Al igual que el venado, inmóvil y sigiloso, engaña a los depredadores nocturnos haciéndoles creer que no hay ninguna presa, así es el vacío, que toca el mar, furtivo. Envía el viento a orillas lejanas y apacigua las aguas convirtiéndolas en una ventana a través de la cual nadie puede ver su interior, y tampoco ningún ser puede mirar hacia el exterior.
WETSMAN HANKERSON DE LOH,
Quince silencios en la historia y un poema
El Astuta Cuchilla de los Nueve Mares se deslizaba sobre el leve oleaje de las aguas sin nombre que se extienden entre el mar de Romander y el mar occidental de la Noche a toda vela. Hacía pocas horas que habían abandonado la protección de la costa este de Fang y navegaban hacia el norte.
Lethe encontró a Wedgebolt apoyado en el pasamanos de la banda de babor. Algo ensombrecía el rostro del capitán, que se mesaba las barbas y tenía la mirada perdida en la nada, con los párpados entrecerrados. Lethe le dio las buenas tardes y se quedó a su lado. Wedgebolt farfulló una respuesta ininteligible y le miró con ojos vidriosos.
—Hay algo extraño en el aire —murmuró, señalando con una de sus callosas manos hacia el oeste—. El mar de la Noche acecha como un monstruo sin ojos y de cuerpo intangible. La travesía entre Fang y las Rompientes Exteriores no es de mi agrado. No me extraña que estas aguas no reciban ningún nombre, puesto que pertenecen al innombrable que hizo un pacto con la muerte. Aquí es donde mejor puede percibirse la presencia del Oscuro.
Lethe escudriñó el horizonte. Jirones de niebla acariciaban la superficie del mar con sus dedos helados. El tranquilo oleaje no permitía imaginar que el crudo invierno estaba gestando otra tormenta. Un silencio traicionero se filtraba a través del murmullo regular de las olas. Más allá de la niebla, rielaba un cielo azul pálido y no había gaviotas a la vista. No había motivo para preocuparse, pero Lethe se preguntaba si no sería el patrón quien le había hablado sobre el poder en el interior de su mente. Casi inmediatamente descartó ese pensamiento. El capitán era un hombre sobrio y directo. Sus ojos, siempre vigilantes, no perdían detalle, ni siquiera aquellos que pasaban inadvertidos para los demás. Probablemente eso era lo que le convertía en uno de los mejores capitanes del reino.
—Yo también puedo sentirlo —respondió Lethe.
Wedgebolt se enderezó y le miró como si acabase de darse cuenta de su presencia. Pasaron unos minutos antes de que volviera a hablar.
—Eres un muchacho extraordinario, Lethe —dijo finalmente—. Pareces un chico normal, y sin embargo, a tu alrededor suceden cosas increíbles.
Lethe no encontró respuesta para semejante comentario. Nunca se había visto a sí mismo de ese modo. ¿Estaba Wedgebolt en lo cierto? En su mente estaban sucediendo muchas cosas; sentía cómo se congregaban poderes a su alrededor. Cada vez con mayor frecuencia parecía llegar a las conclusiones acertadas. Alguien le había preguntado en un susurro, en el interior de su mente, si poseía el Poder; había voces que le hablaban en sueños, de forma apremiante, y a veces también contundente. Esos sueños eran para él visiones, y se preguntaba por qué no podía hablar con nadie sobre ellos.
Pero incluso fuera de su mente sucedían cosas, acontecimientos que Wedgebolt relacionaba con su presencia, y eso era algo que nunca se había planteado antes; era una nueva perspectiva. Otros aparentemente le consideraban importante, pero desconocía el motivo. Eso le hacía sentirse incómodo; no tenía control sobre los acontecimientos que sucedían a su alrededor o en su interior. Matei había comentado que veía cómo su discípulo crecía mentalmente, pero Lethe apenas notaba ningún cambio.
Se encogió de hombros.
—Casi todo el tiempo me siento confuso —contestó.
