueve Mil Arcadas». Spadat le facilitó varios libros que versaban sobre el espíritu comercial de los habitantes de las islas Espejo y otros volúmenes con información sobre los escasos recursos minerales y la gran cantidad de edificios y ruinas de valor histórico que en ellas había. De forma instintiva, ocultó a su guía los verdaderos motivos de la investigación. Únicamente cuando Spadat abandonó la biblioteca para comer en la posada más cercana, aprovechó durante aproximadamente una hora para buscar lo que en realidad le interesaba.

En un primer momento, no pudo encontrar nada, o mejor dicho, encontró demasiada información. Como mínimo, la mitad de las islas de gran tamaño del reino de Romander reivindicaban el primer puesto en cuanto a antigüedad; incluso las islas Espejo, alegando la gran cantidad de ruinas antiguas que había en ambas islas. La ciudad sumergida de Akor, en la costa norte, también servía como prueba para respaldar su demanda. Apiló los libros con tales referencias en un montón aparte y decidió dar prioridad a la búsqueda de la Puerta de las Nueve Mil Arcadas. Spadat, obviamente extrañado al no encontrar relación alguna con el motivo de la investigación, le facilitó, sin embargo, una valiosa pista.

—¡Ah!, la famosa puerta —dijo con una sonrisa cómplice—. Cinco islas se disputan el honor. Es sorprendente la fuerza de la religión. —Evidentemente parecían no gustarle demasiado los Solitarios y su inquebrantable fe en el Señor de las Profundidades.

—¿Cinco islas? —preguntó Gyndwaene, con la pluma presta sobre sus notas.

—Sí, cinco —respondió Spadat—. Déjame pensar. Los templos de Yr Dant e Ynystel del Norte, y por supuesto Unrytborg, en Lan-Gyt. ¿Cuál era la cuarta? —Reflexionó unos instantes—. ¡Ah, sí, claro! —dijo, alzando la mano de repente—. Fernion, el templo de la casa abandonada. Y, por supuesto, nuestra propia isla.

—¿Aquí? —preguntó con asombro Gyndwaene.

—Sí. Según cuenta la leyenda, el subsuelo de Ak Romat alberga un templo en el interior de una cueva en el que se encuentra la verdadera Puerta de las Nueve Mil Arcadas.

¡En Ak Romat! ¡A tan sólo un día de viaje de su pueblo! Gyndwaene nunca había oído hablar de ello. ¿Qué había dicho el anciano? «La Dama sólo tiene veinte días para llegar allí». ¿No quedaban excluidas, por tanto, las islas Espejo y Ak Romat?

Se irguió en la silla. ¡Lo tenía! Aparte de las islas Espejo, sólo quedaba otra isla de las mencionadas por Spadat que además de estar relacionada con la Puerta de las Nueve Mil Arcadas, también pretendía ser la más antigua.

Hojeó los libros que había puesto en un montón aparte. Spadat la observó, sorprendido, al ver cómo escogía, con gesto triunfante, un grueso volumen, en cuya cubierta podía leerse: Ynystel del Norte y sus templos. El subtítulo rezaba lo siguiente: «Lo más destacado del estilo arquitectónico religioso de las islas del sureste a través de los siglos».

La sorpresa de Spadat se tornó en desconcierto cuando, tras haber consultado el libro como mucho durante media hora, Gyndwaene se levantó, se despidió de él cordialmente y abandonó la biblioteca.

—Gracias, Spadat, ya tengo la información necesaria para mi libro.

Gyndwaene cruzó la calle y entró en la capitanía de puerto. El capitán escribía en un grueso libro de contabilidad. Acabó el apunte antes de alzar la mirada.

—Quiero reservar un pasaje para Ynystel —dijo, como si fuera una travesía habitual—. Me corre prisa. Debo estar allí lo más tardar en quince días.

El capitán de puerto la miró fijamente.

—¿A Ynystel? ¡Imposible! En el muelle sólo hay amarrados barcos de cabotaje y pequeños transbordadores. El Ceñida Amarilla del capitán Wander está anclado en la bahía. Es una carabela antigua y pesada, y Wander no zarpará antes de que pase el invierno. Como bien sabes, el invierno acaba de empezar.

Gyndwaene asintió. Había esperado una respuesta semejante.

—¿Existe otra posibilidad?

El capitán de puerto reflexionó unos instantes.

