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Laberinto (3)

El ser es un mar que mira hacia dentro. Y yo, poseedor de mi propio ser, temo que el agua llegue hasta su mismo centro.

Los límites de la mente alcanzan a ver mucho más allá del campo de visión, pero únicamente cuando descubra, o redescubra, el núcleo del ser (lo cual puede llevar toda una vida), podré vencer mis miedos.

¿Y qué es lo que alimenta este miedo? El redescubrimiento de los errores.

LADY ASRATH DE OSCURA,

Peregrinaje hacia el alma, prólogo

La criatura vagaba por el laberinto.

Por primera vez desde que parte de su conciencia había regresado, podía penetrar más profundamente en zonas que no recordaba. A veces sentía que flotaba. Veía paisajes de belleza sin parangón, criaturas que lo reconocían y otras que le eran hostiles por razones que desconocía.

El tamaño del laberinto le sorprendió. Había estado viajando durante mucho tiempo. Cuando cayera la oscuridad sobre la distante superficie, se tomaría un respiro. De forma sutil, en el interior de la criatura, muy adentro, había aparecido una sensación de desasosiego. Buscaba algo, y aunque no tenía idea de cuál era el objeto de su búsqueda ni de su aspecto, sabía que lo reconocería inmediatamente en caso de encontrarlo. Entretanto, su asombro crecía por momentos. ¿Eran ésos sus dominios, esa sucesión aparentemente interminable de corredores?

Pasó un tiempo antes de que el agua hubiera desaparecido lenta pero totalmente de los pasadizos. Mirando atrás, ni siquiera era capaz de concretar cuándo había empezado ese fenómeno.

La confusión de la criatura iba en aumento. En ocasiones, tenía momentos de lucidez. Entonces se daba cuenta de que no pertenecía a esa maraña interminable de pasadizos; en cambio, el laberinto le pertenecía a él. Si eso era cierto, ¿dónde estaba el centro? ¿Por qué sentía ese profundo desarraigo? ¿Acaso había perdido el control sobre su laberinto, el lugar que albergaba su cerebro? Mientras pensaba eso, vislumbró un instante de completo entendimiento, pero se disolvió en cuestión de segundos, y de nuevo regresó al confuso caos de pasadizos.

¡Aire!

Recordaba la sensación de liberación que siempre acompañaba ese momento. Pero con el aire llegó el hedor. El hedor de la putrefacción, denso y viciado, invadió los pasillos y llegó a marearle. Sin embargo, continuó con la misma determinación de siempre. Esa idea le sorprendió. Mareado o no, seguía atravesando el laberinto sin detenerse.

En una encrucijada, entró en un corredor que parecía distinto. Durante la mitad del día siguió avanzando por él, sin ver ningún pasadizo lateral. A veces encontraba algún nicho angosto, como si se hubiera tapiado el acceso a otro corredor. Percibía un olor vago e indescriptible, pero que despertaba recuerdos en su interior. El anhelo de una vida diferente asaltó su cerebro. Se tambaleó, vaciló. Iras reflexionar largo tiempo, decidió no seguir adelante. Dio media vuelta y regresó por donde había venido.

Cuando por fin llegó al cruce, en menos de un segundo decidió retomar el pasaje que había abandonado antes.

El aspecto de los corredores volvió a cambiar algo más tarde. Al principio, se trataba de túneles que oscilaban levemente, por cuyos muros fluía un líquido de color rojo y azul oscuro, pero a medida que la criatura se adentraba en el laberinto, los túneles fueron transformándose paulatinamente en perfectas y refulgentes cúpulas con un suelo uniforme de arena gris y menos curvas. A veces la criatura oía algo, una especie de crujido, y veía cadenas de luz azul destellando a través de los pasadizos.

Recientemente había empezado a ser consciente del fluir del tiempo, pero parecía que el concepto perdía fuerza de nuevo.

El tiempo, cuya noción se disipaba fácilmente en los pasadizos, estaba entrelazado como una sarta de cuentas transparentes. Tenía algo que ver con los conceptos de «día» y «noche» que había conocido una vez.

Nuevamente cambió el aspecto de los pasadizos; entonces ascendían poco a poco. La oscuridad era aún mayor, pero los destellos azules eran más frecuentes. Su vista se adaptó a la oscuridad. Aprendió a interpretar los contornos, y a veces esperaba hasta el siguiente destello antes de proseguir su camino.

