Se ha dicho mucho acerca de la realidad, acerca de las definiciones de los mejores científicos y todas sus variantes. No puedo evitar afirmar que la realidad está vinculada a cada individuo. Cada persona tiene sus propias ideas acerca de la realidad; cada ser humano la percibe de forma distinta. La diferencia radica en los detalles.
El gran Cuensins dijo en una ocasión: «A veces creo que he estado hablando con alguien acerca de la misma realidad durante días, y entonces sucede que un comentario, hecho por mí o por mi interlocutor, echa por tierra en su totalidad la estructura de teorías y supuestos».
Cuando utilizamos la realidad como un precepto, demostramos nuestra ignorancia.
DURG DE OSCURA, Carecemos de marcos, definiciones
Salieron inmediatamente después de desayunar.
Un pálido sol matinal hizo aparición en un cielo azul desvaído. Las nubes empezaron a agolparse en el horizonte, al norte, y el viento frío e intenso les recordó que todavía era invierno. Se abrigaron envolviéndose en sus capas.
Desde la distancia les llegaba la canción de múltiples tonos de la Torre del Viento. Al aproximarse, vieron la figura de una mujer. Estaba sentada sobre una roca cubierta de musgo, caracoles y liquen, con la mirada perdida en el mar. Vestía una toga de color verde oscuro, y llevaba la melena de color gris recogida con una cinta de color púrpura.
Había algo familiar en aquella mujer. ¿Era su pose, o tal vez su figura? La memoria de Lethe no pudo ofrecerle ninguna respuesta.
De pronto, Llanfereit se dirigió hacia ella y le habló, para sorpresa de Lethe, en un lenguaje desconocido. La mujer murmuró algo en un tono únicamente audible para Llanfereit y acto seguido se incorporó. Su capa cayó al suelo. Un pájaro gris con una cresta púrpura y una larga cola de color verde oscuro alzó el vuelo. Entonces, Lethe recordó: era la mujer que se había transformado en ave en su sueño.
Los miembros del equipo quedaron tan estupefactos que les fue imposible reaccionar. Llanfereit se inclinó haciendo ademán de recoger la capa, pero ésta se desintegró cuando la tocó. Todos profirieron exclamaciones de asombro. Únicamente Lethe advirtió el gesto que Llanfereit hizo a Matei con la cabeza, como una confirmación. Se sintió algo molesto. Querían que tomase el mando, pero por lo visto seguían teniendo secretos. Decidió que hablaría con Llanfereit más tarde.
—En nombre del Creador, ¿qué era eso? —preguntó Marakis mientras se aproximaban a la Torre del Viento.
—Ahora no —dijo Matei—. Es la confirmación de algo que ya sospechábamos Llanfereit y yo, algo que tiene que ver con la magia del tiempo doble. Hablaremos de ello esta noche. Primero debemos trabajar en el enigma.
Avanzaron hasta llegar al pie de la torre.
—¿Por dónde empezamos? —preguntó Gaithnard.
Ninguno de ellos supo responder.
Matei y Llanfereit siguieron avanzando y examinaron la entrada. Gaithnard, Marakis y Dotar esperaron. Lethe ascendió por el interior de la torre seguido de Pit.
Lethe recorrió con la mirada los muros de basalto y mangiet, pero no vio nada parecido a las inscripciones.
—«No está aquí, sino allí, al otro lado del mar, donde el aire en movimiento casi se ve atrapado por el sonido. En su regazo reside la respuesta» —murmuró, recitando las Inscripciones de Ak Romat.
Pit, de pie, a su lado, pudo oírle.
—¿Estamos seguros de que se refiere a la Torre del Viento? —se preguntó Lethe en voz alta.
Dio un paso hacia adelante y acarició con sus dedos la superficie rugosa del basalto, como si de ese modo fuera a conseguir la respuesta a su pregunta.
De repente, el viento amainó y también cesó el cántico de la Torre del Viento. Lethe miró hacia arriba. Un centelleo justo en los límites de su capacidad de visión le abstrajo momentáneamente de la realidad.
