En efecto, todos los poderes importantes estaban representados por el pacto de Kryst Valaere. La corte, Loh y los Solitarios se dieron cita en una alianza infame que desencadenó un conflicto en una época en la que únicamente la colaboración y la unidad podrían haber evitado la catástrofe. Sin embargo, ¿quién podía haber imaginado entonces el ataque por sorpresa que uno de aquellos poderes estaba maquinando?
ABEFANG DE TAYRIN,
Historia del reino de Romander, volumen 17 (de 8500 a 9000).
Cinco personas se encontraron después de la media noche en una habitación sin ventanas en el ala este del palacio de Kryst Valaere. La estancia estaba al final de un corredor desierto, más allá de las dependencias de los sirvientes. Había seis sillas alrededor de una mesa de madera de basel marrón oscura.
Danker, primer consejero del desran, y lady Hylmedera fueron los primeros en llegar. Hylmedera depositó su bolsa y prendió una vela en un candelabro de cobre. La luz titilaba sin cesar, lo que proyectaba en la pared sombras danzantes.
Poco después, apareció un hombre en la entrada; iba ataviado con un largo velum de color marrón, profusamente decorado con escenas religiosas y ribeteado de armiño, a modo de los jueces de los Solitarios. Su rostro quedaba oculto bajo un kapult gris oscuro.
La identidad de aquel hombre era un secreto bien guardado. Solía pasear por los pasillos de palacio, y corría el rumor de que se trataba de uno de los altos sacerdotes, pero nadie podía afirmarlo con exactitud. Hablaba con naturalidad en un tono autoritario, propio de alguien acostumbrado a ser obedecido.
—Podéis llamarme Hertas —había dicho aquel hombre durante su primer encuentro, hacía ya tres años—. No es el nombre que utilizo habitualmente, pero servirá. Me llamaban Hertas cuando era niño. En el lenguaje antiguo de mi isla natal significa algo así como «el tenaz».
Danker hizo un gesto invitándole a tomar asiento; Hertas aceptó y se sentó al lado del consejero. El silencio que se produjo a continuación sólo quedó interrumpido por el ruido repentino de la puerta al abrirse y la irrupción de la figura de un hombre de gran estatura. Vestía una toga negra hasta el suelo y en su mano derecha sostenía un reluciente báculo negro con un pomo dorado. Su rostro estaba sumergido en un potente Campo Borroso No Focal, al que se añadía un Plano de Sombras de Luz Gris Prismática, y su voz estaba distorsionada mediante un hechizo que sólo él conocía. El hombre había insistido también en que su identidad debía permanecer en secreto. Solicitó que se dirigieran a él llamándole Zaylaot, sin dar más explicaciones. Tenía una buena razón para ello: se trataba de un alto myster. Cerró la puerta y tomó asiento frente a Hertas.
Lady Isper no tardó en llegar. Entró en la estancia sigilosamente, con la vista clavada en el suelo, lo cual contrastaba con su porte habitual, y en silencio, ocupó un asiento frente a Danker.
Danker se incorporó, recorrió con sus ojos de color azul oscuro la totalidad de los asistentes a la reunión y aclaró la voz.
—Comencemos —dijo—. Todavía falta alguien, que hará aparición a petición mía, pero su presencia no es relevante en la primera parte de este cónclave.
Se humedeció los labios con la punta de la lengua.
—He recibido la noticia de que Dotar ha fracasado.
Hertas alzó el rostro de repente. Lady Isper permaneció inmóvil en su asiento y el alto myster movió con nerviosismo el báculo.
—Admitámoslo: esto supone un giro en los acontecimientos, tan imprevisto como indeseable —prosiguió Danker—. Según nuestros planes, el No Mago debería estar muerto, algo que sólo era cuestión de tiempo, hasta que Dotar nos informara de que había llevado a cabo su misión con éxito.
—Una noticia desconcertante —murmuró Hertas mientras retiraba el kapult que le tapaba los ojos—. Eso significa que debemos reconsiderar nuestros planes.
—Aún hay más —anunció Danker—. Parece ser que Dotar se ha unido al grupo del No Mago. ¡Dotar, el primer regulador!
—Un traidor para el gremio —dijo Hertas con una sonrisa de suficiencia—. ¿Adonde iremos a parar cuando no se respetan ni siquiera las verdades fundamentales del reino?
Danker le observó alzando las cejas con asombro.
—El traidor juzga al traidor —dijo en un tono obviamente sarcástico.
Hertas agachó la cabeza, farfulló algo incomprensible y se reclinó en su asiento. Danker examinó la estancia y finalmente miró a lady Isper.
