Aernold de Sey Hirin es, en muchos sentidos, un dulse único. Todos los Solitarios saben que es mucho más que un guía espiritual, pero ninguno podría explicar en qué consiste ese algo «más».
SPYNDAL QUEBRADA,
Sobre la fuerza silenciosa de las Aguas Negras
A la mañana siguiente de su regreso del Pilar de la Veracidad sin la Dama del Alba, el dulse desapareció de Yle em Arlivux. Uchate y sus medios jueces suponían que se ausentaría por poco tiempo. En más de una ocasión, el dulse había estado fuera todo el día. Pero pasados tres días, Uchate convocó a los medios jueces, seis subsacerdotes, para celebrar una reunión.
—Estoy algo confuso —admitió el alto sacerdote—. Mi señor no me ha informado de su ausencia. Su ayuda de cámara afirma que no ha echado en falta ninguna de sus prendas de ropa, y parece ser que no ha dejado ningún mensaje. Estoy empezando a sospechar que ha sido secuestrado.
—¿Creéis que el dulse se dejaría secuestrar? —preguntó Brevander, el subsacerdote más anciano, quien normalmente actuaba como portavoz de los demás—. Lo dudo. Ha demostrado sus extraordinarios poderes en más de una ocasión. En mi opinión, existen muy pocas fuerzas en el reino con capacidad de hacer algo semejante.
—En cualquier caso —respondió Uchate—, ha desaparecido. ¿Qué debemos hacer?
Se hizo el silencio, un silencio cargado de significado.
Transcurridos unos minutos, se reanudó la conversación, pero las únicas conclusiones a las que llegaron fueron que debían buscar en Yle em Arlivux y en el puerto. Habían estado tan ocupados que ni siquiera se habían dado cuenta de que el Solitario de Arlivux había zarpado. Fue el mismo Uchate, cuando realizaba sus pesquisas, quien advirtió su falta.
—Se ha hecho a la mar —exclamó, desesperado—. Se avecinan las peores tormentas del invierno, y él y sus Nibuüm surcan las Aguas Negras como si se tratara de un lago. ¿Se atreverá a desafiar a su propio Señor?
En ese preciso instante, Aernold de Sey Hirin, dulse de Yle em Arlivux, se encontraba en algún punto entre los tres grandes abismos que recorrían de norte a sur la península de Yle. Su estado de ánimo era sombrío. Sus ojos dorados lo inspeccionaban todo, nerviosos, mientras avanzaba, penosamente y con cautela, hacia el suroeste.
A intervalos regulares examinaba el claro cielo de invierno como si temiera algún peligro. De vez en cuando, también lanzaba una mirada por encima del hombro, aunque no había visto a nadie durante toda la mañana. Yle, especialmente en el norte, era en su mayor parte un territorio inhóspito salpicado de abismos, valles impenetrables, montañas abruptas y algunas ciénagas traicioneras en el sur. En toda la península había únicamente cinco pueblos y algunas casas dispersas.
El dulse se detuvo bruscamente al oír el grito de una águila. Aunque el ave todavía no era visible, el dulse creyó haberla reconocido.
—¡Ah! Gehandyr ya está aquí —murmuró—. Por lo menos, no soy el primero en llegar.
Prosiguió la marcha. La perspectiva de un encuentro con el águila le hizo sentirse más optimista.
El abismo central era, con diferencia, el más profundo; de hecho, el centro de la península era la mayor depresión del reino. Ese lugar recibía el nombre de Welden Taylerch, que en spans quería decir algo así como «allí donde se encuentran los rastros». Aernold de Sey Hirin también lo conocía por otro nombre, mucho más antiguo.
—Aouluphen yr Kylme.
El dulse masculló esas palabras, como si fuera reacio a utilizar un; lengua que no era la suya.
—Mil veces sea maldito el lugar en el que Chadeyesh escapó de sus cadenas terrenales. Y Haeracim tan sólo acaba de despertar. El inmemorial combate está próximo, a menos que el No Mago pueda llevar a buen término su misión.
Su rostro se contrajo en una mueca.
—Aouluphen yr Kylme —repitió para sí mismo—, la frontera entre las distintas dimensiones.
Se mordió los labios y rechazó un pensamiento con un gesto de la cabeza. Las comisuras de los labios se torcieron con un amago de tristeza. Parpadeó unas cuantas veces.
—¡Quién sabe!, tal vez ésta sea la última vez.
Pero no parecía estar seguro de ello.
De pronto, como si todavía no fuera consciente del entorno que le rodeaba, inspeccionó la parte superior del abismo. Se intuía un cambio atmosférico. Un velo de nubes grises y amarillentas envolvía el abismo, y el dulse sintió la llegada de una brisa helada, que parecía haberse generado de forma espontánea. Su capa flameaba al viento como un estandarte púrpura. Golpeó el suelo del abismo cinco veces con su báculo mientras murmuraba una serie de palabras encadenadas. El viento amainó. Las nubes se desintegraron, para después volver a reunirse de nuevo. Durante unos segundos oyó un fuerte batir de alas, pero no había ninguna criatura a la vista.
—Ahí vienen dos —dijo sonriendo—. El águila y también Ilurë Imfarse, el vigilante del otro mundo. ¿Quién será el siguiente?
Llegó hasta un lugar en el que el abismo descendía bruscamente. Algunos rudimentarios escalones excavados en la roca salvaban los pasajes más empinados. A medida que se adentraba en el abismo, éste se hacía más angosto, hasta llegar a un paso de apenas un metro de ancho.
—El Arco de Raenk —dijo el dulse mientras aminoraba la marcha.
Alzó la vista. A mil metros, como mínimo, por encima de su cabeza, las paredes del abismo llegaban a tocarse.
—Da media vuelta, viajero —advirtió a un transeúnte imaginario—, aquí empiezan los dominios de las fuerzas oscuras. Ésta es la primera puerta de Welden Taylerch. Mejor da media vuelta y huye.
Las condiciones atmosféricas habían cambiado. No se percibía la más leve brisa, y el aire estancado estaba cargado de un fuerte olor a tierra mezclado con la fetidez de cadáveres en proceso de descomposición. La tenebrosa oscuridad cayó sobre el dulse como si la noche se cerniera sobre él.
—Sólo falta la voz aguda de Chadeyesh, la cólera imperecedera de Mathathruïn, y el mundo subterráneo estará completo —susurró para sí mismo.
Los anillos dorados que adornaban sus dedos cayeron de pronto como fragmentos de hielo. Empezó a tiritar, por lo que se acurrucó en su toga, mientras que con la otra mano asía aún con mayor firmeza el báculo. Sintió el tacto de la áspera madera de sauce con el pulgar y volvió a ser consciente de su antigüedad.
—Casi nueve mil años, y ni un solo rasguño —rezongó—. Poderosa magia.
Dejó vagar sus pensamientos por una senda que se remontaba muchos siglos en el tiempo. Sacó a la luz recuerdos que abarcaban generaciones enteras. Inevitablemente, la melancolía hizo aparición con esa traslación en el tiempo. Había aprendido que esa sensación era cada vez más frecuente con los años.
Llegó hasta un puente tendido sobre una enorme grieta en el suelo del abismo. Cuando se encontraba a la mitad de la longitud del puente, oyó un burbujeo. Columnas de vapor se alzaban como pilares etéreos para esfumarse por encima de su cabeza. Se tapó la nariz: el hedor era insoportable. La luz del día parecía forcejear para abrirse paso por el abismo. El dulse redujo la marcha y miró atentamente el camino bajo sus pies, cada vez más difícil de distinguir.