23
El Poder (2)

Su gloriosa alteza, como bien sabéis, mis reguladores y yo mismo hemos conseguido silenciar a todos aquellos que poseen el Poder, todos excepto Elondar el Blanco, el viejo magyster de Pico de Loh. Eso no es nada nuevo para vos. El mago se ha burlado de nosotros en cada ocasión. Es escurridizo como la arena que se cuela entre las rendijas de los dedos. Además, no se ha limitado a utilizar la magia de Loh, por lo que su delito es aún mayor.

Hemos conseguido exiliarle a los confines más lejanos del reino. Allí ha tejido una red de complejos encantamientos mágicos que hacen imposible el acceso a la playa y la zona de costa próxima a su solitaria fortaleza. Ningún mago del reino ha sido capaz de deshacer esa maraña de hechizos. Las islas y el mar que las rodea están vigilados por mis tropas de élite, dirigidas por mis mejores reguladores. Por supuesto, este mecanismo de protección es sumamente largo y costoso, por lo que me atrevo a solicitar a su gloriosa alteza que destine más fondos a este cometido.

Su gloriosa alteza, el Poder está prácticamente exterminado, y su último representante no tiene adonde ir. Los magos han unido sus fuerzas y están preparando una reunión de voluntades. Entonces, Elondar caerá en nuestras manos; es tan sólo cuestión de tiempo.

Recopilado por METTEN SHORT, consejero del desran

Ervenal Gyn Dayreit, año 8263

Amenazas al reino

En el quinto día de duración del vacío, una sombra oscura apareció bajo la quilla del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares.

Normalmente, las olas y los reflejos del agua habrían disimulado su presencia, pero las aguas del mar sin nombre eran transparentes y no había olaje.

Mano Firme era el único hombre en cubierta. Con el rabillo del ojo le pareció ver algo que se movía. Se dirigió al pasamanos y vio una sombra justo por debajo del barco, cuyo tamaño era como mínimo el doble que el del casco del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares. El timonel, inmediatamente, dio la voz de alarma.

El capitán Wedgebolt y el contramaestre Kalyk salieron de sus camarotes. Llanfereit y Pit subieron a cubierta poco después. Matei se asomó para preguntar qué sucedía.

—La criatura marina ha vuelto —dijo Pit.

—Me lo imaginaba. La espada de Lethe no canta. Tal vez parezca extraño, pero la criatura no es maligna.

De pronto, se giró para mirar por encima del hombro.

—Esperad.

Volvió a desaparecer por la puerta de su camarote.

Wedgebolt, Kalyk, Llanfereit y Pit se inclinaron por encima del pasamanos y observaron la sombra, que parecía estar girando poco a poco justo por debajo del barco. Curiosamente, ese movimiento no provocaba ninguna ondulación en la superficie del agua.

—Me pregunto si se trata de la misma bestia que nos atacó en el golfo de Agbayar —gruñó Wedgebolt, preocupado.

—¿Qué podemos hacer sino esperar? —preguntó Kalyk—. El Astuta Cuchilla de los Nueve Mares no puede moverse, así que nosotros tampoco.

—¡Llanfereit, Pit!

Matei estaba de pie, ante la puerta de su camarote, y les hacía señas para que se acercaran. Cuando llegaron hasta donde él estaba, con un gesto les indicó que se mantuvieran en silencio. Señaló al suelo del camarote. Lethe estaba tendido entre la mesa y su litera, con los ojos cerrados.

—Está teniendo una visión —explicó Matei—. Se levantó de la litera con los ojos muy abiertos. No me extrañaría que esto tuviera algo que ver con la aparición de la criatura marina.

Las voces callaron.

Se despertó en otro mundo.

Estaba seguro de que nunca antes había estado allí. Y sin embargo, algo en su interior reconocía cada detalle de aquel mundo. Era tan grande su asombro que sintió vértigo.

¿Qué hacía en ese mundo tan diferente?