—Por supuesto, un myster debe ser capaz de percibir los acontecimientos decisivos cuando éstos se presentan —dijo una voz que reconoció como la del myster Jen, el que fuera su maestro—. Cuando llegue el momento, cuando sea pertinente, deberás interpretar ciertas cosas en su sentido literal, Lethe. Pero debes ser consciente de que lo «literal», en ocasiones, es lo contrario de la realidad.
Seguía mirando hacia arriba. Sus visiones habían dejado de sorprenderle. Su mente, enfocada en los objetivos, ya estaba intentando comprender el significado de esa última.
En un nivel superior, empezó a comprender mejor cómo trabajaba su mente. Todo lo que precisaba para resolver un problema ya estaba en su interior. Sólo necesitaba aprender la forma de llegar a la fuente, al núcleo de conocimiento, lo más rápido posible.
Todavía había otro nivel por encima, y le causó sorpresa. ¿De dónde provenía todo ese conocimiento? Por supuesto, había aprendido mucho en el Instirium antes de ser expulsado, pero era consciente de que las enseñanzas allí recibidas eran tan sólo una fracción de su verdadero conocimiento. Poco a poco se había dado cuenta de que existía un depósito prácticamente inagotable en algún lugar por debajo de la superficie de su conciencia. ¿En qué consistía esa fuente? ¿Acaso Matei o Llanfereit tenían participación en ella? No le parecía demasiado probable.
Debía dedicar algún a tiempo a reflexionar sobre ello, pero entonces las inscripciones estaban esperando. Asió a Pit por el hombro.
—Busquemos una nueva perspectiva —dijo con suavidad.
Pit le miró atentamente, con los ojos muy abiertos.
—¿Qué quieres decir?
—¿Cuál es el mensaje de las Inscripciones de Ak Romat? «Aquello que parece tocar las estrellas oculta su significado en el regazo de la isla más antigua».
—Sí —confirmó Pit—. «Aquello que parece tocar las estrellas…». Eso hace referencia a la Torre del Viento, ¿no es cierto?
Matei y Llanfereit regresaron. Los otros tres miembros del equipo escuchaban atentamente el intercambio de ideas entre Pit y Lethe. De nuevo parecían estar a punto de dar un gran paso adelante en la resolución del misterio.
—Se trata de la Torre del Viento, efectivamente —constató—, pero me parece más interesante el resto de la Inscripción. Estamos buscando dentro o en las proximidades inmediatas de la Torre del Viento. Podríamos deducir que algo realmente importante se esconde en su interior.
Señaló hacia la estructura de lo alto de la torre, que contaba con aberturas de varios tamaños.
—Allí.
—Pero ¿acaso tú dudas que sea así? —preguntó Pit, arrugando el ceño—. ¿Qué más dicen las Inscripciones de Ak Romat?
—Sigo atascado en algunas palabras para las que quizá todavía no hayamos encontrado la traducción correcta —pensó Lethe en voz alta.
Tocó el basalto, imitando el gesto que anteriormente había hecho Pit.
—«Aquello que parece tocar las estrellas oculta su significado en el regazo de…» —murmuró.
—Lo que debería estar oculto ahí arriba, en realidad, está aquí abajo —añadió Pit.
—¡En el interior de la tierra! —exclamó Lethe. Retrocedió unos cuantos pasos—. No se encuentra aquí, en la superficie de la tierra, sino más abajo. ¡En el regazo de la tierra!
Se giró hacia Matei.
—Hay algo más, algo a lo que llevo dando vueltas desde hace días. ¿Por qué se llama el pueblo Cueva de Nardelo? No hemos visto ninguna cueva. ¿Tal vez en la antigüedad sí hubo una cueva? El nombre no puede hacer referencia a la entrada de la Torre del Viento, puesto que no merece precisamente esa denominación. Además, ésta da acceso directo a la torre. Quizá los habitantes del pueblo conocen la entrada de alguna cueva o dónde pudo haber estado.
Matei profirió una carcajada.
—Fantástico, Lethe, ya has superado mis más ambiciosas expectativas, y apenas hace unas cuantas semanas que emprendimos la búsqueda.
El comentario de Matei hizo que de nuevo se sintiera incómodo, pero debía admitir que tenía razón. En muy poco tiempo habían sucedido muchas cosas en su vida.
—Intentemos en primer lugar encontrar esa cueva —dijo, involuntariamente en un tono más áspero del habitual.
