Por supuesto, la Torre de Cristal de Romander atrae todas las miradas, pero aquellos que conocen la historia de la ciudad quedarán igualmente impresionados por el antiguo Sferium.
Su cúpula dorada está al final de la avenida de los Setecientos Pasos, frente a las puertas del palacio de Kryst Valaere. La cúpula, construida con bloques de mangiet recubiertos de pan de oro, tiene capacidad para más de cien mil espectadores.
En ella tiene lugar el discurso anual de unión del desran, en el que éste aborda lo acontecido en el año anterior y habla de sus perspectivas y planes para el año entrante.
Asimismo, fue el escenario del asesinato del emperador Waentord Gyl Mandrak en el año 7288.
KENVAL DE AERGES,
La arquitectura de Romander
El desfile de los Setecientos Pasos comenzó al amanecer. La tradición tenía nueve mil años de antigüedad, aunque en su mayor parte estaba envuelta en un halo de misterio. La historia decía que el desfile, en sus orígenes, había servido para celebrar la finalización de las obras del Sferium, pero no existía documentación detallada al respecto. El Sferium había sido completamente renovado en los años 3012, 5834 y 8387. A partir del año 6190, el desfile también había servido para conmemorar la finalización de la Torre de Cristal.
Llovía a cántaros. Las calles brillaban con luz trémula, y la ciudad tenía un aspecto sombrío debido a las gruesas gotas que caían ininterrumpidamente sobre los adoquines y los tejados grises. Negras nubes acechaban sobre la Torre de Cristal. El tiempo no favorecía el carácter festivo del desfile, pero aun así la gente estaba apiñada bajo los altos tilos que flanqueaban la avenida de los Setecientos Pasos, como cada año en ese mismo día. Casi todos los asistentes llevaban largos abrigos de color oscuro.
Entre la multitud serpenteaba la cinta multicolor del desfile: la colorista procesión de dieciséis mil personas que salvarían los setecientos pasos que separaban la puerta del palacio de la cúpula del Sferium, entre el amanecer y el mediodía. Los participantes eran una representación de los ciudadanos de a pie de todas las islas, que habían llegado a la ciudad de Romander antes del invierno: estudiantes de comercio y de la escuela naval, mercaderes, miembros de todos los gremios, marineros, guardias, oficiales, artistas, músicos procedentes de todos los rincones del reino, y mil percusionistas que acompañarían el desfile con sus ritmos hipnóticos. En último lugar desfilarían jueces, regentes, subgobernadores, gobernadores, cortesanos y otros oficiales, y cerrando la marcha, los consejeros y los miembros de la familia del desran.
Poco antes del mediodía hizo aparición el desran Xarden Lay Ypergion. Le escoltaban ocho guardias de palacio que transportaban una rueda considerablemente deteriorada, extraída del carruaje que los desrans habían empleado desde tiempos inmemoriales para desplazarse entre Kryst Valaere y el Sferium. Lady Isper estaba a su lado. Se alzó un murmullo cuando otra mujer apareció ocupando el espacio libre al otro lado del desran; era una desconocida para el pueblo.
Ypergion dio un primer paso con su pie izquierdo, tal como prescribían las normas, y después avanzó el pie derecho. Tras un corto intervalo, volvió a adelantar el pie izquierdo. Lady Isper y la desconocida le imitaron, guardando una distancia de un paso tras él. De este modo, los tres salvaron la distancia entre el palacio y el Sferium.
Lady Tulsië, la otra mujer que acompañaba al desran, se sentía tremendamente incómoda, no sólo debido a la rígida y apretada toga ceremonial de encaje púrpura, engalanada con una cola que dificultaba su caminar, sino también por los miles de ojos que sentía posándose sobre ella. Hubiera preferido estar sola en la biblioteca. Había observado atónita su reflejo en el espejo después de que las damas de compañía la habían ayudado a vestirse. Habían recogido sus cabellos negros y, sobre ellos, habían dispuesto una pequeña tiara. Un ligero toque de colorete sobre sus pómulos alegraba su pálida tez, y sus ojos, ya de por sí expresivos, habían sido sutilmente maquillados, de modo que se habían convertido en dos diamantes que atraían la atención de todos. No quedaba rastro de la sencilla mujer trabajadora que se escondía tras aquella elegante dama.