—Eso no es todo —dijo con voz suave.
Lady Isper alzó lentamente la cara, en la que no quedaba ni rastro de la dureza habitual de sus rasgos; bajo sus ojos habían aparecido profundas ojeras. Parecía haberse desplomado en la silla, con las manos cruzadas sobre el regazo.
—Mi hijo —dijo con resignación.
Danker la observó un instante sin que su rostro denotara ninguna emoción. Se volvió hacia los demás.
—Sí, Marakis —confirmó—. El joven príncipe desapareció hace ya algunas semanas. Sabemos dónde se encuentra. Él también acompaña al No Mago.
Lady Isper permaneció con la mirada fija hacia adelante, como si pudiera ver a través de Danker. Se mordió los labios y sacudió la cabeza.
—Así que Dotar y Marakis se encuentran bajo la influencia del alto myster Matei —añadió lady Hylmedera.
Danker se sentó.
Poco a poco, Zaylaot levantó el rostro. Sus ojos, que flotaban en la vaguedad, tenían un brillo amarillento. Deslizó la mano por el báculo hasta llegar al pomo dorado. Hasta entonces la presencia del mago había pasado prácticamente desapercibida, pero de pronto se hizo patente, incluso aunque no pronunciara palabra.
Hylmedera se preguntó, de nuevo, quién podría esconderse bajo esa máscara de ambigüedad. Por supuesto, no podía tratarse de Matei, de modo que quedaban seis posibles candidatos. Pero había otras pistas: parecía inverosímil considerar la posibilidad de que fuera Karn quien ocupaba el asiento de enfrente. A pesar de que con toda seguridad se trataba de un mago de la corte inconformista, sus ideas tenían muy poco en común con las del grupo de conspiradores allí reunido. Tampoco parecía probable que se tratase de Balmir o del joven Harkyn. Wyl, Berre o Gezyrah parecían las opciones más plausibles, pero el disfraz de Zaylaot no permitía hacer conjeturas.
—Quizá seamos los únicos capaces de evitar el caos —intervino Zaylaot—. Ha llegado la hora de forjar nuestra alianza para convertirnos en la fuerza que eventualmente se hará con el poder.
Se produjo un tenso silencio.
Finalmente, Zaylaot se aclaró la voz, y su toga volvió a cambiar de color; pasó del púrpura al gris. Después pareció como si la prenda exudara todos los colores.
—¿Dónde se encuentra el grupo encabezado por el No Mago?
—De acuerdo con las informaciones más recientes, acaban de abandonar las islas Espejo —respondió Hylmedera—. Tanto Dotar como Marakis se unieron al grupo en la Torre del Viento. Se dirigen hacia las Rompientes Exteriores. Parece ser que algo importante está ocurriendo allí.
Danker le lanzó una mirada penetrante, sacudió la cabeza y prosiguió.
—Nuestro confidente mencionó la desaparición de una isla.
—¿Desaparecida? —La voz de Hertas subió una octava—. En nombre del Creador, ¿cómo puede esfumarse una isla?
—Hertas no conoce su propia historia.
A pesar de que Zaylaot había pronunciado esas palabras con suavidad, su voz llenó la estancia.
—Hace nueve mil años, desaparecieron varias islas —añadió—. El reino entero estaba amenazado. Por lo que sé, en aquella época la magia incolora llegó a afectar a la mayoría de las islas. Tengo en mi haber la copia de un mapa de más de nueve mil años de antigüedad. Algunas islas todavía pueden deducirse por su contorno, como por ejemplo Romander, Delft, Ostander, Ynystel y la isla de los Gatos. En el lugar en que hoy se encuentran Aerges y Carabela, había otras islas de mucho mayor tamaño. La superficie de Loh era casi el doble de la actual, y prácticamente lindaba con Ribbe al oeste.
—¿De qué nos sirve esa información ahora? —preguntó Hertas con acritud.
El kapult se le deslizó ligeramente hacia atrás. Por un instante, se hicieron visibles la mitad inferior de su pálida tez y la angulosa mandíbula. Con un veloz movimiento, Hertas devolvió el kapult a su lugar.
La toga de Zaylaot pasó del negro al púrpura. El alto myster se volvió hacia Danker.
—En el seno de nuestro grupo anida la insensatez —bufó—. No es mi cometido convencer al solitario de la relevancia de mis palabras.
Danker hizo un gesto apaciguador y volvió a levantarse de su asiento.
