33
Mar Blanco

Los mysters y los altos mysters son célebres por su forma de mantener el contacto entre ellos a través de palomas mensajeras y otras aves.

Lo que el público en general no sabe es que también los reguladores adiestran pájaros, sobre todo gaviotas, para que actúen como espías.

ENDYR DE CIUDAD DEL SUR,

Los elementos de poder

Grises nubarrones perseguían al Astuta Cuchilla de los Nueve Mares mientras la carabela se alejaba de Puerto de Serth. El barco viró entre las islas de Kyrth y Bajo Serth, y puso rumbo al mar de Romander. Una suave brisa les impulsaba hacia el este, pero no tardó mucho en empezar a llover.

Lethe esperaba, de un momento a otro, ver la vela de sus perseguidores aparecer en el horizonte, pero aparte de un pesquero de fondo plano y una pequeña goleta que se dirigían a Puerto de Serth, el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares era un punto solitario en la enorme extensión azul turquesa del mar de Romander. Su única compañera era una gaviota que seguía obstinadamente su estela. Después de un rato, el animal se alejó aleteando hacia el oeste, para regresar poco después.

Cuando dejaron atrás Bajo Serth, el equipo formado por Matei se reunió con Wedgebolt en su camarote.

—¿Cuáles son los planes de Matei? —preguntó el capitán.

—Matei pretendía llegar a Lan-Gyt lo antes posible —respondió Llanfereit—. Creo que espera que pongamos rumbo hacia allí.

—¡Hum! —bramó Wedgebolt mientras se peinaba la barba con los dedos—. No sería mala idea navegar por el norte de Aerges y atravesar los estrechos de Al y Dicha de Verano, situados entre Handera, Al y la isla Blanca. Cruzaremos, entonces, el mar Blanco hasta llegar a Lan-Gyt. El mar Blanco presenta un oleaje más largo que el del mar de Romander, lo cual reduce riesgos en caso de tormenta. Y es probable que tengamos que hacer frente a varios temporales en esta travesía.

Llanfereit se mostró de acuerdo con la propuesta.

—Entretanto, estoy seguro de que Matei regresará.

—No cabe duda —confirmó Wedgebolt. Se puso en pie—. Dejaremos Aerges a estribor y navegaremos al norte, hasta llegar a Lan-Gyt. Ordenaré a mis hombres que tracen la derrota junto con Mano Firme.

—Tenemos algún otro asunto pendiente —dijo Llanfereit—. ¿Podríamos seguir usando tu camarote?

Wedgebolt no puso ninguna objeción y salió.

La conversación derivó muy pronto hacia el tema de la reunión de voluntades de los altos mysters.

—La palabra «traición» ronda como un fantasma por Stormburg —dijo Llanfereit—. La reunión de voluntades no produjo resultados concluyentes. Eso no descarta la posibilidad de que haya un traidor, pero podría significar que el supuesto traidor es capaz de manipular una reunión de voluntades. Y eso, a su vez, indica que uno de los altos mysters cuenta con poderes mágicos hasta ahora inconcebibles.

—La cuestión es: ¿quién puede ser? —dijo Marakis. De pronto, se le iluminaron los ojos—. Creo…

Calló de repente, con la mirada fija al frente. Después de unos minutos, sacudió la cabeza, como desechando la idea.

—No, eso es imposible.

Lethe iba a intervenir cuando oyeron un grito agudo en cubierta. Salieron del camarote, y vieron una ave planeando sobre el barco. Con el rabillo del ojo, Lethe comprobó que la gaviota todavía los seguía. Le pareció extraño.

—¡Ah, Matei! —exclamó Llanfereit, obviamente aliviado.

El ave aterrizó con destreza la cubierta, muy cerca de Lethe y Llanfereit. En cuestión de segundos, Matei apareció ante ellos. Les explicó lo acontecido en V'ryn Central, pero no comentó nada acerca del rescate de Rayn.

—El Oscuro se aproxima gradualmente a la civilización —dijo Llanfereit.

—¿Nos dirigimos a Lan-Gyt por el norte? —preguntó finalmente Matei.

Wedgebolt se acercó a ellos para contestar.

