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No magia (2)

El hecho de que aquel que tiene nueve mil años de edad reconozca su verdadero destino únicamente cuando ya es demasiado tarde forma parte de su esencia última e intrínseca.

RANDOLE DE CERJIN,

Segundo libro de texto del linaje de los Nibuüm

Lethe se quedó de pie en la puerta del camarote de Matei.

El silencio del vacío se filtraba en lo más recóndito de su ser. No tenía la menor idea de cómo podría entrar en su estado de ensoñación. Tal vez sucedería sin darse cuenta.

No magia.

Ese concepto pesaba como el plomo. Sabía que era un agudo observador, que en ocasiones veía retazos de futuro en sus visiones. También sabía que se trataba simplemente de una consecuencia indirecta de aquello a lo que denominaban «no magia». No podía imaginar nada tan opuesto a la magia, pero quizá debería empezar a reflexionar, en primer lugar, acerca de la esencia exacta de la magia.

El myster Jen a veces le había hablado de ese tema fuera de las clases del Instirium. «Un mago que utiliza hechizos para alterar temporalmente la realidad emplea una magia de rango inferior. La gran magia, como la que se usa en los ruegos inquebrantables y los hechizos básicos, modifica la realidad de forma permanente. La magia o hechicería utilizada por los mysters y altos mysters de Loh se basa en el poder de las palabras. Un myster que desee utilizar los ruegos inquebrantables debe estar en posesión de un conocimiento profundo de las palabras y de su pronunciación exacta». Pero no bastaba con eso. Cualquier mago de nacimiento sabía cómo combinar las palabras importantes para modificar un hechizo. «Por tanto, la magia consiste en una alteración de la realidad, temporal o permanente», había oído decir al myster Jen. Pero eso había sucedido cuando su maestro aún tenía esperanzas de que Lethe desarrollara su talento para la magia.

Lethe intentó discurrir con lógica. Si la magia modificaba la realidad, ¿en qué consistía la no magia? Inevitablemente pensó que no tardaría en encontrar la respuesta. Sólo había que echar abajo el último muro de incomprensión, pero ¿cómo?

En efecto, sentía que debía intentar ganar control sobre sus visiones. Quizá entonces encontraría algunas respuestas. Dio media vuelta, decidido, y cerró la puerta tras él. Sin mirar a los demás, se tumbó en la litera de Matei y cerró los ojos.

En cuestión de segundos, se desató una tormenta. No duró demasiado y poco después el viento se tornó una brisa fresca. Unos dedos tríos acariciaron su cuerpo. Sus ojos se abrieron de repente. Estaba en un lugar inverosímil: se encontraba sobre el capitel de una columna, a muchos metros sobre la superficie del mar. La columna estaba habitada por los espíritus de miles de personas.

Se separó de su cuerpo, y tuvo la sensación de que era una acción rutinaria. Sintió que dejaba de ser Lethe, el muchacho de Loh al que le gustaba vagar por El Vencejo en busca de conchas blancas para su colección, para convertirse en una entidad etérea. Miró hacia abajo y vio la columna. Había una figura diminuta en la parte más alta: su cuerpo, anónimo, sin identidad, sin alma. Se había convertido en una concentración de sentimientos, liberado de la incómoda pesadez de la carne y los huesos. Se sentía eufórico. No tenía pensamientos; él mismo era una cadena de pensamientos.

Alrededor de la entidad se arremolinaron las nubes. Un torbellino lo levantó. Entre las nubes se hizo una abertura. Una mano le tocó; el dedo índice era del doble del tamaño que el de un adulto. La mano desapareció. La visión se volvió borrosa, y el escenario y los colores, de pronto, eran distintos. Parecía un buque en un mar inacabable. Miró por encima de la superficie, que aparentemente estaba quebrada por olas incansables que chocaban unas contra otras con torpeza. Una ancha franja amarilla brillaba encima del horizonte. Una bandada de pájaros se acercaba volando y chillando hacia él, casi rozando la superficie del agua. Al llegar a su altura, detuvieron el vuelo para revolotear a su alrededor, casi colisionando unas con otras.

Lethe Welmson, de nuevo estás aquí. Pero yo no tengo respuestas, y tú todavía no tienes preguntas.

La voz parecía provenir de la nada. Lethe intentó localizar su origen. ¿Se trataba de Dyvoce? Era improbable.

Tus especulaciones sólo sirven para malgastar tu energía. Después de todo, me encuentro en las profundidades, allí donde el Oscuro tiene también su morada.

El Oscuro —dijo Lethe involuntariamente, intentando controlar el miedo que se cernía sobre él como una ola gigante—. ¿Iarmongud'hn?

La voz profirió una carcajada sin alegría.

¡Ja! ¡Iarmongud'hn! Cómo desearía que fuera ésa la respuesta. De ser así, la magia prohibida habría desaparecido hace mucho tiempo. No, Lethe, el dragón es tan sólo una herramienta en sus manos; una herramienta letal, por otra parte. El ciclo anterior finalizó de forma catastrófica porque el No Mago no consiguió domeñar al viejo dragón.

Se hizo un largo período de silencio.

Debes leer más sobre los paladines —dijo súbitamente la voz en tono apremiante—. Iarmongud'hn es el camino hacia el Oscuro. Uno de tus nombres en las leyendas que se perdieron hace tiempo es el Ultimo Paladín. Para llegar a la esencia de la magia incolora, debes montar a Iarmongud'hn y ordenarle que te conduzca al refugio del Oscuro. Pero eso no es todo.

De nuevo, el silencio.

Parecía que la voz había callado para siempre.

No magia —se oyó Lethe decir a sí mismo, en un intento de que la voz siguiera hablando—. ¿Qué es la no magia?

El silencio era entonces distinto; se asemejaba a un largo, profundo e inaudible suspiro.

Todavía no quieres saberlo; todavía, no.

La voz hablaba en un tono tan bajo que Lethe pensó por un momento que se trataba de un pensamiento de su propia cosecha. Únicamente cuando la voz y su propietario se alejaron flotando de él, y los pájaros huyeron chillando y protestando, se dio cuenta de que aquello no era producto de su mente.

La visión cesó.

El ritmo del tiempo se aceleró. Se elevó hacia el cielo como un pájaro. En el punto más alto de su vuelo, se sintió como una piedra y empezó a caer en picado hacia el agua. La columna estaba justo debajo de él. Como un fogonazo, vio cómo se aproximaba a su cuerpo a toda velocidad. Al momento siguiente aterrizó con una sacudida y sintió cómo sus vínculos terrenales le sujetaban.

Todo había sucedido en cuestión de segundos. La eufórica sensación de ligereza había desaparecido. El dolor atenazaba su cuerpo con punzantes dardos.

Siguió mirando el techo del camarote sin prestar atención a Llanfereit, Matei o Pit. Se sentía tan colmado por todo lo que acababa de experimentar que su mente había quedado bloqueada. De hecho, sólo sabía una cosa: no había conseguido descubrir en qué consistía la no magia. «Todavía no quieres saberlo», había dicho la presencia. Esas palabras le inquietaban; las percibía como una pesada carga en mi mente. No estaba seguro de tener la fuerza necesaria para llevar a cabo su misión, fuera cual fuese. Consideró varias opciones, pero ninguna de ellas le pareció aceptable.

Se incorporó en la litera, y observó, boquiabierto, a Pit durante un rato. Ella y los dos magos seguían sentados en el otro extremo de la litera, esperando, intrigados.

—Había una voz —empezó diciendo, y acto seguido les contó la visión con todo detalle.