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El juego del silencio

A veces se refería a ello como «todas las demás personas dentro de mí». Y nosotros, necios, que lo mirábamos con desdén, creíamos que no tenía ningún tipo de talento.

AYRELKA DE DEEMSTER, Bloques del reino

Seis chicas y cinco muchachos estaban sentados formando un amplio círculo en las lindes del bosque de Helm. Nadie decía una sola palabra. Ocasionalmente, uno de los jóvenes extendía su mano hacia otro, el cual inclinaba la cabeza.

Era el turno de Herde. Permaneció inclinada durante más tiempo que la mayoría de sus compañeros. Sus pensamientos regresaban una y otra vez a Lethe, por mucho que intentara concentrarse en otra cosa. Cuando por fin alzó la mirada, de forma automática se encontró con los ojos de él. Entonces, alargó el brazo hacia Lethe; éste parpadeó unas cuantas veces y a continuación inclinó la cabeza.

El objetivo del juego del silencio era influir en la mente de los demás participantes. Cada jugador intentaba transferir sus pensamientos a los demás en forma de historia inventada, o bien basada en acontecimientos que hubiesen sucedido hacía poco. En primer lugar, era necesario crear los personajes principales antes de trasladarlos mentalmente a otra persona. A medida que avanzaba el juego, cada jugador intentaba transmitir a los demás su propio relato. Estaba permitido utilizar emociones, así como imponer la fortaleza de carácter, pero también emplear manipulaciones y pistas falsas; incluso se podía despistar a los demás con pequeñas mentiras. La historia que tenía más fuerza indicaba cuál era la mente más aguda, pues se aferraba a los pensamientos de la mayoría de los participantes. En el momento de la declaración, se hacía una compilación de la aventura definitiva, basada en todas las narraciones ideadas por los jugadores. La historia que contaba con más presencia en la mente de la mayoría determinaba normalmente quién era el mejor jugador. En ocasiones, sin embargo, el ganador era aquel capaz de adivinar quiénes eran los autores de las distintas partes de la historia. Por último, todos los participantes buscaban juntos el trasfondo, los impulsos que influían con mayor intensidad en el pensamiento y la manera de aumentar la capacidad de concentración.

Lethe intentó concentrarse. En su mente bailaban imágenes de sí mismo. ¿Acaso lo había elegido Herde como protagonista de su silencio? Por un momento, esa cálida y familiar sensación pareció adueñarse de su ser, pero consiguió redirigir sus pensamientos.

Estaba en desventaja, y era plenamente consciente de ello. Las mentes avezadas a los poderes de la magia estaban más en sintonía unas con otras; además, todos habían jugado antes a ese juego. Sus pensamientos llegaban en oleadas para dibujar la imagen de Herde, pero consiguió modificar su aspecto con algunos rasgos nuevos. Imaginar otros personajes podía significar una complicación innecesaria. Dirigió sus pensamientos hacia un muchacho tímido, Santel, porque suponía que no tenía una mente demasiado fuerte. Extendió una mano para señalar a Santel, que parpadeó nerviosamente y bajó la cabeza.

Lethe no esperaba que el juego lo fascinara tanto. Lentamente, personajes, ideas y tramas empezaron a agolparse y mezclarse en su mente, pero sin que perdiera de vista su propia historia ni por un segundo. No obstante, en varias ocasiones, en el ojo de su mente apareció un hombre con barba que sostenía un báculo, cuyo puño dorado refulgía a la luz del sol.

Lethe miraba de reojo a los demás. Le admiraba especialmente el gesto de Alkyn, su semblante y las expresiones que inconscientemente tomaba su rostro. ¿Sería el resultado de las lecciones aprendidas en el Instirium? Para ser medio myster era necesario haber finalizado con éxito el primero de los dos seminancios. Alkyn había superado el período crítico de prueba de forma más que satisfactoria; sus calificaciones eran las mejores de los últimos años. Todos hablaban de él con admiración, e incluso el myster Jen había llegado a insinuar la posibilidad de que finalmente apareciera un nuevo alto myster.

Lethe se permitió fantasear acerca de lo que podía haber imaginado el brillante alumno, y se dejó llevar por la historia de Alkyn. Nuevamente apareció ante él el hombre con barba, que entonces descendía por una estrecha senda de montaña hasta llegar a un puente desvencijado, suspendido sobre un torrente que caía en cascada. Al otro lado del puente esperaba de pie una mujer que en cierto modo le recordaba a Herde.

