En las alas del viento y el aire
flota la singularidad de este día:
sus curiosos colores,
y sus formas desconfían de los ojos.
Y justo más allá de la realidad
el sol fracasa donde se derraman las sombras,
y el telón de fondo es la cabeza de un dragón
de escamas, cresta y fatalidad.
Aquí y ahora se acumula la fuerza silenciosa,
cuya mano rara vez puede ser vista,
su rostro un misterio para los hombres.
Y es aquí, por supuesto, donde el juego arcano,
de dioses y reinas no coronados,
ensarta las cuentas del Pacto de los Diez.
Atribuido a HUMBYER DE EBBESTAEDE,
El Pacto de los Diez, poema místico
El silencio envolvía la cúpula, que se vislumbraba como un punto apenas perceptible en el cielo. No había indicios de que allí hubiera un abismo; sin embargo, debía encontrarse justo fuera de la bóveda. En el centro de la estancia había una fosa enorme rodeada por un muro de ladrillos no demasiado alto. La luz verdosa que iluminaba la cúpula parecía estar viva, titilando y arrojando manchas luminosas sobre la superficie negra del agua del pozo.
Nadie mostraba su forma humana. Para algunos, era algo natural: simplemente, no eran humanos. Los que sí eran humanos no daban importancia a ese hecho.
Se oyó una voz que llenó la estancia.
—Hoy es el día de Welden Taylerch, en la era centésimo decimocuarta. Los potentados de todas las dimensiones se han reunido en el lugar de silencio en el que se dan encuentro todos los vestigios, donde la ira de una persona no puede alcanzar a ninguna otra. El idioma que se utilizará será la lengua del reino de Romander, de manera que nadie esté en desventaja. Así se decidió al otro lado del tiempo, cuando la primera era todavía no tenía nombre. Éste es el tiempo que se despliega desde dos frentes. Éste es el lugar, puesto que cada ser tiene su propio lugar.
El eco de un sonido parecido al de un gong de dimensiones sobrenaturales resonó por toda la cúpula y sacudió los cimientos. Incluso el aire se movió, como una llama que parpadea al comienzo de la tormenta.
—Ésta no es una reunión ordinaria porque todo cambió cuando el mago de la última era decidió dejar sus vestigios en el tiempo.
De repente, la voz subió de tono. ¿Había sorpresa o ira contenida en ella, o tal vez simplemente decepción?
—El mago de la última era ha vuelto a escribir la historia. Sumergió la pluma en tinta negra y trazó una trama de confusión. Sus incontables mosaicos han conmocionado el desarrollo del ciclo eterno durante los últimos nueve mil años. Aquel que representa al Oscuro del mar de la Noche tiene la palabra.
Un resplandor amarillento iluminó el lado opuesto de la bóveda. Se hizo el silencio. Transcurrido un intervalo de tiempo incalculable, la primera voz volvió a hablar.
—Aquel que trae las palabras de Huel Isipaer con su autorización hablará ahora.
De nuevo, se hizo el silencio, pero en esa ocasión el aire en el interior de la cúpula estaba cargado de palabras tácitas a punto de ser proferidas por las cuerdas vocales de una criatura.
—Mi señor no conoce el miedo.
Una voz grave recorrió la bóveda.
—Ha presenciado los cambios, pero éstos no le afectan. Cree que las estratagemas del mago le favorecerán.
Se oyó una risa sarcástica que procedía de algún punto cercano al último orador.
—Tu señor se cree intocable, pero el orgullo siempre hace acto de presencia antes de la caída, que tal vez llegue antes de lo que imaginas.
El resplandor amarillo cobró más intensidad.
—Lo que el abominable considera orgullo es simplemente la perfección de la que carece.
—¿Cómo te atreves? Tú, insignificante…
—¡Silencio! —exclamó la primera voz.
Su orden vino seguida por el silencio deseado. La primera voz dejó que se prolongase el silencio para poner de relieve su autoridad. Poco después volvió a hablar.
—Aquel que trae las palabras de Huel Isipaer con su autorización hablará ahora sin ser interrumpido.
Inmediatamente, la voz grave habló.
—Mi señor considera patéticos los intentos por parte de otros potentados de detenerle a él y sus acciones. Digo esto aunque mi señor apenas ha dedicado atención a los actos de esos potentados. No obstante, mi señor sabe cómo se esculpieron los vestigios en el pilar, pero está seguro de que la hora del entrelazado todavía está lejos.