No se había atrevido a declinar la petición del desran de que lo acompañara, junto a su primera esposa.
—¿Qué dirá la primera dama? —inquirió.
Pero el desran había hecho caso omiso de sus objeciones.
—Eso es irrelevante. Lady Isper respeta mis deseos en todo lo relacionado con el desfile —había sido su respuesta.
Tulsië recordaba haberse preguntado en ese momento si lady Isper tenía algo que decir en los demás asuntos de Estado.
El desran había tomado la decisión de que participase en el desfile durante una noche de insomnio en la Torre de Cristal. Ypergion estaba obviamente cautivado por su presencia, pero ella mantenía la distancia en todo momento. El desran le había hablado del desarrollo de los acontecimientos relacionados con el No Mago y su hijo, Marakis.
También habían hablado sobre su discurso. Tulsië era consciente de que el desran realmente había escuchado su opinión. Éste propuso unos cuantos cambios, y le preguntó directamente qué era lo que ella diría. Gradualmente, Tulsië fue capaz de relajarse y hablar con el corazón. Al margen de algún comentario puntual, se limitó a escucharla. Después asintió con la cabeza.
—Ya veremos —dijo.
Ypergion era conocido por ser un desran cauto, que seguía fielmente las normas y formalidades.
Tulsië le miró de reojo a través de sus párpados entrecerrados. Su rostro no delataba la más mínima emoción; estaba completamente absorto en cada paso que daba. El hombre que había confiado en ella en la Torre de Cristal se encontraba lejos de allí. Ella creía que se limitaría a leer el discurso escrito por el consejero Tardel.
Los ojos de lady Isper se encontraron con los de ella únicamente en las puertas de palacio. Tulsië no pudo leer nada en aquellos lagos pequeños y helados. Ni siquiera era capaz de decir si denotaban ciertas reservas. Ypergion le había prohibido hacer cualquier tipo de reverencia ante la primera dama, lo cual no dejó de sorprender a Tulsië, que sin embargo no se atrevió a desobedecer sus órdenes. Ypergion también le había prohibido hacer ningún comentario sobre Marakis en presencia de lady Isper.
—Más adelante lo entenderás —había dicho en un murmullo. Le pareció ver tristeza en sus ojos.
Sobre la multitud se hizo el silencio, que les acompañó durante todo el trayecto hasta el Sferium. A medida que se acercaban, el Sferium fue creciendo lentamente hasta convertirse en una montaña bruñida. Lady Tulsië caminaba en perfecta armonía con el desran. Examinó la estructura a través de sus pestañas. La cúpula estaba revestida de pan de oro. Cinco estrechas ventanas se abrían desde el suelo hasta justo debajo del punto más alto de la cúpula. Enfrente de la puerta de palacio, había una abertura de gran altura, y de una anchura equivalente a la de tres hombres, uno al lado del otro. Era el único acceso y, a la vez, puerta de salida del Sferium.
Tulsië no había contado sus pasos. Se decía que el desran debía dar exactamente setecientos pasos para cubrir la distancia entre el palacio y la cúpula. Por alguna razón creía que era cierto. Sus pensamientos divagaron de nuevo hacia el desran. Tenía una personalidad compleja y podría ser un hombre fascinante de ser capaz de olvidarse por un momento de su cargo. Sabía que le había hablado con el corazón y que eso lo había conmovido.