—A través del mar Blanco, alto myster. Arribaremos a Lan-Gyt en seis días, si todo va bien. Supongo que insistes en tu idea de desembarcar en Kasbyrion.

—Efectivamente, Wedgebolt. Soy consciente de los peligros que alberga su costa rocosa, pero no tenemos tiempo que perder. Te ruego que te emplees a fondo para llevarnos hasta allí con la mayor prontitud.

Matei miró a Lethe, con rostro afable, pero también con una brizna de desasosiego y compasión. Lethe percibió esos sentimientos nada alentadores. Estaba navegando hacia su destino. Se le antojó que un ejército de reguladores le perseguía y él no podía hacer nada.

Wedgebolt interrumpió el devaneo de sus pensamientos.

—Se avecina una tormenta. —El patrón escudriñó el cielo a través de sus párpados entrecerrados—. Una tormenta del norte. Es lo peor que puede pasar en estas regiones, pero por suerte normalmente no se prolongan demasiado. Hemos rectificado el rumbo al nordeste, para no estrellarnos contra los acantilados de Aerges, Al, la isla Blanca o la costa de roca caliza de la isla de Romander.

Mano Firme profirió un grito mientras señalaba un punto a popa del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares.

Tres velas rojas se recortaron en el horizonte. Wedgebolt se mesó la barba, pensativo. Lethe vio cómo arrugaba el ceño.

—Galeras de un solo palo —rezongó—. Existen dos posibilidades puede tratarse de buques oficiales de palacio o de piratas. Ninguna de las dos nos es favorable.

—Tal vez sean los reguladores de nuevo —sugirió Lethe.

—¿Cómo han sabido nuestra posición? —preguntó Llanfereit.

Lethe señaló la gaviota.

—Ese pájaro nos ha venido siguiendo desde que salimos de Puerto de Serth. En una ocasión, lo vi alejarse volando hacia el oeste, tal vez para informar a nuestros perseguidores de nuestro destino. Nunca antes había visto a una gaviota actuar de ese modo.

Como si el animal hubiera oído sus comentarios, se alejó dibujando un amplio círculo hacia el oeste, en línea recta hacia las tres naves de velas encarnadas.

Wedgebolt refunfuñó.

—Si realmente nos persiguen, tenemos un problema. El Astuto Cuchilla de los Nueve Mares no es tan veloz como esas galeras.

Miró fijamente hacia las velas.

—Conozco algunos trucos para ganar velocidad, pero no estoy seguro de que podamos dejarlas atrás.

—¿Cuál es el puerto más cercano? —preguntó Matei.

—Genter o Dal Meda, en Aerges. ¿Crees que tenemos alguna posibilidad de escapar?

Matei se encogió de hombros.

—¿Tienes una idea mejor?

Antes de que Wedgebolt pudiera responder, Pit intervino.

—Tal vez yo sí tengo una idea.

Les explicó su plan y preguntó a Wedgebolt si lo creía factible. El capitán tenía aspecto sombrío. Decidió comentarlo con Mano Firme y Kalyk.

Al caer la tarde, los perseguidores iban a la zaga del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares. Ya habían conseguido reducir la distancia que los separaba a la mitad. El viento arreció, lo que puso en desventaja al pesado navío de Wedgebolt.

La gaviota todavía los seguía; parecía estar atada por hilos invisibles a la popa del barco. Llanfereit y Matei se dirigieron como por casualidad a la cubierta de popa y empezaron a murmurar algo simultáneamente. Justo antes del anochecer, el animal chilló, confundido, y se alejó volando hacia el norte, rozando la superficie del agua.

—El Engaño Externo de Dirección nunca falla —dijo Matei, sonriendo.

Gradualmente, de forma apenas imperceptible, el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares viró hacia el sureste, como si Wedgebolt hubiera planeado navegar al sur de Aerges, atravesando el mar de Romander. Parecía lógico; de ese modo, podrían refugiarse de la tormenta al abrigo de la costa sur de Aerges.

Al caer la noche, las galeras se encontraban a menos de una milla de distancia.