Se dividieron en dos grupos y dedicaron varias horas a inspeccionar los alrededores de la Torre del Viento, pero no encontraron ningún indicio de la existencia de una cueva. Cuando volvieron a reunirse al pie de la torre, Matei propuso dar por finalizada la búsqueda ese día.
—Tal vez sería mejor hacer algunas pesquisas en el pueblo —sugirió.
Todos se mostraron de acuerdo. Además, era la hora del almuerzo. Regresaron a la posada. Lethe no podía dejar de pensar en el enigma. Tras el almuerzo, habló con el posadero para preguntarle quién podría conocer bien la historia del pueblo.
Stander le lanzó una mirada inquisidora.
—¿Por qué necesitáis semejante información, joven señor?
—Estamos realizando excavaciones en el interior y alrededor de la Torre del Viento.
El posadero reflexionó antes de responder.
—Tal vez deberíais hablar con Weribalt, el viejo capitán del cabo, o con el pregonero del pueblo, Sprondel, que es quien más sabe acerca de la Torre del Viento. Desde que era un niño no ha dejado de investigar el subsuelo.
Lethe se mostró satisfecho con la respuesta.
—¿Dónde podemos encontrar a ese tal Sprondel?
—Vive cerca del cabo Akor, al norte de la Torre del Viento. Siguiendo el camino de la Torre, su casa es la tercera. A esta hora del día debe estar sentado fuera, en un banco. Puede ser que Sprondel no parezca demasiado comunicativo, pero no hay quien le pare cuando empieza a hablar de sus pasiones. Pese a haber sido el pregonero, Sprondel no es un estúpido. ¡Ah!, deberéis hablarle en un tono más alto de lo normal, su oído ya no es el que era.
Lethe agradeció a Stander la información.
—Que te acompañe Pit —sugirió Matei—. Os esperaremos aquí. Tengo algunos asuntos que tratar con Llanfereit, y debo enviar una paloma a la ciudad de Romander.
El cabo Akor era un angosto acantilado, de aproximadamente treinta metros de altura, que se adentraba en el mar como un largo cuchillo de color gris. Unos cien metros más allá del cabo, una senda se desviaba bruscamente hacia el nordeste. En la parte del camino que daba a la costa había una choza desvencijada, con algunos boquetes en el tejado. El porche, con vistas a los límites occidentales del mar del Espejo, necesitaba una mano de pintura. Un anciano estaba sentado allí, apoyado en su bastón, inmóvil. Por un instante, Lethe creyó que estaba dormido, pero al acercarse, el hombre alzó el rostro, y Lethe sintió cómo le examinaban unos ojos marrones por debajo de unas cejas finas y negras.
—¿Sprondel? —preguntaron Lethe y Pit casi al unísono.
El hombre se puso en pie con una rapidez sorprendente.
—¿Quién le busca? —inquirió con desconfianza en voz alta.
—Stander, el mesonero de El Pez Fugitivo, nos dijo que podríamos encontrarle aquí —respondió Pit con la mayor amabilidad posible.
—¿Qué? ¿Quién? —El hombre se llevó la mano a la oreja para oír mejor.
Lethe elevó el tono de voz.
—Stander mencionó su nombre. Buscamos a alguien que conozca la historia completa de la Torre del Viento.
Sprondel los observó. Aparentemente, pareció agradarle lo que vio, porque en seguida señaló el banco. Lethe y Pit interpretaron el gesto como una invitación para tomar asiento. Se sentaron a ambos lados de Sprondel, que los miró alternativamente, alzando las cejas en señal de asombro.
—No sois de la isla —dijo.
—Yo soy de Loh —dijo Lethe—, y Pit es de Warding.
De nuevo, los examinó con atención.
—Estáis muy lejos de vuestro hogar. ¿Qué deseáis saber?
—Formamos parte de un grupo que está investigando sobre la Torre del Viento —empezó a decir Pit—, pero tenemos especial interés en Cueva de Nardelo.
—¿Por qué recibe el pueblo ese nombre, Cueva de Nardelo? —prosiguió Lethe—. Por lo que sabemos, no hay ninguna cueva en el pueblo ni en sus alrededores.