Cuando la oscuridad se hizo aún más intensa, percibió una presencia. Al aproximarse al lugar en el que se encontraba ese «algo», empezó a moverse sigilosamente. No se trataba de una simple presencia; una red de poder cubrió su mente como una manta.

Sintió que llegaba al centro del laberinto. Vestigios de recuerdos penetraron en su mente. Una palabra resonó a través de sus pensamientos: «IFARLE».

Cuando cesó el eco, un contorno apareció en el ojo de su mente. Los pedazos de conocimiento fueron colocándose en su sitio. Los fragmentos de recuerdos se unieron para formar una serie de imágenes. Todo lo que no sabía antes, lo que de ningún modo podía haber sabido, creció hasta convertirse en una conciencia colosal, aunque incompleta; había huecos como agujeros negros, y briznas de conocimiento se filtraban a través de las fisuras de la red. Pero todavía contaba con más conocimientos de los que su diminuta mente podía albergar. Presa del pánico, era incapaz de pensar.

De pronto, percibió una voz que entonaba una canción sin palabras. Eran notas agudas, que sonaban más como un silbido. Los colores se ondulaban con el ritmo lento de la canción. Rojo, verde, azul, amarillo; podía reconocerlos casi todos, pero había un color distinto. Daba la impresión de tener profundidad; lo más parecido era una mezcla imposible entre marrón y gris, un gris cambiante, en el que se unían todos los colores que conocía. Cada matiz de gris brillaba como un foco de mangiet puro. El color se difuminaba hasta convertirse en un amarillo pálido en los límites de su capacidad de visión.

Empezó a moverse de nuevo, aguijoneado por una vaga sensación. Justo por encima del silbido oyó una voz susurrante: «IFARLE».

¿Acaso lo estaba llamando? ¿Era ése su nombre? Sus recuerdos no podían confirmárselo.

Miró en derredor. Al final del largo y ancho túnel titiló una luz que parecía negra. Se dirigió hacia ella, con curiosidad, mientras algo en su interior oponía una fiera resistencia. Cuando casi había llegado, empezaron a unirse los fragmentos de oscuridad. La oscuridad se intensificó y se arremolinó alrededor de un foco de color amarillo pálido. Sus bordes eran de aquel color inexistente, que se intercambiaba perfectamente con la oscuridad, tan negra como el mangiet. En el centro de ese lugar el amarillo se intensificó, se contrajo, se filtró en su conciencia. Unos ojos melancólicos se encontraron con los suyos.

Una mirada triste.

¡Su mirada!

¡Él había sido un ser humano!

Ese descubrimiento le impactó empapándolo como un jarro de agua fría. El negro intenso empezó a reunirse en un punto central, hasta que todo lo que pudiera recibir la denominación de «noche» o «negro» se hubo concentrado en una bola diminuta y oscilante de negrura de una intensidad insólita, rodeada de un halo amarillento y aquel color gris imposible. Parecía la pupila de un enorme ojo.

¿Un ojo? ¿Podría tratarse de un ojo?

Percibió una penetrante fetidez. Un fuerte silbido, que parecía provenir de más allá del punto negro, fue aumentando de intensidad, hasta hacerse insoportable. Se vio obligado a retroceder.

De pronto, el halo amarillento empezó a refulgir con fuerza. La oscuridad oculta tras él se desplazó hacia adelante; la luz fue perdiendo fuerza hasta apagarse completamente. Se sintió abrumado por la presencia que habitaba la oscuridad. Una voz como una roca retumbó por todo el laberinto: «IFARLE».

La magia crujió y crepitó a través de los corredores. Los muros empezaron a oscilar y a vibrar, y lo acorralaron. Sintió que el laberinto mismo lo atacaba por todos lados. De pronto, él era el laberinto. El ojo aumentó de tamaño hasta ocupar la totalidad de su campo de visión: lo asaltó y se escindió en un millar de ojos. Una bola de miedo estalló detrás de sus retinas. Los fragmentos salieron despedidos en todas direcciones dentro de su mente, intentando escapar del laberinto de su cerebro. Sintió que su conciencia se alejaba revoloteando como una paloma herida.

En la línea fronteriza entre el conocimiento y la ignorancia, un destello fugaz le reveló quién había sido y en qué se había convertido a lo largo de todos esos siglos. Sus cuerdas vocales, tanto tiempo ociosas, emitieron un grito quebrado y desgarrador.