Tardó un tiempo en comprender que el elemento distintivo era el ritmo. Todo parecía aumentar de tamaño y volverse a encoger al compás de un suspiro reconfortante, como un latir lento. Sus pensamientos se adaptaron al ritmo. Era más insignificante que un insecto en la mente de una criatura de proporciones gigantescas. A pesar de su tamaño diminuto, podía abarcarlo todo con la vista. Percibió cómo la ira desenfrenada aumentaba y se abría paso a través de aquel cuerpo. Vio cómo empezaba a moverse lentamente. Miró hacia arriba; la criatura se encontraba bajo el vientre de otra criatura de menor tamaño.

Lethe captó algunos fragmentos de los pensamientos que pasaban a toda velocidad rozando su escondrijo, y automáticamente los combinó. El resultado le obligó a reaccionar de inmediato. Sin pensar, se lanzó a la vorágine y se dejó arrastrar como una pluma en una tormenta.

Ensordecido y despedazado por el ruido infernal de todos aquellos fragmentos de pensamientos y la ira indomable que los había desatado, pasó a formar parte del remolino de la atmósfera.

En seguida advirtió el peligro que suponía para sí mismo, sus compañeros y la tripulación del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares. Esa vez, Matei no sería capaz de salvarlos cuando la criatura atacase el navío. Aunque se trataba de la misma criatura, en esa ocasión estaba empapada de magia incolora, lo cual la convertía en un poderoso aliado del Oscuro del mar de la Noche. Sin embargo, en la mente de la criatura, no había pensamientos directamente relacionados con ese hecho.

Como si no supiera que representa al maligno —susurró una voz—, como si no fuera consciente del poder destructor que alberga en su interior.

Ese pensamiento le sacudió con la fuerza de un rayo.

¿Acaso era posible que la criatura no fuera consciente de que estaba impregnada de magia incolora? ¿Cómo había conseguido el Oscuro un aliado tan poderoso y que, en cambio, no tenía ni idea de que era portador de la enfermedad letal provocada por la plaga pálida?

Sintió que había llegado al centro de la mente de la criatura. Tenía que actuar; de lo contrario, la búsqueda de la magia incolora y su creador estaría condenada al fracaso. Almacenó los nuevos conocimientos en su mente.

Con suma prudencia, emitió pequeños dardos de pensamientos.

Tranquilo —susurraron los pensamientos—. Cálmate, no hay razón para atacar al otro organismo. No supone amenaza alguna.

Al principio había decenas de pensamientos, después cientos. Se dio cuenta de que podía dividir sus pensamientos en forma de dardos, sin perjuicio para su fuerza. Y puesto que podía hacerlo una vez, también podría hacerlo cientos o miles de veces. Antes de comprenderlo, incontables pensamientos habían penetrado en la mente de la criatura y habían cubierto como una manta invisible el núcleo de su rabia, describiendo una espiral al compás del ritmo.

Lethe sintió que el cuerpo de la criatura se estremecía como en una tormenta lenta. Al momento siguiente, la distancia entre los dos cuerpos aumentó, y la criatura se sumergió hacia el fondo marino. La presencia de Lethe seguía pasando inadvertida, pero éste pudo percibir cómo crecía el malestar en el interior de la criatura, al darse cuenta de que había reaccionado irracionalmente.

Lethe dejó de estar preocupado. Nada parecía indicar que la criatura cambiaría de opinión. No quedaba rastro de la ira, que se había desvanecido gracias a los dardos de pensamientos.

¡Había conseguido salvar a sus compañeros, a Wedgebolt, a la tripulación y a sí mismo de una muerte terrible!

De pronto, se percató de la cantidad de energía que había empleado en ello. Mareado, se dejó vencer por el letargo y fluyó lentamente en la noche liberadora del estado inconsciente.

Matei, Llanfereit y Pit estaban inclinados sobre él.

Lethe parpadeó unas cuantas veces y se levantó sobre los codos.