—Los acontecimientos están acelerando su curso. El desran —y al decir esto miró a lady Isper entornando los párpados— no es consciente de la gravedad del peligro. Ni siquiera se ha dado cuenta de que Romander se encuentra al borde del abismo. Con demasiada frecuencia se retira a su torre de cristal y evita tomar las decisiones necesarias. Incluso su esposa lo admite. Los habitantes de la isla deberán elaborar una estrategia propia para hacer frente a la amenaza. Empezarán a cuestionar la autoridad del desran. A continuación, será la confianza en él la que quedará en entredicho. Lady Isper, lady Hylmedera, caballeros, si no actuamos pronto, se hará el caos. Y entonces, por primera vez desde los días de la Gran Sublevación, hace ahora dos mil cuatrocientos cinco años, el reinado del desran de la ciudad de Romander estará en tela de juicio.
Apartó la silla.
Zaylaot hizo un movimiento.
De nuevo pareció que todos los colores abandonaban su toga, lo que hizo brillar la figura de Zaylaot en un tono gris y amarillo.
—Una alianza semejante sólo será viable si está respaldada por el poder suficiente. Cuando digo esto, me refiero al ejército, a los regentes y, especialmente, a mis colegas altos mysters.
Estas palabras sacaron a lady Isper de sus cavilaciones. Alzó su imponente rostro.
—El ejército está dividido —dijo—. Tan sólo una nimia minoría de los altos cargos estarán de nuestro lado incondicionalmente cuando llegue el momento. Ya he hablado con Danker sobre los regentes. Deberemos rendirles una visita con el fin de saber cuál es exactamente su posición. Ese proceso ya ha comenzado.
—Yo me encargaré de visitar personalmente las principales islas —añadió Danker—. Después de esta reunión, partiré hasta Hemthora de inmediato para hablar con el regente Vyrten Dim. Talvera.
—Respecto a los altos mysters —prosiguió lady Isper con parte de su mordacidad habitual recuperada—, esa tarea te la hemos reservado a ti, Zaylaot.
La toga gris de Zaylaot de nuevo se tornó negra.
—Más adelante —dijo el mago como única réplica.
Nadie se atrevió a cuestionarle.
—¿Qué hay de los Solitarios? —preguntó lady Hylmedera mientras lanzaba una mirada a Hertas mezcla de curiosidad y escepticismo.
—Aernold de Sey Hirin es un hombre poderoso —respondió Hertas inmediatamente, como si tuviera preparada la respuesta—. Puede ser que haya una o dos personas de su entorno que no profesen la fe en el mismo grado que él, pero no creo que se atrevan a hacerle frente. Tendré que actuar por mí mismo.
Zaylaot sintió la necesidad de expresarse.
—¿De modo que desafías a tu más alto señor, Hertas? —comentó en tono burlón—. ¿Sabe que estás aquí, traicionando su confianza?
Hertas se sonrojó, pero permaneció callado.
—He realizado ciertas pesquisas —intervino Danker con el fin de evitar la polémica—. He redactado el borrador de un pacto. Debemos…
—Ningún acuerdo por escrito —espetó Hertas.
Danker se volvió hacia el solitario.
—Este pacto no requiere firmas, Hertas. Cada uno debe leerlo y dar mentalmente su conformidad. Aquel que incumpla las condiciones de este acuerdo estará a merced de la ira de las cuatro personas traicionadas.
Hizo una señal con la cabeza a lady Hylmedera, la cual extrajo cinco pergaminos de su bolsa y comenzó a distribuirlos.
Todos leyeron los pergaminos. Hertas hizo unas cuantas preguntas y se mostró aparentemente satisfecho con las respuestas ofrecidas por Danker y Hylmedera. Lady Isper sólo deseaba saber si, llegado al extremo, se respetaría la vida de su marido. Danker le confirmó que así sería.
—En el futuro, algún día tendremos el poder sobre el reino —dijo Hertas, repentinamente—. ¿Quién de nosotros asumirá el papel de líder en lugar del desran?
—Nosotros cinco seguiremos tomando todas las decisiones —respondió Danker, lanzando una mirada inquisitiva a Hertas—. Propongo que lady Isper reclame el trono.
Silencio. Miradas cruzadas. La sala parecía sofocada por el ansia reprimida de poder, pero nadie se atrevió a objetar su propuesta.
—La única opción correcta —dijo Zaylaot, cuya toga adquirió un tono amarillo pálido. Se volvió hacia lady Isper—. No se hable más, señora. El trono será vuestro.
Lady Isper miró al alto myster con frialdad. Zaylaot le devolvió una mirada inexpresiva desde la pantalla de su Campo Borroso No Focal y el Plano de Sombras de Luz Gris Prismática.