En el silencio que siguió a continuación, uno de los seres ahogó una risita.
—La batalla no es el objetivo —resonó con el eco una voz nasal. Aparentemente, aquella voz gozaba de autoridad para interrumpir al orador que tenía la palabra—. La batalla es el medio transformador de la estructura de la trama. Una batalla perdida no es un fracaso. Una batalla ganada no significa la victoria final.
La voz grave respondió de inmediato.
—Palabras evasivas. El pensador se envuelve en un halo de misterio para eludir sus palabras y actos verdaderos. Permitamos que se reúna con sus nueve mil y que deje de importunarnos con sus vagos términos.
La voz nasal no se dejó abatir.
—No todos los presentes son conscientes del poder de las palabras, de la magia en estado bruto que contienen. Se trata de una magia muy superior a la de cualquier otra forma de magia del reino de Romander. No, no todos los presentes son conscientes de ello, pero eso cambiará cuando empiece la batalla. El pilar decidirá.
Dio un resoplido y prosiguió.
—Porque la palabra es mucho más que un navío de pensamientos o definiciones. La palabra es mucho más que un sonido o un grupo de símbolos. Incluso los modificadores de Loh sólo pueden darse cuenta en parte.
Se alzó otra voz: pertenecía a una mujer. No reaccionó ante los comentarios anteriores.
—¿Debemos esperar al No Mago? ¿Es cierto que hay indicios de que éste es… diferente?
La tensión iba en aumento bajo la bóveda. La primera voz volvió a hablar.
—Ni siquiera el Sin Magia puede eludir su destino, porque el ciclo de nueve mil años es inexorable. No es que el No Mago sea diferente; lo que sucede es que los mosaicos creados por el mago de la era anterior tienen una influencia innegable en el equilibrio de los diez poderes.
—¿Qué hay del mago que desapareció? —preguntó la voz femenina—. ¿Cómo encaja en este entrelazado?
—¿Raïelf? Mirad a vuestro alrededor, señora. ¿Qué es lo que veis? Los diez seres más poderosos del universo, aparte del Señor de las Profundidades. ¿Acaso no reunimos el poder suficiente para haber encontrado al mago? Raïelf fue pulverizado al llevar a cabo sus experimentos con la magia incolora; estoy seguro de ello.
—Dargyll dice…
—¡No pronunciéis ese nombre! —aulló el abominable.
La mujer se calló de repente, pero la primera voz respondió con serenidad.
—El hombre de la isla de los Gatos afirma que Raïelf sigue con vida, que sobrevivió oculto en un cuerpo distinto. Es sólo una hipótesis, una de tantas. El hombre de la isla de los Gatos tiene más de una teoría. Ninguna ha quedado demostrada.
—Pero tampoco han sido rebatidas. —Una voz ronca irrumpió en la conversación—. Nunca he subestimado a Dargyll —prosiguió, haciendo caso omiso de los furiosos bramidos del abominable—. Es algo más que una conexión entre nosotros y el reino.
—Y pensar que es producto de un error —dijo la mujer, pensativa.
Se hizo un largo silencio.
Una voz tranquila, masculina, por fin se decidió a intervenir.
—He esperado largo tiempo este día. He pasado mi vida retirado en uno de los confines del reino y he podido experimentar cómo es la vida cotidiana allí. Gracias a ello, mi conciencia respecto al valor de este mundo ha aumentado. ¿Por qué? No puedo explicarlo en las palabras que tenemos a nuestra disposición. Lo que ahora empiezo a cuestionarme…
Silencio.
—Supongo que la mayoría de vosotros suscribís la necesidad del ciclo.
Un asentimiento tácito flotó en el aire del interior de la cúpula. El hombre suspiró profundamente.
—Entonces, soy el único que no piensa así, lamentablemente.
—Y sin embargo, eres el más poderoso, aparte de nuestros anfitriones —bramó el abominable, malhumorado.
—En efecto, puesto que hasta ahora no he hecho uso de mi poder —replicó la voz con suavidad. La respuesta llevaba implícita una amenaza ostensible que todos los presentes pudieron percibir—. Cierto, el poder duradero sólo puede perdurar mientras sea contenido. El verdadero poder interviene únicamente como último recurso. ¿Debería intervenir ahora? Debo reflexionar al respecto. Puede ser que sea el más poderoso de todos nosotros, pero esto no es aplicable a otros campos. El No Mago, este No Mago, es un ser único, lo cual no deja de ser extraño, porque los vestigios no son distintos a los de sus predecesores. Tal vez eso complique más las cosas. Quizá…
—¿Qué ibas a decir? —inquirió el abominable.
