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Las Rompientes Exteriores (2)

Con frecuencia, los mysters son vistos como altos mysters fracasados. Pero aquellos que opinan de este modo subestiman sus poderes. Los mysters, sin embargo, no lamentan, en absoluto, esta percepción que algunos tienen de ellos. A los mysters les gusta actuar en la sombra, un marco sumamente conveniente. A menudo están especializados y demuestran tener un control sobre ciertos aspectos de la magia que incluso los altos mysters envidian.

ENDYR DE CIUDAD DEL SUR,

Las debilidades del poder

—Pasaje a Dal Meda, Pequeña Gema y Camino del Cabo —vociferaba un hombre enjuto mientras agitaba en el aire un trozo de papel ¡Adelantaos a la pulverización! ¡Abandonad las Rompientes Exteriores ahora!

Se volvió hacia Lethe, que vagaba por las calles de Puerto de Serth en compañía de Pit.

—Muchachos —dijo con una sonrisa—, ¿no esperaréis a que la tierra se desintegre bajo vuestros pies? El Oscuro no aguardará sentado hasta que estéis listos para partir. Esta mañana ofrecemos la tarifa habitual de invierno, pero más adelante pagaréis mucho más.

Lethe esquivó al hombre y llevó a Pit a una calle lateral.

—Las gentes de las Rompientes Exteriores están al corriente de lo que está sucediendo —dijo Pit—. ¿Qué opinas? ¿Hará eso que el Oscuro se mueva más de prisa? ¿Crees que es cierto que no estamos seguros en Puerto de Serth?

Lethe avanzó arrastrando los pies, con la mirada fija en los adoquines.

—No tengo la menor idea. Matei opina que el Oscuro es impredecible, que no razona de acuerdo con la lógica humana. No sé si eso es bueno o malo.

Pit abrió la boca para responder, pero no salió ningún sonido de su boca. Lethe la miró. La muchacha tenía la vista fija al frente.

—¿Qué sucede? —preguntó Lethe, sorprendido.

—No mires atrás —dijo Pit en voz baja—. Nos están siguiendo. Continúa andando.

A su derecha, apareció la entrada a una callejuela.

—Por aquí —dijo Lethe, resuelto.

Doblaron la esquina. Lethe alcanzó a ver fugazmente al hombre que se aproximaba a ellos con ágiles andares. Por su pose, su forma de caminar, sus brazos y manos ligeramente curvados, era evidente que se trataba de un regulador.

—¡Corre! —dijo entre dientes.

Empezaron a correr y llegaron a la siguiente calle lateral antes de que el hombre hubiera girado la esquina. Zigzaguearon en el laberinto de angostas callejas, hasta que se aseguraron que le habían despistado. Todavía jadeando, doblaron otra esquina. No sabían exactamente dónde se encontraban, pero si seguían las calles en sentido descendente, al final deberían llegar al muelle. En efecto, en seguida dieron con el muelle de Lundyker. Miraron en ambas direcciones. Se habían desviado unas cuantas calles hacia el este.

—Caminemos por el muelle —dijo Lethe—, pero cerca de las casas, de modo que podamos escondernos en caso necesario.

Durante un buen rato, no detectaron ninguna amenaza, pero cuando distinguieron el embarcadero de Bergalt en la distancia, Lethe guió a Pit hacia un callejón.

—Ahí está —dijo.

Atisbaron desde la esquina. Al final del muelle se encontraba el hombre que los había seguido; miraba en todas direcciones, buscando su rastro. Estaba de pie, con las piernas separadas sobre el suelo de adoquines, haciendo guardia en el muelle de Bergalt. No había forma de pasar por allí sin ser vistos.

—Es un regulador —confirmó Lethe—. Sabe que tarde o temprano tendremos que volver.

Retrocedieron y se reclinaron contra los muros de una taberna.

—Debemos regresar a bordo lo antes posible para avisar a los demás —dijo Pit—. Tenemos que salir de Puerto de Serth. Quién sabe, puede ser que no actúe solo y que ya haya informado a otros. Muy pronto, la ciudad podría estar plagada de reguladores.

Lethe miró la taberna, pensativo.