—¡Estáis vivos! —dijo con voz ronca.

—¡Tú estás vivo! —exclamó alegremente Pit—. El veneno real no pudo contigo.

—¿Veneno real?

Pit le explicó lo sucedido. Lethe no recordaba absolutamente nada del ataque del pájaro.

—Me sentí absorbido por una larga visión —dijo con voz suave y la vista fija en el ojo de buey—. A veces, la intensidad del sueño era tal que no cabía en mí del asombro. Me concentré en la criatura marina que nos amenazaba. Hice algo…

—Sí, hiciste algo —aventuró Pit—. De alguna manera impediste que la criatura atacase el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares.

Lethe se incorporó.

—Sólo sé que conseguí que la ira de la criatura se esfumase.

Matei le miró boquiabierto.

—¿Estabas en el interior de la mente de la criatura?

—Sí, estaba dentro de su mente. Primero como una brizna de conciencia; después, conseguí aumentar mi presencia. Dividí un pensamiento en dos, y así sucesivamente. Pero cada uno de los fragmentos conservaba toda su fuerza.

—El Poder —susurró Llanfereit—; la división de pensamientos es uno de los métodos de utilización del Poder.

Se dejó caer en una silla y miró a Matei.

—Lethe tiene el Poder. ¿Lo sabías?

Matei negó con un gesto lento de su cabeza y observó a Lethe, pensativo.

—No conscientemente —respondió—, pero debería haberlo sabido. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que el Poder se manifestó. La mayoría de altos mysters estaban seguros de que el fenómeno había quedado permanentemente proscrito del reino desde la desaparición de Elondar el Blanco. Tal vez ésa es la razón de que fuera incapaz de reconocer las señales con anterioridad: las visiones, su capacidad para asociar ideas, su sensibilidad hacia el lenguaje corporal. Todos estos elementos están fuertemente presentes en Lethe. Simplemente, no los relacioné con el Poder. Creí que formaban parte de otra clase de poder, tan ansioso como estaba por reconocer en él la no magia.

Lethe se sentó sobre la mesa.

—¿Es el Poder una forma de magia oscura?

—No se trata de magia —se apresuró a decir Matei—. Por lo menos, no está contemplado en los Preceptos, las enseñanzas de la magia de Loh. En la época del desran Ervenal Gym Dayreit, el Poder fue considerado incluso como una fuerza depravada. En última instancia, les costó la vida a todos aquellos que lo poseían. Elondar el Blanco fue el último que opuso resistencia en una pequeña isla a la que llamaba Fortaleza de Soledad. Cuando sus atacantes, finalmente, consiguieron abrir una brecha en sus defensas mágicas, Elondar se había esfumado.

—Entonces, ¿todo lo que está sucediendo en mi interior no tiene nada que ver con la no magia?

—Tal vez no —respondió Matei—, pero tampoco estoy seguro de ello. Todo esto me sorprende tanto como a ti. Si Llanfereit no hubiera reconocido el Poder, habría seguido sin darme cuenta de su presencia.

—Pero ¿en qué consiste, entonces, la no magia? —preguntó Lethe en un susurro que casi denotaba desesperación.

Matei se mantuvo en silencio con la mirada perdida más allá de donde estaba Lethe. Llanfereit parecía examinar sus pies. Pit miró a Lethe y se mordió el labio.

—Tendrás que descubrirlo por ti mismo —dijo—. Sabemos muy poco de los anteriores no magos, pero sí que tenían algo en común: estaban solos.

En su mente, podía asir el picaporte de la puerta de su destino. Sin embargo, nuevamente se sentía incapaz de girarlo para abrir esa puerta. No era que no pudiera hacerlo; pero tenía miedo. Le aterraba la idea de lo que podría encontrar al otro lado.

—Entonces —empezó a hablar con voz entrecortada—, nadie puede informarme sobre la no magia. Cuanto más sé acerca del destino que probablemente me aguarda, más sombrío parece mi futuro.