—Pero Matei me dijo que ya has resuelto algunos enigmas —repuso Wedgebolt—. ¿Cómo puedes sentirte confuso?
—No tiene nada que ver con los enigmas, sino más bien conmigo mismo.
Se preguntó si estaba dispuesto a decir más. No tenía la misma relación con Wedgebolt que, por ejemplo, con Mano Firme.
Pero Wedgebolt le ahorró la necesidad de decidir.
—Entonces, deberías hablar con Matei, muchacho. Ése no es mi punto fuerte.
Wedgebolt se incorporó del pasamanos y, con las manos en jarras, enderezó la espalda. Entornando los ojos, observó las velas, que flameaban. El viento había amainado. Las olas se habían sometido a la calma impuesta, por lo que la superficie del mar parecía un espejo.
Una bruma grisácea y amarillenta permanecía enclavada como la sombra de un ejército emboscado en el horizonte. El ruido siempre presente del mar perdió intensidad hasta convertirse en un murmullo apenas audible.
Wedgebolt miró en derredor, rascándose nerviosamente la barba.
—El vacío —susurró—. Debía haberlo sabido.
Lethe recordó que en su última visión una voz le había hablado del vacío.
Wedgebolt se dirigió hacia el timón.
—¡Mano Firme!
—¿Señor? —respondió el timonel.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que encontramos el vacío?
El silencio que se había instalado en el mar descendía entonces sobre el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares. Mano firme fijó la rueda con una abrazadera y caminó hacia él.
—Doce años, creo —respondió—. Fue en el año de la gran tormenta del mes de Sahmander, que arrancó de cuajo el faro de Camino del Cabo en Carabela y acabó con la vida de cientos de marinos.
Wedgebolt asintió.
—¿Cuánto duró el vacío?
—Seis días. Inmediatamente después, se desencadenó la tormenta.
—¿Por vacío entendéis un período de calma? —preguntó Lethe.
Wedgebolt afirmó con la cabeza.
—No sólo eso. Consiste en la ausencia absoluta de cualquier movimiento de aire. Mi padre, el capitán Nyndar, me contó que en una ocasión, él y su carabela, el Atrapavientos Salvaje, estuvieron inmersos en un vacío que duró cinco semanas, entre las Rompientes Exteriores y Fang. Diez de sus hombres murieron por falta de agua dulce y alimentos.
Lethe se dio cuenta de las posibles consecuencias de su situación. En caso de que el vacío se prolongase durante días, nunca llegarían a Puerto de Serth a tiempo.
El Astuta Cuchilla de los Nueve Mares aminoró la marcha mientras surcaba las aguas tranquilas, de modo que causaba una mínima ondulación en la superficie. Las velas pendían inmóviles. Incluso el rechinar típico de la jarcia y el casco del navío disminuyó hasta convertirse en un chirrido casi imperceptible.
De pronto, Lethe se dio cuenta de la ausencia de gaviotas. Tampoco se oía ningún sonido. Sólo el silencio. Percibió un olor dulzón, mezclado con el salitre y la fetidez omnipresente de la brea. Al mismo tiempo, una sensación de desasosiego cada vez mayor asoló su mente. Era demasiada coincidencia que eso estuviera sucediendo justo entonces. Examinó la superficie del agua. Casi esperaba la aparición de un monstruo de un momento a otro, como en el golfo de Agbayar, pero la superficie seguía intacta. «En momentos como éste es cuando tengo visiones», pensó, pero su mente estaba tan tranquila como el espejo del mar.
Aquella tarde, el Astuta Cuchilla de los Nueve Mares flotaba inmóvil en un mar en calma, girando lentamente sobre su eje. La proa apuntaba en la dirección de la que habían venido. Wedgebolt, Mano Firme y el contramaestre Kalyk estaban intentando decidir cuál sería el próximo movimiento, pero no llegaban a ninguna conclusión; aparentemente, nadie tenía un plan.
—Tenemos dos remos —recordó Kalyk—. ¿No deberíamos intentar seguir avanzando?