—¿Tienes dinero? —preguntó.

—No demasiado —respondió Pit. Extrajo una bolsa y contó su contenido en speets—. Tres peniques y cinco décimos.

Lethe le hizo señas.

—Cuando mire al otro lado, sal corriendo hacia la puerta de la taberna. La mayoría cuentan con un bote.

Los ojos de Pit se iluminaron. En seguida comprendió lo que Lethe estaba planeando. Muy pronto se encontraban en el interior de la taberna. Un hombre con cara de pocos amigos se inclinó sobre el mostrador, protegido por un sucio delantal.

—¿Sois el dueño? —preguntó Lethe.

El hombre hizo un gesto, que probablemente era una afirmación.

—No alquilo habitaciones a niños —rezongó.

—No queremos una habitación, señor —prosiguió Lethe en un tono de voz lo más respetuoso posible—. Me preguntaba si disponéis de un bote.

—Sí, tengo un pequeño bote —dijo el hombre con desconfianza—. ¿Por qué quieres saberlo?

—Queremos dar una sorpresa a nuestros amigos. Su barco se encuentra en el muelle de Bergalt y pensamos que tal vez podríamos colarnos a bordo. Pero para eso necesitamos un bote.

El posadero les lanzó una mirada enmarcada por unas cejas incrédulas.

—¿Y habéis pensado que yo os podría llevar? ¡Ja! Se me ocurren muchas otras cosas que hacer con mi tiempo.

Pit dio un paso hacia adelante.

—Estamos dispuestos a pagaros por vuestros servicios, señor.

Mientras decía eso, puso los tres peniques sobre el mostrador. El hombre miró las monedas con los párpados entrecerrados. Después se volvió.

—¡Hum! —murmuró—, tal vez Tuitel pueda ayudaros. Esperad aquí.

El posadero regresó acompañado de un muchacho, se hizo con los tres peniques que descansaban sobre el mostrador en un abrir y cerrar de ojos, y le enseñó uno de ellos a Tuitel.

—Tuitel, lleva a estos jóvenes al muelle de Bergalt, donde se encuentra su barco. Este penique será para ti cuando vuelvas.

Sin esperar respuesta y ni siquiera despedirse, el tabernero desapareció. El muchacho tenía una tos chirriante y enfermiza. Observó a Lethe y a Pit como atontado.

—¿Podemos salir ahora? —preguntó amablemente Pit.

Tuitel se encogió de hombros y se puso en marcha. El muchacho ya había cruzado la calle, pero Lethe y Pit se encontraban todavía bajo la protección del portal, observando al regulador. Éste vio a Tuitel, que bajó los escalones que conducían al muelle sin alzar la vista. El regulador perdió interés y miró hacia el otro lado. Aprovecharon ese momento para cruzar la calle hasta el muelle, y siguieron a Tuitel, que estaba soltando las amarras de un bote de color rojo vivo. Lethe habría deseado para ellos un medio de transporte menos llamativo. El muchacho introdujo los remos en los orificios con gran estrépito. Pit hizo un comentario al respecto, pero él simplemente le devolvió una mirada anodina.

—¿Te importaría no alejarte demasiado del muelle? —preguntó Lethe.

Tuitel asintió con un gesto. Lethe y Pit se sentaron sobre dos velas enrolladas. Abandonaron la seguridad de la penumbra de los muros del muelle mucho antes de lo que Lethe hubiera deseado, y remaron dibujando un amplio círculo alrededor del muelle. Localizaron al regulador, que seguía mirando en ambas direcciones a lo largo del muelle, aparentemente tranquilo. De momento, parecía no tener interés en el resto del puerto. Justo antes de que quedaran ocultos por una barcaza costera, Tuitel sacó los remos del agua y tosió ruidosamente.

Lethe miró de reojo al regulador. Sus ojos relampaguearon y se encontraron con los del muchacho. Tardó menos de un segundo en comprender lo que estaba sucediendo y reaccionar. Corrió hacia el muelle, extrajo una corneta y dio tres notas cortas.

—¡Está pidiendo ayuda! —exclamó Pit—. Hay más reguladores en la ciudad.

—¡De prisa! —ordenó Lethe a Tuitel.

