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En la isla de Romander

No consideré la posibilidad de que mi propio hermano estuviera implicado en la traición. Cuando la realidad puso en evidencia mi ingenuidad, en un primer momento mi reacción fue sentarme con la mirada perdida en la nada durante una hora. Después lloré toda la noche, sin lágrimas, porque era mi corazón el que lloraba.

DAYGAN DE XOMNEY,

La confianza es una palabra

Aquel que sistemáticamente sigue el camino incorrecto, un día se cruzará con el correcto.

DICHO DE GYT

—¡Apártate de mi camino, idiota!

Un porteador con cuatro pesadas cajas de fruta atadas a su espalda mediante un arnés de cuero chocó contra Harkyn y le clavó deliberadamente el codo en el costado. El alto myster consideró la posibilidad de apartar a aquel hombre unos cuantos metros mediante un Desplazamiento Mínimo de la Presencia, pero decidió no dar tanta importancia al incidente. Estaba siguiendo al alto myster Wyl, uno de sus compañeros, a una distancia prudencial a través de las angostas y sinuosas calles del barrio de Jurgen, en la ciudad de Romander. Había más movimiento del que era habitual debido a la celebración del desfile de los Setecientos Pasos, que tendría lugar al día siguiente. Wyl tomó la calle Jurgen y se apresuró entre el gentío.

Había estado siguiendo al mago durante varios días. De todos los altos mysters, Wyl era uno de los principales sospechosos de traición, en opinión de Harkyn. Había seguido a Wyl desde el momento de su desembarco cerca de Welle del Sur, en la isla de Romander. En aquella pequeña ciudad portuaria, Wyl se había entrevistado con el subgobernador Edorio Skarnet, un petimetre al que Harkyn odiaba con todas sus fuerzas.

Harkyn, disfrazado de mercader, había vigilado la residencia de Skarnet desde la taberna situada al otro lado de la calle. A última hora de la tarde, Wyl había abandonado la ciudad en un carruaje, escoltado por cuatro de los guardias de Skarnet, en dirección a Veld y Romander. Harkyn ya había previsto esa posibilidad: había alquilado un caballo en la taberna para seguir a Wyl y a su escolta a una distancia prudencial. Esta medida era acertada por varias razones, sobre todo porque si Wyl ponía en práctica un hechizo como el del Indicio Extensible de Magia, que era un poderoso método de detección de magia, sin duda descubriría la presencia de Harkyn en el caso de que se encontrara demasiado cerca del carruaje.

Alrededor de la medianoche, Wyl y sus acompañantes hicieron un alto cerca de una posada de pueblo, a medio camino entre la costa este y la oeste. Cuando Wyl asomó la cabeza por una de las ventanas del segundo piso, Harkyn se precipitó en el interior para pedir una habitación en el tercer piso. Después volvió a salir, con la excusa de que quería llevar el caballo al establo y coger parte del equipaje. Esparció unos polvos transparentes sobre el estribo del carruaje y recitó el hechizo del Movimiento Melódico Local, un antiguo encantamiento originario del Delft. Era magia de rango inferior, tal vez, pero muy eficaz en ese caso, porque pasaba desapercibida.

Se dirigió a su habitación y espolvoreó el suelo desde la puerta hasta su cama con los mismos polvos mágicos. Para que la protección fuera total, cerró la puerta con un Marco de Exclusión de Sentido Único y se acostó, satisfecho.

Por la mañana temprano, un ruido sordo despertó a Harkyn; Wyl ya se encontraba en el carruaje. Harkyn se vistió raudo, pagó al posadero y montó en el caballo. Poco después, vio el carruaje en la distancia.

Aquella noche, atravesaron el paso de Taengel, y siguiendo un camino estrecho y serpenteante llegaron a Barkyt Taengel, una población a medio camino entre Welle del Sur y Veld, situada a gran altura en las Cumbres Rocosas, que se alzaban de forma imponente ante los edificios, como sombras ancestrales. Había un hedor indefinible en la ciudad. Harkyn no fue capaz de dar con su origen. La taberna estaba abarrotada; probablemente, Wyl había reservado habitación con anterioridad. Harkyn decidió pasar la noche afuera. Dispuso una Cúpula de Oscuridad Impenetrable alrededor de su persona y su caballo, y permaneció en la silla. De ese modo oculto, dormitó hasta que llegó el alba. A veces estaba realmente dormido, pero el más leve ruido lo despertaba.

El ruido de cascos y el repiqueteo de las ruedas de madera le despertaron definitivamente; con rapidez, se escondió entre dos edificios. Wyl pasó a una distancia de menos de diez metros. Cuando ya se alejaba, el alto myster arrugó el ceño y volvió la vista atrás, pero Harkyn se había refugiado en la sombra de una casa. Wyl no pudo verle, pero había percibido la presencia de un mago bastante poderoso. A partir de ese momento, Harkyn fue más prudente, y decidió mantener una distancia aún mayor.

