Hay una tierra más allá de los mares,
con dunas, montañas, arbustos y árboles,
que se levanta sobre rocas, arena y pedregales.
Atravesada por arroyos ocultos,
cubierta de fríos haces de neblina,
sobre los que brilla la luz de la mañana.
Al inicio de un nuevo día,
cuando el viento envía las olas en forma de rocío,
y el niño sol tiene ganas de jugar,
entonces abrazo en silencio mi nueva tierra,
moldeada por la mano amable de un dios,
sobre el espejo de la playa.
Recopilado por LADY ASRATH DE OSCURA,
«La nueva tierra», en Poesía mítica
En la Orilla Lejana, brumosos zarcillos de niebla se elevaban desde el susurrante mar en calma. Arrastrados por el frío, se fueron agrupando justo por encima de la superficie de las olas para deslizarse como una manta que estuviera viva sobre la arena de la playa. Con la alfombra de niebla llegó aquel hedor agrio que se mezclaba con el olor amargo de las algas putrefactas.
Era por la mañana; habían transcurrido tres días desde que Rayn recuperara la conciencia. Había conseguido arrastrarse unas decenas de metros desde la línea que marcaba el límite de la marea. En aquella isla la marea era larga, como la de Loh y Fernion. No podía calcular cuándo subiría el agua. En Loh, la niebla indicaba que la marea alta todavía estaba por llegar. Deseó que allí sucediera lo mismo. Sus provisiones de bayas de agua se estaban agotando, al igual que la carne. En todo aquel tiempo, las únicas criaturas vivientes que había visto eran una rata acuática, unas cuantas gaviotas y algunos insectos. Lentamente, había ido ganando sensibilidad en las piernas, pero no era capaz de mantenerse en pie.
Dedicaba el tiempo a propinarse golpes por todo el cuerpo y en las extremidades con la intención de entrar en calor. Cuando el frío se recrudecía, excavaba un nuevo agujero para enterrarse en la arena. No había dormido mucho porque el helor le despertaba cada vez que caía rendido. Pero sí había pensado mucho. Había bautizado la isla como «la tierra del silencio» porque apenas parecía que hubiera vida en ella. Y los pocos animales que había visto prácticamente no habían hecho ningún ruido.
Gradualmente, consiguió tranquilizarse y empezó a pensar en su vida, en especial en V'ryn del Norte. Se dio cuenta de que el papel que habían desempeñado, tanto él como su mujer, había sido infinitamente más importante de lo que nunca podría haber imaginado. Ese pensamiento le proporcionó una gran satisfacción, desde la perspectiva que da el tiempo. Si sobrevivía a esa aventura, y finalmente conseguían detener el avance de la magia incolora, sería, en parte, gracias a ellos, y entonces su vida habría sido útil y valiosa.
La niebla se intensificó y ahogó el murmullo de las olas. Oyó el chillido de una gaviota; a excepción de aquel sonido, el silencio era opresivo. Con el silencio llegó el frío, mucho más intenso que el de la noche. Si el águila imperial no regresaba en breve, se vería en apuros, a menos que sus pies se recuperasen.
En la distancia, le pareció oír el chillido de una ave. ¿El águila? Se puso alerta, e intentó captar hasta el más leve sonido. Transcurridos unos minutos, le pareció haber oído al animal de nuevo. Entonces, decidió ayudarle en su búsqueda.
—Aquí.
Quería gritar, pero su voz no era más que un chirrido ronco. Tosió y volvió a intentarlo.
—¡Aquí!
La respuesta llegó inmediatamente.
—¡Auc, auc!
Muy pronto pudo oír un batir rítmico de alas. Se incorporó, pero se asustó cuando el animal surgió de la niebla justo por encima de su cabeza: no era la misma águila. A tientas buscó el palo que había encontrado el día anterior y que le servía de bastón. Pero alzó la vista al oír un extraño aleteo. Ante él se encontraba el mago que les había destinado a él y a su esposa a V'ryn del Norte.
—Maestro —susurró, todavía asustado—. ¿Cómo habéis dado conmigo?
El hombre sonrió.
—Ha llegado el momento de que escuches mi verdadero nombre, Rayn —dijo—. Tu lealtad y la de tu esposa han significado mucho para mí. Soy Matei, alto myster de Loh.
Matei se sentó frente a él y escuchó la narración de las aventuras de Rayn. Con movimientos precisos, practicó un masaje en las pantorrillas y los pies del hombre.
—Me avisó la gran águila que te salvó.
«Entonces, es cierto», pensó Rayn; aquella ave le había arrastrado hasta la playa. Extraordinario.
La niebla empezaba a levantarse. Matei miró en derredor y vio los contornos de las montañas. Permaneció con la mirada fija en ellas un buen rato.
—La Orilla Lejana —farfulló con tono de sorpresa en su voz—. Entonces, después de todo…
Rayn no sabía a qué se refería. Sintió que la vida regresaba a sus piernas gracias a los hábiles cuidados de Matei. El mago extrajo una pequeña cantimplora y le dio a beber a Rayn unos cuantos tragos.
—No bebas demasiado —dijo mientras retiraba la cantimplora de sus labios—. No es bueno. Debes recuperar tus fuerzas lentamente.
Miró a Rayn.
—Le dije a Elin que tal vez seguías con vida. Por lo que sé, ha podido escapar de V'ryn Central.
—¿La magia incolora? —preguntó Rayn.
Matei asintió.