—Como podéis haber comprobado —dijo Danker para terminar, señalando los pergaminos—, he incluido únicamente condiciones generales. Cada uno de nosotros tiene la capacidad de aceptarlas, pero debéis saber que conllevan ciertas obligaciones.
Colocó su mano sobre la mesa, con la palma hacia arriba. Su voz se convirtió en un susurro.
—Cinco manos. Quiero ver cinco manos, una encima de la otra.
Hylmedera se levantó y puso la mano sobre la suya con gesto solemne.
Lady Isper vaciló, quería decir algo, pero finalmente se encogió de hombros y dispuso la palma de su mano sobre la de Hylmedera.
Hertas miró atentamente a los demás.
—Voy a arriesgar mi vida al hacer esto. Tiemblo con sólo pensar en el castigo del dulse si descubre que me he vuelto contra él y contra el desran.
Se levantó con un suspiro y puso su mano encima de la de lady Isper.
—Eso no es nada en comparación con nuestra venganza, la que pensaremos para ti, Hertas, si rompes este juramento —susurró Danker.
Por un instante, los ojos del consejero brillaron con un fulgor negro. Hertas esquivó la mirada.
Danker se volvió hacia Zaylaot.
—¿Alto myster?
—Yo no vacilaré —dijo Zaylaot, cuya voz sonó con un extraño eco.
Hylmedera le miró atónita, puesto que había reconocido la otra voz. Indagó en su memoria, pero no pudo encontrar el nombre del alto myster a quien correspondía.
—Simplemente deseo dejar claro, incluso para mí mismo —dijo Zaylaot con su tono monótono habitual—, que el juramento que hice como alto myster tal vez entre en conflicto en ocasiones con las acciones que deberemos llevar a cabo.
Lentamente, puso su mano encima de las demás.
—Sea —dijo en voz baja, pero resuelta.
—El pacto de Kryst Valaere queda sellado en el día de hoy en espíritu —anunció Danker. Y añadió de forma severa—: En espíritu, que para mí tiene más valor que las palabras escritas. Aquel que viole este juramento morirá. Los pergaminos serán destruidos, puesto que no debe quedar rastro del pacto.
Les indicó por señas que volvieran a sus asientos, se dirigió hacia la puerta y la abrió para hacer que pasara un hombre de unos treinta años de edad. Sus cejas blancas y estilizadas, sus andares felinos y su vestimenta sugerían que se trataba de un regulador. Llevaba recogidos los lacios cabellos negros con una cinta dorada. Examinó la estancia con sus ojos entre azules y grises. Se inclinó ante lady Isper y saludó con un gesto de cabeza a los demás.
Danker le puso una mano encima del hombro.
—El primer regulador Tracter de Wikkel —dijo—. Le ordené que regresara expresamente antes de tiempo de una misión en Handera. Tracter es…, aparte de Dotar, el mejor regulador de Romander. Dotar ha roto su juramento, así que sólo queda Tracter. Él y otros reguladores están furiosos, aunque no demuestren su ira. Han jurado eliminar a Dotar. La buena noticia es que, según parece, el joven aprendiz de regulador Steyn está siguiendo al No Mago, Dotar y al resto de su infame cuadrilla. Tal vez podamos asignar a Tracter y sus colegas del gremio, así como a Steyn, una misión de miras más amplias, que incluya al No Mago y a los conspiradores que le acompañan. Tal misión será de carácter oficial si está firmada por lady Isper. Ella está autorizada en calidad de primera esposa, de acuerdo con las normas de protocolo.
Lady Hylmedera y Hertas se mostraron de acuerdo. Lady Isper aceptó.
—Steyn no es rival para Dotar —intervino Zaylaot.
Danker contestó con los ojos entrecerrados.
—Steyn es un brillante aprendiz de regulador. Dotar ya no es regulador. Sabe que ha roto el juramento, y eso le hace más vulnerable. Además, no creo que Dotar sepa que Steyn va tras él. Espero, como mínimo, que el combate esté igualado.
»Dejemos claro —prosiguió Danker— que es una operación secreta, que se desprende directamente de nuestro pacto. Ninguno de los presentes dirá una sola palabra de lo que se ha hablado aquí.
Tenía la mirada afilada; las pupilas, del tamaño de la cabeza de un alfiler.
—Está decidido —dijo mientras caminaba hacia la puerta—. Vamos, hay mucho que hacer.
Ya en la puerta detuvo a lady Isper y al alto myster.
—Me gustaría hablar con ambos sobre el desfile.