Los ojos de Sprondel se iluminaron. Apoyó el bastón en el suelo y enderezó la espalda, como si de repente hubiera rejuvenecido.
—La cueva —dijo—. Por fin.
Dirigió la mirada hacia el horizonte y suspiró.
—Los isleños nunca se han tomado la molestia de preguntarse cuestiones semejantes, aunque su vida se desarrolla casi encima de las huellas de la historia. La isla entera está salpicada de monumentos y ruinas. Los habitantes de Cueva de Nardelo viven a tiro de piedra de la Torre del Viento, pero ¿qué les importa? No son capaces de valorar ese excepcional monumento; oyen la voz sibilante de la torre y en ningún momento se han cuestionado cuál podría ser su significado. Nunca se han preguntado por qué su pueblo recibe el nombre de Cueva de Nardelo. A veces pienso que yo soy el único que se ha planteado semejantes cuestiones.
Se incorporó sin utilizar el bastón y dio unos cuantos pasos vacilantes, de espaldas a Lethe y Pit.
—Sois muy jóvenes para ser investigadores —dijo mientras se volvía hacia ellos—. Cuando yo tenía vuestra edad, encontré la cueva, casi sin darme cuenta.
Al contemplar sus caras de sorpresa sonrió, mostrando su dentadura defectuosa. Regresó al banco arrastrando los pies y se dejó caer entre ambos.
—¿Ya la habéis buscado?
Ambos asintieron.
—¿Buscasteis en los alrededores de la Torre del Viento? ¿Habéis buscado pistas en el interior de la torre?
De nuevo, asintieron con la cabeza.
Sprondel sonrió.
—Deberíais haber acudido a mí antes. Podría haberos ahorrado mucho trabajo. El reino está compuesto en más de sus tres cuartas partes por agua, y vosotros estáis buscando únicamente en la tierra. Camináis hacia la costa, vuestros pies tocan el agua, y en seguida dais media vuelta.
Sin esperar ninguna respuesta, Sprondel tomó su cayado, luego lo clavó en la arena delante de los pies y apoyó la barbilla sobre las manos.
—Cuando tenía quince años, podía nadar como una rata acuática. Podía bucear y permanecer bajo el agua a mayor profundidad y durante más tiempo que ninguno de mis amigos. Nadaba al lado de los bancos de peces piedra como si fuera uno ellos. Buscaba ostras de kelp azules en las fisuras de las rocas. Así es como encontré la entrada de la cueva. Nunca se lo conté a nadie. Era mi lugar secreto.
Parecía estar ligeramente sorprendido.
—¿Por qué os estoy contando esto?
—¿Acaso la cueva se encuentra bajo el agua? —preguntó rápidamente Lethe, temiendo que Sprondel cambiara de opinión—. ¿Cómo podemos acceder a ella?
Sprondel le miró de reojo y sacudió la cabeza.
—La entrada se encuentra sumergida, pero parte de la cueva está por encima de la superficie marina.
—¿Dónde está la entrada?
—Cerca de la Torre del Viento, por supuesto. La cueva se prolonga hasta los cimientos de la torre. Está llena de símbolos escritos en una lengua extraña.
Lethe y Pit intercambiaron miradas. Ya habían encontrado las Inscripciones, por lo menos, en teoría.
—«Aquello que parece tocar las estrellas oculta su significado en el regazo de la isla más antigua» —dijo Lethe suavemente, para sí mismo.
—¿Qué has dicho, muchacho? —preguntó Sprondel.
—Me preguntaba si podría indicarnos la entrada de la cueva —dijo Lethe en voz alta—. Tal vez nosotros seamos capaces de descifrar esos símbolos.
Sprondel negó lentamente con la cabeza, que seguía apoyada en sus manos. Lethe miró a Pit un tanto decepcionado.
—No —respondió Sprondel—, hoy no. Mi amigo, el patrón Weribalt, vendrá a visitarme. Además, muy pronto habrá marea alta, y eso añade cuatro metros más a la inmersión. Pero podéis venir a buscarme por la mañana. Traed un caballo y un carro, porque mis piernas no me permiten caminar más de veinte metros. Os mostraré la entrada a cambio de que me invitéis a un almuerzo en El Pez Fugitivo.