Al ver que el muchacho no reaccionaba con la suficiente rapidez, Lethe se levantó y le obligó a abandonar el banco de los remos. Tuitel protestó, pero no opuso resistencia. Lethe remó en línea recta hacia el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares.

—¡Wedgebolt! ¡Mano Firme! —gritó.

El timonel asomó la cabeza por encima de la barandilla.

—¡Estamos en peligro! ¡Reguladores! ¡Tenemos que salir del puerto!

La cabeza de Mano Firme desapareció. Un segundo después, vieron cómo descendía una escalera de soga. Oyeron cómo Mano Firme llamaba a toda la tripulación a cubierta. Llanfereit apareció al lado de la escalera.

—¡Reguladores! —volvió a gritar Lethe—. En el muelle.

Estaban muy cerca de la escalera. Pit la asió y esperó a su amigo.

—¡Sube! —exclamó Lethe—. Vengo en seguida.

Se volvió hacia Tuitel.

—Sigue remando —dijo en un tono apremiante.

Colocó las dos velas enrolladas en posición vertical para hacer que pasaran por dos figuras humanas. Tal vez el regulador cayera en la trampa. Mientras el muchacho se alejaba remando, Lethe subió a bordo y oyó a Wedgebolt dando órdenes a voz en grito a su tripulación. Una vez en cubierta, los hombres de Wedgebolt ya estaban soltando amarras.

Lethe se precipitó hacia la banda contraria del barco, donde Gaithnard, Llanfereit y Pit miraban con ojos escrutadores el muelle, apoyados sobre la barandilla.

—Ahí está —indicó Llanfereit.

Pit hizo un gesto señalando hacia el muelle.

—Hay dos más.

El regulador corrió hacia el muelle. Tuitel no había conseguido engañarlo.

Algunos de los hombres empujaban el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares con ayuda de bicheros, mientras los demás retiraban la plancha de desembarque. Con un esfuerzo supremo, el regulador intentó salvar de un salto la distancia cada vez mayor entre el muelle y la plancha. No lo consiguió, pero se aferró con una mano al extremo de la plancha. Con la otra mano, hurgó en su túnica.

—¡Cuidado! —advirtió Llanfereit.

Con un veloz movimiento, el hombre lanzó una larga daga a Lethe, que éste esquivó hábilmente. El arma pasó rozando su cabeza y fue a parar, repiqueteando, a cubierta. Gaithnard gruñó y extrajo la espada, Preter. Con dos golpes certeros cortó las amarras que sujetaban la plancha al barco. El regulador se sumergió en el agua. Los otros dos observaban inmóviles cómo su compañero regresaba nadando hasta la orilla. Mientras el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares salía del puerto, los tres hombres corrían muelle abajo.

Lethe se acercó a Wedgebolt.

—Debemos atravesar la esclusa de Lundyker lo más pronto posible. Intentarán atacarnos de nuevo allí.

Wedgebolt escudriñó el cielo, que se estaba nublando lentamente.

—Con un poco de suerte quizá lleguemos antes del cierre de mediodía. El viento empezará a arreciar en cualquier momento y viene del norte, lo cual nos favorece.

Como siempre, Wedgebolt acertaba en sus predicciones, así que Lethe no se sorprendió cuando poco después se levantó un fuerte viento del norte. Wedgebolt ya había ordenado izar todas las velas; el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares cabalgaba por encima de las olas, directamente hacia la esclusa de Lundyker.

Al acercarse a ella, vieron entrar un barco de cabotaje en la esclusa. Cuando se encontraban a unos cien metros de ella, el engranaje se puso en marcha y la compuerta superior empezó a descender lentamente.

—¡Adelante! —gritó Wedgebolt.

La maniobra le costó al Astuta Cuchilla de los Nueve Mares la punta del mástil, y a la esclusa, algún rasguño, pero consiguieron entrar. El responsable de la esclusa salió corriendo de su despacho. Gesticulaba furiosamente hacia el barco, pero nadie pudo oír lo que decía.

—Atracaremos en el otro lado —dijo Wedgebolt con una sonrisa de felicidad—. Así no nos molestará tanto el escándalo que está haciendo ese hombre.