El desran llegó a la entrada del Sferium. Tulsië le oyó suspirar. Al dar el siguiente paso, ambas mujeres también se encontraron en su interior. Las dimensiones del edificio eran impresionantes. Una oleada de murmullos resonó con el eco de la colosal cúpula; no quedaba ni un asiento libre. Todos los espectadores se pusieron en pie, y así deberían permanecer hasta que Ypergion finalizase su discurso de unión, tal como dictaba la tradición. Por suerte, el rito de los Setecientos Pasos ya había terminado. Tulsië sentía calambres en las pantorrillas.
Los tres caminaron hacia el pedestal situado en el centro de la cúpula. Ypergion subió al estrado y avanzó hacia el trono, que recibía el nombre de Aynirlaeth, y del que se decía que era el objeto más antiguo del reino. De ser eso cierto, el trono debía tener una calidad extraordinaria, puesto que parecía nuevo. «Magia», pensó Tulsië. Sobre el trono se había dispuesto la enorme bandera de la corona, con el pez piedra y el águila pescadora sobre un fondo azul.
El desran era la única persona con derecho a sentarse, y así lo hizo. A ambos lados de Aynirlaeth había sendos asientos, pero lady Isper y lady Tulsië permanecieron de pie ante ellos.
Ypergion tomó con gesto solemne el pergamino que contenía el discurso del consejero Tardel. Sobre los cien mil asistentes cayó el silencio.
—Pueblo de Romander —comenzó a hablar. Sus palabras reverberaban con el eco de la cúpula, transportadas por los canales de agua intercalados por cada diez hileras de ladrillos—. Vuestro desran considera que el pasado año ha sido uno de los mejores de su reinado. Casi todos los objetivos que me propuse llevar a buen término se han cumplido y…
Ypergion empezó a leer una larga lista con todos los logros conseguidos por sus funcionarios y él mismo. Un hombre sentado en primera fila atrajo la atención de Tulsië. Estaba apoyado en un sencillo bastón, con la cabeza gacha. No podía distinguir su rostro, y su cuerpo entero parecía titilar envuelto en una nube. ¿Se trataba de un mago? Aquel hombre la fascinaba, aunque no sabía la razón.
El desran prosiguió con la perorata sobre los acontecimientos del año que habían dejado atrás. A Tulsië le pareció que se limitaba a cumplir con su deber, que no estaba demasiado inspirado. Tenía la impresión de que le conocía desde hacía años. Por su pose, podía deducir que su mente estaba en otra parte.
—Por lo tanto, pueblo de Romander, y como conclusión, podemos afirmar que el año pasado ha sido altamente satisfactorio y ha estado colmado de éxitos —dijo Ypergion para finalizar—. En cuanto al año venidero…
Tragó saliva y miró a Tulsië de reojo. Había algo fuera de lo normal en sus ojos, como una mezcla de picardía y nerviosismo.
—En cuanto al año venidero, podría comenzar enumerando todos los objetivos que nos hemos marcado, pero hay algo que requiere más nuestra atención.
Lady Tulsië vio a lady Isper girar la cabeza. Simultáneamente, el consejero Tardel alzó la barbilla con un movimiento brusco. La figura inclinada sobre el bastón, de pronto, pareció tensarse. ¿Acaso estaba Tulsië teniendo alucinaciones? ¿O, efectivamente, había visto cómo los tres intercambiaban miradas?
El desran se estaba apartando del texto. Lady Tulsië, de repente, sintió que se le formaba un nudo en el estómago. ¿Tanto había significado realmente aquella noche para el desran?
—Un espíritu maligno ancestral ha despertado —continuó el desran con la voz ligeramente temblorosa—. Durante nueve mil años, ha permanecido sumergido en un profundo sueño, pero ahora, en los límites de nuestro reino, en las Rompientes Exteriores, el Oscuro del mar de la Noche ha vuelto a hacer acto de presencia.
Por un momento, la consternación provocó un silencio desconcertante, como si los cien mil asistentes contuvieran la respiración.