—A estas horas ya debe de haber desaparecido la isla entera. El Oscuro se enfureció cuando huí. Creo que los demás, unas veinte personas, también escaparon. Eso sólo le habrá enojado aún más.
—¿Estás seguro de que Elin está a salvo? —preguntó Rayn con voz temblorosa.
—La última vez que miré atrás, cinco botes habían zarpado con rumbo a V'ryn Oriental, mientras la magia incolora atacaba los edificios de Punta de Malter. El Oscuro se mueve con lentitud en tierra, como si no pudiera ver bien. Eso probablemente haya salvado a Elin y los demás.
Rayn movió los pies con cuidado.
—¿Cómo saldremos de aquí?
Matei dejó caer la cabeza y miró, pensativo, la arena.
—Antes quiero investigar algo —dijo en un tono cargado de duda—. Tal vez sea de una importancia vital. Partiremos en cuanto puedas andar. Después, descansaremos y regresaremos. Te llevaré a V'ryn Oriental sobre mi lomo. Ahora necesito reposar; he tardado dos días y dos noches en llegar hasta aquí.
Rayn miró a Matei, confuso.
—¿En qué isla estamos?
—No se trata de una isla, Rayn, o tal vez es una isla con una extensión superior a la del reino entero. Muy pocos conocen estas tierras. Reciben el nombre de la Orilla Lejana.
Rayn hizo un esfuerzo por comprender.
—¿Tan grande? Pero eso es imposible.
Matei sonrió.
—No, Rayn, no lo es. Ya hablaremos de ello. Ahora debemos encontrar unas lápidas. Veamos si puedes dar unos cuantos pasos.
Rayn obedeció. Al principio, se tambaleaba, pero podía avanzar lentamente. Matei le sirvió de apoyo, y juntos caminaron hacia las dunas, haciendo continuas pausas. Durante una de ellas, Matei extrajo de su toga una ampolla con un líquido de color verde pálido. Vertió unas cuantas gotas sobre una mano y las restregó sobre su piel mientras hacía unos cuantos gestos rítmicos.
—Se trata del Moldeado Desconcentrador de Artefactos Mágicos de Paryndel —dijo dirigiéndose a Rayn, como si eso lo explicara todo.
Rayn asintió como si hubiera entendido.
A la izquierda, detrás de una hilera de dunas muy altas, brilló una luz verdosa que volvió a apagarse en seguida.
—Allí —señaló Matei, mientras tomaba del brazo a Rayn.
Fueron zigzagueando entre las dunas y encontraron un camino de sirga que parecía ir en la dirección correcta. Matei volvió a utilizar la misma sustancia y vieron un resplandor aún más fuerte.
—Casi hemos llegado —dijo para tranquilizar a Rayn.
Muy pronto vieron las lápidas que Asayinda también había examinado.
—Espera aquí —dijo Matei.
Pasó caminando entre las lápidas y farfulló algo para sí mismo. Se detuvo ante la última piedra de la hilera y se agachó. Donde Asayinda había intentado en vano descifrar las desgastadas marcas, Matei leyó en un murmullo:
—Llaypren zeürvelint ore Laïden tworc'hn. Ésas son las palabras memorables del guardián de Laïden.
Hizo señas a Rayn para que se acercara.
—Ven, ayúdame con esto.
Empezó a excavar la tierra que había delante de la lápida. Rayn se acercó y observó mientras Matei cavaba arrugando el ceño, extrañado.
Después se encogió de hombros y le ayudó.
—¿Qué estamos buscando?
—Un pergamino, probablemente en el interior de un arcón, de lo contrario, no creo que quede gran cosa de él.
El proceso manual de excavación resultó ser un trabajo duro. Cada pocos minutos se veían obligados a hacer una pausa. Finalmente, dieron con algo sólido, un ataúd de madera de mangiet en excelentes condiciones. Siguieron excavando alrededor del ataúd, pero no encontraron nada más.
—Tal vez deberíamos buscar debajo del ataúd —sugirió Rayn.
Matei se irguió para examinar con más detenimiento la madera de mangiet.
—O en su interior.
Rayn alzó la vista, como reflexionando.
—O en su interior, sí —consintió acto seguido—. Eso sería inteligente.
Intentaron levantar la cubierta del ataúd, pero los cierres de madera parecían herméticos. Matei extrajo un saquito de debajo de su toga y los roció con unos polvos amarillos.
—Arthathoïk saylamiïr —murmuró.
Se prendió una pequeña llama que reventó los cierres.
Levantaron la pesada tapa del ataúd. Para su sorpresa, no quedaba rastro de huesos o cráneos en el interior. En una de las esquinas había un arcón pequeño, de forma rectangular. Como única decoración presentaba una runa con figura de cruz sobre la tapa.
—Ésa es la runa de Randole —dijo Matei—; como mínimo, ésa es su versión en la escritura antigua.
El arcón no tenía cierre. Matei lo abrió con manos ligeramente temblorosas. Un olor extraño y rancio le hizo retroceder. El arcón estaba forrado por una tela casi desintegrada, antaño de color carmesí, y contenía otro arcón que parecía nuevo. Si había un pergamino en algún sitio, debía estar en el interior. Efectivamente, allí estaba. Un pergamino intacto y amarillento por el paso del tiempo. El papel estaba cubierto de pequeños símbolos.
—Spans antiguo —murmuró mientras recorría las líneas con su dedo índice—. Debería ser capaz de traducirlo.
Alzó la vista y examinó las nubes que se desprendían de la cadena montañosa y se acercaban flotando hacia ellos.
—Pero no aquí. Ahora debemos irnos.