—Es inútil —respondió Wedgebolt mientras tomaba asiento—. Son remos destinados a la maniobra de atraque, demasiado finos y viejos. Haciendo un considerable esfuerzo podríamos avanzar media milla marina en una jornada, pero creo que sería mejor reservar nuestras fuerzas para la tormenta que acecha tras el silencio.
Lethe estaba recostado en la rueda. Había seguido parte de la conversación, en tanto dejaba que vagasen sus pensamientos. Recordó cómo era su vida anterior en Loh. Desde la perspectiva de ese momento, se le antojaba una vida placentera y sin preocupaciones. Herde, Ervin y su madre le importaban más que él mismo. Involuntariamente, asomó una sonrisa en su cara al pensar en aquellas tres personas que tanto habían significado para él, y que todavía eran tremendamente esenciales en su vida, a pesar de que en los últimos tiempos había conocido a tanta gente interesante.
De pronto, se dio cuenta de que Llanfereit estaba tras él. Lethe no le había oído llegar y se sobresaltó cuando oyó la voz del mago.
—¿Estamos en un vacío? —preguntó.
Lethe se volvió hacia él y asintió con la cabeza.
Llanfereit escudriñó el cielo y el horizonte.
—A ver, anciano —le oyó murmurar Lethe—, me parece ver la mano del Oscuro. Mathathruïn ha despertado.
Mathathruïn. Lethe nunca antes había oído ese nombre, pero su sonoridad traía consigo nubes negras que ensombrecían su mente. De nuevo se dio cuenta de que poseía conocimientos que todavía no era capaz de aprovechar. No pudo dedicar más tiempo a ese pensamiento. Llanfereit le asió por el hombro mientras le hacía señas con la otra mano.
—Ven aquí.
Condujo a Lethe hasta el guarda mancebos, se inclinó sobre él y observó atentamente las aguas.
—Si la superficie del agua es el presente, las profundidades del mar son el pasado.
—Entonces el cielo es el futuro —retumbó la voz de Wedgebolt, que los había seguido.
—Una sabia ocurrencia, capitán —dijo Llanfereit.
Lethe se preguntaba por qué Llanfereit había hecho semejante comentario. Aparentemente, Wedgebolt sí lo sabía, a juzgar por su espontánea reacción. Tenía la sensación de que ambos hombres se burlaban de él.
—¿Dónde crees que podría estar el Oscuro, Lethe? —inquirió Llanfereit.
Lethe iba a encogerse de hombros cuando se oyó a sí mismo responder con otra pregunta.
—¿En las profundidades del mar?
Llanfereit negó con la cabeza.
—Las profundidades de las que hablas son un campo de batalla, muchacho. Es normal que no lo sepas. He venido estudiándolas desde hace cientos…, decenas de años, y he llegado a la conclusión de que el Oscuro está atrapado en el corazón de la tierra. Fue encerrado allí gracias a los esfuerzos de muchos seres. Hablaremos de eso más adelante. Una vez cada nueve mil años reúne la fuerza necesaria para enviar fragmentos de su ser a la superficie.
Llanfereit profirió un suspiro.
—Lamentablemente, eso no significa que permanezca inactivo en todo ese lapso de tiempo, que aprovecha para ir tejiendo su red de intrigas, de muchas maneras distintas, a través de varias criaturas. Otra dificultad añadida es que aflora en diferentes lugares. Conocemos algunos de ellos, pero todavía no hemos descubierto el de mayor relevancia: el lugar desde el cual esparce el veneno de la magia incolora por todo el reino. El místico Tolbent de Dracht dice que puede demostrar que el Oscuro perderá su poder cuando se descubra su guarida. Tolbent afirma también que sólo hay un hombre capaz de ello.
Y tras decir eso, le miró de soslayo.
—El No Mago.
Lethe incorporó ese dato a sus cada vez más amplios conocimientos. En algún punto de la parte posterior de su mente centellearon imágenes como destellos desintegrados de un relámpago. Vio al pescador lanzando la red triangular. La imagen volvió a sorprenderle. ¿Qué importancia podía tener?