Entrelazó esas imágenes con su propia historia, cuya protagonista, una tímida joven de erizados y cortos cabellos, vagaba por uno de los valles de la Cadena Gris. La joven se encontraba con un viejo mago ermitaño. Los dos personajes iniciaron un debate sobre la esencia de la magia, al que Lethe incorporó su propia visión negativa en relación con ciertos aspectos. La joven se enfrentó al mago abiertamente y lo encolerizó, por lo que el hombre intentó convertirla en un atrapa-arenas. Pero ella, que seguía sin tener un nombre, de acuerdo con las normas del juego, conjuró a toda prisa un contra hechizo para neutralizar la invocación del mago, que, hecho un basilisco, dio media vuelta para desaparecer entre los árboles. Lethe proyectó sus pensamientos en los demás jugadores, y en último lugar, también sobre Alkyn.

Cuando el sol llegó al horizonte, Ervin, que había sido elegido moderador del juego, lo dio por finalizado mediante una señal. Todos suspiraron y empezaron a mover brazos, piernas y cuello para destensar los músculos agarrotados. Para su sorpresa, Lethe comprobó que sus músculos no estaban tensos.

Ervin empezó a hacer una recopilación de los personajes, los argumentos y los diálogos. Lethe no salía de su asombro al reconocer muchos elementos de su propia historia. Otra historia había tenido una importante repercusión, y también había vestigios de otras extrañas tramas.

—Ha llegado el momento de la declaración —dijo Ervin—. Puedo reconocer dos personajes y dos historias que compiten por ocupar el primer lugar. ¿Quién creéis que imaginó al hombre con barba y cabellos negros?

Alkyn frunció la boca y parpadeó. Una de las muchachas, de nombre Midhe, se decidió a hablar.

—¿Podría ser Dyndel? Me pareció reconocer su estilo.

Dyndel negó con la cabeza.

Lethe hizo un intento por adivinar.

—Creo que era Alkyn —dijo en voz más baja de lo que pretendía. El medio myster dirigió su mirada hacia él.

—Así es —reconoció Alkyn con cierto tono de incredulidad.

Lethe sintió cómo multitud de ojos se posaban sobre él.

—Vamos con el otro personaje, la joven de cabellos encrespados.

Se produjo un breve silencio. Finalmente, Santel probó suerte.

—Creo que a todos nos resulta difícil adivinarlo. El estilo de ese personaje es… distinto, aunque creo reconocer a alguien. Alguno de nosotros ha aprendido mucho de las historias que ya imaginamos, o bien…

Permaneció en silencio durante un minuto mientras recorría el círculo con la mirada.

—¿Fuiste tú, Herde?

Herde negó con la cabeza. Tres o cuatro jugadores más lo intentaron, pero ni siquiera se acercaron a la respuesta correcta. Nuevamente se produjo el silencio. Alkyn miró a Lethe, con la boca abierta y la incredulidad escrita en la cara.

—¿Podría ser uno de los personajes de Lethe?

Lethe sintió que se sonrojaba mientras asentía rápidamente. Notó un zumbido en la cabeza que cesó únicamente cuando Ervin alzó la mano.

—Ésta es una sorpresa para muchos de nosotros, entre los que me incluyo. Ha llegado el momento de reconstruir el argumento.

Los detalles recibieron gran atención. Durante un buen rato, la estrambótica trama principal parecía desarrollarse en una indómita torre de granito de extrañas formas, situada en algún lugar cercano a una costa de acantilados rocosos. Un asesino profesional estaba acechando a un muchacho. Éste no era consciente del peligro de su situación hasta el último momento, pero finalmente conseguía salvarse. Sin embargo, a pesar de la contundencia del argumento, parecía obvio que Alkyn y Lethe competían por la victoria. Ambos reconocieron a la primera la trama ideada por su contrincante. Todos sabían que la declaración de diálogos sería decisiva. Pero incluso en eso quedaron empatados.

Ervin finalizó la declaración.

—Este juego ha sido extraordinario. Resulta obvio quiénes son los dos competidores de hoy. Comamos y bebamos mientras esperamos a que la luna llegue a su cenit.

La tensión iba creciendo en la mente de Lethe.

Se sacaron las paneras, y en silencio empezaron a comer los bocadillos de mermelada de helechos del bosque, salsa de mandel y semillas de karvel. De vez en cuando Lethe sentía que los demás lo miraban. Le costaba tragar debido al nudo que se le había hecho en el estómago. Herde se acercó a él discretamente.

—Bien hecho —murmuró, posando su mano sobre la de Lethe por un breve instante—. No sabía que fueras tan bueno en este juego.

Lethe masculló algunas palabras incomprensibles. Poco a poco, los jugadores empezaron a conversar. Alkyn tomó asiento junto a Rayada y Kel, dos muchachas de Loh Oriental. Constantemente lanzaban penetrantes miradas a Herde y Lethe. La bebida ayudó a Lethe a aliviar la tensión. Se sentía un poco mareado, a pesar de que el vino de bayas apenas contenía alcohol. Repasó mentalmente lo sucedido, y determinó cuál sería su postura al final del juego.

Cuando la luna alcanzó su cenit, poco antes de la medianoche, Ervin se sentó en el centro del círculo. Frente a él había once varas de madera de diferente longitud. Las tomó y las dispuso en una cesta, que agitó para que se mezclasen bien.

—Herde, ¿te importa vendarme los ojos? —solicitó.

Herde vendó los ojos de Ervin con su pañuelo. Después lo hizo girar siete veces.

—Podéis acercaros de uno en uno, en el orden que queráis —declaró Ervin.

Lethe extrajo la vara más larga. Sería el último en votar.

—La votación del juego del silencio en éste, el tercer día de Sahmander, comienza ahora —anunció ceremoniosamente Ervin, después de quitarse la venda—. ¿Quién tiene la vara más corta?

—Yo —dijo Rayada—. Voto por Alkyn. Su presencia en la historia es la más evidente, y sus diálogos se percibían con claridad. También he reconocido muchos de los detalles de la historia de Lethe.

A ésta le siguieron cinco votaciones: tres a favor de Alkyn y dos, los votos de Ervin y Dyndel, a favor de Lethe.

«Cuatro a dos», pensó Lethe; era demasiado bonito para ser verdad, después de todo.

Herde fue la siguiente.

—Yo voto por Lethe, por supuesto. Reconoció al personaje de Alkyn casi de inmediato. Su original historia y sorprendentes diálogos han determinado mi decisión, puesto que, al margen de eso, Lethe y Alkyn sabían casi lo mismo de sus respectivas historias.

Lethe sonrió. Otro voto a su favor; tal vez el único previsible.

—Yo también voto por Lethe —dijo titubeando Santel, sin dar más explicaciones.

Eso significaba un empate a cuatro. De nuevo oyó un zumbido dentro de la cabeza. Sentía los latidos de su corazón en la garganta. La muchacha de nombre Midhe era la siguiente. Su voto sería decisivo, ya que tras ella les tocaría el turno a Alkyn y Lethe, que serían los últimos en votar, y nadie hasta entonces había votado por sí mismo.

—Elijo a Lethe —dijo Midhe con decisión—. A todos nos ha sorprendido su fortaleza de carácter, y su historia destaca por giros inesperados y perspicaces diálogos. Quizá gracias a su experiencia, Alkyn ha demostrado una gran maestría a la hora de descubrir los detalles de la historia de Lethe, pero eso no menoscaba su fuerza. Además, hay que tener en cuenta que Lethe no tiene poderes mágicos.

Se hizo un silencio sepulcral en el bosque de Helm. Parecía que incluso los animales nocturnos percibían la tensión. Normalmente, el resultado ya habría sido definitivo, pero los ojos de Alkyn refulgían con un pálido fuego.

—Voto por mí mismo —dijo abruptamente—. No sé cómo el No Mago ha llegado tan lejos; tal vez el juego estaba amañado.

Se oyeron comentarios de voces incrédulas. Herde le abucheó con una ira que Lethe nunca había visto en ella.

—Alkyn cae de su pedestal —afirmó en un tono claramente audible para todos.

Alkyn la miró con altanería.

—Es extremadamente irregular votar por uno mismo —repuso Ervin, sorprendido—, tan irregular como hacer acusaciones infundadas.

—Puede que sea irregular —le espetó Alkyn—, pero no está prohibido. Todo mi ser rechaza la idea de escoger los personajes y la historia de Lethe antes que la mía.

—Sea —suspiró Ervin, quien a continuación lanzó una elocuente indirecta—. Se ha establecido un precedente. La votación final corresponde a Lethe.

Lethe miró a todos los componentes del círculo. Sus ojos se detuvieron al llegar a Alkyn. El medio myster le ignoró con los labios apretados en una amarga mueca, mientras concentraba su furibunda mirada en los límites del bosque.

Lethe miró a Herde. Después dio un paso hacia adelante.

—Voto por Alkyn —dijo sin dudar—. Él tiene… más experiencia.

Entonces, dio media vuelta, abandonó el círculo y se alejó para adentrarse en el bosque.