—Empezó atacando con virulencia las islas más septentrionales —prosiguió Ypergion. Su voz era tranquila—. Las islas más alejadas, V'ryn del Norte y V'ryn Central ya han sucumbido por completo a su destructivo poder, conocido antaño como «magia incolora». Ahora le ha llegado el turno a V'ryn Oriental.
Se produjo una conmoción entre los espectadores. ¡Era algo inaudito! Nunca antes ningún desran había confesado la posibilidad de un error. El discurso de unión tenía por finalidad informar al pueblo de los logros y éxitos del desran y sus funcionarios, pero una declaración semejante podía ser interpretada como un fracaso de Ypergion. Su líder, en el que se concentraba el poder y la cohesión del pueblo, acababa de revelar una grave debilidad.
El desran alzó una mano.
—¡Silencio!
Todos callaron.
—Comienza una nueva era para mi pueblo —dijo con voz suave—. La estabilidad del Imperio de Romander está en peligro. Es un peligro real, aunque apenas empiezo a ser consciente de su enormidad. Se trata de la mayor amenaza desde hace siglos. Pero eso no es todo: hay otra amenaza distinta acechando, ¡y tiene forma de traición!
De reojo, Tulsië vio a lady Isper mover los dedos. La figura encorvada en primera fila dio un paso adelante, farfulló unas palabras, subió el primer escalón del pedestal y apuntó con su bastón al desran. El báculo, inmediatamente, se transformó en una vara de madera de sauce retorcida. De su pomo dorado salió un rayo de luz cegadora que alcanzó a Ypergion con un fuerte restallido. El desran se desplomó lentamente hacia adelante, en apariencia sin vida. Tulsië se llevó las manos a la boca y profirió un grito, que se ahogó en el tumulto que se hizo en el interior de la cúpula.
Se oyeron gritos de incredulidad y horror. Cuando Tulsië se precipitó hacia Ypergion, el mago se volvió con rapidez. Acertó a ver apenas su perfil. Unos cuantos hombres se abalanzaron sobre él e intentaron apresarlo. Tulsië vio brillar los ojos del mago con una luz amarilla, que contenía emociones que no podía comprender. «No es humano», fue su pensamiento fugaz.
El mago desapareció sin dejar rastro. Durante un segundo, Tulsië permaneció con la mirada fija en el vacío que había dejado aquel hombre; después, corrió al lado de Ypergion, se arrodilló y, con sumo cuidado, le hizo girarse, hasta que su espalda descansó sobre el suelo. Tenía los ojos cerrados. Se inclinó sobre él para comprobar si su corazón seguía latiendo cuando le oyó murmurar algo. Acercó su rostro a su boca.
—Corre —susurró—. La amenaza se encuentra justo a tu lado. Encuentra a Marakis y al No Mago, y diles…
Su aliento quedó entrecortado. Abrió tanto los ojos que parecía que iban a salirse de sus órbitas. Profirió un suspiro, y su cabeza cayó al suelo, sin vida. El desran acababa de morir.
Tulsië intentó controlar la oleada de pánico que la invadía y lentamente se puso en pie. Lady Isper le lanzó una mirada glacial. A su lado, se encontraban el consejero Tardel y otros cortesanos. Detrás de ellos, le pareció ver un rostro familiar. Dedicó unos breves segundos a la visión y se cuestionó la posible presencia de lady Hylmedera.
La multitud se agolpaba; miles de personas intentaban salir del Sferium al mismo tiempo. Cuando llegó al pie del estrado, se dio cuenta de que nunca alcanzaría la salida a tiempo.
—Apresad a esa mujer —oyó decir a alguien desde el estrado—. Ella ha asesinado al desran.
De repente, la embargó una sensación de mareo; un velo gris le nubló la visión. La multitud la observó con estupefacción. Alguien la asió por el brazo. Consiguió zafarse, pero otros se abalanzaron sobre ella. Estaba rodeada; todo había terminado. Su cuerpo se tensó al sentir una mano sobre su hombro.
—Por aquí —susurró una voz apremiante.
Vio los ojos llenos de vida de un joven. Se sentía paralizada por la indecisión. ¿Podía confiar en alguien?
—De prisa, señora —dijo el hombre entre dientes. Retiró la tiara de su cabeza y la dejó caer al suelo—. ¿O acaso deseáis que lady Isper os haga apresar?
Se abandonó a la incertidumbre y se dejó llevar por aquel hombre. El hombre se abrió paso entre la multitud hacia uno de los pasillos laterales. Las vestiduras ceremoniales impedían a Tulsië caminar más rápidamente.
—Poco a poco —murmuró el hombre—. Espera.
Se giró y caminando con ella de la mano preguntó al hombre que se encontraba más cerca:
—¿Qué ha sucedido?
El anciano les observó fijamente.
—¿Dónde estabas, joven? Han atacado a nuestro desran. Dicen que ha sido esa mujer, la desconocida que ocupaba un lugar al lado del soberano.
Los guardias de palacio pasaron corriendo a su lado. Su salvador se deslizó con sigilo delante de ella y observó a los guardias, que buscaban entre la multitud. Tulsië captó la mirada de una mujer, que observaba sus vestiduras. Su rescatador también se dio cuenta inmediatamente. Arrastró a Tulsië de nuevo hacia el pasillo principal y el estrado.
—No se pueden imaginar esto —susurró.
Tulsië miró por encima del hombro. La mujer seguía observándolos con un atisbo de duda en su mirada, pero no dijo nada. Probablemente no podía imaginarse que la mujer perseguida regresara al estrado. Tan pronto como hubieron desaparecido de su campo visual, el hombre se dirigió hacia otro pasillo lateral.
—Debemos darnos prisa —le dijo casi al oído—. Cerrarán la entrada en seguida.
Intentarían pasar desapercibidos y llegar a la salida lo antes posible.
—¿Qué llevas debajo de esa toga? —preguntó.
—Un vestido corto naranja —respondió Tulsië, que de inmediato comprendió por qué lo preguntaba.
En una esquina se detuvieron detrás de la multitud que les daba la espalda. El hombre desabrochó la toga por la parte de atrás y, con un gesto hábil, la liberó de la pesada cola. El vestido más o menos podría pasar desapercibido. Con unos cuantos movimientos rápidos, el desconocido deshizo su peinado y atusó sus cabellos con los dedos para hacerlo más presentable.
Por el pasillo lateral situado tras ellos, unos cuantos guardias de palacio se dirigían hacia la entrada.
—Vamos —susurró el hombre—. Pronto cerrarán la puerta.
Consiguieron salir justo antes que los guardias y se confundieron entre la gente, que hacía corrillos bajo la lluvia torrencial en la avenida de los Setecientos Pasos.
—Soy lady Tulsië. ¿Quién eres tú? —preguntó jadeando.
—Soy el alto myster Harkyn.
Tulsië le observó boquiabierta; quería seguir preguntando, pero Harkyn la hizo callar con un gesto rotundo.
—Guarda tus preguntas para más adelante —ordenó. Por primera vez, en su luminoso rostro se dibujó una sonrisa—. Yo también tengo unas cuantas reservadas para ti.
Ante ellos había un callejón. Aprovecharon un momento en que nadie miraba para desaparecer tras un edificio de cuatro plantas; el fragor de la calle se convirtió en un murmullo de fondo. Lloviznaba.
Sólo entonces pudo Tulsië dar rienda suelta a sus emociones. Empezó a sollozar. Harkyn le ofreció su hombro para llorar.
Cuando se hubo tranquilizado ligeramente, el alto myster empezó a hablar. Sus palabras le hicieron bien; distrajeron su atención de la atrocidad que acababa de presenciar y que ocupaba permanentemente sus pensamientos.