—Debo reflexionar —repitió la voz antes de guardar silencio.
—El día de Welden Taylerch, preludio del tiempo decisivo del No Mago, llega a su fin —dijo en tono solemne la voz que se había escuchado en primer lugar—. Muy pronto llegará el No Mago. Hasta entonces, descansaremos y esperaremos.
—Sin mí —rugió el representante del Oscuro del mar de la Noche. Su presencia se desvaneció; después, todos desaparecieron.
Cuando todos se hubieron retirado a sus propias mentes, el silencio lo inundó todo.
Al otro lado de la cúpula, afuera, llovía de forma torrencial sobre el abismo. Curiosamente, el exceso de agua desaparecía sin dejar surcos en el suelo. A Lethe le costaba avanzar sobre las rocas resbaladizas. La oscuridad cayó de repente.
Movido por un impulso irrefrenable, había caminado hasta el anochecer. Cuando salió el sol, todavía se sentía cansado, pero prosiguió la marcha.
Se preguntaba dónde estarían sus compañeros. A medida que el camino descendía, cada vez más empinado, se sentía más solo; la soledad dejó vía libre a pensamientos sombríos. Su mente vagó de nuevo hasta sus recuerdos de Loh Oriental. En el ojo de su mente vio a Janila, su madre, abriéndose paso entre las gallinas en su casa de las dunas. Se preguntaba si Hebra, su nutria de las dunas, seguiría viva. Vio a Ervin, su mejor amigo. Pero en realidad sólo veía una silueta en todas aquellas imágenes: la de Herde. Sonrió involuntariamente y sacó valor de los recuerdos que de ella tenía. Intentaría llevar a cabo su misión, fuera cual fuera, y entonces regresaría a Loh Occidental y a Herde.
Llegó a una encrucijada. A la izquierda, el camino se sumía en la oscuridad; a la derecha, otro camino ascendía abruptamente, serpenteando hacia la luz gris del mundo que quedaba por encima del abismo. Su campo de visión era reducido debido al mal tiempo. ¿Hacia arriba o hacia abajo? Miró por encima de su hombro, como si esperase que alguien situado tras él le ayudase, pero estaba solo, envuelto en una cortina de lluvia. Aunque sabía que debía descender aún más, tomó el camino ascendente, a la derecha. Mientras caminaba lenta y pesadamente, dejó vagar sus pensamientos. Intentó dilucidar cuál era su papel en aquel juego de poder; quién tenía más probabilidades de ganar y quién tenía las de perder.
En algún lugar de su interior, de repente, vislumbró un horizonte que ya había visto antes. Sospechaba que una fuerza poderosa observaba lo que sucedía en Romander con una sonrisa benigna; una fuerza que miraba el reino desde fuera y que intervenía ocasionalmente, cuando parecía que los acontecimientos tomaban mal cariz; una fuerza a la que realmente no le interesaban las tribulaciones de aquellas criaturas, sino que, como mucho, más bien parecía divertirse con ellas; una fuerza, en resumen, que no se tomaba en serio la magia incolora, ni tampoco al ser que había dado origen a ese fenómeno nefasto. Y con toda la razón, porque aquella fuerza podía hacer temblar la tierra con un solo movimiento de su dedo meñique.
Era vagamente consciente de haber experimentado fragmentos de esa fuerza con anterioridad, en sueños y visiones, pero aquellos recuerdos residían en algún rincón muy profundo de su mente. Vio una criatura alada suspendida en el aire, sobre el mar, y por un momento se encontró en un laberinto interminable de pasadizos; pasadizos que parecían estar vivos. No sabía por qué estaba tan seguro de que estaban vivos. En un destello fugaz, vio a la criatura que vagaba por los pasadizos. Empezaba a comprender.
Regresó al presente. El camino finalizaba a la entrada de una cueva en la ladera de una colina de baja altura. De una abertura en la parte superior de la cueva salía una columna de humo que dibujaba una espiral. Se sintió atraído hacia la entrada y cruzó la frontera entre el gris del exterior y la negrura de la entrada de la cueva. Había un corredor que giraba de forma brusca hacia la derecha e inmediatamente después a la izquierda. Ya no podía oír el repiqueteo de la lluvia. Sintió una agradable sensación de calor y vio un resplandor amarillo; después, giró en el siguiente recodo del pasadizo.