Las espesas nubes, que anunciaban la tormenta y obstruían la luz de la luna y las estrellas, formaban parte del plan de Pit. En cuanto se hizo la más absoluta oscuridad, la tripulación empezó a arriar las velas con el mayor sigilo posible. El barco aminoró el avance. Todos guardaron silencio, que la jarcia y las planchas de cubierta crujían y chirriaban con cada ola.

Poco después, los ojos de la tripulación y demás compañeros se acostumbraron a la oscuridad y pudieron distinguir dos siluetas apenas visibles pasando por su lado. Los tripulantes de las galeras no miraban precisamente a los costados. Probablemente, tenían la mirada fija adelante; no esperaban ver el desdibujado perfil de un barco por ninguna de las bandas, así que no los descubrieron.

Oyeron a los miembros de la tripulación gritándose unos a otros.

El crujir del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares se ahogó entre los ruidos que producían las mismas galeras.

Wedgebolt todavía decidió esperar otra hora antes de izar las velas para navegar en rumbo contrario.

—¡De prisa! —exclamó—, cuando estalle la tormenta no podremos pasar al norte de Aerges. Viraremos hacia la orilla.

Rodearon el cabo Genter en mitad de la noche. Como si la tormenta estuviera acechando, violentas ráfagas de viento arremetieron contra el barco, que fue empujado hacia la orilla norte; pero la tripulación se empleó a fondo para mantenerlo alejado de la costa rocosa.

—No podremos pasar por el estrecho de Al —anunció Mano Firme a gritos por encima de la tormenta—. Tendremos que desviarnos hacia el sur, a través del estrecho del Cabo.

Al amanecer, no había ni rastro de las galeras.

—Tendrán una desagradable sorpresa —dijo Kalyk, riéndose entre dientes.

La tormenta de invierno podía haber sido mucho peor, pero de todos modos supuso un retraso. Siguieron efectuando bordadas hacia el nordeste, hasta que la costa norte de Aerges desapareció de la vista. Por la tarde, la tormenta empezó a amainar. Al caer la noche, avistaron los contornos de Al a babor.

Al anochecer, Matei y Lethe se encontraban en su camarote. Dos cirios y una lámpara de aceite de stel iluminaban la estancia. El alto myster estaba sentado en su silla con los ojos cerrados. Lethe tenía previsto iniciar la lectura del segundo cuento, pero de pronto Matei lo llamó.

—Hijo, ¿visitaste la Orilla Lejana en alguna de tus visiones?

Lethe ya había dejado de preguntarse cómo Matei era capaz de saber ciertas cosas.

—He visto la Orilla Lejana. Encontré unas lápidas y hablé con alguien, un anciano llamado Dyvoce.

Matei alzó las cejas con asombro. Volvió a sentarse para reflexionar. Después cogió un pergamino que descansaba sobre la mesa.

—Encontré esto escondido entre las lápidas.

Lethe hizo ademán de tomarlo en sus manos.

—No te molestes —dijo Matei con una sonrisa—; está escrito en spans antiguo. Pero lo he traducido para ti.

Tomó tres folios y se los tendió a Lethe, que no alzó la vista hasta haber finalizado su lectura.

—Con excepción de la introducción, aparecen casi los mismos términos que en las Inscripciones y los pasajes de la cueva del subsuelo de la Torre del Viento.

Matei no respondió. Se hizo el silencio en el camarote. Pasaron algunos minutos antes de que Lethe empezara a hablar.

—Si comparamos las palabras que tienen en común el pergamino y las Inscripciones, y las anotaciones del muro de la cúpula…

—Justo lo que yo había pensado —dijo Matei—. He estado dándole vueltas, y éste es el resultado. Lo he escrito en un lenguaje comprensible, con el fin de evitar posibles confusiones con las palabras en spans antiguo.

Cogió otra hoja de papel y se la acercó a Lethe. Éste procedió a su lectura.

El único que carece del poder de hechizar o del ilusionismo deberá atravesar solo la piel de la tierra ancestral de los Solitarios. En su mente, descendiente del linaje de los Nibuüm, está grabado el camino que conduce al centro de los surcos. Encontrará al guardián de Laïden, el cual estará a su lado. El guardián le otorgará el conocimiento. Entonces, el Pacto de los Diez estará aguardando, incluso aunque a sus ojos sean invisibles. Allí se le revelarán más detalles de su misión.