—Puede ser que haya algún pescador lo suficientemente chiflado como para llevarte a Quym o Carabela, pero las posibilidades de ir más allá son ínfimas.

—¿Alguna recomendación?

El capitán de puerto frunció el ceño.

—Se ve que tienes prisa, señorita, y me parece que no cejarás en tu empeño. Tal vez Mertain, de Ak Tender, pueda ayudarte. Es joven y muchos lo consideran demasiado impetuoso, pero creo que es un buen marino. Su nave, el Clíper Alado, es una robusta carabela, dedicada a la pesca, capaz de soportar la mayor parte de las tormentas. También puedes intentarlo con Let, de Perk del Norte, pero para ello tendrás que desplazarte al norte de la isla.

Se levantó y a continuación se inclinó sobre la mesa.

—Debo advertirte algo, señorita. Ésta no es la mejor época del año para emprender una larga travesía en barco. El mar del Espejo ha engullido a muchos de los que intentaron cruzarlo en invierno, por no mencionar el peligro que suponen los piratas, las costas rocosas, los bancos de arenas movedizas y los traicioneros estrechos.

Gyndwaene le dio las gracias y salió de la oficina.

El Clíper Alado zarpó hacia el puerto de Tarfandel a mediodía del día siguiente. A bordo del carabelón había tres tripulantes: Mertain, su mujer, Aney, y Gyndwaene. En un principio, Mertain había aceptado llevarla como mucho hasta Quym, pero cuando Gyndwaene dobló su oferta, el joven marino y su mujer se mostraron convencidos de que podrían llegar hasta Tarfandel. Gyndwaene rebuscó dentro de su faltriquera con aire de preocupación. Estaba sólo llena a medias de speets. ¿En qué lío se había metido? Había abandonado su hogar movida por los misteriosos comentarios de un anciano. Inconscientemente, sacudió la cabeza. Había empezado con eso y pretendía ir hasta el final.

Tuvieron suerte. Los coletazos de una violenta tormenta procedente del norte los alcanzaron mientras navegaban entre los espigones del puerto de Tarfandel tres días más tarde.

A la mañana siguiente, se despidió afectuosamente de Mertain y Aney, y se dirigió a la capitanía de puerto. El lugar estaba abarrotado de marineros que se daban de baja, y capitanes y barqueros que pretendían asegurarse los primeros cargamentos para la temporada de primavera.

Cuando finalmente le llegó el turno, el malhumorado capitán de puerto le respondió con aspereza.

—¿La señorita desea ir a Ynystel? ¿Y cómo crees que podrás conseguirlo? Estamos casi en invierno. Las tormentas se suceden unas a otras. Incluso el capitán Kant, de Handera, permanece en el puerto. ¡Yo no soy un myster! Deberías dirigirte a otro sitio si es magia lo que buscas. Tengo cosas más importantes que hacer.

Hizo un gesto de impaciencia con la mano para indicarle que se apartara cuando el hombre que esperaba en la cola tras ella intentó avanzar.

—Te ruego que dejes pasar al siguiente.

Gyndwaene no se movió, en un intento desesperado de convencer al capitán de puerto, hasta que el hombre que estaba detrás simplemente la echó a un lado de un empellón.

Consternada, dio media vuelta. ¿Qué podía hacer?

—¿Señorita?

Se giró hacia el lugar de donde procedía la voz y se encontró cara a cara con un hombre bizco. La mirada torcida, la voz aguda y el olor corporal no le inspiraron confianza.

—He escuchado tu conversación con el capitán. Buscas pasaje para Ynystel. —Señaló hacia atrás con el pulgar, donde un hombre magro y encorvado esperaba su turno—. Ése es Baker, mi padre. Pretendemos cruzar hasta la isla Ancha con nuestro barco. Creo que la tormenta amainará en un par de días. Entonces, zarparemos. Después, si el tiempo lo permite, intentaremos llegar a Ribbe. Puedes venir con nosotros si lo deseas. Como mínimo estarás más cerca de tu destino.

Gyndwaene dudó ostensiblemente.

—Sólo te pediremos una pequeña contribución. Y tal vez puedas encargarte de la cocina durante la travesía.

No le quedaba otra opción. No parecía probable que le hicieran una oferta mejor. Ella había iniciado todo eso, y abandonar entonces habría significado una derrota.

Asintió con la cabeza.