No supieron qué responder. Pit intentó llamar su atención, pero Lethe se apartó con un suspiro, y se levantó.

—Preferiría estar solo —dijo con voz cansina, mientras avanzaba hacia la puerta.

Al caer la noche, Lethe seguía sentado, inmóvil, en un banco próximo al balcón de proa. Tenía la mirada perdida en la distancia, en el punto en que una niebla amarilla reducía lentamente el mundo alrededor del Astuta Cuchilla de los Nueve Mares. Nadie había osado acercarse a él desde que había expresado su deseo de estar solo.

Pit subió a cubierta por tercera vez. Entrecerró los ojos y miró detenidamente a su amigo. Su mano derecha se cerró en un puño cuando decidió romper el aislamiento de Lethe. Caminó hacia la cubierta de proa; las planchas crujían bajo sus pies. Cuando se encontraba a tan sólo unos cuantos pasos de él, vaciló. Debía haberla oído, pero Lethe seguía inmutable, de espaldas a ella.

—Lethe.

Pronunció su nombre casi como un susurro.

Lethe permaneció en silencio, pero arqueó ligeramente la espalda.

—¿Puedo sentarme a tu lado? —preguntó mientras se acercaba a él arrastrando los pies.

Interpretó el gesto de indiferencia que hizo con sus hombros como una señal de asentimiento y se sentó en el banco. Escudriñó el cielo en la misma dirección en la que miraba Lethe. La bruma se acercaba como un depredador al acecho. Intentó encontrar las palabras apropiadas, pero él se le adelantó.

—Cuando me expulsaron del Instirium, me sentí muy desgraciado —dijo sin alzar la vista—. Esa sensación duró mucho tiempo. Cada vez me parecía más obvio que mi vida no tenía sentido. Mi futuro estaba vacío. Después de todo, mi destino era convertirme en un myster. Una vez descartada esa posibilidad, parecía que ya no quedaba nada para mí.

Suspiró profundamente y se volvió un poco hacia Pit. Ella observó su perfil y pudo ver rastros de lágrimas en las mejillas.

—Entonces, apareció Matei —prosiguió—. De repente, se abrieron ante mí nuevas perspectivas; había un nuevo objetivo en mi vida. ¡Y vaya objetivo! Me dijo que desempeñaría un papel decisivo y que lo que estaba en juego era nada menos que la continuidad del reino. Me sentí como si hubiera vuelto a nacer.

Lanzó una mirada de soslayo, que se cruzó con la de Pit durante un segundo.

—Pero muy pronto pude darme cuenta de que la misión que me espera tiene muy poco que ver con el heroísmo. Cuando quiero hablar de ello con Matei, Llanfereit o incluso contigo, todos guardáis silencio.

Se incorporó bruscamente y la miró con dureza.

—¿Qué sabéis que yo no sé? ¿Por qué callas cuando pregunto sobre mi destino? —Alzó la voz—. ¿Crees que me ayuda el hecho de que guardes silencio? ¿Crees que no veo la lástima en tus ojos? Cada día que pasa mi futuro se me antoja más sombrío. Dime que no es así; dime que debo llevar a cabo una gran misión, que venceré al Oscuro del mar de la Noche y que después viviré feliz para siempre. ¡Vamos! ¡Dilo! No puedes porque sabes que es mentira.

Pit le miró boquiabierta, con los puños en el regazo. Intentó buscar una respuesta que lo consolara, pero ella también sabía que no sería la verdad. Finalmente, tomó una decisión.

Tienes el Poder —su voz resonó con eco en el interior de la mente de Lethe—, pero no eres el único.

Entonces fue Lethe quien, atónito, se volvió hacia ella para observarla. Sus rodillas flaquearon; todavía boquiabierto, la asió por los hombros.

¿Eras tú? Creí que

Interrumpió su murmullo, que había penetrado en cada esquina de su mente. Pit asintió, intentando alejar la tristeza de sus ojos.