Lethe alzó la vista; le brillaban los ojos. Aunque era consciente de que aquellas palabras le acercaban aún más a su destino, sintió cómo la sangre corría más de prisa por sus venas. Hablaban del «único que carece del poder de hechizar o del ilusionismo». Hablaban de él.

—En su mente, descendiente del linaje de los Nibuüm —dijo de repente en voz alta, sorprendido.

Buscó la mirada de Matei, pero el alto myster parecía estar pensando en otras cosas. Lethe examinó el texto de nuevo.

—¿Qué es el Pacto de los Diez? —preguntó sin alzar la vista del papel.

Matei le miró fugazmente y suspiró.

—No lo sé. Es la primera vez que oigo hablar de ellos.

Lethe percibió la mentira, pero reconoció la mirada testaruda de Matei. El alto myster debía de tener una buena razón para mentir.

—¿Quién escribió esto? —preguntó.

—Creo que su autor es el mismísimo Randole —replicó Matei sin dudar, como si hubiera estado esperando esa pregunta—, pero no estoy seguro. Todos los textos que se le atribuyen tienen algo extraño en común, pero todavía no sé qué es.

Durante toda la noche, navegaron a través del estrecho del Cabo, entre la costa noroeste de la isla de Romander y la costa meridional de Al. El estrecho tenía mala fama debido a sus traicioneras corrientes, y la tormenta no hizo sino aumentar la sensación de precariedad. El Astuta Cuchilla de los Nueve Mares debía rectificar el rumbo cada quince minutos para mantener la proa a favor del oleaje, lo cual requería tiempo. El humor de Wedgebolt empeoraba con cada cambio de rumbo. Sus órdenes cada vez eran más breves y cortantes.

Pero todo fue mejorando al dejar atrás el cabo sur de Al y la isla Blanca a estribor. Sin mayores complicaciones, navegaron sobre las olas del mar Blanco.

A mediodía del séptimo día desde su accidentada salida de Puerto de Serth, llegaron a la costa oeste de Lan-Gyt. No había rastro de las galeras. Únicamente se habían cruzado con unos cuantos pescadores audaces, que habían dispuesto sus redes lejos de las costas de la isla Blanca con la intención de capturar los últimos peces piedra, antes de que se agruparan en enormes bancos entre Rak y Gyt Occidental, y más allá, en las Aguas Negras.

El Astuta Cuchilla de los Nueve Mares navegaba dando un rodeo alrededor de las islas Cuello hacia el sureste. Los contornos grises de Lan-Gyt Occidental ya se intuían en el horizonte.

Wedgebolt señaló con el brazo su destino a Lethe.

—La bahía de Kasbyrion —dijo señalando un angosto paso que llevaba hasta un pequeño islote interior—, el único lugar de la costa occidental de Lan-Gyt en el que podemos desembarcar.

A ambos lados del mar Blanco se alzaban verticales acantilados de roca blanca. Miles de gaviotas y loros de tonos pálidos habitaban aquellas rocas, que debían su color no a su origen calcáreo, sino a los excrementos de sus inquilinos. Al otro lado del estrecho paso se encontraba la bahía, con su costa contumaz. Casi enfrente del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares había unas cuantas casas de madera, apiñadas entre dos altas cumbres rocosas. Unas cuantas carabelas de pesca y navíos de fondos planos estaban anclados detrás del espigón protector de un dique que actuaba de barrera frente al viento del norte.

Lethe intentó buscar un camino que se adentrase en tierra, pero alrededor de las casas sólo veía rocas perforadas.

Sintió un hormigueo en la nuca que le obligó a girarse. Como un destello fugaz, vio desaparecer el extremo superior de una vela roja en las proximidades de la bocana de la bahía. Un escalofrío le recorrió la espalda. Se trataba de una de las galeras de los reguladores, que venía pisándoles los talones. ¿Cómo era eso posible? ¿Cómo podían conocer cuál era el destino del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares?

Se volvió hacia Wedgebolt, pero una voz le susurró al oído que era preferible no hacer ningún comentario. Y Lethe había aprendido que debía tomarse las voces muy en serio.