Parecía que Wyl tenía prisa; llegaron a Veld antes de que acabara el día. El carruaje atravesó la entrada monumental de un edificio de tres pisos, con altas ventanas emplomadas y una fachada profusamente de corada. Obviamente se trataba de la residencia de alguien importante.

Harkyn no sabía quién era el propietario de aquella mansión, a pesar de que conocía bastante bien Veld y a sus habitantes de su época de estudiante. Guardando las distancias, vio descender a Wyl del carruaje para entrar en seguida en la casa. Después, los guardias partieron en el carruaje.

Harkyn examinó la calle en la que se encontraban. Había una posada más abajo. Miró a su alrededor; la calle estaba desierta. Rápidamente, desmontó y caminó hacia la casa, tomando de las riendas a su caballo. Roció las escaleras que conducían a la entrada con los polvos mágicos, murmuró el hechizo del Movimiento Melódico Local y se dirigió hacia la taberna. En el caso de que alguien abandonara la casa aquella noche, tendría que comprobar si se trataba de Wyl, pero intuía que el alto myster pasaría la noche allí.

La taberna, de nombre La Boya de Tormenta Robada, parecía un tanto venida a menos. En el interior sólo había dos clientes. La dueña, Ramyna, una mujer parlanchina de unos cuarenta y cinco años, resultó ser una valiosa fuente de información. Cuando vio que Harkyn prestaba oídos a su charla, tras servirle la cena, tomó asiento a su lado. Como de pasada, Harkyn mencionó la casa en la que había entrado Wyl.

—¡Ah!, la residencia de invierno del consejero Tardel —dijo—. La compró hace dos años.

—¿Cómo? ¿Un consejero del desran? —preguntó Harkyn, a pesar de que conocía bien a Tardel, con el fin de no levantar sospechas.

Ramyna asintió con diligencia.

—Y no un consejero cualquiera, señor. Dicen que después de lord Danker, es la figura más importante en la corte del desran, aunque yo personalmente creo que lady Hylmedera tiene más influencia sobre su alteza.

Mientras hacía hablar a Ramyna con la esperanza de recabar más información, su cerebro trabajaba en un segundo plano. Hasta entonces, no había descubierto nada sobre la visita de Wyl. El hecho de que se hubiera entrevistado con el subgobernador Skarnet y un consejero del desran no era motivo suficiente para considerarle sospechoso. Harkyn hubiera dado lo que fuera por conocer el tema de las conversaciones. Archivó ambos nombres en la memoria; más adelante, investigaría la conducta de aquellos hombres.

—Otro vaso de vino —dijo con una sonrisa—. El último, puesto que debo partir por la mañana temprano. Me esperan en la ciudad de Romander. Le pagaré mi estancia esta noche por adelantado.

Cuando vinieron a buscar a Wyl, poco después del amanecer, Harkyn ya estaba esperando. El carruaje se dirigió directamente a la ciudad de Romander; Wyl descendió en los límites del barrio de Jurgen. Harkyn amarró el caballo a un abrevadero y se precipitó tras su presa.

Wyl se deslizó por un callejón. Harkyn esperó; el callejón estaba desierto. Si iba detrás de Wyl en ese momento, sería fácilmente descubierto. Bastaba con que el alto myster mirase por encima de su hombro para comprobar si alguien lo estaba siguiendo. Harkyn vaciló mientras observaba el ajetreo de la calle que se desarrollaba ante sus ojos.

Una figura que caminaba arrastrando los pies al otro lado de la calle le llamó la atención. Se trataba de un hombre alto con una toga de color rojo oscuro y un kapult que ocultaba su rostro. A Harkyn le pareció ver un tenue resplandor alrededor de la figura: un Campo Borroso No Focal o el Desdibujado Borroso de Siluetas. Eso sólo podía indicar que se trataba de un mago, un avanzado medio myster o un alto myster, para ser más exactos. Cuando la capucha se deslizó de la cabeza de aquel hombre, Harkyn se puso tenso. Incrédulo, retrocedió y se deslizó entre las sombras de un porche, en la confluencia de la calle Jurgen y el callejón. Con cautela, miró a Wyl, que ya estaba doblando la esquina al final del callejón.

«La elección es fácil», se dijo a sí mismo. Wyl era su sospechoso, y el otro mago tenía todo el derecho de estar allí. Pero algo le hizo cambiar de opinión. Dio media vuelta, suspiró y se dispuso a seguir al otro hombre. Al hacerlo, se maldijo a sí mismo. Había llegado hasta allí detrás de Wyl; ¿por qué, entonces, le dejaba escapar? Pero en otro nivel de su mente, sabía que había tomado la decisión correcta. Le asaltó un pensamiento improbable; observó a aquel hombre, boquiabierto.

—¿Puede ser esto cierto? —murmuró.