Lethe observó detenidamente las orillas del lago. Al este, pudo ver tres puntos: eran los reguladores a caballo.

—¡Capitán! —exclamó señalando a sus perseguidores—, debemos atracar en el otro lado. Los reguladores llegarán antes de que salgamos de la esclusa.

Wedgebolt, efectivamente, vio acercarse a los reguladores y se mordió el labio inferior. Después se dirigió a sus hombres en cubierta.

—Doble ancla —dijo.

Unos segundos más tarde, ambas anclas se sumergieron con un repiqueteo en las aguas interiores de la esclusa. Al responsable de la esclusa casi le da un ataque.

—Está prohibido echar anclas aquí —dijo Wedgebolt—. Espero que el jefe de la esclusa no intente retenernos.

Llanfereit dio unos pasos hacia adelante.

—Arriad el bote, capitán —dijo—. Hablaré con él.

Muy pronto el myster ya estaba en el muelle, conversando con el responsable de la esclusa, que seguía gesticulando. En la otra orilla, los reguladores se acercaban con sus monturas al galope. Los orificios de la compuerta inferior ya estaban abiertos, pero el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares todavía debería esperar.

Llanfereit regresó remando. Había conseguido tranquilizar al responsable de la esclusa. Justo antes de llegar al barco, el mago, de repente, decidió cambiar de rumbo y siguió remando hasta arribar al muro del otro lado de la esclusa, al que llegó al mismo tiempo que los reguladores.

—Llanfereit, ¿qué estás haciendo? —gritó Lethe, estupefacto.

El myster hizo un gesto para indicar que todo estaba en orden y amarró el bote con un cabo corto muy cerca de los peldaños que conducían al embarcadero. Antes de saltar ágilmente a tierra, murmuró unas palabras, todavía con las manos en la borda. Después subió por las escaleras que conducían al muelle. Los reguladores desmontaron y se asomaron por encima del muro del muelle.

—En nombre del desran —exclamó el hombre que había seguido a Lethe y a Pit por las calles de Puerto de Serth— requisamos vuestro bote por razones importantes.

Llanfereit alzó la vista y sonrió.

—No —dijo con voz tranquila mientras subía, no sin cierta dificultad, por las escaleras—. Es mi bote, ¿por qué debería cedéroslo?

El regulador avanzó y empezó a descender las escaleras, seguido de los otros dos. Apartaron a Llanfereit de un empellón y subieron al bote. Llanfereit se volvió y murmuró algo entre dientes. Uno de los reguladores intentó soltar el cabo de amarre, pero no lo consiguió. La amarra, que Llanfereit había dispuesto en el noray sin apretarla apenas, resultó ser inamovible. Era un cabo de escasa longitud, por lo que a medida que el nivel del agua descendía, el bote empezó a inclinarse. Uno de los reguladores extrajo su espada e intentó cortar el cabo, pero no pudo disimular su asombro cuando la espada salió rebotada al impactar contra la soga; saltaron chispas y la hoja silbó. Miró el cabo, aterrado, y después a Llanfereit.

—¡Un myster! —exclamó—. El bote está hechizado. ¡Salgamos de aquí!

El bote se había inclinado tanto que los reguladores se aferraron al banco de los remos para permanecer en el interior.

Para entonces, la operación de desagüe había terminado y la compuerta inferior fue izada lentamente. Wedgebolt ordenó levar anclas. El Astuta Cuchilla de los Nueve Mares se movió lentamente hacia la compuerta inferior.

Los reguladores, finalmente, decidieron zambullirse y empezaron a nadar hacia el barco. Pero no llegaron a tiempo. El Astuta Cuchilla de los Nueve Mares salió de la esclusa con todo el velamen desplegado, pero sin causar ningún otro daño. Los tres hombres nadaron hacia el lado opuesto de la esclusa.

Llanfereit se acercó al extremo del embarcadero con una mirada de aprobación en sus ojos y una sonrisa benigna en sus labios. Después hizo un movimiento con sus dedos, y se transformó en águila como si fuera lo más normal del mundo. Acto seguido, alzó el vuelo hacia el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares.