Epílogo

Oscuridad. Estaba sumido en la más absoluta oscuridad.

El agua helada anestesió su cuerpo en cuestión de segundos. Rozaron su piel las escamas frías de los peces que pasaban fugazmente a su lado. Viscosas tijeretas de kelp tocaron su rostro, sus ojos cerrados. Poco a poco, se fue sumergiendo aún más. Sus músculos ya no obedecían las órdenes de su cerebro. Su mente estaba atrapada, apresada entre el pánico y un paralizante desconcierto.

Apenas le sorprendió el hecho de que pudiera respirar bajo el agua. Entre los recuerdos que acababan de serle transmitidos, comprobó que había sucedido lo mismo hacía nueve mil años, y que la historia se repetía en los ciclos anteriores. Éste hacía el número centésimo decimocuarto, le informó el pasado que se desplegaba ante él.

¿Se trataba de un sueño, una visión o tan sólo de una horrible pesadilla? Era incapaz de llegar a una conclusión.

Había dos presencias cerca de él. Por encima de su cabeza, la voz de Mirada Rasuradora intentó llegar al torbellino de sus pensamientos. A Lethe le pareció que el águila se había sumergido tras él.

Por debajo de él, la mente de una criatura también hizo amago de llegar a sus pensamientos. Lethe estaba perplejo, al principio; pero gradualmente llegó el entendimiento.

Lethe ya había tenido un encuentro con aquella criatura, en una visión.

De repente, la presencia llegó hasta él y Lethe tomó conciencia del laberinto.

¡Regresa, es demasiado pronto! —gritó la voz estridente de Mirada Rasuradora en el lenguaje del pensamiento.

La presencia del ave le perseguía bajo una forma distinta, hasta que otra voz, mucho más lejana que la del águila, retumbó como un trueno.

—¡GEHANDYR! LOS AYINTI DESEAN TU REGRESO.

Mirada Rasuradora abandonó su persecución y fue arrancada bruscamente de la mente de Lethe.

Lethe intentó desprenderse de la criatura que le arrastraba hacia el fondo negro del mar, pero no pudo hacer frente a su fortaleza primitiva. Un poder, muy superior, más pesado e intenso que el del dragón Iarmongud'hn se abalanzó sobre él como una montaña.

Hebras y fibras se enroscaron en la mente de Lethe, borrando su yo sin ningún miramiento. Quería gritar, pero no podía. Intentó oponer resistencia.

—¿Por qué te resistes? —preguntó una voz—. Eres el No Mago, posees la no magia, el poder de entrelazarte con otro ser.

Uno de sus últimos pensamientos conscientes consistió en la imagen de sí mismo como una mosca que pretendía derribar a un dragón. Su mano se cerró sobre el objeto que le había dado Dargyll. Una oleada de calor se expandió por todo su cuerpo. Algo tiraba de su mente, descolgando pensamientos.

Después, su cohesión se disolvió en el laberinto infinito. Ya no era Lethe; aquel ser le había absorbido. Y la llegada de Lethe había dado la vida a aquella monstruosa criatura.

La leyenda de los nueve mil se arremolinaba alrededor del Oscuro del mar de la Noche y de su poderoso rival. Su adversario estaba entonces despierto. Un muchacho de Loh había sido designado por el destino para sacarle de su sueño; un muchacho que durante breves segundos supo y sintió, en las fibras desgarradas de su ser y en los pensamientos que huían de él, qué era la no magia. Algunos recuerdos le daban el nombre de Entrelazado. Otras le decían que debía renunciar a su nombre, a su ser, y dejarse absorber por el monstruo.

Cuando Lethe se disolvió en el infinito del laberinto, abandonándose a la criatura, fragmentos de imágenes se agolparon en su mente casi ya evaporada. Algunos nombres emergieron a la superficie y volvieron a sumergirse: Janila, Hebra, el myster Jen, Ervin, Herde, Matei, Pit.

Flaqueó.

Subconscientemente, un pensamiento diminuto escapó al ineludible entrelazado de las mentes.

Sintió que algo intentaba aferrarse a él. Oyó una palabra apenas audible: Poder, y una presencia etérea, Pit.

El último impulso consciente de su mente extrajo de sus recuerdos otros nombres, que se mezclaban en la memoria infinita de la criatura.

Lethe, fuente del olvido.

Lethe, Señor de las Profundidades.