—No creo —continuó Llanfereit— que el anterior No Mago descubriese el refugio del Oscuro. De haberlo hecho, el ciclo de nueve mil años estaría cerrado. Sin embargo, lo sucedido en V'ryn del Norte indica lo contrario.
Llanfereit se volvió hacia Wedgebolt.
—Tal vez deberíamos intentar remar, después de todo —dijo sin hacer ningún otro comentario respecto a lo que acababa de decir; al parecer, había escuchado la conversación de Wedgebolt, Mano Firme y Kalyk.
Sin esperar respuesta, se dirigió de nuevo a Lethe.
—Hijo, aprovechemos el hecho de que disponemos de tanto tiempo para hablar —dijo con una sonrisa—. Ahora que has asumido que ciertos asuntos están en tus manos, considero que deberías estar al corriente de otras cosas. Acompáñame.
Llanfereit le condujo hasta el camarote de Matei.
Entonces que Lethe sabía más del Oscuro, se dio cuenta de que la búsqueda de los orígenes de la magia incolora, en realidad, había comenzado ese día.
Cuando Lethe y Llanfereit entraron en el camarote, el alto myster y Pit se encontraban inmersos en el estudio de un mapa de las islas.
—¿Un vacío? —preguntó Matei sin levantar la vista del mapa.
De hecho, se trataba más bien de una afirmación.
—Sí, un vacío —confirmó Llanfereit—. Y no parece que vaya a pasar pronto, si quieres saber mi opinión.
—No puede tratarse de una coincidencia —dijo Matei refunfuñando. Enderezó la espalda dándose un masaje en el cuello.
—No es una coincidencia —confirmó Llanfereit—, lo cual significa que ni siquiera unidos podemos solucionar esta situación haciendo uso de la magia. Afortunadamente, contamos con Lethe.
Sonrió, animoso, mientras hacía ese último comentario, pero Lethe pensó que no estaba siendo totalmente sincero. Matei enrolló el mapa. Lethe se sentó en un banco, detrás de la mesa. Pit se sentó a su lado y le rodeó con un brazo.
—Lethe, ya hemos hablado antes de esto: el tiempo apremia. El Oscuro nos lleva ventaja. Quizá todavía desconoce nuestros movimientos, pero este vacío no facilita las cosas. Matei, Llanfereit y yo creemos que tú eres el único que puede acelerar el curso de los acontecimientos —dijo.
La explicación confirmó las sospechas de Lethe de que Pit participaba habitualmente en las conversaciones entre Matei y su maestro como uno más. La miró de reojo. Sus grandes ojos ambarinos estaban muy cerca de los suyos. Sintió su calor. Había una tristeza indescriptible en su mirada. Se mesó los encrespados y rebeldes cabellos y se acercó aún más a él.
—Hemos llegado a la conclusión de que cuentas con múltiples poderes, una especie de conjunto de cualidades especiales que se hace cada vez más patente, no sólo a nuestros ojos, sino también a los tuyos.
Al decir esas últimas palabras, su voz sonó ronca. Vaciló y miró con desamparo a su maestro. Llanfereit también estaba sentado en el banco, al otro lado de Lethe, pero antes de que pudiera hablar, Pit continuó.
—Queríamos preguntarte si podrías intentar entrar de nuevo en… tu estado de sueño.
Dijo esto último en un susurro. Se aproximó aún más y le acarició el pelo.
—Lethe, te considero mi amigo. Nunca te haría daño intencionadamente. Tal vez todavía no tienes control sobre tus poderes. Tememos que lo que te estamos pidiendo pueda ser arriesgado. Podría ocurrir que invocases fuerzas fuera de tu control.
Llanfereit posó una mano sobre la pierna de Lethe.