Te pregunté si poseías el Poder de camino entre Quym y las islas Espejo. Hace años que sé que poseo el Poder. Cuando fui consciente de ello, leí todo lo que pude al respecto. No era gran cosa, puesto que la mayoría de las obras, libros y pergaminos que hablan sobre el Poder están prohibidos. Después de la magia incolora, sigue siendo el mayor tabú.

Una sonrisa triste hizo aparición en su rostro.

Cuando vi que no respondías, me sentí muy sola —prosiguió—. Ni siquiera mi maestro sabe que poseo el Poder.

¿Tienes idea de cómo llegaste a poseerlo?

Le devolvió una mirada triste.

El Poder es hereditario. Nunca conocí a mis padres, así que no tengo forma de saberlo.

Lethe volvió a sentarse a su lado.

Si el Poder es hereditario, ¿quién me lo transfirió?

Mientras decía esto, abrió los ojos con estupefacción.

Tú conoces la respuesta —dijo Pit, cuyos labios se curvaron en una sonrisa cargada de compasión.

—Welm —murmuró.

—Yo también lo creo —dijo en voz alta—. Tú sabes más que yo sobre los orígenes de tu Poder. Como mínimo sabes que tu padre también debía poseerlo.

Le rodeó el hombro con un brazo.

—No abuses del lenguaje de la mente; consume gran cantidad de energía.

—Me estaba preguntando por qué, de repente, me sentía agotado —dijo Lethe—. Por otra parte, no tengo idea de cómo usar el Poder. Ahora sé que está estrechamente relacionado con el lenguaje de la mente, pero eso es todo lo que sé.

—Pero ya lo utilizaste —dijo Pit, enérgicamente—. En tu visión fuiste capaz de dividir un pensamiento sin que ninguna de las partes perdiera fuerza. Creo que es uno de los métodos de desarrollo del Poder.

Lethe permaneció en silencio e intentó penetrar con la mirada en la niebla, que casi había llegado al Astuta Cuchilla de los Nueve Mares.

—De todos modos, no sabría cómo volver a hacerlo —dijo por último—. Quizá el Poder que hay en mi interior está relacionado con mis visiones.

—Tal vez —empezó a decir Pit con cautela— el Poder nos ayude en la lucha contra la magia incolora. Eso podría facilitar tu tarea.

Lethe suspiró profundamente.

—Mi tarea. Ésa es la otra incógnita, aparte de que sigo sin saber qué es la no magia. ¿Acaso sabes, o alguien sabe, en qué consiste exactamente mi tarea?

Pit no respondió y siguió observando la niebla. Sentía que estaba traicionando a su mejor amigo al ocultarle lo que sabía, pero había prometido a su maestro y a Matei que no lo haría, y mantendría su promesa.

Lethe miraba hacia el suelo y no pudo ver las lágrimas que anegaban los ojos de Pit.

Cuando creyó que su voz no delataría su llanto, se acercó a él.

—Vamos, Lethe —dijo con suavidad—, una buena noche de sueño obra maravillas. Mañana lo verás todo más claro y de forma más positiva.

Lethe asintió, pero sus ojos no decían lo mismo.

Aquella misma noche, Matei dio a Lethe cuatro páginas que contenían un pasaje del libro de cuentos.

—La traducción es bastante exacta —dijo el alto myster—, a pesar de que no he sido capaz de verter algunas de las sutilezas del idioma original.

Acto seguido, le aclaró algunas de las frases.

—No tardes demasiado —advirtió a Lethe—. Quizá muy pronto estés demasiado ocupado para leer estas notas.

Eso fue todo; ni una palabra de consuelo ni un comentario sobre su conversación anterior.

Lethe estaba demasiado cansado y absorto en sus propios pensamientos para empezar con la lectura de aquellas páginas en ese momento. Se desplomó sobre la litera e inmediatamente se sumió en un profundo sueño.