—Xarden Lay Ypergion ha muerto —dijo con voz suave y la mirada fija en la nada—. No podemos hacer nada para cambiar la realidad. Sé quién lo hizo porque yo estaba siguiendo a aquel hombre. Y ahora me siento culpable. Pero ¿cómo podía yo saber cuáles eran sus planes? ¿Cómo podía saber que iba a asesinar al desran?
Cerró los ojos, los apretó con fuerza y se volvió hacia Tulsië.
—El desran te dijo algo justo antes de morir. ¿Te acuerdas de sus palabras?
—«Corre. La amenaza se encuentra justo a tu lado. Encuentra a Marakis y al No Mago, y diles…». Entonces, murió.
La excelente memoria de Tulsië repitió sin esfuerzo las últimas palabras del desran.
—¿Quién se encontraba a tu lado en ese momento? —preguntó Harkyn con impaciencia.
—Unos cuantos consejeros, lady Isper y uno o dos guardias de palacio. No recuerdo haber visto a nadie más.
—¿Conoces la identidad de los consejeros?
—Se trataba del consejero Fyrleth Monker, lord Tardel, el autor del discurso original, y lady Cunireya. Creo que lady Hylmedera también estaba allí; en segunda fila, detrás de lady Isper. Creía que había viajado a Hemthora con el consejero Danker, pero por lo visto estaba equivocada.
Harkyn se pellizcó el labio con el pulgar y el índice.
—Debo dedicar algún tiempo a reflexionar sobre esta cuestión. En primer lugar, salgamos de la ciudad. En pocas horas, todas las puertas estarán cerradas. Pero estoy pensando en una ruta alternativa. Supongo que deseas llevar a cabo la última voluntad del desran.
Lady Tulsië asintió.
—Quiero encontrar a Marakis y al No Mago. Soy consciente de que es importante para ambos. Por lo que sé, todavía se encuentran en las Rompientes Exteriores.
—¿Por qué ocupabas un puesto al lado del desran? —preguntó Harkyn, de repente.
Tulsië suspiró.
—Es una larga historia.
Harkyn miró alrededor y abandonó el refugio de la casa.
—Vamos, señora —susurró—, tendremos tiempo para hablar en la travesía hacia las Rompientes Exteriores. Conozco a un capitán cuya carabela está atracada en el puerto. Estoy seguro de que nos ayudará. Pero debemos llegar allí lo antes posible porque sin duda nuestros enemigos intentarán detenernos.
En la ciudad reinaba la confusión. Lady Isper fue declarada regente provisional del reino, y los consejeros Tardel y Fyrleth Monker fueron nombrados ministros. Harkyn y lady Tulsië aprovecharon para dirigirse hacia el puerto a través de las callejuelas que cruzaban las avenidas. Los guardias de palacio seguían buscando a una mujer ataviada con un vestido púrpura, acompañada por un hombre cubierto por una toga oscura.
Harkyn pronunció un conjuro y su toga adquirió un tono gris claro. Cada vez que se cruzaban con algún guardia, se separaban para caminar cada uno por una acera distinta, como si no se conocieran.
Subieron a la plancha de embarque del Corazón de Handera, una carabela sencilla pero robusta. El capitán Fexe, de Dicha de Verano, había adquirido recientemente la reputación de ser uno de los mejores marinos del reino. A Harkyn no le costó demasiado convencer a Fexe de la necesidad de zarpar de inmediato. Tal vez contribuyó en parte la brizna de Enturbamiento de la Voluntad incluida en su voz.
Poco después, el Corazón de Handera abandonó el puerto con todo el velamen desplegado. Apenas había desaparecido el navío en el horizonte, al oeste, cuando el capitán de puerto prohibió la salida de cualquier embarcación por orden de lady Isper. Dispuso tres carabelas de guerra en la bocana del puerto, que quedó bloqueado mediante una gruesa cadena que iba de un espigón a otro.