—No nos mal interpretes. Si no deseas hacerlo, no lo hagas. Es sólo que… ¿Cómo decirlo? Contamos con tan poco tiempo. Esta mañana una de las palomas de Matei nos ha traído malas noticias de V'ryn Central. Como sabes, Rayn, aquel que vigilaba el avance de la magia incolora con su mujer Elin, no regresó de su ronda en el mar septentrional de la Noche. Hay indicios de que Rayn y el patrón de la embarcación se adentraron en el mar y fueron atacados por un monstruo marino. Hace algunos días, se encontraron las primeras señales de magia incolora en V'ryn Central. El Señor del mar de la Noche vuelve a la carga, Lethe. Y nosotros estamos ocupados descifrando los antiguos mensajes crípticos de un mago.
—Para ser sinceros, no sabemos qué más podemos hacer —añadió Matei—. No es que dude de tu capacidad para controlar tus poderes. Preferiríamos haberte pedido esto más adelante. Pero parece ser que la magia incolora sigue avanzando. V'ryn Central tiene unos cuantos cientos de habitantes, que probablemente deberán ser desalojados a Alto Serth y Serth Central, sin mencionar la pista que Llanfereit y yo encontramos en relación con los abismos de Lan-Gyt.
Esas palabras tocaron algún punto sensible en lo más recóndito de su mente, donde se almacenaba una gran cantidad de información todavía sin usar. Los abismos de Lan-Gyt. Nuevamente recordó las imágenes que había visto en la escuela.
Miró alternativamente a cada uno de los otros tres y sintió crecer la presión en algún punto detrás de sus ojos. Le estaban pidiendo que hiciera algo para lo que no estaba ni mucho menos preparado.
—En caso necesario —intervino Pit—, permaneceré a tu lado noche y día.
Había lágrimas en sus ojos, pero sus palabras estaban cargadas de valor.
Miró a Pit de soslayo, para después desviar la mirada hacia un ojo de buey, a través del cual se veía el fulgor anaranjado que anunciaba el final del día.
—Están sucediendo tantas cosas en mi interior —dijo con voz vacilante—. Vosotros lo sabéis. Pero no tengo control sobre mis visiones ni sobre mis poderes. Llegan de forma inesperada. No es sólo mi persona la que está evolucionando, sino también los poderes. Por otro lado…
Con la mirada fija en la distancia reflexionó acerca de sus últimas visiones. Incluso las voces parecían impacientarse. No podía quedarse allí, simplemente mirando, mientras la magia incolora se extendía sin encontrar el menor obstáculo, y él, el No Mago, aguardaba el momento en que estuviera preparado para enfrentarse al Oscuro. Probablemente, él era el único que podía detener su avance. En el ojo de su mente pudo ver cómo las principales islas, como Ostander, Lan-Gyt, Romander e incluso Loh, quedaban desmenuzadas, y sus habitantes se veían obligados a huir a los confines del reino.
De forma imprevista, sus pensamientos regresaron a Loh; pensó en Herde, en Janila, su madre, en el myster Jen, en el Instirium. De pronto, el hecho de que le hubieran expulsado de la escuela parecía irrelevante. Los problemas que le preocupaban hacía tan sólo algunos meses entonces se le antojaban banales. Había llegado a creer que su vida no tenía sentido. En cambio, en ese momento, pocos meses después, él era el único que podía salvar el reino. Hasta el más poderoso de los magos confiaba en él. Todos estaban impresionados por sus misteriosos poderes, poderes tan inexplicables que ni él mismo podía describirlos, por no hablar de hacer uso de ellos.
—No estoy preparado —dijo súbitamente, interrumpiendo el hilo de sus ideas.
Llanfereit le miró y alzó las cejas con asombro. Pero Lethe no se dio cuenta de ello; se había sumergido en los ojos de Pit. «Hazlo», le rogaban sus ojos, instándole a seguir adelante y considerar su petición, aunque él mismo no estuviera convencido de que pudiera hacerlo.
—No estoy preparado —repitió. Y a continuación, añadió con un suspiro—: No obstante, lo haré; si puedo.
Se levantó.
—Pero antes necesito algo de aire fresco.